POLITICA: PABLO PORTALUPPI

Los argentinos, el periodismo y la propaganda

A lo largo de los últimos años, ha venido instalándose en el país una interpretación sobradamente peligrosa...

09 de May de 2015
A lo largo de los últimos años, ha venido instalándose en el país una interpretación sobradamente peligrosa, esto es, que el período de gobierno de Néstor Kirchner se constituyó en la mejor Administración de la historia nacional y que la de su su viuda, Cristina Fernández, demolió todos los aspectos positivos legados por su antecesor. En rigor, se asiste a una conceptuación simplista y profundamente reduccionista -manera de pensar propia de quienes optan por obviar la evaluación de sus propias torpezas.

Desde luego que no se trata aquí de invitar a un revisionismo sobre lo actuado por el desaparecido ex presidente -ello significaría un ejercicio inútil. Pero sí habrá que certificar que el santacruceño heredó, en su momento, un país en franca recuperación (amén de su patética realidad social). En el mejor de los casos, Néstor Kirchner fue apenas una circunstancia; éste nunca fue un artífice de la reconstrucción. Sus primeros dos años de gestión lo empujaron a tomar decisiones muy a su pesar. Entre ellas, renovar la Corte Suprema, designar en el Gabinete a personas con voces y pensamientos propios, reabrir las paritarias, llamar a la concordia nacional, e incluso pagar al FMI de contado y sin quita (aquella deuda no comportaba la necesidad de un abono inmediato). Veinticuatro horas después de llegar a la primera magistratura, los medios comenzaron a referirse al 'Huracán Néstor' -solo porque el mandatario decidió trasladarse a la Provincia de Corrientes para destrabar un conflicto local con los docentes. La necesidad general de una nación con un liderazgo tranquilizador hizo el ofidio incubara mansamente su huevo.

Los efectos negativos de la era kirchnerista no solamente pueden rastrearse en la gravedad de la crisis energética, en la maraña de subsidios, en el atraso cambiario o en la inflación. Quizás el peor legado de la era K coincida más con la explotación de la fractura, corporizada en el insulto descarnado contra un nonagenario Juez de la Corte, la ausencia de escrúpulos demostrada en la andanada contra medios de comunicación no afines y contra la administración de justicia en general. Todo lo cual complementóse con la superpoblación de cuadros políticos fanatizados en la órbita estatal y el funesto ocultamiento de las estadísticas de pobreza. En el remate, acaso la consecuencia más perniciosa -por lo trascendente de su carácter- la construcción de una extendida matriz de corrupción con el fin casi explícito de incrementar exponencialmente el patrimonio familiar -práctica que, en realidad, ya había dado inicio en la temporada en que Néstor y Cristina regenteaban la Gobernación de Santa Cruz.

Cristina Fernández no destruyó lo bueno que construyó Néstor Kirchner; sólo logró lo que su desaparecido cónyuge no pudo hacer. El plan del nestorismo declaraba su razón de ser en un plan a dieciséis años (entiéndase: cuatro períodos presidenciales intercambiables). Los primeros actos de gobierno tuvieron como propósito conquistar a la sociedad y a la prensa. Hoy día, la Presidente, en su objetivo de 'matar' a Carlos Fayt, no parece proponerse la destrucción del legado de su marido, sino retomar el plan original de Kirchner, y a esto se reduce el homenaje a su memoria. Cuando presidenciables y encuestólogos diluyen incontables horas en debates inocuos sobre cambio o continuidad, dejan de lado que la asistencia social indiscriminada y el fútbol gratuito, por citar solo dos casos, sirvieron siempre como eje desde el cual la familia presidencial podría perpetuarse en el poder.

El listado de innumerables males que ahora padece la República se incubaron durante los años de Néstor, pero el verdadero rostro del sureño emergió bajo la presidencia de su esposa. El auténtico kirchnerismo parecería sentirse más cómodo con el modelo vigente por estas horas, lejos de la proposición originaria del trienio 2003-2005. Pero la intervención del INDEC se ejecutó en el gobierno de Kirchner; la perpetuidad de los subsidios desplegó sus alas con Néstor. Y otro tanto sucedió con las designaciones de Julio de Vido, Ricardo Jaime, y Guillermo Moreno.

La historia argentina siempre es cíclica. Basta simplemente con recrear los diferentes contextos sociales y políticos de determinada época para comprender los alcances del fenómeno y, en tal sentido, es el archivo de la prensa el termómetro infalible para mensurarlo. Salvo honrosas excepciones, una amplia mayoría de analistas y periodistas hoy críticos del kirchnerismo, explicitaban abiertamente su enamoramiento con el fallecido ex líder, aunque hoy declamen a viva voz sentencias trilladas tales como: 'El periodista debe ser abogado del ciudadano y fiscal del poder'. En 2003 y después, no fue así. El apoyo masivo de la prensa a Néstor Kirchner contribuyó a la nutrición del 'monstruo' comunicacional desde los albores. Se citó alguna vez, a modo de excusa, que la sociedad de aquel momento no quería escuchar malas noticias. Rápida conclusión: la Argentina está condenada a repetir sus errores, porque su sociedad reniega de la realidad. En otras palabras, prefiere prestar oídos sordos a lo que realmente sucede.

En agosto de 1976, apenas cinco meses después de acometido el golpe militar, podía leerse en el ya desaparecido diario 'La Opinión' frases como la que sigue: 'Cumplidos 150 días del Proceso, no ha habido una crisis importante que haya afectado el curso del Gobierno, lo que se traduce en una claridad en el planteo y lucidez en sus protagonistas (...) No ha habido una sola grieta en el proceso, ni siquiera una alteración de su carácter, de sus objetivos, de su identidad histórica (...) Las Fuerzas Armadas encontraron la cohesión ideológica y militar necesaria (...) Para dar el golpe, el movimiento militar obedeció a una decisión conjunta, y no a la presencia carismática de un líder (...) La imagen que transmite el Presidente Videla es la de un hombre recatado y austero. Padre de una gran familia, abuelo joven, llevado a la responsabilidad del Gobierno, no parece disfrutar del poder'. El Proceso de Reorganización Nacional fue feroz, y supo caracterizarse por un poderoso sistema de censura; la transgresión muchas veces se pagaba con la vida. Pero el trabajo del periodismo impone prudencia en el halago y una sana cautela en el acercamiento al poder. Más valor ganan estos criterios en tiempos de democracia; conceptos peligrosamente similares a los de La Opinión se escribieron y promocionaron durante los primeros años de Néstor.

En la recordada revista 'Humor' -edición de julio de 1981-, Enrique Vázquez escribiría: 'Cuando los periodistas nos queremos convertir en informantes de los de arriba, perdemos nosotros y pierden los de arriba. Somos culpables porque en su momento nos faltaron agallas. No dijimos ni una sola palabra de la Argentina secreta. Jamás nos imaginamos que esa Argentina llegaría a ocupar todo el mapa del país. Nunca pensamos que nuestro silencio nos transformaría en cómplices de lo que pasó y de lo que pasa'.

No se diga más.
 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.