SOCIEDAD: POR MATIAS RUIZ PARA EL OJO DIGITAL

La realidad escandalosa del tránsito automotor en la Argentina

Nuestro país ya se ha apoderado del primer puesto a nivel mundial en lo que a víctimas mortales del tránsito vehicular se refiere. Como sucede con otros problemas conocidos del quehacer nacional, brillan por su ausencia las políticas educativas, así como también las medidas represivas adecuadas. Tampoco existe autoridad que haga cumplir las leyes de tránsito vigentes.

21 de Julio de 2010
No hace falta profundizar demasiado para llegar a la conclusión de que el tránsito automotor en la Argentina ha mutado en una verdadera pesadilla que cada año ve magnificada su vorágine de violencia. Las casi 10 mil personas que pierden la vida cada año en accidentes relacionados así lo prueba. Baste decir que uno de los orígenes casi asegurados para describir el problema es, sencillamente, la falta de educación y respeto por la vida humana. La absoluta falta de interés que los argentinos expresan para con el que está a su lado. Tal es la semilla de este flagelo, que por supuesto tiene estrecha relación con lo que sucede en muchos ámbitos del quehacer cotidiano en nuestro país. Sin llegar a lo mesiánico, corresponde comenzar el presente artículo describiendo el panorama que cualquier persona debe enfrentar cada vez que monta en su vehículo para dirigirse a su trabajo o hacia cualquier otro destino. El lector se sentirá por momentos identificado con las presentes lineas, y con suerte, llegará a la misma conclusión que nosotros. Ya se trate de taxistas, "motoqueros" -mensajeros y deliveries-, colectiveros y particulares, no nos queda otro camino que estar de acuerdo en un punto : todos somos responsables por nuestro mal comportamiento al comando de nuestro automóvil o nuestra motocicleta de alta o baja cilindrada. Para nombrar solo alguno de los "pecados" que cada grupo bien individualizado de conductor comete, podemos describir los siguientes : Los taxistas, conocidos por su detestable costumbre de monopolizar los carriles derechos de toda calle y avenida, sin importar que retrasen todo el tráfico que se encuentra detrás de ellos, se movilizan sin pasajero -y casi siempre- a menos de las velocidades mínimas permitidas, y ¿quién no ha sufrido la consecuencia de llevarse a un taxi por delante, en momentos en que aquel frena abruptamente para levantar un pasajero? El resultado es siempre el mismo : el taximetrero insultará a aquellos que le reclaman por esta actitud, como si la razón estuviera, inamoviblemente, de su parte. El panorama cambia para un conductor de taxi con pasaje : inmediatamente transforma su vehículo en un bólido sin control que aprovecha cada recoveco del tránsito para insertar su máquina. ¿Las luces de giro? Bien, gracias. ¿Hace falta mencionar los epítomes de su eterna batalla contra los colectiveros, a quienes gozan de "cabrear" -como dirían en España- sólo por deporte? Los clásicos enfrentamientos entre estas dos tribus del tránsito argentino casi siempre comienzan o bien porque el conductor del colectivo u ómnibus arroja su "overol" encima del taxista, o bien porque el taxista se empeña en disminuir su velocidad -adrede- para estorbar la llegada del colectivo a su zona de detención. Pero el taxista hace lo propio a la hora de verse "acosado" por los conductores de vehículos particulares : sin importar que ralenticen a una columna entera de automóviles que vienen tras de él, el taximetrero disminuirá su velocidad simplemente para molestar a otros. Es rara -más bien, excepcional- la actitud del conductor de taxi que se hace un lado para dar paso a quienes vienen conduciendo detrás de su automóvil de alquiler. Otra característica clásica del taxista es su actitud cobarde de, ante cualquier choque físico con otros conductores, utilizar su intercomunicador para convocar a otros taxistas que vendrán en su "auxilio" para apalear a sus rivales, en idéntico modus operandi utilizado por la Policía cuando un agente es abatido : sus colegas surgirán incluso desde debajo de la tierra para dar con el victimario. El colectivero merece un párrafo aparte, a la hora de describir situaciones que las lineas anteriores no han abarcado ya. Conocida es la connivencia entre colectiveros y autoridades para que estas últimas jamás les labren acta alguna, ya sea por cruzar luces en rojo o por llevarse por delante a otros automóviles. El resultado está a la vista : hoy, el colectivero es visto como un