POLITICA: MATIAS E. RUIZ

El mundo que Ella deseaba

El recurrente tropiezo retórico de la maquinaria de propaganda oficialista nutre con fuerza un "18A" que estaba llamado a caer en el olvido. Problemas derivados de la permanente elucubración de títulos para quitar a la muerte del centro de escena.

12 de Abril de 2013

Exceso de retórica y resultados paupérrimos; a esta magra descripción ha quedado reducido el cristinismo de finales de época. Trátase de un subsistema político que -ya desde los tiempos de Néstor Carlos Kirchner- ingeniaba titulares para desviar la atención ciudadana, bregando por que ésta jamás se detuviese a analizar a consciencia las malas nuevas de oportunidad.

Del kirchnerismo al cristinismo, sin embargo, sí se ha visto modificado el criterio para la construcción de noticias: mientras que, desde 2003 hasta 2007, Twitter, Matías E. Ruizla prosa oficial versaba sobre proyectos acaso positivos que jamás se cumplían ("FBI argentino", "Tren Bala", megainversión china), la Administración Fernández Wilhelm hoy distrae a la opinión pública con la promoción de un ideario de raigambre destructiva (acuerdo con Irán, simbiosis chavista, ataque a los magistrados, etcétera). Los embajadores de la Presidente prefiguran titulares de imposible cumplimiento no ya para la posteridad, sino para que perduren por algo más de cuarenta y ocho horas. Esta pareció ser la prerrogativa hasta el momento de arribada la etapa actual; al menos, hasta que las inundaciones en La Plata y el Gran Buenos Aires adquirieran status de tratamiento obligado y, desde entonces, en Balcarce 50 prima el imperativo categórico de fogonear nuevas polémicas con el objeto de arrojar a los muertos bajo de la alfombra. Aquí deberán rastrearse los motivos por los cuales el Gobierno Nacional se decidió a avanzar en los prolegómenos de la promocionada "democratización de la justicia". No se habla ya de los inundados, ni de los 'fallecidos Blue' en la Ciudad de las Diagonales; la Casa Rosada ha vuelto a hacer de las suyas, torciendo -otra vez- el eje de discusión.

No obstante, el poder en las sombras reincide alegremente en la sistematización de la torpeza, convirtiendo al país en un monumental experimento pavloviano. El rol protagónico que encarna la Presidente de la Nación en las primeras planas dista de ser motivo de celebración: la sobreacumulación de la inventiva termina conspirando contra la jefe de estado, mientras que los efectos de la táctica ya no son los mismos. Ahora, no solo está sucediendo que la vereda de enfrente del oficialismo desborda de participantes (opositores unificados, ciudadanos, ruralistas, militares, policías, sindicatos), sino que el núcleo duro de votantes del FPV en la Provincia de Buenos Aires ha sido, precisamente, el más afectado por la inundación bíblica que castigara al distrito. Y eso pesará, a su debido tiempo. No solo se ocultaron estadísticas relativas a La Plata: se hizo lo propio con San Martín, La Matanza y otras áreas. Los damnificados apelaron a sus reservas de dignidad para no emprenderla in situ contra Daniel Scioli y Alicia Kirchner. Incluso abusaron de su estoica magnanimidad para no hacerle pasar un mal rato a la propia CFK. De aquí que los cacerolazos programados para el 18 de abril próximo ("18A") preocupen en el seno del Gobierno Nacional. Y mucho. Este aspecto -obviado por numerosos columnistas dominicales- remitirá a otro enfoque en el análisis, a saber, que ya puede certificarse que el cristinismo se está poniendo de sombrero a la clase política toda. Poco interesa que el reducto ciudadano que organiza las demostraciones públicas por venir se desprenda, en ocasiones, del circuito dirigente: saben que no están en control de lo que las masas se propongan exteriorizar el día en cuestión. A fin de cuentas, suele conocerse de antemano quién enciende la mecha, pero nunca se sabe cuándo esta se extinguirá, ni en qué momento. ¿Cuál es el combustible que nutre, pues, el gatillo del movimiento cacerolero, sino el que le proveen oficialismo y oposición, inenarrablemente fraccionada esta última entre cómplices y adormecidos?

En poco tiempo más, deberán someterse a debate los modos con que el particular proceso democrático argentino, desde 1983, ha terminado por canibalizar sus propios intereses y agenda. La enajenación mental de la clase dirigente alcanza hoy su cénit en la muestra más cabal de inoperancia: por la vía de la destrucción de las instituciones y eludiendo su propia autodepuración, la clase política nacional aniquila sus expectativas de poder alzarse con más "caja". Los muertos -compartidos por la inundación, la indigencia o la inseguridad- se están acopiando peligrosamente. El ciudadano promedio ya ha comprendido que la tributación de impuestos no observa sentido, en virtud de que la nomenclatura retorna esos estipendios por la vía del incremento cuasiprogramado del índice de mortandad. La versión de República a la que hoy se asiste comienza a transitar un sendero de riesgos no calculados, con un agravante desmenuzable en tres vías: a) se estigmatiza ideológicamente al ciudadano, jugueteando con la multiplicación de la violencia; b) irónicamente, el desparpajo no está dejando otro remedio al próximo gobierno que un ajuste de alcances insospechados; c) no existe modelo previo de análisis tradicional de aplicación plausible para predecir las consecuencias de lo que podría encontrarse a la vuelta de la esquina.

Prever la secuencia destructiva de eventos compartidos por el kirchnerismo en versión cristinista no era tan complejo. A tal efecto, no solo había que remitirse al pasado de la familia presidencial y las tropelías acometidas en la Provincia de Santa Cruz. Luego del gran desarme nacional propiciado por radicales, aliancistas, menemistas y duhaldistas, arribó al poder un subsistema configurado a base de las peores desviaciones del justicialismo, operando en conjunto con el elemento derechohumanista renegado de los años de plomo y una juventud de objetivización plutocrática (el camporismo) que complementa el despilfarro con filantropía en medio del Armagedón. De esta execrable combinatoria solo podían emerger y multiplicarse los peores males: la corrupción, el tráfico de drogas, y un ideologismo revanchista aceitado a perpetuidad. Los alcances de la enfermedad cobran forma de metástasis porque la partidocracia ejerce una acción parasitaria en perjuicio de una sociedad culturalmente fragmentada adrede; el indolente (la dirigencia) no reacciona ante el acopio de cadáveres, porque él es el causante; el ciudadano de a pie no replica porque fue educado -durante años- para ser indiferente. Peor aún: no existe contrarrespuesta porque nadie quiere mirar de frente a Medusa. El feedback negativo se retroalimenta -valga la redundancia- con la neutralización tipificada de la estadística: nadie muere; los precios no aumentan. Todo mundo está feliz. Nos referenciamos en el proverbial condenado a muerte que festeja, entre risotadas, la postergación de la inyección letal.

Difícilmente pueda conjeturarse que los escenarios descriptos forman parte de la realidad soñada por la Presidente de la Nación. Habrá que recordarle que ella ya no se encuentra en control; los que mandan son los otros. Dispuestos a hacer lo que sea para no perder lo cosechado; incluso, motivados hasta para despojarse de la Jefa -por la vía que se declare necesaria- como si se tratase de un mal hábito. Si son de extracción doméstica o foránea, poco interesa.

Es lo que hay. Todos los relojes despertadores están rotos. O, simplemente, han caído en desuso.


* Título: sobre la base del relato corto de Philip K. Dick, 'The World She Wanted' (noviembre, 1952) | Foto: Presidente Cristina Fernández Wilhelm, junto a Ernesto Laclau

 

 

Matías E. Ruiz, Editor