INTERNACIONALES: PHILIP GIRALDI | REALPOLITIK

En Washington, las buenas noticias suelen convertirse en malas noticias

Una Administración peligrosamente incompetente aliena a aliados, y cosecha nuevos enemigos.

09 de Diciembre de 2021


Es buena noticia que, en los Estados Unidos, hace poco se haya celebrado el Día de Pearl Harbor, que motivó el ingreso del país en la Segunda Guerra Mundial -guerra que jamás hubiese sido peleada de haber prevalecido la cordura entre los hombres de Estado de aquella época. La lección aprendida para los tiempos que corren debería vincularse a los pasos que pudieran haberse dado para evitar el conflicto. Y hay más buenas noticias en relación al Acta para la Autorización de la Defensa Nacional de los Estados Unidos (NDAA) -construcción enfermiza que pretende ser una respuesta seria a las necesidades de la defensa del país-, por cuanto la misma ha quedado congelada en el senado, algo que no ha sucedido durante los últimos sesenta años. Pero allí aparecen las malas noticias. El proyecto está siendo bloqueado por numerosos senadores del Partido Republicano que se esmeran por convertirlo en algo peor, recurriendo a un sistema de sanciones incrementadas con miras a impedir la construcción del gasoducto ruso-germano Nord Stream 2, al tiempo que buscarán prohibir las importaciones oriundas de la provincia china de Xinjiang, en razón de que algunos funcionarios de la Administración han acusado a Pekín de ejecutar un genocidio contra los musulmanes de la etnia uighur.

General Milley, Estados Unidos, Philip Giraldi, UnzLos senadores del GOP también se proponen sancionar al gasoducto, a efectos de advertir a Rusia ante cualquier acción militar contra Ucrania, interponiendo todavía más presiones sobre Alemania para que se retire del acuerdo -el cual ya acusa notable presión en la forma de amenaza de sanciones por parte de Washington. La prohibición de comerciar con China busca, de igual modo, enviar una señal a Pekín, al respecto de que cualquier cosa que decida implementar a nivel doméstico no será tolerada, si el propósito es evitar la ira del Congreso de los Estados Unidos.

El cacareo en torno del sitio que los EE.UU. deben tener en el concierto global es, infortunadamente, bipartidista. Obsérvese cómo la Administración Biden llegó al poder bajo la promesa de solucionar la supuesta falta de credibilidad en el liderazgo washingtoniano, a partir de un compendio de decisiones ejecutadas por la Administración Trump. Sin dudas, el criterio decisional impetuoso de Donald Trump en ocasiones confundió a aliados e hizo lo propio con rivales potenciales, pero Biden, a pesar de su compromiso de 'construir mejor' (Build back better) -lo que sea que eso signifique- hasta ahora no ha demostrado nada de aquéllo.

El team presidencial tenía la esperanza de recobrar el protagonismo en el terreno de la crisis climática, pero no muchas naciones se agruparon en torno de la bandera americana a la hora de tomar medidas concretas y de establecer objetivos que comprometerían a sus economías, dependientes de la generación de energía tradicional. Mientras el invierno arrecia sobre los EE.UU., será interesante ver cómo reaccionan los votantes frente a las iniciativas climáticas de Biden -cualesquiera sean.

