SOCIEDAD: DR. JUAN A. YARIA

Argentina: sobre la legislación penal juvenil

Se habla de bajar la edad de imputabilidad a los 14 años. Lo positivo del debate que se abrirá...

08 de Enero de 2017
'(...) No olvido mi experiencia como médico sobre la relación entre no ser querido al comienzo de la vida y la posterior tendencia antisocial'.

Donald Woods Winnicott (1896-1971) | (Obras Completas); pediatra y psicoanalista británico, experto en temáticas de salud mental)

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Por estas horas, la República Argentina habla de reducir la edad de imputabilidad para dejarla en los 14 años de edad.

Lo positivo del debate que se abrirá en la sociedad sobre este tema remite al hecho de poner sobre el tapete la seria crisis de marginalización creciente de jóvenes y de las familias en general. No obstante, si esta discusión llegase a centrarse exclusivamente en el aspecto penal, habremos perdido la oportunidad de generar un cambio en la problemática de decadencia que vivimos.

En nuestra tarea clínica, es común ver a menores de 14 años con problemáticas vinculadas al uso de armas y que viven en la calle, formando grupos de abandonados a la intemperie. Hogar; ¿qué es eso? Escuela; ¿qué es eso? De igual forma, los clubes son percibidos apenas como sitios para aspirantes a 'barrabravas'. Estos jóvenes conocen comisarías por dentro, desde los 11 o 12 años. La experiencia de la mesa familiar y del trabajo es inexistente. Es el narco el que domina los barrios.

Detrás de la Ley Penal juvenil, se sitúa la creciente desfamiliarización de la sociedad argentina con abandonos varios, con los rechazos e incluso con lo que sucede con los abusos físicos y violaciones. Sucede lo propio con la desescolarización, conforme la escuela no tiene prestigio para el ascenso social. Las drogas, mientras tanto, son compañeras de la inermidad, colaborando con el vacío de ser y con el vacío de sentido. Los narcos dominan y controlan barrios; los deliveries, en las esquinas; las fiestas, con pastillas. Como cultura del esfuerzo, el trabajo no existe; los jóvenes de que hablamos no están formados para aceptar ninguna disciplina y solo cuentan con la 'transa', mínimo esfuerzo que requiere poco oficio para ganarse unos pesos y solventar la dosis. Pensemos que, en GRADIVA, el 62% de nuestros pacientes cuentan con algún familiar -o varios- en contacto con las drogas, y provienen de todas las clases sociales.
 
Chicos, calleCierto es que vivimos en una sociedad que está perdiendo una guerra contra la barbarie. Esta última se ve representada por la venta libre de drogas, la banalización de las mismas (que se ha potenciado durante años), la pérdida de los vínculos familiares, la crisis de la función de la Ley en la estructuración de los chicos y de la sociedad en general, la caída de los representantes de la ley (padres, maestros, policías, magistrados, etcétera) con las manos 'untadas' con el dinero de la corrupción, de los narcos enredadas en el abandono de los menores. El vacío parece ser el fiel representante y reflejo de una anomia generalizada.

Por estos momentos, los chicos parecen ser los sobrevivientes de una guerra. Si no actuamos, las víctimas se transforman, a la postre, en victimarios. El odio de la falta de ser se transformará en venganza social dirigidos por algún 'Patrón del Mal', rememorando al célebre y maligno Pablo Escobar Gaviria. Ya hay muchos parecidos a él en los barrios y villas de nuestra República Argentina. Estos referentes cuentan con sus 'soldaditos' que en muchos casos son material reciclable; éstos carecen incluso de la dignidad del cementerio, y culminan su vida en un volquete, o bien en una banquina.

Nuestros jóvenes necesitan albergues en tiempos de paz, como los que construyera Winston Churchill tras la Guerra Mundial. En nuestro caso, se sabe de familias desaparecidas, porque tienen múltiples parientes desconocidos; se trata de chicos que han nacido sin apellido paterno, o bien éstos son adictos o se encuentran en prisión. Se precisan albergues que sean escuelas de vida con escuela, con pautas de conducta. La meta: lograr que puedan liberarse de las drogas y de las malas compañías de los narcos. En suma, lo que estos jóvenes necesitan es quien les proporcione un proyecto de vida. No necesitan cárceles (este escenario habrá de quedar relegado a casos en extremo especiales que remitan a psicopatías antisociales), sino comunidades terapéuticas. Es preciso avanzar en la prevención como hecho educativo -palabra esquiva en el discurso social nacional desde hace ya muchos años (incluso en ciertos circuitos 'progre', es confundida con represión). Sin embargo, el tipo de prevención que proponemos es la clase de prevención en la que el Estado se une a la comunidad y a las miles de escuelas del país, con escuelas para padres o para los restos de familia que existan. Lo que se necesita es, en definitiva, una verdadera epopeya preventiva.


Damián
 
Supo impactarme la historia de Damián, luego de ser traído por cierta fuerza de policía provincial -por orden de un magistrado. Damián tiene en su haber una fuga de hogar; vagó con otro compañero de características similares por distintas ciudades; utilizó drogas y robó. Tras hablar con él, me ha impactado su respuesta: dijo que su desamparo se unía a una melancolía de una existencia sin esperanza. En Damián, parecen convivir dos personas: la que apuntaba con un revolver de juguete para robar, y aquel joven que fuera expulsado de un hogar que nunca fue tal. Se quedó voluntariamente -esto es, que deseaba volver a estar con nosotros luego de un tiempo. Había permanecido hace ya dos años, pero no tuvo respuestas para enfrentarse con la realidad, y el rechazo familiar fue una constante. En GRADIVA, Damián buscó la posibilidad de tener un albergue.

