Argentina: el trance circular del déficit fiscal remite al déficit político
El 9 de mayo próximo-pasado, el columnista económico Matt O'Brien compartió un análisis...
El 9 de mayo próximo-pasado, el columnista económico Matt O'Brien compartió un puntilloso análisis en el matutino estadounidense The Washington Post (que este martes fuera traducido y republicado en La Nación), intitulado 'Why America’s 3.9 percent unemployment rate is bad news for Argentina' (Por qué el 3.9% de desempleo en los EE.UU. consigna malas noticias para la Argentina). La pieza detenta un valor extraordinario no solo a partir de la precisión quirúrgica de su contenido, sino porque remite a un factor marginalmente novedoso, a saber, que el Post comienza a reconocer explícitamente las bondades económicas del Programa Trump -tras más de dos años de fustigar al empresario devenido en presidente de la Unión Americana.
Sin apasionamientos ni impertinencias, O'Brien se aproximó someramente las razones externas que contribuyeron a la violenta devaluación del peso argentino, comenzando por el lógico fortalecimiento del dólar estadounidense, argumentado en la fuga de inversores desde los mercados emergentes hacia los bonos del Tesoro de ese país (que hoy resignifican su atractivo para los portfolios). A continuación, el reportero se refiere a la decisión del presidente Mauricio Macri de insistir en la reducción gradualista (por estas horas, mala palabra) del déficit fiscal doméstico. Esta iniciativa, a la luz de la coyuntura macroeconómica global, parece haber partido de un craso error de diagnóstico: nadie en la Casa Rosada atendió a los anunciados aspectos potencialmente positivos que el Efecto Trump podría legar a la economía del país del norte. A mediano plazo al menos, este escenario necesariamente estaba llamado a comprometer el servomecanismo de apalancamiento financiero con deuda externa tan promocionado por el consorcio Cambiemos -cuya cifra merodea hoy los cinco puntos del Producto Bruto. En el ínterin, y ya en el andarivel interno, el economista José Luis Espert la había emprendido contra el taciturno Nicolás Dujovne, Ministro de Hacienda, acusándolo de falsear las cifras del déficit. Espert ubicó el índice en torno de los siete puntos porcentuales, contra el 5.5.% explicitado por Dujovne -medición oficial que, naturalmente, no contempla el déficit cuasifiscal.
Así las cosas, en la perspectiva de un puñado de analistas, la referida impericia en materia de previsión arrastró a la Gestión Macri en su conjunto a una serie de respuestas espasmódicas no solo desde las intervenciones del Banco Central de la República -regido por Federico Sturzenegger- (y que condujeron a una multimillonaria pérdida de reservas en pocos días); esos espasmos hallaron su espejo en las declaraciones recurrentes de Marcos Peña (protegido del Presidente de la Nación) en pos de construir confianza, o de la legisladora Elisa Carrió. Acaso el problema pueda también rastrearse, sin mayor preámbulo, a la elección de interlocutores incorrectos para buscar cohesión: Peña se identifica con un conglomerado constituído por Mario Quintana, José Torello y Gustavo Lopetegui -la denominada mesa chica del poder que, por todo medio disponible, intentó quedarse con los despojos del obscuro entramado de negocios de Cristóbal López, promocionando la necesidad de capitalizar esa adquisición echando mano de fondos estatales y de inversores con dudoso respaldo. Adicionalmente, Don Marcos es sindicado como responsable primigenio en la designación del ex líder de la juventud PRO Pedro Robledo (alias 'Piter') y otras muchas celebridades de alta prescindibilidad en la órbita del Estado Nacional, incurriendo todos ellos en onerosos costos anuales para las finanzas públicas. En simultáneo, Elisa Carrió se declara incondicional de la businesswoman sureña Mariana Zuvic y del cuentapropista judicial Fabián Rodríguez Simón (alias Pepín), autoproclamados paladines en el grotesco despilfarro conocido como Parlasur. Difícilmente Peña o Carrió cuenten con los conocimientos técnicos o siquiera la capacidad de convencimiento necesaria como para disuadir a inversores profesionales y habitués de los mercados de refugiarse en el dólar estadounidense o fugar divisas. Antes bien, los hechos han probado, con contundencia, lo contrario.
