INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

Turquía: el sueño expansionista de Recep Tayyip Erdogan

Hacia 2008, el geopolítico británico de moda, George Friedman (ex presidente de la firma...

22 de Diciembre de 2016

A mediados de 2008, el geopolítico británico de moda, George Friedman (ex presidente de la firma privada STRATFOR, especializada en temáticas de inteligencia) ensayaba la siguiente descripción para la República de Turquía

'(...) Hacia el siglo XVI, Turquía era la potencia que ejercía supremacía sobre el Mediterráneo, controlando no solamente el Norte de Africa y el Levante, sino también el sudeste de Europa, el Cáucaso y la Península Arábiga. En el orden doméstico, Turquía es una sociedad compleja, con un gobierno secular protegido constitucionalmente por las fuerzas armadas y un creciente movimiento islamista. Lejos se está de asegurar qué tipo de gobierno podría terminar en control del país. Pero, al tomarse nota del desbarajuste acusado por la invasión estadounidense de Irak en 2003, y al considerarse qué país debería ser tomado en serio en la región, parece obvio que ese país es Turquía -aliado de los Estados Unidos y potencia económica más importante de la región'.

Erdogan, TurquíaEl extracto, desde luego, pertenece a 'The Next 100 Years' ('Los Próximos 100 Años'). En ese mismo trabajo, Friedman prevé que, en las próximas décadas, Turquía buscaría ampliar su esfera de influencia hasta abarcar porciones de Africa del Norte (Egipto, Libia), proyectándola incluso hacia Irak, Siria, Arabia Saudita, Jordania, Yemén u Omán. Lo interesante es que al ex (CIO) Chief Intelligence Officer de STRATFOR no le fue necesario computar la influencia de Recep Tayyip Erdogan (actual presidente turco) a la hora de presentar sus proyecciones; Friedman partió de un análisis estrictamente proactivo, no lineal, para configurar un panorama predictivo que ilustrase la dinámica natural o evolución futura de la nación bajo análisis. A la postre, el jefe de Estado turco y líder del partido oficialista AKP (Partido por la Justicia y el Desarrollo, Adalet ve Kalkınma Partisi) ha sido el personaje quien encarnara a la perfección aquella prognosis.

Erdogan -especialmente a partir del pretendido golpe de Estado del que su Administración saliera airosa en julio pasado- ha comenzado a imprimir a su gestión un sello cada vez menos secular y más pro-islamista. Desde cualquier punto de vista pragmático-operativo, su gobierno representa una suerte de sueño húmedo para autócratas, aunque con cierto criterio: el fallido golpe (algunos dudan de que el propio presidente no haya sido el ideólogo de la maniobra, para luego encargarse él mismo de asfixiarla) catapultó la popularidad de Erdogan, y ello le valió el contar con un aceitado sistema de contrapesos que lo catapultó como actor central en su país. Presidente, juez, policía y jurado, Recep Tayyip Erdogan supo aprovecharse de la indiferencia regional de la Administración del presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, para avanzar con un ambicioso programa expansionista -el que juiciosamente anticipara Friedman.

Así las cosas, el presidente turco no solo ha ajustado su discurso y retórica para hacerla coincidir con la identidad musulmana de porciones mayoritarias de la ciudadanía en su país. A lo largo de los últimos meses, ha puesto en marcha una purga de alcance exponencial, que involucró la eyección o abierta puesta en prisión de académicos y profesores universitarios, altos mandos militares, magistrados, periodistas, escritores y ciudadanos de a pie. En el terreno operacional, se comprobó una participación más activa de los servicios de inteligencia de las fuerzas de policía al momento de monitorear cualquier actividad u opinión contraria al gobierno. En ocasión del golpe, Erdogan tampoco ha dudado en ordenar la interrupción del servicio del Internet, a criterio de que reporteros y sociedad vieran obstaculizado su acceso a redes sociales (Facebook, Twitter, Whatsapp) -infaltables herramientas del tipo Open Source que suelen emplearse para evaluar, siempre bajo porcentajes de credibilidad, qué está sucediendo realmente en un escenario dado.