Tomo este concepto de 'Albergues en tiempos de guerra y de paz' (1948) -trabajo de uno de los grandes maestros del estudio de la infancia, la familia y la adolescencia, Donald Winnicott. Colaboró con el gobierno de Winston Churchill (1939-1946) a los efectos de paliar las consecuencias de la evacuación y la reparación de los miles de niños con familias destruídas o inexistentes durante y después de la Gran Guerra. Su obra no es otra cosa que un canto al amor y a la reparación. En tiempos de paz -refiere el reconocido autor británico-, también sucede lo mismo, es decir, que surgen 'niños o familias cuyas familias no existen, o bien padres que no pueden establecer un trasfondo estable en que el niño pueda desarrollarse'. Existen hoy miles de estos chicos en nuestra República Argentina; son los que están en esquinas o plazas vaciando el tiempo de existir sin esperanzas, la sola compañía de un alucinógeno.

En sus 16 años, sintió Damián un fuerte rechazo materno; el padre los abandonó, para luego ser reemplazado por otra figura que sólo aportaba más hiel y veneno a su existencia, en la repetición del rechazo. No tenía lugar. ¿Pensamos nosotros en la familia para entender la masividad de este fenómeno social en donde la privación parece reinar?

Precisamente, Winnicott relaciona la conducta antisocial con la privación, es decir, un rechazo persistente. Primero, se registra una privación y, a posteriori, tal conducta se estabiliza como antisocial si el joven no se encuentra con un medio sustituto que lo ayude a vivir. En las primeras conductas antisociales, todavía hay una esperanza que se instala -refiere el autor. Se estabiliza la conducta antisocial cuando la esperanza ya murió, y surge la venganza antisocial. La esperanza es un llamado; es una pregunta con un destinatario que a veces está y escucha, y que otras veces está fuera de contacto y no ofrece respuesta.

Damián llegó a nosotros a buscar un albergue que funciona como un hospedaje hospitalario, conforme nos lo recuerda la Real Academia de la Lengua Española en su Diccionario y que, además, nos sigue diciendo 'mantener o fomentar en el corazón o en la mente un sentimiento o una idea (deseos, esperanzas, dudas, sospechas)'. La comunidad terapéutica ofrece un lugar; un espacio. Alberga una esperanza... Eso es lo que hacemos.


Hacia una política de detección precoz

Winnicot no solo asistió a Winston Churchill, sino también fue consultado por John Fitzgerald Kennedy al hacer frente éste a la masividad del fenómeno de desamparo. El maestro británico replicó: 'Cuide que los estadounidenses tengan familia, ya que, de lo contrario, los tiranos de la publicidad y del marketing se harán cargo de ellos, o lo harán los dueños de la droga'. Como podrá entrever el lector, Winnicot fue profético en la conjetura que deslizara al mandatario de los Estados Unidos en los años sesenta y, a criterio de morigerar las consecuencias del situación, Kennedy puso en práctica planes innovadores en materia de salud mental. Este pequeño relato remite a grandes dirigentes políticos que consultan a personas con nutrida experiencia, y que han dedicado su vida a temas de salud infantil y adolescente. La costumbre de consultar a expertos en diversas materias no parecería existir en la Argentina.

Miles de chicos viven sin estabilidad ambiental, allí donde la seguridad de los afectos y del trato no violento es clave. Cuando el niño se ha endurecido a causa de la falta de comunicación, al no reconocerse el pedido de auxilio que representan los primeros actos antisociales y, a la vez, alcanza una destreza en lo antisocial (robos, dinero ilegalmente conseguido, drogas y su venta), ya todo se complica. Se estabilizan conductas ilegales, y el medio ambiente delictivo y marginal supera ya cualquier intervención así como la necesidad imperiosa de consumir. La pertenencia a bandas tiene una contención rígida y autoritaria que al someterlos, lamentablemente, les da pertenencia.

Nuestro país necesita, con urgencia, un plan social de prevención que parta de una detección precoz de estas situaciones, con centenares de centros en provincias y municipios desde la primera infancia -con sólido respaldo a los padres o a sus sustitutos, y contándose con los maestros como parte esencial de ese apoyo.

Estamos llegando tarde en la Argentina, esto es, cuando ya la adicción y las conductas en conflicto con la Ley se han instalado. Los chicos quedan ya 'presos' de los vendedores de ilusiones (el marketing y las drogas). En este punto, el trabajo se torna más duro y difícil. A no ser que se preste atención a la respuesta de las comunidades terapéuticas y las casas de medio camino como sitios donde reinen la hospitalidad, y se alberguen el amor y los limites sanos. Una nueva vida es posible.


* Fotografía, crédito: SintesisComuna3.com.ar

 
Sobre Juan Alberto Yaría

Juan Alberto Yaría es Doctor en Psicología, y Director General en GRADIVA, comunidad terapéutica profesional en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Los artículos del autor en El Ojo Digital, compilados en éste link.