POLITICA: MATIAS E. RUIZ

Gobernantes y gobernados: el juego de los sordos

"Los votantes olvidan rápidamente cualquier cosa que uno diga" (Richard Nixon, ex presidente estadounidense)

23 de Junio de 2013

A lo largo de los ruidosos cacerolazos del 13S, el 8N y el 18A, millones de argentinos tomaron las calles para -amén de corporizar un voluminoso compendio de reclamos con irrenunciable trasfondo democrático- manifestarse contra el avance antirrepublicano del cristinismo y, fundamentalmente, Twitter, Matías E. Ruizexigir presos. Más allá de la nutrida concurrencia observada durante las protestas, imperaba algún dejo de apatía: era esperable que fiscales y magistrados de jurisdicción federal no salieran presurosos a tomar en sus propias manos los reclamos sociales por mayor transparencia y procesar a altos dignatarios del Gobierno Nacional involucrados en grotescos capítulos de corrupción. No obstante, sí cabía la esperanza frente a la posibilidad de que el espacio político de oposición lograra hacerse eco del grito ciudadano y consolide su agenda, a criterio de responder positivamente a las demandas callejeras.

Ahora, pocas horas después de clausurado el armado de las listas de los respectivos espacios partidarios de cara a las primarias obligatorias y a los comicios generales que sobrevendrán en octubre, no será difícil concluir que los opositores han salido eyectados en dirección contraria a lo exigido por la sociedad. Daniel Osvaldo Scioli y Sergio Massa -solo para citar a dos de los hombres más buscados por la prensa en las últimas semanas- huyeron despavoridos ante cualquier prerrogativa que pudiese depositarlos en el andarivel del discurso duro contra la viciada Administración Kirchner. Quizás Francisco De Narváez cuadraba un poco mejor con la fraseología anticorrupción que más elusiva tornóse para la opinión pública en el escaso supermercado preelectoral; sin embargo, el tradicional apego del empresario por las luminarias y el estrellato terminó alejándolo de cualquier acuerdo siquiera plausible de capitalizar el grito cacerolero.

Por sobre todo, ha vuelto a imperar el "pragmatismo", herrumbrada y a estas alturas recalcitrante conceptuación de la que suelen echar mano los politiqueros carentes de oídos, códigos y compromiso de cara al creciente canturreo del expoliado votante, cada vez más reticente a seguir abonando los abultados salarios y buen pasar de los primeros. En lo que al alcalde de Tigre respecta (y que, conforme queda expuesto, ve hoy allanado su sendero hacia 2015), manos anónimas concluyeron que una "nueva política" podría ser diseñada desde el imperdonable reciclaje de figuras tales como el ultracristinista Darío Giustozzi (intendente de Almirante Brown), Felipe Solá, Alberto Fernández o el bueno de Ignacio de Mendiguren (Chief Technical Officer de la impresentable pesificación asimétrica duhaldista y conductor de la posterior sumisión empresaria al kirchnerismo).

El milagro massista que hoy sitúa a su conductor en el podio de la preferencia encuestológica, por ejemplo, no se construyó en base a declaraciones rimbombantes ni a partir de interminables caminatas en empobrecidas e ignotas geografías del país; en medio de tanta pobreza comunicacional, le bastó con un bien planificado silencio. Mientras que a pocos importarán realmente los logros cosechados por Massa en el municipio de Tigre, será irrefutable que el hombre se aproxima a la beatificación electoralista sin haber pronunciado palabra sobre los muertos y heridos de la tragedia de Once y Castelar, sobre el latrocinio de alcance bíblico perpetrado por los dignatarios de Balcarce 50 en perjuicio de las arcas del Estado, o frente a las desopilantes declaraciones de una enajenada presidente que ha logrado posicionar a la Argentina en lo más alto del escalafón global que entiende sobre las repúblicas bananeras. Es decir que los sufragantes del futuro cercano podrían -de manera lícita- deducir que no solo ha tolerado sino que ha celebrado aquellos tristes eventos. O bien cotejar que, si las expresiones de condena arribaran a destiempo, ello se daría simplemente porque existe cierta urgencia de cara a la proximidad de la fecha del voto. Peor todavía: Sergio Massa deberá remar contra el crescendo de una marea ciudadana que lo percibe como socio y colaboracionista de un régimen nefasto, cuyo elenco de altura solo persigue impunidad para después de 2015.

En cruda síntesis, la oposición se rasga las vestiduras para denunciar el programa de Cristina Kirchner de "ir por todo", pero esta actitud muere en la charada, siendo que aquélla obra en contrario. En su oportunidad, abundaron partidócratas con la intención de infiltrar las demostraciones de furia ciudadana, quizás percibiendo que era necesario amortiguar la percepción de que la política -y no solo el oficialismo- podrían terminar pagando el pato de la boda: pregonando las supuestas bondades de su diálogo de sordos, la dirigencia nacional arma y desarma solo para espolvorear edulcorante sobre una receta de recurrente status quo. Cambian para que, al final de la partida, nada cambie.

La muerte política preanunciada de las ensoñaciones sciolista y macrista -resultado devuelto por un esquizoide armado de listas- pasa a formar parte de consideraciones abstractas, de orden bastante más terrenal. Si de lo que se trata es de analizar el cuadro desde las alturas, habrá que poner el foco en que la dirigencia nacional no solo ha hecho de la sordera un poema épico puertas adentro, apartando al sentir ciudadano de un solo golpe; también está prestando oídos sordos al movimiento de furiosos indignados que, con flujo descendente, sobreviene desde Venezuela, abasteciéndose en numerosas ciudades brasileñas, plantando semillas en Paraguay y, próximamente, consolidando una cabecera de playa en la República Oriental del Uruguay de José Mujica. A medida que el calendario avanza y las crisis de credibilidad de cara a los subsistemas de gobierno se multiplican, la tentación de reproducir grandes movilizaciones se acrecienta. Para millones de gobernados en América Latina, se acerca la hora de la epopeya: es momento de devolver el golpe a los sistemas disfuncionales regenteados por sus gobernantes, y casi cualquier excusa es válida. Incluso Dilma Rousseff se vio sorprendida por el fenómeno; su reacción -inicialmente loable- terminó deshilvanándose en la mera expresión de deseos y la más cabal impotencia.

Ya sea que imperen la apatía, la somnolencia o el desasosiego, lo cierto es que poco interesa que, en la Argentina, la Administración haya invitado a que los ciudadanos se limiten a "vivir con lo nuestro". Existen mecánicas de objetivación regional a las que será imposible escapar. Baste decir que la política doméstica (aunque aún no se haya percatado) acelera rápidamente hacia ese cadalso; alcanza y sobra con contemplar los resultados: la desolación y el exterminio se encuentran a la vista.

 

Matías E. Ruiz