Si de lo que se trata es de la inconveniencia de la retórica, uno de los problemas parece centrarse en el modo en que los referidos interlocutores echan mano -una y otra vez- del término gradualismo, en sus presentaciones públicas. La perorata ya ha comenzado a impactar negativamente en la opinión pública y ciudadana, por cuanto ese instrumento se ha emparentado peligrosamente con un sinónimo de derroche, en una miríada de formatos que van desde episodios menores, como ser perpetuas interrupciones del tránsito en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para dar lugar a recitales mal llamados gratuitos o campeonatos mundiales de asado, hasta subcapítulos bastante más perturbadores, como el patrocinio gubernamental de modelos fallidos de gestión en provincias en bancarrota y saturadas de empleo público como Chubut, Chaco, Santa Cruz o Tierra del Fuego. Precisamente, la preocupación generalizada es que Balcarce 50 haya acudido al Fondo Monetario Internacional (FMI) como prestamista de última instancia a efectos de consolidar la continuidad del financiamiento de estos desbarajustes y de otros muchos, en donde también se incluiría la reiteración del financiamiento de gastos corrientes para gobiernos provinciales cuya clase dirigente reniega, ad eternum, de programas creíbles de ajuste, o bien para enaltecer el festival de nombramientos de personajes ineptos (con tráfico de amiguismo) en los distintos ministerios de la Nación. En pocas palabras, el temor se objetiviza en la probabilidad de que el paquete stand-by por firmar con el organismo crediticio termine siendo desperdiciado en una enfermiza clonación de la parranda populista que depositó a la República Argentina en el presente estado de crisis. Entre bambalinas, será menester concluír que gradualismo no solo es un equivalente de déficit fiscal: es un inocultable síntoma de déficit político. O, en blanco sobre negro: la ciudadanía argentina está cargando sobre sus espaldas un ecosistema confesamente parasitario, compuesto a base de funcionarios políticos y judiciales, pseudoempresarios y sindicalistas hermanados con la ineficiencia y la más abyecta disfuncionalidad, cuyo imperativo categórico es la dilapidación de dinero aportado en impuestos, contribuciones y cargas sociales variopintas.
Complementariamente, otros reparos se ciernen sobre la macroeconomía local para el mediano y corto plazo. Comenzando por el impacto que podría eventualmente comportar el reciente retiro de los Estados Unidos de América del Joint Comprehensive Plan of Action (JCPOA, o acuerdo nuclear con Irán, 5+1): entendidos en la materia (en YouTube, Juan Rallo, Instituto Juan de Mariana; 'Petróleo, Argentina y pensiones') advierten que ello redundará en el incremento de los precios en el barril de crudo por una eventual retracción de la oferta iraní, sobretensionando la ecuación financiera del Gobierno Nacional en lo que respecta a las divisas invertidas anualmente en la importación de energía (en un pernicioso contexto donde el litro de combustible exhibe un ya intolerable porcentual impositivo de 43 puntos). En un andarivel no alejado de aquél, naciones importadoras netas como España también verían comprometido su propio horizonte, contagiando esa neurosis a las firmas nacionales que ofician como inversoras de peso en la Argentina.
En el quebranto, será lícito apuntar que el Presidente Macri, si bien habrá de lidiar próximamente con cuestiones estrictamente operativas -mencionadas renglones más arriba-, ha heredado una matriz declaradamente insostenible, que ha venido consolidándose durante décadas. Esa matriz se sustenta en un cúmulo de deficiencias transversales, entre las que destacan la exportación de productos agropecuarios sin valor agregado alguno -en un mundo orientado mayormente a servicios y tecnologías del conocimiento, con eje en la participación de los sectores medios-; un sistema educativo caduco del cual mayormente egresan graduados en Ciencias Sociales quienes, dada la propia dinámica del sistema, solo terminan engrosando las tasas de desempleo; y una economía escasamente competitiva que, por lógica transitividad, exhibe una nula participación en el comercio internacional. Realidad condimentada con un país que se caracteriza por una menguante densidad poblacional y, ergo, por una fuerza laboral poco calificada y en franco descenso.
Más temprano que tarde, alguien habrá de hacer frente a estas ponderaciones que merodean la ciencia de la geopolítica -aún cuando exigir una mínima comprensión sobre la misma tenga sabor a utopía.
* Foto: Presidente Mauricio Macri | Crédito: ElIntransigente.com
Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.