Aún cuando los medios de comunicación han interrumpido ostensiblemente sus reportes sobre el desastre inmigratorio en la frontera sur, el fallo de la Administración Biden a la hora de tomar medidas efectivas que obstaculicen esos movimientos de personas se han vuelto evidentes para la ciudadanía estadounidense. El team Biden ha permitido que decenas de miles de inmigrantes ilegales ingresen al país, en tanto el Servicio Inmigratorio incluso aportó vuelos para habilitar a esos inmigrantes a disperarse por todo el territorio nacional. Se supone que aquéllos deberían presentarse ante un juez de inmigración en algún futuro, pero difícilmente alguno se moleste en hacerlo, mientras los Demócratas harán todo lo posible para que los recién llegados puedan votar por correo regular. La Ciudad de Nueva York, por ejemplo, ya ha anunciado que permitirá que ciudadanos no-locales sufraguen en los comicios domésticos. y, en efecto, el programa inmigratorio de Biden se completó con un desaprensivo plan con miras compensar a aquellas personas que crucen ilegalmente la frontera, si niños se han visto separados de sus padres. Podría ser la primera vez en la historia de los Estados Unidos en que se recompense a criminales, con hasta US$ 1 millón por familia; sin embargo, la buena noticia es que, en apariencia, la iniciativa ha sido descartada -a raíz del impacto negativo de la noticia.

¿Deberíamos continuar con el listado de malas nuevas? Una desastrosa evacuación desde Afganistán ya está quedando en el recuerdo, evento que llegará al cine -en la forma de una película de Hollywood que rendirá culto al heroísmo de soldados y Marines que arriesgaron sus vidas para lograr sacar de ese país a ciudadanos estadounidense y a afganos vulnerables previo a la llegada del Talibán. Uno se pregunta si ese material fílmico futuro incluirá alguna recreación de los torpes de la Casa Blanca llevando a cabo la reunión en la que decidieron clausurar la Base Aérea de Bagram previo al proceso de evacuación. No parece probable, toda vez que Hollywood es conocida como la 'Fábrica de Sueños' por buenas razones, y es una localidad saturada de afiliados al Partido Demócrata.

Adicionalmente, acaso uno debería comentar sobre la absurda invocación vinculada a nuevas variantes del vector COVID, junto con un amplificado mandato de vacunación forzada, aplicada a casi todo ciudadano y con recurrentes presiones relativas a cumplimiento. Luego, está la cuestión de la impresión de dinero con el objetivo de respaldar los programas sociales Demócratas, los cuales inevitablemente aumentarán la inflación y aportarán a la implosión de la deuda nacional. Han pasado poco más de diez meses, y los buitres ya están agolpándose en el cielo. No sorprende que los rátings de aprobación de Biden se han desplomado, mientras que peligrosamente incompetente vicepresidente Kamala Harris -por suerte, invisible durante gran parte del tiempo- contabiliza índices de credibilidad todavía peores.

De tal suerte que no no debería sorprenderse con el hecho de que Biden esté haciendo lo que muchos de sus predecesores han hecho: distraer frente a las críticas, y buscando nuevos enemigos a los cuales culpar. Pero nadie debe incurrir en el error: existen muchos países a los que los Estados Unidos no les caen bien; la mayoría de ellos cuenta con buenas razones y, sin embargo, las naciones más frecuentemente citadas de ese grupo siguen siendo Irán, Rusia o China.

La insistencia en buscar enemigos es, de algún modo, peculiar, conforme los EE.UU., resguardados geográficamente por dos océanos, sin dudas cuentan con las fuerzas armadas más poderosas del globo, respaldadas incluso por disuasores estratégicos -como armas nucleares, con capacidad para aniquilar a cualquier enemigo. Los EE.UU. invierten más en 'defensa' que los siguientes siete países combinados, y contabilizan un aproximado de setecientas bases militares en todo el mundo. Casi la mitad del gasto militar en la Tierra es responsabilidad de los Estados Unidos.

Estados Unidos es el único país que puede proyectar globalmente un significativo poderío militar, de manera tal que, ¿por qué subsiste tanta paranoia frente a las amenazas externas? Algunos podrían afirmar que todo es un gran embuste, y que eso se hace para garantizar un flujo de fondos para contratistas de la defensa. No obstante, esa explicación es algo simplista, siendo más adecuado atender a una combinatoria de factores que han transformado a los Estados Unidos de América en el 'arsenal de la democracia' del mundo. O quizás la descripción más idónea coincida con la de una incesante 'promoción de la democracia'.

