ESTADOS UNIDOS: PHILIP GIRALDI

Trump necesita buenos consejeros

En mucho me agradaría ver que la Casa Blanca se remita a una suerte de política exterior al estilo...

16 de Noviembre de 2016

En mucho me agradaría ver que la Casa Blanca se remita a una suerte de política exterior al estilo de George Marshall, en la cual Estados Unidos utilice su vasto poder con sabiduría antes que de forma punitiva. Conforme Donald Trump sabe muy poco de las cosas que hacen que el mundo gire, los funcionarios senior y los secretarios del gabinete desempeñarán un rol clave a la hora de dar forma y ejecutar la política exterior. Uno desearía ver a personas como Jim Webb, Chas Freeman, Andrew Bacevich, o incluso al propio Daniel Larison (de The American Conservative) en puestos clave del gobierno, dado que uno podría, a la postre, respaldarse en sus cautelosos criterios y natural restricción para guiar al barco del Estado. Pero, infortunadamente, es improbable que esto suceda.

En lugar de ello -y de acuerdo con algunos comentarios-, muy probablemente habremos de contar con Newt Gingrich, Chris Christie, Rudy Giuliani, John Bolton, Sarah Palin, José Rodríguez, Michael Ledeen, y Michael Flynn. Bolton, que está siendo etiquetado como probable Secretario de Estado, sería un horrendo show de horror unipersonal, emulando los mejores tiempos de Condi Rice y Madeleine Albright. Hay allí algunas luminarias, mayormente neoconservadores, que se ponen en fila para ocupar puestos de reparto, résumés en mano. A los efectos de estar seguros, no veremos allí a los Kagan, a Eliot Cohen, a Eric Edelman, ni a Michael Hayden, que abandonaron a Hillary de manera dramática, pero quedan otros tantos que están puliendo sus credenciales y esperan formar parte. Están dispuestos a regresar al poder y a recuperar los estipendios que vienen con las altas posiciones, de tal suerte que ahora declaman ser lo suficientemente adaptables para trabajar con alguien a quien alguna vez calificaron como inepto para ser presidente.

GingrichSe ha informado que socios del think tank estadounidense -conservador- The Heritage Foundation han recibido la tarea de buscar candidatos aptos de la seguridad nacional, para formar parte del equipo de transición. Un candidato para dirigir la CIA es José Rodríguez, quien, bajo W, encabezó el programa de torturas de la agencia. Otro ex oficial de la CIA que se muestra como una figura particularmente polarizante -y que, en apariencia, está siendo considerada para altos puestos- es Clare López, quien ha afirmado que la Casa Blanca de Barack Obama fue infiltrada por la Hermandad Musulmana. López es estimada por el equipo Trump como 'una de las líderes intelectuales con las que contamos para combatir al Islam radical'. Ella se ha visto asociada por largo tiempo con el Center for Security Policy, dirigido por Frank Gaffney, un fanático de línea dura que entiende que Saddam Hussein se vio involucrado tanto en el ataque contra el World Trade Center de 1993 como en el atentado del edificio federal de Oklahoma City, que la agrupación Ciudadanos Estadounidenses por la Reforma Impositiva (Americans for Tax Reform) cuenta con un agente secreto de la Hermandad Musulmana (refiriéndose a Grover Norquist), que el General David Petraeus se ha 'entregado a la Sharia', y que el logo de la Agencia de Defensa Misilística de Estados Unidos (U.S. Missile Defense Agency) revela 'la sumisión oficial de los EE.UU. al Islam', porque 'se muestra ominosamente reflejando una mutación de la luna creciente y estrella islamistas'.

Pero, si Rodríguez, López y otros como ellos pueden ser descartados o mantenidos en algún closet en alguna parte, entonces tengamos esperanza por lo mejor. Si Trump designa funcionarios senior competentes, podrían -en efecto- llevar a cabo una seria revisión de lo que Estados Unidos hace alrededor del mundo. Tal examen sería apropiado, dado que Trump ha prometido, medianamente, conmover el escenario. El presidente electo ha expresado que abandonaría la política oficial de intervención humanitaria tan amada por el presidente Obama y sus consejeros, y ha señlado que no buscará un cambio de régimen en Siria. También buscará una détente con Rusia, lo cual representa un cambio de importancia frente a la política exterior recurrentemente confrontativa de los pasados ocho años.

