POLITICA ARGENTINA: MATIAS E. RUIZ

Argentina: aprensión y pánico frente a Mike Pompeo, mensajero de verdades inconvenientes

En algún instante del pasado reciente -sentenciarán algunas voces que ello se evidenció durante el primer año...

02 de Julio de 2019


Entregar tanto poder a las fuerzas de seguridad, en particular a Gendarmería Nacional, representa una amenaza a futuro, por cuanto se asistirá a una pulseada de poder entre dos estamentos portadores de una misión esencialmente diferente.


Isidro Cáceres (ex Jefe del Ejército Argentino; Administración Carlos Saúl Menem), en reunión de mando llevada a cabo durante 1989


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En algún instante del pasado reciente -sentenciarán algunas voces que ello se evidenció durante el primer año de la Administración Macri-, el Presidente de la Nación optó por no dar a conocer a la ciudadanía un detalle pormenorizado sobre el perturbador legado de destrucción nacional compartido por sus predecesores kirchneristas. Decisión correcta o no, lo cierto es que este factor, per se, contribuyó a alimentar la narrativa militante del difunto Frente Para la Victoria, al respecto de que los prolegómenos de aquel saqueo eran, en el mejor de los casos, una colorida fábula pergeñada por el irreverente conductor Jorge Lanata (Periodismo Para Todos) y diseminada luego por un minúsculo tropel consolidado a base de amas de casa con demasiado tiempo libre, caceroleros variopintos y clasealtistas extraviados.

Mike PompeoEn rigor, una eventual comunicación del desmadre y de su abundante cúmulo de desperfectos en forma de laberínticos subcapítulos, hubiese contribuído en gran medida a la licuación prematura de la base electoral de Cristina Fernández de Kirchner. En virtud de la ausencia del diagnóstico y de la recurrente arenga en torno de 'terminar con la brecha', Mauricio Macri y sus consorcistas en el seno de 'Cambiemos' -etiqueta que también ha pasado a la historia- coayduvaron, en la práctica, a la manutención del kirchnerismo. Y la ciudadanía ha terminado por oficiar de rehén ante las bien conocidas consecuencias: desde entonces, la República Argentina asiste a una concatenación inacabable de manifestaciones y/o paros de actividades protagonizados por militantes feministas, sindicatos rebeldes (Camioneros, ATE, aeronáuticos, etcétera), piqueteros, pretendidas 'organizaciones sociales', movimientos izquierdistas radicalizados y tanto más -allí donde el empleo de la violencia urbana y suburbana (interrupciones premeditadas del tránsito, destrucción de propiedad pública y privada) se esgrime como imperativo categórico para los perpetradores. En el ínterin, se han sucedido al menos dos ataques vandálicos contra el Congreso de la Nación; prólogos de conmoción interior hoy olvidados, porque se han tomado ya por normales.

El problema es que la inacción del Estado -responsable de garantizar seguridad y libre tránsito a sus ciudadanos- ha derivado en aristas más siniestras, que supieron transmigrar en una conmovedora doctrina de pasividad no solo emparentada con variables de superficie como lo sería la libertad de circulación, sino que la cesión del espacio público a los personeros del desorden también se ha proyectado sobre el accionar del crimen común y organizado. En tal sentido, la Argentina contemporánea reconoce que no solo gremios antigobierno se han adueñado de las calles. Del áspero y destructivo concierto que hace a la 'protesta social' también toman parte barrabravas, narcotraficantes, inmigrantes de origen africano que operan en connivencia con organizaciones delictivas dedicadas a la comercialización de bienes falsificados, o saqueadores confesos -llegándose incluso al protagonismo de las archiconocidas 'mafias de los taxis', cuya raison d'être remite al contrabando de estupefacientes y al regenteo de prostitución, solo por mencionar dos escasos ejemplos.

