NARCOTRAFICO & ADICCIONES: DR. JUAN A. YARIA

Narcotráfico y paternidad

Asistimos a la previa de las celebraciones en homenaje al Día del Padre.

09 de Junio de 2018
Padre mío... ¿Por qué me has abandonado?

Mateo, 27. Palabras de Jesucristo en el Gólgota

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Asistimos a la víspera de las celebraciones en homenaje al Día del Padre, bajo la sombra de su ausencia en no pocos núcleos familiares. El citado párrafo bíblico acaso subraya el carácter excelso de la figura paterna, conforme varios autores así lo han explicitado: la cuestión excede al marco estrictamente teológico cristiano, reflejando el actual horizonte antropológico. Mientras tanto, el movimiento sociocultural del mayo del 68 -con sus remarcables consecuencias para muchos ámbitos sociales y culturales- anunció la caída de aquella figura de padre, provisto que los ideólogos de la iniciativa contestataria confundieron al padre con un patriarca dominador, olvidando el rol central de la paternidad en la transmisión de límites, amor y valores (y como garante de la Palabra y de la Ley). Así las cosas, el próximo Día del Padre adquiere una significación que trasciende a la cultura vacía del shopping para connotar un fundamento que la sociedad habrá de revalorizar.

Día del PadreEsta apelación al padre en medio de un proceso agónico de crisis se resume en una invocación; esto es, un llamado. La Real Academia Española incorpora la invocación como la apelación a un Poder superior, a una Ley, un acogerse a esta Ley. Tras lo cual, el padre representa una Ley, y su ausencia manifiesta en una miríada de situaciones cotidianas conducen a un factor de riesgo en el crecimiento de los pequeños. Aspecto que se comprueba contundentemente en las patologías adictivas. En lo personal, recuerdo a la perfección las exposiciones del Profesor Oliwenstein en el Marmottan parisino: '(...) El padre siempre está por ausencia, ignorancia, inmadurez, perversión, etcétera. Pero siempre está, y el síntoma adictivo es un llamado a esta figura simbólica desaparecida'.

En el ínterin, el Profesor José Milmaniene explica que el padre funciona como un 'emblema orientativo, ético, y como viga maestra de un desarrollo infantil'. Al desmoronarse esta figura orientativa, emergen novedosos patriarcas como, por ejemplo, en el surgimiento de líderes mesiánicos que, acaso copiando el formato de barrabravas, hacen de la muerte al amo. Convirtiendo a la vida en un capricho sujeto al arbitrio de un instante de exaltación y paranoia plenas. En contraposición, el padre representa a la Ley de la Vida.

Ya hemos comentado, desde este espacio, aspectos vinculados a la caída de la familia como estructura en la República Argentina. A tal efecto, el maestro de la antropología, C. Levy Strauss consignaba: 'La familia elemental, basada en necesidades naturales, vendría a ser el núcleo duro, el plato fuerte de cualquier organización social'.

El concepto de vida familiar es fundamental. Piedras basales como la mesa familiar se exhiben como promotores del  sentido de pertenencia y de la noción de que existe un lugar en el mundo. Asimismo, en su ausencia, se resiente la vida escolar (no es de sorprender el paupérrimo registro argentino en los informes PISA, que versan sobre rendimiento académico): en al menos la mitad de los casos de rendimiento académico exitoso, el escenario se ve respaldado por el respaldo (o no) de las familias en las actividades de los jóvenes integrantes del núcleo. Por eso se habla también de crisis en el apoyo familiar.

Y ese trasfondo puede rastrearse en el calendario: la crisis social del año 2001 en la Argentina condujo a una implosión de numerosas familias, especialmente de clase media. Se vio perturbada, de alguna manera, la figura paterna como eje de apoyos económicos, afectivos y éticos. La huída del padre se ha hecho evidente en numerosos hogares, ya que éste solo funcionó como un dador biológico de semen en relaciones furtivas. A posteriori, desapareció -muchas veces, sin siquiera compartir su apellido. Como consecuencia, se multiplican las familias monoparentales. También la cifra de personas que no contrae matrimonio.

En simultáneo, surge en medio de este panorama un conjunto de fenómenos concatenados, como ser la fractura y disociación familiar -con deserción de figuras centrales en la educación infantil. Se produce la extensión de la vida adolescente, pero no como un hecho ligado exclusivamente a la crisis del empleo juvenil, sino también a las dificultades del individuo a la hora de construir autonomía, al deber lidiar éste con un mundo cada vez más incierto. Los hijos no abandonan el hogar como solía suceder. Al avanzar el proceso, se potencian los casos de abandono de los ancianos, ejemplo clásico de estructuras familiares en franca disolución.