auténtico homicida en potencia por los ciudadanos de Buenos Aires. Llevarse peatones por delante y violar toda ley de tránsito habida y por haber es algo que no conlleva sentimiento alguno de culpa para el conductor de estas verdaderas máquinas infernales. Quien reside en nuestra querida ciudad sabe de memoria que no puede pretender prioridad de cruce -aún por las sendas peatonales- cuando del otro lado se encuentra un conductor de ómnibus. El motoquero es, también, uno de los personajes más odiados por peatones y conductores. Ellos están a la cabeza de la ruptura de las leyes de tránsito. No existe motoquero que no se pose sobre sendas peatonales, mientras espera que la luz cambie a verde. Hoy, la mayoría directamente avanza aún con el semáforo en rojo. Un úmero importante de víctimas del tránsito son -irónicamente- motoqueros, dado que un 90% de ellos ha "olvidado" el casco en casa y la ciudadanía debe pagar con sus impuestos el tratamiento en materia de conmociones cerebrales y demás. La pobreza mental de muchos de estos personajes los lleva a protestar vehementemente contra la autoridad cuando se los detiene por no llevar protección. Otro hábito -ya tristemente célebre- del motociclista porteño : violar todo límite de velocidad propuesto en áreas concurridas -micro o macrocentro- y, por supuesto, cruzarse de la otra mano -a pesar de la presencia de doble línea amarilla- para aventajar al tráfico que se sitúa por delante de él. Y llegamos finalmente al conductor particular, con su pésima costumbre de estacionar en doble fila en donde le venga en gana, como si el brillo del intermitente le garantizara ese derecho. El espejo retrovisor es siempre un elemento ornamental. Corresponde también mencionar que existen demasiados conductores particulares que, en soledad, utilizan su vehículo para dirigirse a su trabajo en el microcentro, saturando toda vía y estacionamiento disponible. Lo correcto para cualquier conductor particular sería, o bien compartir su vehículo, o bien estacionar lejos de su trabajo, a los efectos de ayudar a descomprimir el tráfico de las áreas más concurridas en horarios de 9 a 5. De poco serviría insistir sobre la cuestión de que la Policía Federal ya no se dedica a labrar multas ante faltas graves. Los policías federales destacados en puntos específicos de la ciudad cumplen servicios de vigilancia, por ende, sería por lo demás "inaudito" esperar de ellos que escriban boletas o que llamen la atención de los infractores. La conclusión es lógica : no existe autoridad que reprima las malas conductas de los conductores, sin importar a la tribu que pertenezcan en las arriba descriptas. El resultado no es otro que una absoluta desprotección. El desinterés por el prójimo -a nivel tránsito- se traduce en muerte. Y la Justicia aporta el peor de todos los vicios : la no represión del violador de las leyes de tránsito. Los mecanismos implantados por los sucesivos jefes de gobierno porteños siempre fueron claramente recaudatorios. Estas medidas, por sí solas, no contribuyen a orden alguno. Las grúas que levantan automóviles mal estacionados jamás dan abasto. Quien tiene dinero de sobra para hacer frente a las multas, lo hace y continúa conduciendo con impunidad y sin jamás hacerse cargo del daño que ha provocado. Una gran mayoría de los conductores de la Capital Federal -y de la Argentina- no solo ignoran sus obligaciones como tales, sino que tampoco saben conducir apropiadamente. Esto se ve todos los días y en cualquier horario. El sistema que provee las licencias de conducir es a todas luces "garantista". Los exámenes no son exhaustivos y los empleados municipales a cargo sólo quieren sacarse el problema de encima e irse a su casa. Precisamente, una de las tareas más nobles de la función pública debería ser el otorgamiento de licencias, pues estos individuos deberían reconsiderar el poder que tienen : deciden quién maneja en la ciudad y quién no está en condiciones de hacerlo. Indirectamente, estas personas son responsables por las vidas de millones de ciudadanos. Pero quienes se desempeñan en la Dirección General de Licencias -Av. Roca 5252- seguramente jamás han reflexionado sobre esto. De poco sirve retirar o suspender la licencia a un conductor, si luego nadie lo controlará, o si se le solicitará un soborno para dejar que continúe su camino. A este tipo de actitud e irresponsabilidad frente al tránsito sólo le corresponde una pena : la prisión efectiva. Quien haya residido en los