Al tomar nota sobre los tres enemigos dilectos, uno observa a Irán, que en modo alguno amenaza a los EE.UU., y que sólo ocupa un sitio en ese listado debido a Israel. El poderoso lobby israelí en los EE.UU. tiene bajo férreo control la política exterior sobre Irán, dominando el debate legislativo -asumiendo que semejante cosa existe-, y designando periódicamente a sus proxies en el gabinete dedicado a la seguridad nacional. Las conversaciones para reinstaurar el JCPOA con Teherán con miras a monitorear su programa nuclear, tiene mucho que ver con el interés nacional estadounidenses, pero desde sus bases no conduce a ninguna parte, porque su existencia se debe al interés de Tel Aviv. Recientemente, el premier israelí ha advertido que las conversaciones deberían llegar a su fin, dado que Irán recurre a 'amenazas' para lograr un trato favorable. En virtud de que Israel es la única potencia con armamento nuclear en Oriente Medio, ese argumento coquetea con el ridículo.

Por su parte, Rusia, la única nación de las mencionadas con capacidad para inflingir serios daños a los Estados Unidos, también ha sido desde siempre un proyecto neoconservador, desde acontecido el colapso de la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Moscú sólo cuenta con una base extranjera, localizada en Siria, y cuenta con recursos e intereses limitados para hacer más que eso, aún cuando se ha comprometido notablemente a que sus vecinos no caigan en la órbita occidental más de lo que ya lo han hecho. La perspectiva rusa sobre amistad u hostilidad se explica a partir de un interés genuinamente nacional, a diferencia del involucramiento de Washington en la región.

Sin embargo, el establishment de la política exterior en los Estados Unidos -mayormente controlado por la influencia de neoconservadores y por sus think tanks asociados- ha tenido éxito al momento de presentar al presidente ruso Vladimir Putin y a su gobierno como monstruos de corte totalitario que movilizan tropas dentro de sus propias fronteras. La notable Victoria Nuland, Subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, advirtió hace poco, luego de protagonizar un cónclave ministerial de OTAN: 'Todos los aliados OTAN muestran solidaridad con Ucrania al día de la fecha, dejando en clara nuestra firmeza en el respaldo de su independencia; asimismo, nos comprometemos firmemente a enviar un mensaje a Moscú, al respecto de que, si vuelve a tomar medidas para desestabilizar internamente a Ucrania, o bien utiliza sus fuerzas para ingresar al país, esa decisión deberá hacer frente a una réplica en la forma de medidas económicas de alto impacto, ninguna de las cuales hemos utilizado antes en conjunto'.

Otra reciente y ridícula propuesta, encarnada por Michael McFaul -consabidamente incompetente ex Embajador de Barack Obama ante Rusia- propone un incremento de sanciones americanas contra Moscú, ingresando en simultáneo luego con una alianza militar con Ucrania, la cual, en cualquier escenario, provocaría una guerra mucho antes de prevenirla. Los medios de comunicación estadounidenses, que perfectamente podrían presentar argumentos contra esa precipitada acción, han acompañado la charada, presentando incorrectamente la acción rusa vis-à-vis en Ucrania, y respaldando las provocaciones militares americanas y de OTAN en los mares Negro y Báltico. Infortunadamente, la incesante campaña de propaganda ha sido notoriamente efectiva, con al menos una mitad del público en los EE.UU. predispuesto a comprometer soldados americanos para 'defender' a Ucrania.

Algunos congresistas ya se han subido al barco de la provocación contra el oso ruso, incluso pidiendo que tropas de combate estadounidenses a ser desplegadas en territorio ucraniano disuadan a Moscú. El Secretario de Estado, Tony Blinken, advirtió hace pocos días a Rusia para que 'no cometa un grave error' en torno a Ucrania. ¿Por qué? Pues, acaso porque Washington invirtió US$ 5 mil millones para derribar al gobierno ucraniano en 2014, y porque hoy Kiev tiene a un jefe de Estado de origen judío, y porque tanto su economía como su gobierno se encuentran mayormente en manos de oligarcas vinculados a Israel. Este es el proverbial vínculo que une intereses dispersos, y también está el tema de Hunter Biden, hijo del presidente que se enriqueció en Ucrania -aspecto que beneficia del ocultamiento por parte del status quo.

