ECONOMIA INTERNACIONAL: ADRIAN RAVIER

Argentina: del optimismo al pesimismo

El viernes previo a las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO)...

04 de Septiembre de 2019

 

El viernes previo a las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) en la República Argentina, el mercado explotó de confianza y el Merval mostró una suba significativa. El lunes tras las PASO, el Merval mostró una caída del 50% en dólares. Una baja récord, no sólo para este país, sino para el mundo.

Marcos Peña, Mauricio MacriHabía dos escenarios claramente opuestos entre los cuales los ciudadanos argentinos debían elegir. De un lado, la continuidad de la política económica de Mauricio Macri; del otro, el retorno de la política económica del kirchnerismo. Claro que esta simplificación, como cualquier otra, es engañosa: 1) la elección no era más que internas partidarias, 2) había otros candidatos, 3) Macri podría girar hacia reformas más profundas que las tomadas en estos años, y 4) no está claro tampoco que Alberto Fernández sea la continuidad del kirchnerismo, pero la grieta sigue presente en la opinión pública, y la elección parecía jugarse bajos esos escenarios futuros.

El aplastante resultado en favor de Alberto Fernández sobre Mauricio Macri le dio señales al mercado de que la política económica cambiará. Un mix de incertidumbre y desconfianza llevó a los tenedores de bonos y acciones a vender todos sus activos, asumir las pérdidas, y emigrar con los pocos dólares que pudieron obtener (en términos relativos). La fuerte demanda por la divisa llevó el tipo de cambio de 45 a 60 pesos por dólar, agregando una nueva devaluación, a las ya acumuladas en 2016, 2018 y principios de 2019. Construir un 'muro' para defender el peso en ese instante tras las PASO, de poco hubiera servido, y la pérdida de reservas habría sido más significativa aún que la observada.

Agosto, el mes de las primarias, dejó un saldo terrible e irrecuperable para la Argentina en el corto plazo, que nos ha hecho a todos muchos más pobres de lo que éramos el viernes anterior.

Ese viernes, el escenario optimista era el que pintaban muchos analistas políticos confiados en la continuidad de la política económica de Mauricio Macri, sumados a una serie de reformas estructurales que la Argentina necesita en el ámbito económico.

El relato oficial mostraba un cambio desde la pesada herencia hacia el equilibrio fiscal primario, un tipo de cambio competitivo y una inflación en baja, que a su turno permitiría ir bajando tasas de interés, para ir desarmando las LELIQs mientras se incrementaba la demanda de pesos en el escenario post-electoral. El estimador mensual de actividad económica (EMAE) que elabora el INDEC mostraba que la Argentina dejó de caer en 2019, que entró en una meseta, e incluso la economía empezaba a rebotar en julio del corriente.

El motor del campo nos está dejando la mejor cosecha de la historia después del año de sequía, y el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, nos devolvía la posibilidad de integrarnos nuevamente con el mundo. Tras las elecciones, el rumor consignaba que la Argentina avanzaría en una agenda de reformas previsional, laboral e impositiva, que la volvería a colocar como un mercado atractivo para recibir inversiones de capital, lo que permitiría generar un crecimiento vigoroso, y con ello promover emprendimientos, más empleo, mejores ingresos y baja en la pobreza.

Parece romántico creer que este cuento, más que escenario, era posible de efectivizar. Los argentinos lo desconocieron, o la mayoría de los que lo escucharon, no lo creyeron. Y había razones para no creerlo, pues sus flacos bolsillos no vieron nada de esto en un largo y doloroso gobierno de cuatro años. El gradualismo elegido, primero con Alfonso Prat Gay y luego con sus sucesores, evitó las políticas de shock que podrían haber generado la única vía de solución que evitara este desenlace que hoy observamos. El 2016 fue un año de correcciones mínimas que sentaron las bases para un 2017 de recuperación.

Pero se trató de una recuperación que se consumió el capital político y económico, respaldada en un contexto único de fuerte endeudamiento, con ausencia de shocks externos, en un mundo volátil. El 2018 trajo todas las malas noticias juntas. El explosivo cóctel estuvo compuesto por: 


1) una sequía que llevó a una mala cosecha y a la consecuente escasez de divisas,
2) el sudden stop (un corte repentino del crédito internacional, en palabras del economista argentino Guillermo Calvo),
3) errores de política económica como el impuesto a la renta financiera, y, 
4) la falta de independencia del Banco Central con el lógico incumplimiento de metas. Quedará el lema de aquellos años resumido en el problema de 'inconsistencia entre la política fiscal y monetaria'.

La necesidad llevó al gobierno a comprender que se acababa el tiempo para enderezar el rumbo; fue solo entonces y obligado por las circunstancias que recurrió al Fondo Monetario Internacional y, guiado, por sus sugerencias empezó a acelerar la corrección de los desequilibrios macroeconómicos.

