INTERNACIONALES: MATEO HAYDAR

Mientras China y Rusia profundizan su contacto con las naciones más importantes de América Latina, ¿cuál es la estrategia de Joe Biden?

Poco después de que el ex mandatario izquierdista de Brasil, Luiz Inácio 'Lula' da Silva...

23 de Noviembre de 2022

 

Poco después de que el ex mandatario izquierdista de Brasil, Luiz Inácio 'Lula' da Silva, se aseguró su tercer período de gobierno en octubre pasado, la Casa Blanca se apresuró en felicitar al funcionario electo. En compañía de Brasil, un novedoso bloque de países latinoamericanos que otrora supieron ser firmes aliados de los Estados Unidos de América, ahora serán gobernados por presidentes decididos a ampliar sus vínculos con la República Popular China, la Federación Rusa y la República Islámica de Irán.

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La Administración Biden se muestra predispuesta a trabajar junto a Lula en temáticas como cambio climático, y se ha anunciado que se considera una 'rápida oportunidad' para reunirse con el brasileño. Desde luego que este desarollo acusa un notorio contraste con el tratamiento ofrecido por Biden al presidente saliente Jair Bolsonaro -de plataforma política conservadora-, quien jamás logró convenir un encuentro con su par estadounidense, llegando incluso a amenazar con boicotear la Cumbre de las Américas de junio pasado.


Lula, quien ya había gobernado entre 2003 y 2010, derrotó por escaso margen a Bolsonaro -esto es, por menos de un 2% de diferencia. El retorno político de Lula no deja de sorprender, siendo que debió permanecer durante 580 días en prisión por delitos de lavado de dinero y corrupción. Tiempo después, fue liberado en razón de procedimientos judiciales -gracias a su mayoría política en la Corte Suprema de Justicia, aunque nunca fue exonerado de los citados cargos.

El cruento impacto económico de la pandemia y los recurrentes ataques de los medios de comunicación contra Bolsonaro, tanto en el concierto doméstico como en el internacional, empujó a una ligera mayoría de ciudadanos brasileños a inclinarse por Lula. Da Silva invirtió meses intentando moderar su retórica, y construyendo una coalición política más amplia, en compañía de dirigentes del espectro centrista.

Si cabe atenerse a los antecedentes, cabe presuponer que la Administración Biden intentará ampliar la relación con Lula. Pero una Casa Blanca muy propensa a maltratar al saliente Bolsonaro y a abrazarse a Lula en temas relativos, por ejemplo, al clima, no debería hacer a un lado una colección de preguntas críticas al respecto de lo que un nuevo período de Da Silva implicará para los intereses estadounidenses en la región.

Cuando Lula asuma, el próximo 1ero. de enero, cada una de las naciones de mayor peso económico en América Latina será gobernada por la extrema izquierda, por primera vez en la historia. Un nuevo consorcio de países (la Argentina, Brasil y México) da muestras de consolidarse. Ahora, estas naciones serán lideradas por presidentes que se han alejado de la influencia estadounidense, mientras que potencian sus vínculos económicos y diplomáticos con las dictaduras cubana, venezolana y nicaragüense.

Lula, uno de los fundadores del Foro de San Pablo en 1990 junto a Fidel Castro Ruz, defendió al dictador nicaragüense Daniel Ortega, durante este año. En ocasión de su primera presidencia, Lula recurrió al banco de desarrollo brasileño para canalizar fondos hacia los dictadores de la región; en un caso, girando casi mil millones de dólares al proyecto para el puerto de Mariel en Cuba.

Desde que la 'ola rosada' de comienzos de los años 2000 trajo la primera oleada de líderes izquierdistas a la región, la izquierda latinoamericana buscó materializar sus esfuerzos en pos de la 'integración regional'. Esto involucró la participación de sus aliados autoritarios en Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Este año, Lula hizo campaña para favorecer esa integración regional, incluyendo el proyecto tendiente a la creación de una moneda regional, el 'SUR'. El entonces presidente Hugo Chávez Frías se abrazó a un intento similar más de una década atrás, pero fracasó a la hora de granjearse el respaldo suficiente de parte de las economás más importantes de América del Sur. Sin embargo, el clima político se ha vuelto favorable, y el progreso técnico evidenciado por las monedas digitales, incluyendo también el espaldarazo que ofrece Pekín, podría fortalecer estos esfuerzos. Al igual que Chávez, Lula no oculta su objetivo de poner en jaque la dependencia frente al dólar estadounidense.