Pero China, país que recientemente se ha encaramado en el podio de los enemigos, es bastante más difícil de entender. La República Popular es un competidor global legítimo, con una economía hoy estimada como superior a la americana, aunque jamás ha sugerido en modo alguno que tiene interés en un conflicto armado. Contra esa impostura, el presidente Biden ha declarado que los Estados Unidos han asumido un 'compromiso' de defender a Taiwan, si China intentara retomar el control de la isla. Si ese conflicto se hiciera realidad y los EE.UU. se involucraren en una guerra convencional versus Pekín, se percataría de que los chinos cuentan con notables ventajas: combatirían en líneas interiores, mientras que la moderna tecnología de misiles hipersónicos podrían destruir a las obsoletas unidades de combate estadounidenses desplegadas en portaviones. El General Mark Milley, cabeza del Estado Mayor Conjunto de los EE.UU., ha descrito a los novedosos misiles chinos como 'muy preocupantes' y 'muy cercanos' a convertirse en un 'momento Sputnik' -refiriéndose a la instancia de 1957, en la que los Estados Unidos, condicionados por el pánico, aceleraron su carrera armamentista y espacial versus la ex URSS.

En el epílogo, no habrá que olvidar que China es un socio comercial de primera magnitud de los Estados Unidos, por cuanto Pekín produce numerosos bienes de consumo que hace tiempo no son manufacturados en territorio americano. Asimismo, Pekín contabiliza decenas de miles de millones de dólares en bonos del Tesoro de los EE.UU. Si acaso existen dos naciones sin motivos para ir a una guerra, son los EE.UU. y la República Popular. De todos modos, las amenazas provienen mayormente de Washington, y así ha sido de manera recurrente, desde que Barack Obama inició su pivot hacia Asia, tras alcanzar la presidencia.

A efectos de completar el cuadro de ineptitud, la diplomacia estadounidense también contribuye a la proliferación de las amenazas. Por lógica, Washington debería buscar que Rusia dirija su furia contra China pero, en lugar de ello, ha elegido provocar a ambas. Si acaso los europeos, los surcoreanos y los japoneses se sumarán a los EE.UU. en su marcha por el sendero del olvido, es un tema a debatir. Uno de los aspectos más curiosos en torno de las noticias que provienen de la Casa Blanca, del Pentágono y de Foggy Bottom (el Departamento de Estado) hace a la hipocresía. Recuérdese, por ejemplo, el consejo elaborado por el General Milley, quien dijera: 'Asistimos hoy a los cambios más importantes que el mundo ha protagonizado, en materia de poderíoa geoestratégico. Ellos [los chinos] claramente nos desafían en el andarivel regional, y su aspiración es desafiar a los Estados Unidos en el concierto global'. Milley está diciendo que China en particular, así como Rusia e Irán, no pueden desarrollar tecnologías militares y tomar medidas adicionales para defenderse por propia cuenta, sin permiso de Washington. El carácter absurdo de esa postura debería ser obvio para cualquiera pero, en apariencia, no es evidente para las personas que controlan el poder en Washington.


Artículo original, en inglés


 

Sobre Philip Giraldi

Especialista en contraterrorismo; ex oficial de inteligencia militar de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos de América (CIA). Se desempeña como columnista en medios estadounidenses, y como Director Ejecutivo en el Council for the National Interest. Giraldi es colaborador frecuente en Unz.com, Strategic Culture Foundation y otros. En español, sus trabajos son sindicados con permiso en El Ojo Digital.