POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Sobre la 'Grieta' argentina y el mito de la unidad nacional

Cuando en Google buscamos el término 'escabroso', nos encontramos con que el adjetivo significa...

25 de Septiembre de 2022

 

Cuando en Google buscamos el término 'escabroso', nos encontramos con que el adjetivo significa en su segunda acepción: 'Muy embarazoso y difícil de manejar o de resolver'. Y, aferrándonos a la sana costumbre que inaugurara hace sesenta años el insuperable diccionario 'Pequeño Larousse Ilustrado', el motor de búsqueda nos sorprende con un ejemplo de aplicación del vocablo: 'Debían dejar de lado el escabroso tema de la lucha de clases'. Pero la primera acepción pronto nos resultará útil: 'Que está lleno de rocas, tiene pendientes muy pronunciadas, o fuertes desniveles que dificultan el acceso'.

Crisis política en Argentina, Crisis institucional, Frente de Todos, Juntos
Pues, bien, caro lector; el asunto de la grieta argentina es un asunto escabroso. Y tiene que ver con los sacudimientos espasmódicos que, con frecuencia, zarandean al país desde una pseudonormalidad que pronto se revela precaria, hasta arrastrarlo enseguida al borde del precipicio. En el fondo de esta macabra rutina de la imprevisibilidad como norma, habita la historia argentina entendida como la de una guerra civil intermitente, como quiere el marxismo en general al poner énfasis en el rol de la lucha de clases irresuelta como motor de las crisis recurrentes o por la acción combinada de la concentración monopólica de la economía, en oscuro meridaje con los intereses permanentes de los imperialismos de turno -como pretende el nacionalismo vernáculo o, en fin, una historia arrasada por la tentación populista y la demagogia como sistema en la concepción del liberalismo político.

Esta simplificación que acabamos de esbozar no tarda en exhibir la complejidad real que oculta. Así, tomemos unos de los ejes esenciales que disparan el fenómeno 'grieta': peronismo vs. antiperonismo. Dentro del primer objeto de análisis (el peronismo), conviven vertientes de cada una de las tres concepciones señaladas. A lo largo de setenta y siete años, se han sucedido períodos de preeminencia de alguna de las interpretaciones del devenir nacional, al interior de un peronismo que, a su vez, no resolvía (ni ha resuelto aún) la consolidación definitiva de un programa que pretende 'nacional y popular'. En la vereda de enfrente, la oposición -reticente a toda forma de naturalización del peronismo como vocación preferente de las clases más postergadas-, cristalizada en el 'gorilismo', cavó ( y sigue cavando) con entusiasmo compartido, la fosa en la que la Argentina sepulta año tras año toda chance de emancipación nacional. 

Ahora, bien; es imaginable la supresión de la zanja que separa a los adversarios. Pronto, emergen las dificultades para resolver la cuestión. En primer lugar, el carácter proteico del peronismo (su talento para la supervivencia, basado en la capacidad de adaptación al momento histórico y su insuperable olfato para la lectura pertinente) impiden definir a un interlocutor consolidado con el cual pactar condiciones de convivencia civilizada en el contexto de la confrontación inevitable (y aún necesaria). Al mismo tiempo, la vereda antiperonista presenta tres rasgos que agregan 'rocas y pendientes pronunciadas': 1) la oposición es hoy una coalición precaria, sin una fuerza dominante absoluta como sucede en su oponente (o partner en el escenario de la grieta), cuya debilidad intrínseca se revela en la idea de que una supresión de las PASO equivaldría a su disolución. 2) Así como el Frente de Todos ensaya hoy una desarrollismo tardío, como hace poco comentamos desde este espacio, en Juntos, su último candidato a la Vicepresidencia es un peronista que sostiene que el kirchnerismo ha abandonado aspectos clave de la doctrina justicialista. En tanto, un partido centenario como el radicalismo decide abandonar su resignado rol de segundo imprescindible que en su momento le adjudicara el macrismo en las tropicales jornadas de Gualeguaychú, y se decide a discutir liderazgos, y, por fin, 3) en medio de las afiebradas discusiones aùn sin resolver en este último aspecto, se yergue majestuosa -cual telón de fondo- la idea de que el que propone decididamente tender el puente que supere la grieta, es aquel que está convencido de que será el perdedor en 2023. De ahí a sostener que la diferenciación entre los oponentes se sostiene con la radicalización (entendida como profundización) de la concepciones acerca de la salida a la crisis nacional, media un paso imperceptible. Es más, la grieta, cristalizada en volver irrespirable el ambiente político, revolver archivos, disparar carpetazos, hacer espionaje y difundir información falsa en las redes sociales (convertidas ahora en una versión novísima de la guerra por otros medios) termina en una abominable paradoja: la grieta es la condición sine qua non que permite a ambas coaliciones sostener el sistema de intereses que, a su vez, garantiza la continuidad del modelo.

