POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Alberto Fernández: embestida peronista y crisis de la razón macrista

El Dr. Alberto Fernández articula un discurso de fines, en los que la incursión en el farragoso...

07 de Agosto de 2019

 

El Dr. Alberto Fernández articula un discurso de fines, en los que la incursión en el farragoso terreno de los medios se salva a través de dos recursos y una convicción.

a) Fernández afirma: 'Con los intereses que se pagan por Leliq, vamos a aumentar los haberes jubilatorios, y a garantizar la gratuidad absoluta de los medicamentos'. La proposición incluye fin y medios, pero el análisis exhaustivo de estos últimos no se desarrolla. Es probable que se suponga que sólo una minúscula porción del electorado está en capacidad de reclamar la ausente explicitación, de modo que la relación costo/beneficio del discurso resulta superavitaria. La obviedad de que es altamente probable que una disminución de los intereses abonados a los bancos signifique la cancelación de una porción de las colocaciones de los privados y la correlativa y proporcional corrida contra la anémica moneda nacional, es ignorada con una notable serenidad de espíritu, y desapercibida por un número considerable del electorado;

Alberto Fernándezb) La complejidad de la situación macroeconómica argentina es de tal magnitud, que el periodismo o bien ignora lo suficiente como para no poder repreguntar con sensatez cuando ocasionalmente se le ofrece la oportunidad o, acaso portando algún instinto de supervivencia animal, elude incorporarse voluntariamente a la lista que, en el futuro cercano, pudiera incluírlo entre los caídos en la oscura desgracia. El candidato sabe que los inconcebibles desaguisados del oficialismo crean en las masas un estado de ansiedad suficiente como para devorar cuanta promesa de un futuro mejor se derrame sobre sus ojos. Esta convicción profunda comienza por hipnotizar, en primer lugar, al emisor del mensaje, otorgándole a éste una solidez inmediata. Como contrapartida, el macrismo ha puesto en escena en numerosas oportunidades actos de contrición y reconocimiento de errores, los cuales han terminado de presentar como errática y vacilante a su gestión de gobierno.


Persistencia de la razón peronista

En tal contexto, el Movimiento es un poliedro que presenta un número indiscernible de faces. Objeto único en proceso de mutación contínua, la deconstrucción de su identidad puede intentarse mediante un inventario (a su vez provisorio por la caducidad periódica de sus elementos) que facilita la ilustración del discurso fernandino.

En su oportunidad, Alberto declaró que Cristina Kirchner presentaba caracteres que corresponden al perfil de los psicópatas. No lo niega. El grueso de su defensa a efectos de exculparse estriba en un dato pretendidamente banal: la frase fue pronunciada en el pasado. La memoria la trae al presente, pero retorna desilachada debido a que la contextualización relativiza el enunciado. El tiempo y el espacio explican el fenómeno en tanto exoneran al autor de toda responsabilidad, tanto ética como política. La destinataria del epíteto ha sido quien eligió al candidato a la Presidencia: su autoridad es ahora ratificada, pues ha evidenciado que la ofensa de un subalterno no la alcanza. Su perdón mide la distancia que la separa del imprudente quien, tras el gesto de generosidad, no tiene más opción que el elogio y el vivaz panegírico de la Señora.

'Vamos a encender la economía', ha prometido Fernández. La idea de un país sumergido en la oscuridad por la acción del torpe remedo de liberalismo devenido en populismo criollo armado por Mauricio Macri en cuatro años de gestión, constituye una concepción inteligente, es decir, apta para resolver una cuestión nueva. En efecto, para opacar las sólidas acusaciones de corrupción de la era kirchnerista, nada más efectivo que prometer una resurrección económica rápida y enérgica, sostenida en principio en el voluntarismo servicial que calma expectativas populares y fomenta el espejismo esencial que prorroga la esperanza en un futuro mejor. Alberto sabe que, en el discurso peronista post-Perón, no queda margen para discurrir en torno a cuestiones programáticas. Todo se ha vuelto líquido, y el formato del mensaje es el único recurso que puede elegirse a criterio de volverlo eficaz. Es la hora de presentarse como un candidato sereno y reflexivo, con imprescindibles notas esporádicas de arrebatamiento y pérdida de la paciencia que tienen por objeto recordar al electorado que él es un candidato del peronismo. Después de algún exabrupto sabrá pedir disculpas: los desilusionados del macrismo siguen abominando del tono incendiario que conocieron en el pasado y aprendieron a repudiar.

'Alberto Fernandez no es peronista', ha dicho -en cuanto sitio se lo permitieron- el Secretario de Comercio de la última Administración cristinista. Quizás el vehemente funcionario, herido por la marginación a la que se lo condenó en las listas, pensó que golpeaba donde más dolía. Se trata, en rigor, de un error de evaluación: Guillermo Moreno daba demasiado el tipo peronista. En cambio, Alberto representa un peronismo de diseño, en el sentido de que exhibe parcialmente signos inéditos para lo que se entiende por candidato del PJ. Es un producto ajustado a la hipotética demanda del mercado electoral y la aparente naturalidad con que representa su papel confirma, de alguna manera, la pretendida descalificación moreniana y, al mismo tiempo, significa una astuta táctica de instalación del candidato. La hora actual parece ser la de la apoteosis del camino del centro; el tono gris, la definición ideológica eludida o, en último caso, chirle y anodina.

