En defensa de la economía ortodoxa
La ortodoxia es, de acuerdo a la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española, la 'conformidad con doctrinas...
La ortodoxia es, de acuerdo a la primera acepción del diccionario de la Real Academia Española, la 'conformidad con doctrinas o prácticas generalmente admitidas'. En términos económicos, la profesión ha llegado a consensos que nos conducen a resaltar el equilibrio fiscal (en Finanzas Públicas), laestabilidad monetaria (en Macroeconomía, y en la subdisciplina de la teoría y la política monetaria) y la apertura económica (en Economía Internacional).
Históricamente, la economía argentina ha mostrado problemas en los tres frentes mencionados, abrazando un enfoque heterodoxo.
En el frente fiscal, la historia económica reciente de la Argentina muestra déficits sucesivos con la sola excepción del período 2003-2008, explicado únicamente por la enorme devaluación que implicó la salida de la convertibilidad (el tipo de cambio fijo de 1 a 1 entre el peso argentino y el dólar estadounidense), deprimiendo los salarios del sector público, para luego recuperarse en los seis años siguientes. 'Normalizado' el nivel de estos salarios, el país retornó a los sucesivos déficits fiscales hasta el día de hoy.
Se podrá preguntar el lector cuál es el problema de mantener estos déficits fiscales. En primer lugar, hay que señalar que su financiamiento tiene consecuencias. En varios momentos de nuestra historia reciente, se financiaron con nuevos impuestos, lo que nos ha conducido hoy a la mayor presión tributaria de nuestra historia, y también de toda América, lo cual reduce la eficiencia del sector productivo, impidiéndole generar empleos y riqueza.
Una deuda pública en relación con el PIB bastante baja […] no es la consecuencia de una política conservadora u ortodoxa, sino que la Argentina ha utilizado otros instrumentos, a saber, la deuda interna con Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) y el Banco Central de la República Argentina (BCRA), y la monetización.
Cuando la sociedad se negaba a aceptar el pago de mayores tributos, el Gobierno creaba deuda pública interna y externa. Fue así que durante los Gobiernos militares, tuvimos los primeros grandes saltos de nuestra deuda —en la década de 1990, la misma se duplicó en solo 10 años. En otras oportunidades, los desequilibrios se financiaron con emisión monetaria, por ejemplo en la vuelta a la democracia con la presidencia de Raúl Alfonsín, lo que nos dejó la mayor hiperinflación de nuestra historia.
Nuestro ministro de Economía muestra hoy orgullosamente una deuda pública en relación con el PIB bastante baja, propio de una década en la cual la economía se recuperó de la crisis de 2001, mientras se contuvo el endeudamiento externo. Sin embargo, este resultado no es la consecuencia de una política conservadora u ortodoxa, sino que la Argentina ha utilizado otros instrumentos, a saber, la deuda interna con ANSES y el BCRA, y la monetización de sus déficits públicos. Hoy el activo del BCRA muestra una enorme proporción de títulos públicos (bonos), lo que deja su situación patrimonial seriamente comprometida.
Elaborado a partir de “Sector Público No Financiero, Cuenta Ahorro-Inversión-Financiamiento”, Secretaría de Hacienda, Ministerio de Economía (Consultora Macroeconómica Espert).
En segundo lugar, hay que señalar que históricamente la Argentina ha mostrado problemas para controlar el gasto público y manejar estos déficits. El mismo gráfico muestra el déficit del 12,1% de PIB que terminó con el episodio hiperinflacionario de 1975 conocido como Rodrigazo. La devaluación logró deprimir el gasto y llevarlo a menos del 4 % del PIB, para retornar apenas seis años más tarde —caracterizado por la Tablita de Martínez de Hoz— a un déficit fiscal del 11,3%.
El retorno a la democracia se caracterizó también por sucesivos déficit fiscales financiados con emisión monetaria, además de sucesivas devaluaciones. La consecuencia fue nuevamente la misma: cuando el déficit fiscal alcanzó en 1988 un 6,5% del PIB, la monetización nos condujo a la hiperinflación.
La convertibilidad de los años 1990 fue acompañada de ciertas políticas ortodoxas como la privatización de los servicios públicos, que permitieron ajustar al menos los déficits que por entonces generaban las empresas administradas por el Gobierno. Sin embargo, el gráfico deja claro que salvo un único año de 1993 en que se recibieron los ingresos de la venta de empresas públicas, no hubo equilibrio fiscal en toda la década.
En este caso, tras el Plan Brady, el financiamiento del déficit público provino de la deuda pública, lo que claramente comprometía la sostenibilidad del modelo. Solo en la medida en que acreedores externos estuvieran dispuestos a financiar estos desequilibrios, Argentina podría mantener el crecimiento económico. Fue a partir de la crisis asiática de 1997, el default ruso de 1998 y la devaluación brasileña de 1999, que los acreedores decidieron interrumpir el financiamiento y comenzó la presión para abandonar la convertibilidad.
Lejos del 'déficit cero' ortodoxo, la Argentina mostró desequilibrios crecientes, llegando en 2001 al 7% del PIB, lo que marcó el fin de la convertibilidad, con una devaluación monstruosa.
Al asumir Néstor Kirchner se encontró con una situación extrañamente agradable. Si bien la Argentina apenas estaba saliendo del pozo, el superávit fiscal de 2004 era del 3,8%. No es que el kirchnerismo haya tomado políticas ortodoxas, prudentes, conservadoras, para reducir el déficit fiscal, sino que la hiperdevaluación que se requirió para salir de la convertibilidad redujo notablemente los salarios reales de los trabajadores del sector público.
Desde 2004 en adelante, esos mismos asalariados comenzaron a recuperar el poder adquisitivo, lo que sumado a sucesivos planes sociales, nos condujeron en 2007 a un nuevo déficit fiscal del 0,3%. De ahí en adelante, la Argentina siguió ampliando la brecha entre ingresos tributarios y gastos, nacionalizando el sistema de pensiones y apropiándose de los fondos de la ANSES (más de US$30 mil millones) y de la máquina de crear dinero del Banco Central. El 2014 está cerrando con un déficit fiscal estimado del 5,9%, lo que seguramente impulsará al Gobierno a acceder a su deuda pendiente: el endeudamiento externo.
El desenlace de este modelo no lo conocemos aún, pero no parece ser muy distinto en comparación con la historia recorrida durante gran parte del siglo XX. Sistemáticamente, la Argentina ha ignorado las lecciones básicas de la economía, ha abrazado la heterodoxia, y empobrecido a la sociedad.
Nadie puede dudar de lo exitoso del relato heterodoxo en señalar como ortodoxos el modelo militar o aquel de la década de 1990, cuando en realidad, muy lejos han estado ambos de seguir esta línea de pensamiento.
La Argentina necesita ortodoxia, lo ha necesitado siempre, aun cuando esta palabra haya sido abusivamente malinterpretada y denostada desde casi todos los sectores de la sociedad.
Es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín. Publica periódicamente en el sitio web en español del think tank The Cato Institute y medios nacionales.