Donald Trump rechaza el dotar de armamento a rebeldes en Siria, porque sabemos poco sobre con quiénes estamos tratando y, cada vez con mayor periodicidad, descubrimos que no podemos controlar los resultados de esa relación. Trump se ha pronunciado contra la asistencia al extranjero por principios, particularmente a naciones como Paquistán -en donde Estados Unidos es fuertemente criticado. Todos estos son pasos positivos, y la nueva Administración debería mostrarse alentada en proceder con ellos. La Casa Blanca también podría considerar la salida de los EE.UU. de Afganistán a partir de algo parecido a la paz negociada en París que terminó con Vietnam. Quince años de conflicto sin un final previsible: Afganistán es una guerra que no puede ganarse.

Amén de un sinnúmero de temas importantes que sería fácil identificar, la política exterior de Trump es, conforme se ha admitido, algo esquemática, y él no siempre ha sido coherente a la hora de explicarla. Trump ha sido castigado, de forma suficiente, por exhibir una mentalidad simplista al referir que 'bombardearía al diablo a ISIS', y que está dispuesto a enviar a 30 mil soldados -si es necesario- para destruir al grupo terrorista, pero también la ha emprendido contra el establishment de los Republicanos -al condenar el presidente electo la invasión de Irak por parte de George W. Bush. Trump ha señalado más de una vez que no está interesado en ser el policía del mundo, y tampoco un protagonista en las nuevas guerras de Oriente Medio. Repetidamente, ha dicho que respalda a la OTAN, pero no como un instrumento romo diseñado para irritar a Rusia. Trabajaría con Putin para lidiar con preocupaciones respecto de Siria y la Europa Oriental. Exigiría que las naciones de la OTAN inviertan más en su propia defensa y que, además, ayuden a financiar la manutención de las bases estadounidenses allí -sobre las cuales muchos dicen que esa permanencia carece ya de sentido.

La controvertida arenga de Trump para poner fin a toda inmigración musulmana ha sido correctamente condenada, pero él se ha ocupado, de alguna manera, de morigerar esa postura, para poner el foco en turistas e inmigrantes provenientes de países que se han visto sustancialmente radicalizados, o de sitios en donde el sentimiento antiestadounidense es fuerte. Y los reclamos para repasar las fojas de ciertos potenciales visitantes o residentes no es irracional, en vistas de que el proceso actual para impedir la llegada de personas a EE.UU. está lejos de ser transparente y, en apariencia, no es muy efectivo.

Más allá de las pláticas, la Administración Obama no ha sido mayormente dialoguista de cara a lo que hubiese hecho para solucionar el proceso inmigratorio en su conjunto, pero Trump ha prometido poner en primer lugar a la seguridad nacional y a la seguridad fronteriza. Si Trump necesitara buen consejo sobre el particular, en efecto reforzaría la seguridad de fronteras, moviéndose gradualmente hacia la repatriación de inmigrantes ilegales, pero también echaría una mirada a los procedimientos investigativos utilizados para examinar los antecedentes e intenciones de refugiados y buscadores de asilo que llegan aquí a través de otros programas de relocalización. Estados Unidos tiene la obligación de ayudar a refugiados genuinos de naciones que han sido reducidas a escombros a partir de las intervenciones militares de Washington, pero también tiene el deber de saber con precisión a quiénes permite el ingreso.

De igual manera, Trump es crítico del acuerdo nuclear con Irán y de los pasos seguidos para normalizar las relaciones con Cuba -dos de los éxitos más notables en la política exterior de la Administración Obama. Cualquier cambio en estos temas tendría un impacto relativamente menor en los Estados Unidos, pero el acuerdo nuclear con Teherán es importante, conforme ha impedido una eventual proliferación de parte de ese país, que probablemente hubiese dado lugar a una carrera nuclear en Oriente Medio. Trump ha calificado de 'horrendo' al convenio porque detuvo una capitulación total de Teherán, y ha pedido 'renegociarlo', lo cual podría ser imposible, dado que el pacto cuenta con otros cinco signatarios. Irán, en cualquier caso, podría rehusarse a realizar futuras concesiones, particularmente debido a que no estaría preparado para contar con reaseguros -dudando de que Washington pueda cumplir con cualquier tipo de convenios.

La Casa Blanca podría, sin embargo, modificar de facto el acuerdo, imponiendo nuevas sanciones contra Irán y aplicando presión sobre bancos e instituciones crediticias iraníes, echando mano de la influencia de Washington sobre los mercados financieros internacionales. Si se aplicase la presión suficiente, Irán entonces podría afirmar -con razón- que Estados Unidos ha fallado al momento de cumplir con el acuerdo y retirarse de él, probablemente llevando a un programa acelerado de armas nucleares -justificado en la base de la autodefensa. Es, precisamente, el resultado que muchos referentes de línea dura tanto en Washington como en Irán gustarían de ver, dado que conduciría a una respuesta cruda de la Casa Blanca, y poniendo fin a cualquier acuerdo sobre no-proliferación.