La grieta ha ofrecido valiosos servicios a la clase polìtica en términos de construcción de un escenario hipnotizante (entre otras cualidades) destinado a ocultar, al menos parcial y perentoriamente, que el abismo real tiene lugar entre los representados y los presuntamente representantes. En efecto, si alguna cuestión no puede ser negada, desde cualquier posición ideológica, es que la crisis de representación se consolida entre nosotros con el mero paso del tiempo. La desconexión notable entre los asuntos que desvelan a funcionarios, legisladores y jueces tiende a abrir una brecha insalvable con las preocupaciones del ciudadano común. Claro que el sistema reacciona con reflejos eléctricos cuando se plantea el dilema: de inmediato, se trae a colación que el desprestigio de la política y erigir la figura del 'hombre común' constituyen la antesala de todos los experimentos fascistas. Sin lugar a dudas, se trata de una argumentación formidable en términos de lecciones impartidas por la Historia ,al menos que se recuerde que la prolongación irresponsable del clima de agresividad entre los principales actores de la política, sin reglas ni códigos de convivencia en la diversidad, igualmente -en algún momento- producen la catástrofe tan temida de una debacle del sistema democrático. Es más: nos atrevemos a afirmar, a riesgo de merecer la crítica despiadada de los usufructuarios del status quo, que la estabilidad de los regímenes democráticos en América Latina se exhibe hoy, en el contexto de la profundización de las restantes grietas del subcontinente, en el punto más bajo desde que hace cuarenta años se iniciara el ciclo de retorno a la normalidad institucional.

La experiencia intelectual restante consiste en imaginar un escenario nacional en el que la grieta ha sido superada. Sus rasgos esenciales, deducidos en contraposición del drama actual, podrían ser los siguientes:

1. Los partidos aceptan el desafìo de confrontar públicamente los argumentos (es decir, la cadena de razones anudadas) en torno a la solución de los grandes temas nacionales. Implica renunciar solemnemente al uso de todo recurso basado en la descalificación personal del oponente y en la falsedad conciente de las afirmaciones vertidas. 

2. De común acuerdo, las partes se obligan a abandonar el uso de los medios de comunicación social para rebatir posiciones que no han sido previamente discutidas en su ámbito natural (como ejemplo, el parlamento), y a restringir la acción proselitista en la que se apele a dichos medios como herramienta de captación de opiniones, a los períodos fijados normativamente.

3. Se crea un Tribunal de Etica de la Confrontación, integrado por notables del pensamiento y la acción en lo político, cultural y social, provenientes de un amplio abanico ideológico. Emitirá fallos meramente aleccionadores, cuyo valor se deducirá de la integridad moral de sus miembros, la probidad de su conducta y el prestigio que adquieran las evaluaciones emitidas. Desde ya que la conformación del Tribunal pondrá a prueba inicial la voluntad real de las partes para superar la intolerable lacra del juego sucio.

Quizás el  lector piense que se trata de una fantasía naíf. Que la política criolla no tiene arreglo, al menos en lo inmediato. Que la grieta pinta de cuerpo entero la tragedia de la sociedad argentina.

Acaso corresponda contestar a esta intuición que probablemente sea mayoritaria, con un consejo que disimula su inocencia en la autoridad borgeana: La esperanza es un deber.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.