Estados Unidos de América conoce de memoria la exigencia -por momentos intolerable- de los empleados de cualquier DMV -Department of Motor Vehicles, encargado del otorgamiento de licencias y permisos en cada ciudad-. El sistema europeo contempla un programa de puntos, en donde el conductor debe adquirir experiencia, desde el momento en que adquiere su primer registro, y normalmente no transcurren menos de dos años hasta que se le permite conducir vehículos de más de 1,6 litros de cilindrada. Paralelamente, las penas y castigos derivados del no cumplimiento de las leyes de tránsito son harto severas. Los conductores de la República Argentina no reparan en cuestiones sencillas, derivadas del sentido común : quien estaciona en los últimos cinco metros de una cuadra está cometiendo una falta terrible, pues interfiere con la visión de quien conduce por la intersección de esa calle. Normalmente, esto termina en un accidente pues el vehículo estacionado no permite ver quién viene por esa calle, y casi siempre tiene lugar una colisión lateral. No frenar en una esquina para comprobar el tráfico que viene por la otra calle es dejar la vida liberada al azar por unos pocos segundos. Cruzar una luz roja no es otra cosa que una suerte de intento de homicidio : de esta falta se deriva una porción importantísima de decesos. Pero la palabra "deceso" refiere a una necesidad estadística. El concepto a utilizarse debiera ser "muerte", que es claramente más abarcativo. Cada vez que muere un inocente, por responsabilidad de un mal conductor, no solo muere la víctima. Se van con él o ella sus sueños y esperanzas. Su familia queda destrozada. Una condena especial merecen los adolescentes tardíos que realizan "tunning" para sus vehículos. Estos traficantes de la muerte tras el volante no tienen otra intención que quebrar la ley en cada oportunidad posible, y su desprecio por la vida humana no tiene paralelo. A los efectos de ilustrar mejor el cuadro, recordemos las palabras del homicida Sebastián Cabello, quien se lamentaba por el estado de su Honda Civic preparado mientras a su lado languidecían y morían una madre y su pequeña hija. La justicia argentina decidió recluirlo por escasos años y su libertad está garantizada. Los corredores de "picadas" en áreas urbanas deberían ser privados de conducir de por vida, sin mediar palabra, y los talleres de tuneado de vehículos, clausurados de inmediato. Hay quienes han recomendado que, si es necesario eliminar a una persona, no es necesario utilizar un arma de fuego. Por el contrario, asesinar con un automóvil garantiza la rápida libertad. Los abogados penalistas argentinos siempre encontrarán la forma de convertir todo homicidio en culposo. Este es otro de los grandes aportes del derecho penal argentino. Nadie llora a las víctimas ni a sus familias. Ni las asociaciones de víctimas de tránsito -neutralizadas por su propio dolor- ni el timorato y politizado Juan Carr con su "red solidaria" contribuirán a la solución del problema. La política jamás resolverá cuestión alguna sobre este tema, pues está demasiado ocupada en contener el sistema de corrupción que tanto esfuerzo le llevó construir. Precisamente, el actual Jefe de Gobierno, Jorge Telerman, indirectamente reconoce que ni la inseguridad ni las víctimas del tránsito le interesan, pues jamás ha alzado la voz a la hora de pedir una policía propia para la Ciudad de Buenos Aires, que, en definitiva, será la encargada de adoptar el cumplimiento de los mecanismos represivos correspondientes. Tampoco se puede esperar mucho de nuestro actual Intendente. Los sistemas educativos -insertados en forma de educación obligatoria- más la remoción inmediata de los infractores del parque automotor, -ya sea suspensión de licencias o prisión efectiva mediante- evitarán que el reloj contador de víctimas mortales siga desplazándose a la velocidad actual. Pero, como se dice por allí, "la caridad empieza por uno mismo". Cualquiera que se encuentre al mando de un automóvil o motocicleta debería intentar llevar a cabo el siguiente ejercicio, al menos por un día : ceder el paso al resto de los conductores, respetar las velocidades mínimas y máximas y privilegiar el cruce del peatón. No acosar a otros conductores para hacerse por un lugar. No correr una carrera insensata por ocupar el único espacio disponible. Uno podría, incluso, hasta sorprenderse con los buenos resultados obtenidos de esta práctica tan poco habitual.
El Ojo Digital Sociedad