SOCIEDAD: VIRGINIA TUCKEY

La enfermedad argentina

La libertad es, ni más ni menos, que el resultado del respeto irrestricto al orden natural.

16 de Noviembre de 2014
La libertad es, ni más ni menos, que el resultado del respeto irrestricto al orden natural. Es la aceptación de que ese orden es inalterable, y que de él devienen los únicos derechos que deben ser protegidos, esto es, derechos inalienables como la vida, la libertad y la autonomía de cada ser humano.

Cuando este concepto es alterado o ignorado, los verdaderos derechos son cedidos en pos de falsos derechos. Se ceden la vida, la libertad y la búsqueda de la propia felicidad. Los administradores de nuestros derechos pasan a ser los burócratas de turno; éstos -enquistados en el poder- construyen una red cada vez más grande de cómplices, a los que llaman asesores, ministros, funcionarios, etcétera.

En pocas palabras, la alteración del concepto de derecho, es una amputación de las características que más hacen al ser humano. A su vez, esto da lugar, en las personas, a una serie de comportamientos propios de quienes luchan por sobrevivir en un ámbito dónde la vida no tiene valor. La desconfianza, el engaño, la mentira y la ignorancia pasan a ser protagonistas en la lucha por la supervivencia.

El caso de la sociedad argentina no es ajeno a esta descripción. Las excepciones a la regla existen, pero son cada vez menos. Una de las tantas muestras que avalan esta conclusión se pudo ver en la marcha denominada '13N', dónde ciudadanos convocados principalmente a través de las redes sociales, han decidido manifestar su preocupación frente al atropello diario que parte del poder del gobierno.

El análisis posterior a la protesta se enfocó en la cantidad de manifestantes. El punto de comparación para determinar lo 'mucho' o 'escaso' de la convocatoria se basó en lo registrado en marchas anteriores. Esta última no fue, ciertamente, la que registró mayor capacidad de convocatoria. Según se ha estimado -teniendo en cuenta los distintos puntos de encuentro de los manifestantes-, habrían asistido alrededor de cincuenta mil personas.

Lo llamativo del empeño por descalificar la convocatoria a la manifestación no remite a la descalificación en sí misma, sino a los personeros de la descalificación.

Es propio de regímenes opresores poseer medios que trabajan como voceros y que exhiben, como línea fundamental, la desacreditación constante a quienes levanten la voz para defenderse de la opresión. Esto no representa novedad.

Sin embargo, esta oportunidad, ha mostrado más que nunca el espíritu destructivo de parte de quienes operan y trabajan para el oficialismo; lo propio se vio también en numerosos grupos e individuos que forman parte de la corriente ciudadana opositora al régimen.

Así, pues, los celos, los insultos, la descalificación y la chicana estuvieron a la orden del día. La búsqueda del culpable del 'fracaso', y cierto grado de satisfacción casi inocultable ante la supuesta 'escasa' participación en la marcha, formaron parte del debate posterior al '13N'.

Estos personajes se han aliado inconscientemente a su principal destructor, inaugurando la etapa del suicidio final de la sociedad. Consideran el número de manifestantes lo importante, cuando lo que realmente interesa es el mensaje. Se trata de aquellos que, con rigor épico, reclaman en sus redes sociales que 'nadie hace nada', pero se enceguecen de resquemor cuando alguien sí lo hace. Son quienes exigen respeto a través del insulto. Son quienes acusan de cómplice a aquel que con lo único que tuvo (una fibra, una cartulina y sus músculos) marchó con un cartel en sus manos pidiendo respeto a la Constitución, mientras aquéllos vociferaban eslóganes que siguen engordando la chances de los aspirantes a dictadores. Son, en definitiva, los que piden sumar, pero restan.

Esto, no es producto de las malas intenciones, sino el resultado de la gran enfermedad que acosa a las sociedades que se han olvidado de pensar, y han delegado su intelectualidad, su vida, el respeto a sí mismos y a los demás, a parásitos rentados.

El estilo chicanero, envidioso, destructivo para enfrentar cuestiones menores entre quienes debieran ser aliados frente a los temas mayores, acuciantes e indelegables, es propio de una sociedad disociada, fracturada, y que se ha mimetizado con el espíritu antihumanista del socialismo.

La enfermedad argentina no tiene que ver con los límites geográficos ni con la herencia sanguínea: tiene relación con los síntomas propios del sistema populista que desconoce la naturaleza humana, que la socava y destruye, transformándola en falta de intelectualidad, falta de conciencia ante el peligro y ausencia del respeto.

Muchos dirán que se trata de cansancio moral, pero aquí se trata de mucho más; y es peor. Se asiste a la desaparición de la brújula que guía hacia el progreso y de los parámetros morales; y es imposible hartarse de lo que no se posee. Es un agotamiento de quienes desean el mal, pero también de quienes aspiran al bien. Es cansancio de aquellos que dicen saberlo todo, pero también de quienes si lo saben. Es la fatiga de la tiranía, pero también de la república. Es la pretensión de sabiduría, que exalta la ignorancia. Es la falta de distinción entre la buena y la mala fe. Todo consiste en sobrevivir, comportándose como un suicida.

La crítica y el debate son la base de una sociedad sana; incluso lo es el conflicto; pero existen distinciones que dividen las características de la discusión en comunidades que tienen libertad o que carecen de ella.

Es propio de una sociedad libre debatir ideas, y es propio del fascismo debatir a las personas. Es propio de las sociedades libres exigir coherencia; así como también hace al fundamentalismo totalitario exigir infalibilidad a los seres humanos. Es propio de la libertad una ciudadanía de adultos; los totalitarismos necesitan crear una masa de adolescentes de todas las edades.

Pero la chicana no es una idea; es sólo eso: una chicana. Los celos no son una declaración de principios; son solo celos. Cincuenta mil personas son sólo eso: un grupo de personas. El reclamo por la falta de libertad, la corrupción incesante y la desaparición del respeto a la Constitución no es otra cosa que un reclamo. Pero un reclamo respaldado por verdades que no dejan de serlo porque quienes las reclamen sean cincuenta mil, dos mil o absolutamente nadie.

Y el valor, es sólo eso: valor. Pero es lo que se necesita para construir, para decir las verdades y para resistir.

 
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