Adicionalmente, el hombre fuerte de Turquía es un jugador escurridizo en la arena geopolítica, cuyo contexto aprovecha para consolidar su imagen doméstica. Ha explotado la condición geoestratégica de Turquía de puerta de Eurasia para imponer su propio criterio a la hora de administrar los activos de la OTAN en su territorio: retaceando su cooperación con la Alianza Atlántica en la campaña versus ISIS (Erdogan recurre a la carta militar para atacar a la población kurda por aire y tierra), e interviniendo con sus fuerzas armadas en la guerra civil siria (nuevamente, para robustecer la proyección protoimperial de Ankara). Incluso ciertos azarosos subcapítulos juegan -para infortunio de Washington- a favor del mandatario turco: Erdogan ha sacado partido del reciente homicidio del Embajador ruso Karlov (cuyos entretelones probablemente jamás se conocerán, conforme el perpetrador fue ejecutado por la policía) con miras a edulcorar sus relaciones con Moscú y a fortalecer su frente interno -acusando por el hecho a partidarios del clérigo exiliado Fethullah Gülen. En el ínterim, casi podría decirse que la sagacidad de Recep Erdogan no admite paralelo: incluso Volodya Putin podría tomar a bien las lecciones compartidas por Ankara. Mientras Moscú no parece hallar salida al estrangulamiento geopolítico al que la OTAN busca someterla y se ha involucrado en una costosísima empresa en Ucrania Oriental, el presidente turco se muestra siempre un paso adelante, interviniendo en Siria y desempeñando un rol crítico en la eventual reconfiguración de Irak, aniquilando a sus enemigos kurdos -en ocasiones, consensuando operaciones clandestinas con elementos del Estado Islámico y blanqueando en los mercados el crudo extraído por la organización terrorista-, y tanto más.

Subapartados más nebulosos habrán de referirse al empleo, por parte de Erdogan, de heterogéneos servomecanismos de contrainteligencia de los cuales -en opinión de no pocos entendidos- no sería sensato soslayar la manufactura de autoatentados que rematan con víctimas de nacionalidad turca. Para no referirse a la incómoda cuestión (de acuerdo a informes) que versa sobre los laboratios turcos que procesan opio transportado por ISIS, que luego llega como heroína a Europa. O, cuándo no, al nunca informado goteo de refugiados ejecutado por Ankara, como poco sutil esquema de negociación con los atribulados dignatarios de la Unión Europea. Todo ello, claro está, en aras del bien superior, en razón de que la geopolítica no suele tolerar elucubraciones respaldadas por la ética o la deontología. En idéntico tren de pensamiento, habrá de concluírse que el Estado turco (en la personificación de un audaz Erdogan) sanciona y amedrenta con la proyección de una agenda nacional más allá de las propias fronteras, buscando apuntalar un escenario de fait accompli al que luego la comunidad internacional -allí donde los Estados Unidos de América han resignado liderazgo- habrá de acostumbrarse, tomando por realidad inmodificable.

A la postre, la Variante Turca amerita ser monitoreada de cerca, no solo a los efectos de evaluar las derivaciones geoestratégicas que retorne, sino también como sistema-modelo de gobierno que líderes en distintas latitudes acaso se vean tentados de emular: Turquía es hoy una autocracia regenteada por un caudillo audaz en control de unas poderosas fuerzas armadas. Se trata de una nación cuyo liderato no ha dudado en llevar a la práctica sus ventajas geoestratégicas y que ha reprimido, con un índice comprobable de éxito, el disenso ciudadano incluso en su formato cibernético. Como tal, Turquía es un desafío para todo análisis internacional.


* De próxima publicación: Corrupción en Malta; el Partido Laborista local y el dinero del Coronel Khadafy

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.