POLITICA ARGENTINA: MATIAS E. RUIZ

El peronista, animal político en extinción

'Kirchnerismo no es peronismo', bramaban los veteranos duhaldistas previo a la campaña de 2011.

02 de Noviembre de 2015

'Kirchnerismo no es peronismo', bramaban los veteranos justicialistas previo a la campaña electoral de 2011. Los voceros -que por aquel entonces elucubraban laberínticos servomecanismos desde los cuales vencer a Cristina Kirchner en las Presidenciales de aquel año- ya tropezaban a la hora de seleccionar el eslogan del discurso de combate. Su error les fue señalado oportunamente, mas prefirieron no escuchar lo obvio, a saber, que resultaba suicida presentar una batalla dialéctica contra un formidable aparato que por entonces ya saqueaba las arcas del Tesoro con el objetivo declarado de mantener como rehén a una gruesa masa de votantes. Adicionalmente, la proposición discursiva Perón versus Kirchner no interesaba prácticamente a nadie. El colofón es ya conocido por todos: el Frente para la Victoria aplastó al espectro opositor -entre ellos, a un balbuceante Eduardo Duhalde-, cosechando el tan promocionado 54% de los sufragios.

En rigor, aquellos bienintencionados señores -visiblemente avanzados en edad y portadores de dolencias clásicas de la senilidad- no solo se resistieron a hacerse eco de la realidad callejera. En tanto proponían un resurgimiento de los valores encarnados en la doctrina peronista, lo cierto es que jamás supieron redefinirla. Peor aún, prefirieron obviar el extendido y pernicioso legado del General Juan Domingo Perón, y los subcapítulos más funestos que el justicialismo trajo aparejados para la República Argentina. Los historiadores con buena memoria y objetiva pluma podrán, sin problemas, explayarse sobre la dictadura obrero-sindical y de formulación mussoliniana de los primeros dos gobiernos del partenaire de Eva Duarte (en donde no se escatimó el empleo extorsivo de camisas pardas ni de microejércitos de apretadores que, a la sazón, saquearían comercios e industrias a piacere, en beneficio el Partido); o sobre la deleznable declamatoria del líder al respecto de, 'al enemigo, ni justicia' (subterfugio que blanqueó sin prejuicios el agudo desprecio por la división de poderes). Cargando sobre sus hombros -ello poco importa- una visión antojadiza sobre el ideario peronista, hordas de guerrilleros urbanos y suburbanos atentaron en la década del setenta contra la integridad física de mujeres embarazadas, niños pequeños, conscriptos de las Fuerzas Armadas y policías que cumplían con su mandato de sostener la República.

A la postre, y ya en una Argentina contemporánea orgullosa de 'ajustar hacia abajo', el experimento definitivo del cáncer peronista le ha servido de vehículo a una dirigencia ostensiblemente delincuencial, en su agenda coincidente con la multiplicación de asentamientos de emergencia, con la producción y acopio de toneladas de estupefacientes para comerciar a los habitantes de los primeros, y con el fogoneo de golpes de Estado desde las sombras. Así las cosas, la metástasis justicialista termina por adherirse con tinta indeleble en la memoria de los ciudadanos honestos asesinados por los soldaditos de plomo del sistema -aquéllos que no tienen miramientos en eliminar a quien se interpone entre ellos y su necesidad brutal de pasta base de cocaína. Esta acabada postal de la cotidianeidad nacional (que difícilmente pueda rebatirse) remite a dos conclusiones: la primera, que el justicialismo es, en su naturaleza, rabiosamente antirrepublicano; la segunda, que sus patrocinadores en el infortunio no disimulan una pasmosa vocación genocida. En simultáneo, los propagandistas más cínicos de la confesión peronistoide salen a la palestra, impunes, para declamar a viva voz aquella macabra falacia que reza que 'sólo el peronismo puede garantizar gobernabilidad'.

'Kirchnerismo no es peronismo', insisten. 'Usted es antiperonista', acusan -con cantinela autoritaria. Clásica del ser mediocre que se reconoce y autocongratula en su carácter de promotor del pasado.

