El liberal-mileísmo y las derechas: fronteras borrosas
En los últimos días, la realización -por parte de La Libertad Avanza (LLA)- de congresos...
En los últimos días, la realización -por parte de La Libertad Avanza (LLA)- de congresos de afirmación ideológica y cónclaves recaudatorios hizo que los medios masivos de comunicación los describieran como encuentros 'de la derecha' y aún incluso como 'de la ultra-derecha'. Esta terminología se presenta como habitual en los sectores 'progresistas', quienes la emplean en un sentido peyorativo, asociado a la descalificación de la 'mentalidad reaccionaria'. En esta cuestión, la novedad aportada por LLA consiste en asumir explícitamente su rol de abanderada del 'pensamiento de derecha', aunque sin la conciencia culposa que hacía que los sectores conservadores omitieran un vocablo con mala prensa.

Ahora, bien; cabe preguntarse si acaso el campo de aplicación de 'ideología de derecha' alcanza hasta cubrir el ideario del mileísmo, o si apenas merodea los arrabales del siempre impreciso anarco-capitalismo instalado por su mentor principal ayer como comentarista y diputado; hoy, desde el atril privilegiado de la Primera Magistratura. Un método, asequible y quizá eficiente (al menos para los modestos fines que nos proponemos), consistirá en caracterizar la manera en que la derecha y la ultraderecha tratan cuestiones vitales de los ciudadanos alcanzados por su programa. En este esquema, nos atenemos a modelos instaurados en el siglo XX en Occidente, por lo que los mismos se corresponden con la evolución de las ideas en ese contexto de tiempo y lugar. Para el campo de 'ultraderecha', pensamos en los experimentos del nazismo, del fascismo y de modelos ambiguos como el franquismo de la península ibérica. El paciente lector podrá merituar, al señalar cada ítem la coincidencia o discordancia de los modelos confrontados.
1. Rol del Estado. Se trata de una cuestión esencial para la descripción del modelo 'derecha/ultra.derecha'. En efecto, la intervención estatal es severamente intensa en la vida privada y pública de los ciudadanos. El régimen de garantías constitucionales, inspirado en las Cartas Fundamentales de principios del siglo XIX, es descalificado como mera veleidad burguesa.
2. Mercado. El papel del mercado como asignador de castigos y recompensas está reducido muy especialmente. Las empresas estatales, generadas por el gobierno o siendo fruto de expropiaciones y confiscaciones, toman el control de las actividades centrales de la Nación. Toda inversión privada debe obtener una autorización que revisa minuciosamente la oportunidad de la misma y su relación con los intereses 'superiores del Estado'.
3. Cultura. Todo el aparato del Poder está orientado a fortalecer la idea del restablecimiento de los valores de un pasado glorioso, tarea en la que la veneración de los muertos y la movilización de multitudes conforman espectáculos que sirven al proyecto esencial. Las artes son empleadas como instrumentos útiles, en tanto reflejen con la fidelidad pretendida los valores de la Nación 'refundada': los artistas que se ocupan de asuntos particulares de los individuos son despreciados, en tanto encarnan 'vicios de la sociedad decadente'. La producción cultural extranjera debe superar el filtro de la censura, que determinará si esa producción no atenta contra los 'valores superiores de la nacionalidad'.
4. Propaganda. Los Ministerios de Propaganda imponen la ideología de Estado: desfiles militares con profusión de banderas y estandartes, como así también estadios con jóvenes gimnastas, que glorifican el culto de las armas y del cuerpo 'sano', libre de la contaminación de las perversiones toleradas por los sistemas liberales.
5. Relaciones Capital/Trabajo. El Estado es el mediador genuino para atemperar las tensiones entre ambos intereses. El capital sujeto a auditorías que determinan la medida de su expansión y los gremios únicos por actividad -sujetos al reconocimiento estatal para otorgarles legitimidad-, constituyen el mecanismo idóneo para sostener la 'paz social' y para hacer del gobierno el 'fiel de la balanza'.
El Presidente Milei se ha asignado la tarea histórica de 'destruir al Estado'. Quizás, más allá de una efusión verbal, haya querido decir que su gestión se caracterizará por reducir la injerencia estatal a su mínima expresión. Claro está que el alcance de 'mínima expresión' plantea, a su vez, el problema de determinar la profundidad de la reforma que ha de proponerse. Como sea, parece evidente que su modelo no guarda identidad con los descriptos como 'gobiernos de ultraderecha' y sólo parcialmente como 'de derecha'. Acto seguido, y al considerarse cierto empleo vulgar del concepto 'derecha', la gestión mileista puede encajar en dicha categoría. Así sería, porque:
- Otorga al capital privado las funciones esenciales como movilizador de la economía, e incluso como ejecutor material de planes de gobierno; por ejemplo, el amplio espectro de la comunicaciones en sentido total.
- Se propone una retirada del proceso de formación de precios en forma gradual, hasta alcanzar la prescindencia absoluta. En este modelo, los salarios operan como precio del trabajo y, en su etapa de consolidación, la remuneración de los empleados en relación de dependencia no requerirá de acuerdos paritarios ni de la homologación estatal .
En la medida en que logre suficiente plafond político y las condiciones económicas así lo permitan, recortará el aporte estatal en 'bienestar social', en institutos culturales, en centros de investigación, y en toda actividad en la que la tarea de los particulares funja más eficiente que la pública.
Desde el retorno de la Argentina a la democracia en el año 1983, la distribución de incumbencias ha sido algo así: la cultura se entregó a la izquierda o a la concepción progresista; la economía, con vaivenes nunca cruciales, fue patrimonio del capital privado; esto es, que se cedió a la derecha y al centro. La política operó de mediador, en general, con invariable torpeza.
En los años treinta, se inició un movimiento de revisión del relato de la historia argentina, basado en la matriz diseñada por el liberalismo de cuño mitrista. Entre los conceptos esenciales, revistaba la afirmación de que la 'importación' de categorías históricas de los países centrales sólo generaba confusión en las naciones periféricas. Años después, se aceptaba que fenómenos como el peronismo, el radicalismo o las dictaduras militares no podían reducirse al mero etiquetado de los mismos como fascistas, demo-liberales, o aún nazis.
La fastidiosa complejidad de nuestra historia y, de igual modo, el exasperante estado de asamblea permanente de nuestra sociedad, parecen aconsejar prudencia en las calificaciones y mesura en los actores políticos que ejercen o aspiran al gobierno. Javier Milei lo tiene claro pero, de momento al menos, la vehemencia parece más rentable.
De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.