Personalmente, celebré que finalmente se corrigiera el rumbo y se aceleraran las correcciones de estos desequilibrios. De 2018 a 2019, la Argentina se ató a la difícil meta de llegar al equilibrio fiscal primario en un solo año, meta que parece alcanzará en medio de esta crisis. La renuncia de Adolfo Sturzenegger en el Banco Central también permitió que por fin el foco se pusiera en los agregados monetarios en lugar de las tasas de interés (como manda la receta ortodoxa), aunque claro que las LEBACs (heredadas del kirchnerismo pero ampliadas por Sturzenegger) y posteriormente sus hijas, las LELIQs, dejarán su huella en un futuro cercano.


¿Por qué los economistas fallamos en prever este escenario económico tan destructivo? Primero, porque las encuestas para las PASO mostraban cierta paridad entre el oficialismo y Alberto Fernández. Segundo porque los analistas políticos describían una alta probabilidad de continuidad de la política económica de Cambiemos. Tercero, porque, aún registrándose una derrota en las PASO con 5% de diferencia frente al Frente de Todos, Cambiemos hubiese podido revertirla. Finalmente, el escenario político contagió el error a los escenarios construídos por los economistas.

Desde el abandono del patrón oro, los sistemas financieros modernos dependen bastante de la confianza y las expectativas. Un país como la República Argentina, con el prontuario inflacionario e hiperinflacionario, depende todavía más de la confianza. Las PASO desataron una ola de desconfianza. Unos dirán que se debió al propio mensaje de miedo que el oficialismo generó. Otros dirán que ese miedo estaba plenamente justificado, dados los antecedentes de los miembros de la oposición. Lo cierto es que, cualquier sea el motivo, tras las PASO el mercado prefirió reconocer las pérdidas y salir con lo puesto.

Si los dólares en reservas eran suficientes previo a las PASO para sostener la estabilidad del mercado cambiario, la enorme desconfianza desatada tras la elección de agosto determinó que aquéllas reservas parecen insuficientes. El gobierno no logra renovar las Letras del Tesoro de la Nación (LETES), lo cual fuerza a la autoridad monetaria a proveer al Tesoro de parte de las reservas para atender sus compromisos. Adicionalmente, los depositantes de dólares desconfían que el Banco Central disponga de las divisas cuando se las requiera en el futuro, y han decidido ir tras ellas mientras aún se encuentran disponibles. Ambos factores generaron una fuerte reducción de las reservas internacionales, lo que, de por sí, ya compromete la estabilidad del sistema cambiario.

Como si todo ello fuera poco, las LELIQs que adquieren los bancos sobre la base de los plazos fijos que construyen los depositantes, difícilmente puedan ser renovados. Si el billón de pesos en Leliqs se monetiza en estos casi dos meses que quedan antes de las elecciones, la demanda de dólares de parte de los depositantes irá por los dólares, y la presión sobre el tipo de cambio ya será extrema.


En este contexto, las negociaciones con el FMI se vuelven fundamentales, para saber si la autoridad monetaria contará con algo más de reservas para afrontar las múltiples presiones por su demanda.

El gobierno decidió ir a un 'default selectivo', para estirar algunos plazos, y reducir la demanda por las escasas divisas en reserva. Agregaría también en esta semana un control de cambios, limitando los dólares que las personas y empresas pueden adquirir. Pero, si bien esto puede ayudar a transitar los dos meses previos a la elección, aun quedará otro plazo por cumplir hasta el 10 de diciembre.

En síntesis, es demasiado extenso el plazo que resta hasta el cambio de gobierno, y son pocos los ladrillos de los que dispone el gobierno para construir un muro que evite la sangría de reservas. El FMI podría ayudar, pero el potencial candidato a presidente, Alberto Fernández, ya ha culpado a la institución por todos nuestros males, y dejó en claro que renegociará esos compromisos, en un marco de nuevo default.

El oficialismo debe encerrarse a hacer cuentas, tomar la base monetaria en pesos, sumar los pasivos del Banco Central, analizar las reservas netas de las que dispone, y evaluar una política de tipo de cambio fijoconvertibilidad o dolarización, desde la cual restablecer la confianza en la moneda de circulación.

Aunque existe un problema adicional: el oficialismo ya no parece tener el poder, la fuerza y la voluntad de encontrar una solución de estas características. En rigor, los ciudadanos argentinos están asistiendo como testigos al final del peso, otra moneda mal gestionada en la historia argentina, por las mismas razones: los abusos de los sucesivos gobiernos en el terreno fiscal.



 

Sobre Adrián Ravier

Es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín. Publica periódicamente en el sitio web en español del think tank The Cato Institute y medios nacionales.