Quizás, las funciones cerebrales de los personeros actuales de Perón -inconfesablemente atrofiadas por la hipoxia- necesiten de un escarmiento ejemplar, que los ilustre sobre el aquí y ahora. Por cuanto la historia desde 2003 hasta la fecha certifica que el peronismo -en su más reciente y novedosa expresión- decidió fusionarse con la proposición bolivariana de Hugo Chávez y una falseada cháchara antiimperialista; con la represión abrupta y encarnizada del disenso; con el narcotráfico en su modalidad más explícita y su infaltable compañero, el lavado de activos; con el saqueo al pueblo; con una convenientemente hegeliana regulación de la criminalidad para el propio provecho; con el fraude electoral más abyecto; con la destrucción de la moneda nacional; con la más diabólica enajenación mental de incautos y excluídos; con el abuso del escrache (emulando el estilo nacionalsocialista del Führer, posterior al incendio planificado del Reichstag); y con el magnicidio político. Prolegómenos que vendrán bien para que muchos solidifiquen una conclusión complementaria, esto es, que, además de antirrepublicano e intoxicante para con las instituciones, y provisto que la dirigencia autoproclamada peronista mantiene de rehenes a sus creyentes y los hace batirse a duelo unos contra otros, el justicialismo también es antiargentino. Desagradable secuela que tampoco podrá ser desmentida, habida cuenta de la manifiesta devastación del tejido social.

'Quien pretenda convertirse en el próximo Presidente de la Argentina, deberá conquistar el voto peronista', dijeron, no previendo que el grueso de los sufragantes argentinos se inclinarían ruidosamente por un cambio. Cambio que -aún mediando el balotaje- trasciende a los postulados del propio Mauricio Macri, porque la ciudadanía simplemente reveló su rechazo por el sistema que la oprime. Si aquel embuste del 'voto peronista' hubiese comportado un mínimo viso de credibilidad, la tropilla de jefes comunales corruptos del peronismo en el conurbano bonaerense no hubiera sido barrida sin piedad en la primera vuelta de los comicios en disputa. Si la patraña del 'voto peronista' tuviese ecos verificables, el pejotista Felipe Solá no hubiese rematado su carrera política en un lastimoso tercer puesto, y bien vale el paréntesis: el influyente espectrograma compuesto por jóvenes votantes de entre 18 y 35 años jamás oyó hablar de él en la Provincia de Buenos Aires. No sabían quién era.

Por su parte, el comunicador peronista -acaso por obra y gracia de la senilidad que lo caracteriza- es un enemigo declarado de la empatía. Repite, cual papagayo esquizoide, un mensaje cuidadosamente cincelado para oyentes que, en realidad, no existen. No entiende de análisis proactivos, y colisiona hasta la recalcitrancia con evaluaciones que parten del más grosero error de diagnóstico -tras lo cual no termina en otro sendero que el de la autoinmolación cimentada en conclusiones edulcoradas para su propio oído. Mientras se galvaniza y autorreferencia intelectualmente en su fraseología pejotista, no se percata de que se dirige a una audiencia ausente: le habla -con exclusividad- a sus compañeros caídos en la desgracia y sumidos en el olvido. Dada su naturaleza obsoleta, el comunicador peronista se esfuerza en ignorar que (le agrade o no), él también es parte de una inédita (e igualmente revolucionaria, en términos tecnológicos) guerra de información, que se libra a escala gigantesca en planos variopintos (www.elojodigital.com/contenido/11524-homo-novus-el-revolucionario-tres-punto-cero). Como consecuencia de esta nueva batalla cultural (y dada la amplificación de las interacciones), el comunicador pejotista/peronista continúa sin comprender que sus equivocaciones pueden convertirlo en impopular de la noche a la mañana. Se arriba aquí a otro corolario: todo portavoz de la formulación psicoterrorista peronistoide es un enemigo declarado del futuro. Si su personalidad atrasa, es -nuevamente- porque pertenece al pasado.

'Kirchnerismo no es peronismo', gimotean -ya al borde del llanto.

Mal que les pese, se han dado de bruces con la realidad. La fase final de su ciclo de obsolescencia planificada ha llegado.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.