INTERNACIONALES: RICHARD M. REINSCH III

El 'Convoy de la Libertad' expone las carencias del universalismo progresista canadiense

Canada asiste a la tercera semana de la que fue calificada como una protesta de camioneros...

17 de Febrero de 2022

 

Canada asiste a la tercera semana de la que fue calificada como una protesta de camioneros, y que principalmente se centró en el centro de Ottawa -la capital-, en adyacencias del parlamento. El pasado fin de semana, las autoridades pusieron fin al bloqueo del tránsito que los conductores de camiones habían ejecutado en el Ambassador Bridge, que conecta a la provincia canadiense de Ontario con el estado americano de Michigan.

Marchas contra Justin Trudeau en todo Canada, Renuncia de TrudeauAhora, el primer ministro canadiense Justin Trudeau ha afirmado que su gobierno recurrirá a los instrumentos provistos por el Acta sobre Emergencias, para poner fin al 'Convoy de la Libertad' de los camioneros -o, al menos, eso espera lograr el funcionario.

Este esfuerzo involucra una convocatoria planteada a la esfera privada para que asista al gobierno en la remoción de vehículos, confiscar propiedades y cuentas de particulares sin mediar orden judicial alguna, y empleando la coerción estatal más allá de los canales formales que asisten al debido proceso. El concierto general, obviamente, evoluciona rápidamente; y podría volverse en contra de sus promotores -dependiendo de cómo se desarrollen los eventos.

Así las cosas, los legisladores canadienses crearon el Acta sobre Emergencias (Emergencies Act) para lidiar con situaciones genuinas vinculadas a la seguridad nacional; en consecuencia, su aplicación no parece apropiada para hacer frente a lo que han probado ser manifestaciones de magnitud aunque notoriamente pacíficas en las calles de Ottawa.

El gobierno no empleó la legislación en los momentos más obscuros de la pandemia de COVID. Sin embargo, ahora la ha puesto en marcha en perjuicio de los camioneros. La maniobra consigna la utilización de increíbles cuotas de poder de modo arbitrario, lo cual revela un estado no de fortaleza sino de debilidad de parte de las autoridades gubernamentales canadienses.

En cualquier caso, el empleo del Acta sobre Emergencias propuesto por Trudeau es ilustrativo, conforme revela la dinámica subyacente del actual drama político. La crudeza, e incluso los aspectos más humillantes del régimen al que Canada ha recurrido para actuar contra el COVID ha dejado expuestos los múltiples intereses e identidades en poder de los canadienses, largamente ignorados y subestimados por la ideología oficial del gobierno.

No ha de producir sorpresa, entretanto, que los ciudadanos que se desempeñan en el sector privado hayan alzado la voz para reivindicar sus intereses, y su orgullo.

Numerosos residentes de Quebec adquirieron perros como mascotas, una ve que se anunció que aquellos ciudadanos de esa provincia podrían contar con más tiempo para salir a las calles con el fin de ejercitarlos.

En 2020, luego de afirmar, recurriendo a una retórica humanitaria, que Canada no cerraría sus contactos aéreos con China porque ello resolvería nada, Canada mantuvo, sin embargo, una férrea política de clausura de sus fronteras para turistas internacionales. El gobierno exige a los turistas que permanezcan en hoteles de cuarentena durante las tres primeras noches luego de arribar al país y a hacerse cargo de los costos, que ascienden a US$ 2 mil en promedio, por estadía individual. Las restricciones contra ciudadanos canadienses que se trasladaban entre provincias fueron casi totales, y fueron implementadas en franca violación de la Constitución.

Los camioneros y sus simpatizantes en el Convoy de la Libertad son, en su mayoría, trabajadores de clase media. Masivamente, pronunciaron su oposición contra la matriz de políticas oficiales sobre el COVID.

Pero, ¿por qué este movimiento ha cobrado semejante intensidad, tan prolongada y, en apariencia, sin encontrar obstáculo en una idéntica cantidad de canadienses? Una razón puede ser que las políticas restrictivas provocaron una explosión con la que numerosos ciudadanos coinciden. Su pronunciación a favor de las protestas podría incrementarse.

¿Arriesgará Trudeau su legitimidad política, a partir de su declarada intencionalidad de emplear poderes extraordinarios para poner fin a las manifestaciones?

Quizás estemos asistiendo a un desafío ampliado contra el universalismo progresista canadiense, el cual Trudeau explicó es parte fundante de lo que significa ser canadiense. Y ese desafío podría sobrevenir en diferentes formatos, surgidos de cierta identidad, colección de lealtades, e intereses comerciales. En 2015, el propio Trudeau afirmó que Canada es un Estado 'post-nacional', carente de una 'identidad de base'.

Entonces, ¿qué es, exactamente, Canada? Trudeau apela a una serie de ideales esencialmente vacuos, vinculados a un progresismo moderno, abundante en semánticas terapéuticas: Canada exhibe 'valores compartidos' de 'apertura, respeto, compasión, predisposición al trabajo duro, de estar ahí para los demás, buscando igualdad y justicia'.

En una ilustrativa pieza, publicada en el medio The American Interest, el autor canadiense Ben Woodfinden argumentó que Trudeau simplemente estaba complementando las bases progresistas canadienses erigidas por su padrear, Pierre Trudeau, entronizadas en la Carta Canadiense de Derechos y Libertades de 1982.

