POLITICA: PABLO PORTALUPPI

Cien años de desastres

Recientemente, la prensa mundial (The New York Times, The Wall Street Journal, The Economist) se ha ocupado de la situación económica argentina...

18 de Febrero de 2014
Recientemente, la prensa mundial (The New York Times, The Wall Street Journal, The Economist) se ha ocupado de la situación económica argentina, y no precisamente en buenos términos. Probablemente, en una buena porción de nuestra sociedad, estas 'intromisiones' sean interpretadas como diabólicas: '¿Por qué tienen que meterse con nosotros?', se preguntan algunos. Aflora, en esta percepción, ese nacionalismo tan chabacano, acaso una de las grandes causas del desastre argentino que registra ya casi un centenar de años. Este pretendido orgullo nacional nos llevó a creer durante mucho tiempo que la Argentina era 'el mejor país del mundo'. Valga como ejemplo el fútbol, conforme nos aproximamos a una nueva edición del Mundial FIFA: la Selección Argentina recién se hizo del trofeo en 1978, es decir, 48 años después de la primera edición en Uruguay, en 1930. No obstante ello, el país se subió a la categoría de 'campeón moral'. El fútbol sirve como parábola.
 
Los artículos de los medios citados al inicio del párrafo anterior ponen el foco en la gestión de Cristina Kirchner y su difunto esposo, pero The Economist apeló en su más reciente edición, fotografía de Leonel Messi mediante, que las naciones del globo deben tomar en cuenta el mal ejemplo de la Argentina. La revista británica ha logrado colocarnos frente a un espejo. O, al menos, ese fue el efecto logrado. 
 
Hay un hecho incontrastable: la Argentina era, hasta comienzos del siglo pasado, uno de los cinco países más desarrollados del globo. Cien años después, apenas es una nación del montón. La verdadera tragedia es la misma de siempre, a sabiendas de la riqueza en materia de recursos. El problema -en opinión de otros- es que esos recursos no compatibilizan con la argentinidad: nos invade un endeble sentimiento nacionalista en tiempos de Mundial y, luego, el país nos importa un bledo. Hemos tolerado, durante los últimos años, un sinnúmero de golpes de Estado. Asistimos con complacencia a la caída de gobiernos (caso Alfonsín y De la Ría) y creemos que el peronismo en sus mas extrañas vertientes (Massa, ¿es peronista?) nos salvará. Nos hemos convencido de que los grandes males de la República son confeccionados desde 'afuera', especialmente desde los Estados Unidos de América. Nadie podría negar alguna cuota de influencia por parte del Norte en la realidad política nacional pero, de ahí a creer que cinco individuos se ponen de acuerdo en una obscura oficina para conspirar contra la Argentina se emparenta, lisa y llanamente, con nuestros aires de superioridad. Y lo cierto es que no se trata de creérnosla: se trata de creer en nosotros como nación.
 
La corriente privatista y la injerencia del FMI en las políticas internas, no ocurrió solo aquí, sino también en otras regiones de Latinoamérica. Pero Brasil no sufrió un 2001, como asi tampoco le sucedió a México, y mucho menos a Uruguay y Chile. Estos países no privatizaron en su totalidad las empresas petroleras de bandera nacional. En cambio, la Argentina sí lo hizo. Es fácil repetir 'Menem lo hizo', pero el riojano ejecutó ese plan con la anuencia de la ciudadanía toda: el mencionado ex presidente gobernó durante diez años. La corrupción del menemismo no dio inicio en 1996, sino mucho antes. Con todo, Menem fue reelecto en 1995 porque la economía funcionaba de manera aceptable, aunque luego debimos notificarnos de lo contrario. 
 
Tal vez sea hora de preguntarse por que permitimos que Uriburu echara a puntapiés Hipólito Yrigoyen de la Casa Rosada en 1930, inaugurando la seguidillas de golpes. O por qué hemos tolerado el fraude electoral en la década del 30. O por qué miramos para otro lado cuando Juan Domingo Perón encarcelaba a opositores y clausuraba diarios. Lo propio podría decirse del bombardeo a Plaza de Mayo en 1955, que terminara dando muerte a centenares de personas. ¿Cómo y por qué toleramos a Onganía durante cuatro años? ¿Cómo aceptamos convivir con la infame década de 1970, con sus asesinatos, ataques terroristas, el regreso de Perón, y Héctor Cámpora gobernando apenas 49 dias, pero 49 dias 'inolvidables', con amnistía para guerrilleros, la masacre de Ezeiza, fábricas y universidades tomadas. Una década que luego tuvo al Rodrigazo como nefasta experiencia económica. Toleramos el salvaje asesinato de Rucci, de Aramburu, del Padre Mugica, entre varios muchos. Tampoco nos importaría luego que la inútil Isabel -una 'artista de variedades'- quedase como Presidente de la Nación. Celebramos el golpe de 1976.
 
Así, acompañados por la complacencia, arribamos al presente. Con los Kirchner en el poder durante más de diez años ya. Santificamos el avasallamiento contra las instituciones, el escrache bajo metodología nazi-fascista de empresarios y periodistas, desoyendo los fallos de la Corte Suprema que no 'convienen', repitiendo como loros aquello de las 'conspiraciones mundiales' contra la Argentina. Y esto no inició en 2011, cuando Cristina fue reelecta con el 54% de los votos. La votamos cuando esto ya sucedía. Bill Clinton lo definiría con precisión: "Es la economía, estúpido". Hoy, el gobierno cotiza a la baja, y la economía se ha estancado. Recién ahora, los temas importantes nos vuelven a interesar.
 
El problema no tiene que ver con Cristina Kirchner o con Jorge Capitanich: somos nosotros. La sociedad en su conjunto -con los analistas políticos siempre haciendo de las suyas y contrayendo nupcias con la 'esperanza blanca' de turno (llámense Scioli, Massa o Binner). Caemos en la fácil de creer que llegará algún Lavagna o un Redrado para rescatarnos. Rol que en alguna oportunidad se le adjudicó también al Papa Francisco. Cuando las cosas andan mejor, más corresponde 'meter el dedo en la llaga'. De otro modo, continuaremos comprando problemas a futuro. Precisamente, lo que venimos haciendo desde hace cien años.
 
Hace unos pocos años, el periodista Ernesto Tenembaum completó una publicación, intitulada "¿Qué les pasó?", en referencia a Néstor y Cristina Kirchner. Acaso sea hora de cambiar la pregunta, para redigirla hacia nosotros: ¿Qué nos pasó?. Mientras no nos la respondamos, seguiremos siendo criaturas condenadas a naufragar en medio de otro siglo de desastres.
 
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.