Desde la hora de su fundación, el peronismo evidenció una vocación sin altibajos por acceder y retener poder. En la tarea emprendida, disfruta de los atribuciones derivadas de su ejercicio práctico, y aún en medio de un ambiente relativamente hostil a los derechos individuales que el mismo Movimiento suele generar para sostenerse; no disimula el goce cuasi-físico cuando el estado de autoridad lo embriaga. En el macrismo, por momentos, se escuchan los ecos de aquella sentencia sardónica que afirma que, para los radicales, el ejercicio del Poder es un tiempo de sufrimiento entre dos internas. Su misma base electoral mira con desconfianza a las grandes concentraciones y a la algarabía de las multitudes inflamadas de entusiasmo.

No tardan en oírse voces que advierten sobre el 'lamentable espectáculo fascista', y ponen en guardia a sus adláteres ante la inminencia de una etapa 'que supone un riesgo para las garantías constitucionales'. El Presidente Macri, quien alguna vez fue candidato del Partido Justicialista a la intendencia de la Ciudad de Buenos Aires, ha realizado algún esfuerzo por abandonar la reticencia de su Alianza a consentir los rituales del populismo pero, en cuatro años, no ha logrado demasiado en el camino emprendido con escasa vehemencia. El peronismo, que saca ventaja de la situación, se ha llamado a la autolimitación de sus caracteres históricos en cuanto a sus ceremonias públicas, como a la verbalización de sus consignas. Su objetivo inmediato es garantizar al electorado que hace menos de dos años confirmó en las legislativas el rumbo del oficialismo y hoy sufre el síndrome del desencanto, que Fernández-Fernandez han capitalizado los pecados del pretérito reciente, y dejado a un lado las liturgias que la burguesía abomina.


Fragilidad de la razón macrista
 
En el mes de abril del año pasado, patéticas criaturas del averno se abalanzaron sobre el Gobierno Nacional y hendieron sus blandas carnes con discepoliana saña feroz: a) una sequía, la más desoladora en los últimos setenta años, redujo los ingresos de la caja estatal a la mitad histórica común en tiempos apacibles; b) la oferta de dólares baratos que venía contendiendo los indicadores de inflación también produjo un quebranto de US$ 8.500 millones en el balance por turismo y, c) la decisión de la enigmática Reserva Federal estadounidense de aumentar levemente la tasa de retribución de los bonos del Tesoro desató una fuga en tropel de los capitales golondrinas de varias plazas emergentes, con Buenos Aires en el podio. En mayo, una corrida contra el todavía enclenque peso nacional pulverizó el sueño precoz de una inflación anual inferior al año anterior. En poco más de seis meses, la idea consolidada de Macri hasta el 2023 entraba en discusión. El peronismo olió sangre, y recuperó fuerzas para lanzarse a la cacería: todo lo demás, lo harían los desafortunados consejos de una corte que no atinó con la receta adecuada, se enredó en vacilaciones dilatorias y cedió recientemente a la presión de oscuro origen que le impuso a un peronista como candidato a la vicepresidencia del país.

Mauricio Macri, dispuesto a aceptar el duelo al que lo desafía su adversario, pone sobre la mesa tres razones, a las que considera armas infalibles para dirimir la cuestión:

1. Obra pública
2. Lucha contra la corrupción administrativa
3. Trasparencia republicana y calidad institucional
 
El agravamiento de la situación económica ha venido opacando el brillo de estos tres resultados exhibibles. La caída de poder adquisitivo de los sectores bajos y medios de ingresos fijos ha provocado un desvío de la atención y valoración de las áreas de gestión en las que el Presidente puede esperar reconocimiento. En particular, el núcleo duro del cristinismo/peronismo no se ha resentido ostensiblemente tras las denuncias de corrupción corroboradas por la administración de justicia. La idea dominante en vastos sectores de la población, y que reza que todo gobierno es corrupto -lo que equivale a la afirmación ilustrada de que la corrupción argentina es estructural- termina por relativizar el costo político de la andanada de denuncias disparadas en torno a la Administración concluída en 2015. No obstante los esfuerzos realizados últimamente en torno de desvalorizar la aplicación de la sentencia clintoniana que cerrara una discusión con la cínica afirmación 'Es la economía, estúpido', todo parece insinuar la lozanía del veredicto frente a los comicios de nuestro menesteroso 2019.

Es imaginable que, en las antesalas del palacio cambiemita, rasputines vernáculos susurren en el oído agobiado del Presidente de la Nación la peregrina idea de que la calidad institucional y la pulcritud republicana pueden ser valiosos argumentos para sumar apoyos febriles. En realidad, una porción no decisiva del electorado asigna prioridad a los meritorios logros: ni en las bases pauperizadas de la sociedad, ni en el exitismo invariable de las capas medias, se asigna relevancia trascendental a un salto de calidad indiscutible en el área señalada.

Alberto Fernández se reconoce a sí mismo como un consumado conciliador. Como tal, sabe rescatar del pasado todo aquello que sume a la tarea emprendida, y desechar sin culpas ni reproches irritantes aquello que se interponga ante el objetivo de que el peronismo (o una porción determinada de sus inasibles vertientes) recupere el poder el próximo 10 de diciembre.

No lo atormentan ni la endeblez de su voluntarismo insostenible, ni la pobreza de su contraoferta programática, reducida ésta a las promesas en torno del fomento del consumo interno y de la recuperación de la industria de las pequeñas y medianas empresas.

Sabe Fernández que no necesita complejizar el discurso.

Debe torpedear apenas por debajo de la línea de flotación de la vacilante nave del oficialismo.

De triunfar en las elecciones, sonreirá satisfecho. Pero su talento, aunque modesto, le alcanza para saber y no compartir una íntima creencia.

El trabajo duro lo habrá hecho Macri.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.