El otrora concepto de amparo y/o sabiduría comienza a ceder al 'descarte' (término empleado desde siempre por Su Santidad Francisco, y por el notable sociólogo Zygmunt Bauman), apto para geriátricos o umbrales de iglesias. Fenómenos unidos, todos ellos, que contribuyen a la generación de un auténtico conflicto social en donde las drogas y el consumo juvenil (junto al de los adultos), adquieren velocidad y dinámica propias. Razón por la cual nuestras recientes columnas refieren reiteradas veces a la epidemia en el empleo de drogas y alcohol. Pero este escenario redunda, como es lógico, en la debacle del sistema de seguridad social y de las obras sociales. Se multiplican los nuevos discapacitados a partir de las crisis de las familias, por cuanto éstas ya poco cumplen con sus funciones de contención y auxilio.


Narcos y paternidad

Naturalmente, y conforme ya lo hemos comentado, el precipicio del orden parental es aprovechado y explotado por el mundillo del narcotráfico: el dealer asimila y adoctrina para su propio provecho a los jóvenes, subproductos de la disociación familiar (son idealmente aptos para la doma). En barrios marginales y sectores opulentos, son moneda corriente los padres desconocidos, ausentes, en algunos casos permisivos; adictos ellos también, consumen en compañía de sus hijos, aunque se comportan como adolescentes o 'padres piolas'. Paradójicamente, el 'dealer' o puntero barrial del narcomenudeo se transforma -por comparación- en el ejemplo a seguir.

No existen ya figuras supletorias. La escuela (otrora bastión de modelos) luce desprestigiada, y casi sin relieve simbólico. Se potencia la actividad del narcotraficante, debido a que el crecimiento de consumidores dispara la necesidad de más dealers. Gana territorio la denominada escuela del delito y, a la postre, el incremento exponencial en la cantidad de pacientes psiquiátricos y portadores de todo tipo de patologías. Es el rostro del Amo de la Muerte, de moda.


¿Ha muerto el padre?

Tal era la consigna del Mayo Francés en 1968. 'El padre ha muerto', rezaba el eslogan callejero pero, en paralelo, se asistía a la caída del padre como representante de una Ley que permite desarrollarse y crecer.

Así, pues, una variedad de anécdotas clínicas que ilustran el rol del padre, remiten:

1. Al padre que huye, ante la dimensión incierta de su rol parental y que, tras enterarse del nacimiento de su hijo, se droga; escapando hacia un sitio o refugio infantil para el goce en soledad;
2. El padre que asiste en lo económico, pero incapacitado para ejercer la función de donación de sentidos y afectos -tan necesarios en la constitución de modelos  del niño;
3. El padre consumidor: la droga es su centro y el hijo pasa a ser un 'nadie';
4. El padre nominal: desaparecido y desconocido, aún cuando resida a pocas cuadras del hogar;
5. El padre que es solo Ley y que con su sola mirada impone temor, pero que se muestra incapacitado para personificar al amor que caracteriza a los vínculos de filiación;
6. El padre filicida (odia a su propio hijo): en el proceso de abandono, genera ese pacto criminoso tan típico de las sagas griegas.

En contrario, el padre añorado es aquel que se esfuerza en la transmisión de valores, permite pasajes y crecimientos. La oferta del padre hace al hijo, así como, de ese preciso vínculo, el hijo hace al padre: intercambian y cambian recíprocamente. Se produce una donación que, desde el padre, se sintetiza en sacrificio de horas y tiempo pero que, fundamentalmente, se traduce en la posibilidad aceptada de renunciar al ego y de acceder a un plano superior de crecimiento. En pocas palabras, el hijo remite al tránsito desde la cultura del 'propio ombligo' a una cultura del Otro.
El padre añorado/transmisor decretamos su propia disolución -al menos, la que hace a los aspectos más megalómanos de nuestro Yo- para que el hijo nazca, crezca y se desarrolle. Marcel, encumbrado maestro de la filosofía francesa del siglo XX, resume: '(...) La paternidad es un gasto de sí... don que exige compromiso'. De lo contrario, la mitología griega mucho enseña sobre estos dramáticos aspectos de la vida: el dios Chronos terminaba con la vida de sus hijos, por cuanto temía a sus sucesores masculinos. En la práctica, un patriarca narcisista no permite crecer.

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.