En su naturaleza más profunda, la evasión gubernamental frente al esperado diagnóstico ciertamente le ha obsequiado tranquilidad a un cosmos de organizaciones delictivas que intiman con la política, particularmente en ciertas provincias; tales núcleos presumieron, a prima facie, que 'Cambiemos' llegaba al poder para poner fin a sus negocios. Nada más alejado de la realidad: al día de la fecha, el control que el crimen organizado ejerce en geografías tales como Formosa, Chaco, Corrientes, Santa Fe o la propia Provincia de Buenos Aires, continúa imperturbable y en franca expansión. La Salta del Clan Urtubey sigue mostrándose funcional frente al tránsito de cocaína por tonelada métrica, a través de la tristemente célebre Ruta 34 -arteria de importancia crítica para organizaciones que, ahora mismo, se disputan los espacios otrora tutelados por Los Monos en tierra santafesina -tras la caída en desgracia de ese franchise. Mientras tanto, del esfuerzo gubernamental tendiente a desmantelar el mal elemento doméstico e internacional que opera en la Triple Frontera (vórtice en franco abandono en donde el secuestro de mujeres y niños; el tráfico de armamento, de drogas y órganos; o el secuestro extorsivo, son todas actividades sumamente lucrativas), nada se sabe.

Adicionalmente, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se ha transformado en una trágica 'tierra de oportunidades' para amigos de lo ajeno, exhibiendo hoy la versión más feroz de toda su historia, verificándose, en cualquier horario, el impune ejercicio de motochorros, punguistas homicidas y hasta de sicarios importados -que se ofrecen a tarifas tan accesibles como promocionales. En el complemento, bien identificados clubes de fútbol del 'Ascenso' prestan hoy mano de obra entrenada para herir o asesinar, para labores de seguridad a firmas privadas, o para nutrir la concurrencia a encuentros político-partidarios sin distinción de color, en razón de que cuentan con mejor cobertura, disimulo y acercamiento con comisarías de barrio que sus pares de primera división. En tal sentido, sobrevuela la sensación de que los agentes de la Policía de la Ciudad que no 'cortan boleto' con el libre juego de delincuentes comunes o con comercios en la trama del estacionamiento indebido, solo están allí para cuidarse a sí mismos. La evidencia contraria se verifica estrictamente en contadas excepciones, que son parte de la casuística -no ya de la estadística.

Es en este delicado contexto que, hace pocos días, trascendió que Mike Pompeo -actual Secretario de Estado de los Estados Unidos en ejercicio y ex Director de la CIA- se encuentra diseñando lo que será su próximo periplo hacia la República Argentina, bajo la tenue cobertura de su participación en un nuevo aniversario del atentado contra la AMIA. Sin embargo, la urgencia del funcionario de Donald Trump tiene más relación con las advertencias que la Casa Blanca ya había inculcado -sin mediar sutilezas- a sus interlocutores argentinos, entre los que destaca Miguel Angel Pichetto (y como ya se había comentado previamente). Las molestias del gobierno estadounidense se multiplicaron, tras cotejarse los pobres resultados ejecutivos compartidos por la Administración Macri, desatención que ha agravado el proscenio cifrado líneas arriba. Así las cosas, el reiterado respaldo de Washington en convenciones tales como el G-20 pasado, la consolidación del acuerdo de 'libre comercio' entre los bloques MERCOSUR y Unión Europea, y -como telón de fondo- los abultados créditos garantizados por el Fondo Monetario Internacional (FMI), exige ahora una contraprestación en forma de factura, que habrá de ser firmada en tinta indeleble.