La iniciativa derivó en la creación de una nueva identidad canadiense, formulada sobre las raíces de un progresismo homogéneo que, inicialmente, se identificaba a sí mismo como un rechazo de un pretendido antiprogresismo estadounidense. En consecuencia, el 'ser canadiense' exigía respaldar el derecho a la salud pública universal, el mantenimiento de la paz en el concierto internacional, el aborto, el multiculturalismo, y una verbalización de abstracciones genéricas tales como igualdad y justicia social.

Sobre el antiguo carácter canadiense, el anterior Trudeau se las arregló para taparlo con cimientos humanitarios que, efectivamente, enterraron los viejos estándares de la ciudadanía en Canada. En la práctica, la Corte Suprema del país funciona, bajo auspicios de la Carta, bajo un criterio expansivo de derechos. El alto tribunal comenzó a esquivar la soberanía parlamentaria con facilidad, declarando nuevos derechos para los ciudadanos canadienses, por fuera del proceso democrático.

La ironía, sin embargo, es que mientras la referida Carta fue vista como una proclama que versaba sobre cómo Canada es moral y políticamente superior a los Estados Unidos, la dinámica política del país se tornó más estadounidense. La Corte Suprema de Canada comenzó a funcionar de igual modo que la Corte Suprema de los Estados Unidos de América.

Al definir derechos y valores sin mediar el consenso del público, el superior tribunal canadiense incorporó algunas de los peores caracteres de la política americana. ¿Acaso Canada aceptó, tácitamente, que cuotas de poder cada vez mayores sean ejercitadas por funcionarios que, en general, no rinden cuentas por sus acciones de gobierno? Eso también es americano.

¿Puede cualquier país ser definido por semejantes abstracciones, todas las cuales parecen imbuírse de igualitarismo? ¿Qué tipo de ciudadanía real puede ofrecer semejante proposición progresista, además de intentos recurrentes para moralizar cada decisión política en beneficio de diferentes grupos de interés? ¿Qué sucede con la filiación, las lealtades y los intereses que, inevitablemente, emergerán en cualquier democracia moderna integrada por más de treinta millones de personas?

Visto a través del transcurso del tiempo, el intento de abanderar a Canada en una ideología progresista universal es desafiado ahora mismo. Sin embargo, el evidenciado rechazo no surge a partir de la necesidad de responder con un nacionalismo populista, ni con un nacionalismo de índole conservadora. Antes, bien, la réplica ciudadana tiene lugar a la luz de identidades e intereses provinciales y comerciales que no encuentran representación -ni sustento- en este modelo progresista.

Durante mucho tiempo, Quebec fue hogar de elementos separatistas, en razón de su status francófono. Esa identidad pre-progresista permaneció latente pero, a lo largo de los últimos años, resurgió por intermedio de un novedoso partido político, bautizado Coalición Avenir Quebec -espectro nacionalista que exige se le otorgue a Quebec un mayor grado de autonomía. Su amplia victoria en ese distrito en 2018 consignó con contundencia que la identidad de Quebec había renacido, en el ámbito de la política nacional.

No obstante, el verdadero movimiento tiene lugar en la provincia de Alberta. Allí, los ciudadanos han expresado una muy notoria frustración frente a las políticas 'verdes' y la política impositiva de Trudeau, que ha logrado que la industria del crudo en la provincia se vuelva incapaz de proyectar un crecimiento genuino -mientras que grandes sumas recolectadas a través de impuestos van de Alberta a Ottawa y a otras provincias -en desmedro de la riqueza de la primera.

El futuro de Alberta podría no estar ya en Canada, hecho que muchos de sus líderes políticos comienzan hoy a verbalizar. En apariencia, Alberta tiene más en común que los estados americanos de Montana o Texas, que con Ottawa.

Retomando la cuestión de los camioneros y sus simpatizantes, el resultado bien podría exhibir un concierto en donde cada vez una cifra mayor de ciudadanos canadienses plantándose en abierto desafíos contra un régimen anti-COVID que parece no tener fin. El presente régimen -draconiano y carente de sustancia- es respaldado por un modelo progresista que hoy no cuenta con protección frente a una oposición ampliada.

¿Acaso aquéllos que se oponen a la política oficial anti-COVID encuentra representación en el progresismo oficial de Canada? La respuesta es negativa.

Incluso el Partido Conservador de Canada, liderado por el recientemente eyectado Erin O'Toole, no ha mostrado predisposición para desafiar el consenso vigente, aprovechando el obvio moméntum político. La red de vínculos subnacionales compuesta por intereses comerciales, por la libertad individual para trabajar y circular, y por la aspiración de no ver la propia existencia dictada por expertos, parece reemerger hoy en Canada.

Analícese el concierto en términos del pensamiento de Locke, y en el conjunto de elementos individuales y comerciales que integran la actual colección de desafíos que ahora son planteados contra el progresismo de Justin Trudeau.

¿Entenderá el Partido Conservador local que, en el actual proscenio, subyace el respaldo para una nueva mayoría, y acaso para una novedosa visión constitucional para Canada?



Artículo original, en inglés


* El autor, Richard M. Reinsch III (en Twitter, @Reinsch84), es senior fellow en el think tank The Heritage Foundation, en Washington, D.C., y columnista para el medio The Daily Signal. Asimismo, se desempeña como colaborador senior para Law & Liberty.