Más importante aún, Lula carga consigo un historial basado en mantener el vínculo con Washington a flote, aproximándose en simultáneo a la influencia de la China comunista y a sus aliados, Rusia e Irán. Desde su primera presidencia, la política exterior de Lula ha favorecido la construcción de un 'orden multipolar', aún uno (en progreso) en el que Pekín y Moscú puedan convertirse en poderosos polos en el hemisferio occidental. Ya Da Silva se reunió con Xie Zhenhua, enviado especial para asuntos climáticos, en la conferencia COP27 desarrollada recientemente en Egipto.


Es probable que Lula intente resucitar la 'Unión de las Naciones Sudamericanas' junto al dictador venezolano Nicolás Maduro Moros, y fortalecer la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), espectros multilaterales que excluyen la participación de los Estados Unidos. CELAC es un órgano conocido por oficiar de anfitrió para los foros ministeriales tutelados por Pekín en la región. En el foro más reciente, llevado a cabo durante diciembre, China anunció un listado de ámbitos de cooperación con los gobiernos sudamericanos, incluyendo la tecnología nuclear y la espacial.

Durante sus primeros dos mandatos, Lula fue instrumental a la hora de ofrecer espacio a la influencia de Pekín en Brasil. Asimismo, China incrementó su comercio con el gigante sudamericano dieciséis veces bajo sus presidencias, evolucionando desde inversiones iniciales en minerales o metales raros y agricultura, hacia telecomunicaciones sensibles y proyectos de infraestructura. Tiempo después, la evolución se abrazó a los bienes de capital, las manufacturas, y el sector de servicios.

De acuerdo a Freedom House, organización estadounidense sin fines de lucro que declara su defensa por la democracia y los derechos humanos, al menos cuatro medios de comunicación chinos de importancia cuentan con oficinas en Brasil; la televisión estatal china evidencia una activa presencia, y un órgano de prensa financiado por el Partido Comunista Chino trabaja junto a socios locales para lanar una publicación pro-PCCh. Inicialmente, el gobierno saliente de Bolsonaro intentó bloquear al gigante de las telecomunicaciones chino Huawei y su intento por involucrarse en proyectos vinculados a la tecnología 5G pero, a la postre, la iniciativa prosperó.

A pesar de la retórica poco transparente, compartida en tiempos de campaña, la totalidad de estos proyectos muy probablemente se amplifiquen con Lula, quien se aprovechó del boom de las materias primas de comienzos de los años 2000 -originado fundamentalmente en la demanda china-, a efectos de potenciar el gasto público. Da Silva fue co-fundador del consorcio BRICS -integrado por su país, Rusia, India, China y Sudáfrica-, bloque que ahora podría incluir a Irán y cuya principal meta declarada es contrarrestar la influencia económica estadounidense.

Brasil, la economía de mayor importancia en América Latina, y democracia de 217 millones de personas, es extremo importante como aliado económico y en asuntos relacionados con la seguridad para Washington, como para permitir que se convierta en un Estado clientelar para actores maliciosos -y, eventualmente, como fuente de inestabilidad regional. Si la Administración Biden pretende demostrar seriedad al momento de contrarrestar la influencia de Pekín y sus aliados en este hemisferio, entonces precisará -con suma urgencia- de una estrategia que tome a esta amenaza de manera prioritaria. En especial con un nuevo período de Lula Da Silva como presidente.



Artículo original, en inglés


El autor, Mateo Haydar (@mateohaydar), es asistente investigativo para América Latina en el Centro Allison Dedicado a Estudios de Política Exterior, en el think tank estadounidense The Heritage Foundation, en Washington, D.C.