No será misterio consignar que, en razón de los desequilibrios ya expuestos, la Casa Rosada deberá (y aquí es donde la figura de Pichetto cobra vigor) cumplir su vieja promesa de proceder, de una vez por todas, con la construcción de un marco legal idóneo para que las Fuerzas Armadas y organismos de inteligencia presten apoyo en el combate contra el crimen organizado en sus versiones doméstica y transnacional; aspecto que involucrará una implacable reformulación doctrinaria de los uniformados. Tampoco habrá margen para que Buenos Aires se desentienda de la incorporación de leyes de derribo de aeronaves que, sobrevolando el espacio aéreo argentino, no se identifiquen. En el cierre, otra exigencia de la Casa Blanca tendrá que ver con una revisión de los equilibrios entre el elemento militar y de fuerzas de seguridad. Así, por ejemplo, la poda de poderes con que la política esmeriló a las distintas policías ha edificado un concierto en el que los agentes se ven imposibilitados de actuar, decidiendo finalmente convertirse en brazo armado del delito -que paga mucho mejor. Puesto en limpio, la proposición defendida por el establishment político, que consiste en multiplicar agentes sin poder de intervención, se presenta como fuerza subsidiaria de contrabandistas de drogas. En la Provincia de Santa Fe, citándose solo un caso, comisarías completas se alquilan mensualmente a bandas narco, a precio de dólar.

Acostumbrada la dirigencia política local a engatusar a la ciudadanía con actos de prestidigitación retórica y cataratas de anuncios oportunistas nunca sujetos a cumplimiento, el disfuncional establishment argentino tomará nota de que no podrá aplicar idéntica regla para distraer a Pompeo. El Secretario de Estado americano y su perspicaz núcleo de asesores acaso ya se han enterado, por ejemplo, de que la comentadamente exitosa labor investigativa promocionada por la Ministro de Seguridad Patricia Bullrich en torno a los contrabandistas de armamento recientemente capturados, en realidad se remonta a investigaciones y seguimientos efectuados por inteligencia militar en la provincia de Córdoba hace ya catorce años, y que hoy fue refritada por conveniencia electoral.

Para el Presidente Macri y su circuito intimista, el peso de la contrariedad obedece a que el reclamo de los Estados Unidos poco tiene de partidario; ya han transcurrido casi dieciséis años ininterrumpidos de una extensa y olvidable etapa en la que los sucesivos gobiernos eligieron aniquilar al sistema de defensa, haciendo lo propio con el pensamiento estratégico que le es inherente. En el orden local, un recalcitrante costumbrismo hace que culpas y responsabilidades se distribuyan irresponsablemente entre partidos. Pero, en la perspectiva de cualquier analista estadounidense o europeo, la percepción es bastante más cruenta: es la Argentina como entidad nacional lo que ha dejado de funcionar; falla la totalidad del acervo. Instituciones y administración de justicia no son solo ineficientes y corruptas; han sido infiltradas. A posteriori, persiste, en ese orbe occidental civilizado, el convencimiento de que los argentinos son confesamente incapaces de solucionar sus propios problemas, sin recurrir a inyecciones de crédito o imposiciones draconianas desde el exterior. Razón por la cual hoy se habla de una República Argentina que en mucho se asemeja a la Colombia de los años ochenta, emulando el carácter de amenaza regional que en otros tiempos supo representar la nación cafetera para América Latina. ¿Serán, los políticos argentinos, los extraditables del futuro? No sería sensato descartarlo de plano.

De tal suerte que la designación de Miguel Pichetto en el ticket oficialista para las elecciones generales de octubre, adquiere hoy una inédita dimensión. Evaporada definitivamente y en todo concepto la influencia de Marcos Peña Braun, el interlocutor predilecto de América del Norte para temáticas de Seguridad y Defensa será, desde ahora, el nativo de Banfield, mientras que Fulvio Pompeo -a la sazón, quien regentea celosamente los hilos del poder fáctico en Cancillería- concentrará obligaciones referidas a aspectos algo más complejos, que serán atendidos próximamente en este mismo espacio.

Así se convino, casi de manera subterránea, en la reciente cumbre del Grupo de los Veinte en Osaka, Japón, frente a un Macri estupefacto y contrariado. Aunque, por fortuna, existe solaz: pudo ser mucho peor.

Donald Trump bien pudo inclinarse por enviar al impetuoso e irritable John Bolton. En cuyo caso, eso hubiere significado una vehemente demarcación de las fronteras de la paciencia. Con pésimos modos.


 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.