SOCIEDAD | OPINION: PABLO PORTALUPPI

El país a medias

Resulta muy curioso cómo, en la Argentina, los temas van y vienen, pero jamás se resuelven...

09 de Abril de 2014
Resulta muy curioso cómo, en la Argentina, los temas van y vienen, pero jamás se resuelven. Nuestros dirigentes -esos mismos que votamos una y otra vez- solo parecen preocuparse por lanzar medidas electoralistas, apenas motivados por el crecimiento de su supuesto contrincante en un futuro incierto. Especulaciones pueriles de las que solemos olvidarnos a la hora de sufragar. Es como si cada tanto nos despertáramos del sueño y nos percatáramos de nuestra triste realidad, con su inseguridad cada vez mayor, su creciente inflación, su corrupción sistémica, sus cortes de luz, etcétera. Una sociedad idiotizada en medio de una fiesta de consumo no suele prestar gran atención a señales de alarma. Vale, por caso, imaginarse Usted mismo en una fiesta con abundante alcohol y música, mareado de tanta líbido; a continuación, alguien se nos acerca y nos conversa sobre el estado calamitoso del techo: ¿cuál sería nuestra reacción?

El kirchnerismo ha sido el anfitrión de una fiesta que confeccionaron otros y -vale decirlo- cosechó de ese convite un provecho envidiable... pero sólo para la medianía del país. Los escuderos K, comandados por un capitán extasiado por estar cumpliendo su sueño de hacer enormes negocios con el Estado, se subían a los aviones y arrojaban billetes desde los cielos, atrapándonos tal como una araña atrapa a las moscas, y aprovechando al máximo de dónde veníamos -corralito, cuatro años de recesión, desocupación. Supimos aplaudir a los aviadores menemistas que también arribaron con su maná del cielo. Aunque, en aquella oportunidad, los beneficios venían teñidos del color del dólar. En simultáneo, aquellos tiempos sobrevinieron con una buena dosis de desempleo y desindustrialización.

La crisis de 2001 también dio a luz a otro golem: el discurso progre; aquel que reza, entre otras cosas, que los delincuentes son víctimas de una sociedad injusta, cruel, que los excluye y que, por ende, les obsequia un derecho natural para delinquir. Y nos creímos ese discurso durante muchos años. Al menos hasta que comenzamos a linchar delincuentes. El Gobierno Nacional, en la figura de su propia Presidente y de su máximo referente judicial, el inefable Eugenio Raúl Zaffaroni, recuerdan que estos desvalidos se merecen la oportunidad de contar con educación y empleo. Cristina Kirchner habla como si hubiera aterrizado ayer, proveniente de alguna galaxia lejana: prefirió 'olvidar' que ella y su difunto marido mantuvieron control de la Argentina por muchos años, quedando ella en comando una vez desaparecido su compañero de vida.

La primera mandataria gusta llenarse la boca citando una inversión 'récord' en educación, que alcanza el 6% del PBI, como ahora. Ello podría ser cierto pero, entonces, ¿a qué se debe la caída estrepitosa del nivel educativo que muestran numerosos estudios? ¿Por qué, por ejemplo en la ciudad de Mar del Plata, existen más de treinta escuelas sin posibilidad de abrir sus puertas debido al calamitoso estado edilicio que las caracteriza? Las huestes oficialistas opinan sobre inclusión y educación, cuando su bienamada Administración toleró -y continúa tolerando- tasas anuales de inflación de dos dígitos durante más de siete años. Cifra que, obviamente, sume a cada vez más compatriotas en la pobreza y la miseria. El gobierno de Cristina también espolea el paro docente en la Provincia de Buenos Aires de la mano de su alfil Roberto Baradel. Su gran logro: expulsar de las aulas a más de tres millones de chicos durante casi un mes.

Así las cosas, lo cierto es que no existen inclusión ni educación. Y -menos todavía- castigo para los delincuentes. Mientras 'naturalizábamos' los asaltos, cada vez son mas violentos, y contemplábamos la penetración del narcotráfico como un problema de terceros, oíamos a Zaffaroni referirse a la ley y al castigo con una solemnidad digna de quienes se creen dioses. Ahora -acaso algo tarde- comprendemos que aquello no fue más que un discurso vetusto, anacrónico y sobradamente teórico, inenarrablemente alejado de la realidad. Trátase de una lejanía casi exclusiva de dioses de panteón que proclaman su capacidad de ver más allá de todo cuando, en rigor, nada ven.

Surge, pues, el fenómeno de los linchamientos -alguien dirá que, recién hoy, los medios se ocupan de ellos, por cuanto ya se conocían casos que no llegaban a los titulares. Es la postura de los sociólogos, de otros tantos 'logos', y de analistas políticamente correctos condenar con vehemencia estos hechos. Intentan explicar lo evidente y hablan de una precarización de la sociedad; una suerte de regresión hacia un estadío primitivo. Pero olvidan comentar que la convivencia de más de diez años con una inseguridad en aumento ya constituía de por sí una involución social, solo que no nos dábamos cuenta. Porque bailábamos con frenesí al ritmo del consumo excesivo, mientras que eran 'los otros' quienes padecían el asalto violento, la violación o el homicidio de un miembro de su familia. Hemos votado por aquellos mismos dirigentes que no supieron -o no quisieron- resolver el problema; ni siquiera, intentarlo. Somos como esas personas que toleran, procesan por dentro y, un buen día, estallan en forma violenta. Lanzando alaridos para 'Que se vayan todos' o apaleando a un malhechor (accionar que, sin dudas, en su fuero íntimo, más de uno aprueba: recuérdese la encuesta de Perfil.com que refirió a un índice de aprobación de linchamientos superior al 60%).

Si esto sigue así, no faltará mucho para que nos aprestemos a linchar a los políticos; esos que se han quedado con nuestros votos. Los anuncios en Cadena Nacional de la propia Presidente ayudan; como también lo hace el Gobernador Daniel Scioli quien, entre gallos y medianoche -sintiéndose acorralado por su 'rival' Sergio Massa- lanzó la 'emergencia' en seguridad, clásica gambeta de la dirigencia argentina con pincelada de puesta en escena. Casi como el deudor que no tiene con qué devolver lo prestado pero 'pone la cara'. El acreedor solo puede preguntarse qué hacer con el gesto, si éste no sirve para hacer frente a las deudas. Hace diez años, un antecesor de Scioli también supo lanzar su propio 'programa de seguridad'. Ni siquiera se vuelve necesario repasar los resultados.

De lo que aquí se trata es de problemáticas que persisten... con sus respectivas soluciones a medias. Con sus dirigentes reciclados una y otra vez.

Aunque quizás no importe demasiado; en sesenta días, comenzará a rodar la pelota en el Mundial, y volveremos a olvidarnos de todo. En dieciocho meses, volveremos a tomar parte de elecciones presidenciales, para terminar votando a los mismos de siempre.

Un país a medias: eso es lo que somos.
 
 
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.