Alguien ha intentado convencer a Trump de que el convenio con Irán es bueno para todos los involucrados, incluyendo a Israel y a los Estados Unidos. Aún cuando es improbable que tal comentario haya provenido del actual grupo de consejeros -declaradamente antiiraníes-, un buen argumento podría respaldarse en lo que Trump en persona ha estado promoviendo vis-à-vis Siria, subrayando que ISIS es el verdadero enemigo de EE.UU. y que Irán es un socio importante en la coalición que combate activamente al grupo terrorista. Como en el caso de Rusia, tiene sentido cooperar con Irán si está en el propio interés estadounidense, y es deseable prolongar el proceso, demorando cualquier posible decisión iraní de hacerse de capacidad nuclear. La alternativa de trabajar con Irán volvería menos paranoico al liderazgo de ese país, y reduciría las motivaciones para adquirir un arma nuclear -argumento análogo a las observaciones de Trump relativas al modo de tratar con Rusia.

Pero todo se reduce al tipo de análisis 'experto' que Trump obtenga. El presidente electo es ampliamente ignorante sobre el mundo y sus líderes, de forma tal que debe reposar en un mix de consejeros de política exterior. El Teniente General Michael Flynn, ex director de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA), se muestra como el más prominente de aquéllos. Flynn está vinculado al hiperneoconservador Michael Ledeen, y ambos son furiosos antiiraníes, siendo que Flynn sugiere que casi la totalidad del caos social en Oriente Medio debería ser regresado a la puerta de la casa de Irán. Ledeen es, por cierto, un prominente defensor de Israel que ha tenido a Irán mucho tiempo en la mira. La solución de éstos para el problema de Irán sería, sin lugar a dudas, el empleo de la fuerza militar contra la República Islámica. Considerando lo que estea en juego en términos de otra guerra en Oriente Medio y una posible proliferación nuclear, es esencial que Donald Trump cuente con algunas miradas alternativas.

Existen otras áreas de la política exterior en donde Trump invariablemente recibirá consejos incorrectos, y se beneficiaría de una visión más amplia. El ha dicho que sería un negociador imparcial entre israelíes y palestinos, pero también ha declarado que es fuertemente pro-Israel y que mudaría la embajada de los Estados Unidos a Jerusalén -lo cual es una mala idea y no es parte de los intereses estadounidenses, aún cuando ello agradaría a Benjamin Netanyahu. Tal idea daría lugar a un serio tiro por la culata desde el mundo árabe, e inspiraría una nueva oleada de terrorismo dirigido contra los Estados Unidos. Alguien debería explicarle al Señor Trump que existen consecuencias reales detrás de las promesas compartidas en la brumosa y cáustica campaña electoral.

La política de Trump respecto de Asia, mientras tanto, consiste -en general- de posiciones informes y reaccionarias que se verían beneficiadas de contar con algo de aire fresco originado en ideas alternativas. Sobre el este de Asia, Trump ha dicho que alentaría a que Japón y Corea del Sur tengan sus propios programas de armas nucleares para disuadir a Corea del Norte. Esta es una muy mala idea, y una pesadilla en materia de proliferación, pero Trump evidentemente se alejó de esa postura en ocasión de un reciente llamado telefónico a la presidente de Corea del Sur. Trump incluso preferiría que China intervenga en Corea del Norte y fuerce a Kim Jong Un a 'renunciar'. Pondría presión sobre China para que evite seguir devaluando su moneda, porque ello 'nos hace perder miles de millones de dólares' e incluso potenciaría la presencia militar americana en la región, para limitar la expansión de Pekín en el Mar del Sur de China.

Uno conserva la esperanza de que Donald Trump y su equipo de transición sean una tribuna de buenos oyentes en los próximos sesenta días. Las posturas exhibidas en medio de una recalentada campaña electoral no se adecuan a la política pública, y deberían ser tomadas en cuenta con una mirada de considerable escepticismo. La política exterior estadounidense -y, por extensión, los intereses de los EE.UU.- han sufrido durante dieciséis años bajo el comando de los grupos establishment-céntricos que supieron imponerse en las Administraciones Bush y Obama. Es hora de contar con el aire fresco que sobreviene junto a nuevos consejos.


Artículo original en inglés, en http://www.theamericanconservative.com/articles/trump-needs-good-advice/ | Traducido y republicado con permiso del autor y de The American Conservative magazine (Estados Unidos)


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.