INTERNACIONALES: CARLOS ALBERTO MONTANER

El infame muro fue derribado hace treinta años

El 9 de noviembre de 1989, comenzó el derribo del Muro de Berlín y la desaparición del comunismo en Europa.

15 de Noviembre de 2019

 

El 9 de noviembre de 1989, comenzó el derribo del Muro de Berlín y la desaparición del comunismo en Europa. Hace ya treinta años de ese extraordinario episodio; quien esto escribe, lo recuerda como los días más felices de su vida.
 
Deviene en imborrable la imagen de aquellos jóvenes jubilosos pulverizando a golpes de mandarria la pared que les impedía acceder a un futuro luminoso, labrado con su propio esfuerzo. La libertad era eso: poder luchar por un mejor destino, sin mediar un Estado que decidiera en nuestro lugar, sin un Partido que escogiera nuestras opciones, sin los ojos permanentes de la policía política posados en nuestra nuca.
 
Gorbachev¿Qué hubiera sucedido si Mikhail Gorbachev invocara la Doctrina Brezhnev y lanzara los tanques del entonces Pacto de Varsovia contra la humanidad de los manifestantes, poniendo fin a la vida de diez mil berlineses? Nada. Nada hubiera ocurrido. Eso fue, precisamente, lo que hicieron los camaradas reformistas chinos ese mismo año de 1989 en Tiananmen. Exterminaron a millares de disidentes, y la primavera china se marchitó inmediatamente. Si Gorbachev hubiese echado mano de la violencia, el comunismo quizás hubiese prorrogado su dominio en la URSS y en la Europa oriental.
 
¿Por qué Gorbachev no lo hizo? En primer lugar, por razones de índole psicológica. Gorbachev no era un hombre sanguinario. Me relataría su principal ideólogo, Alexander Yakovlev, que ellos rechazaban la violencia. Eran comunistas y patriotas, pero no asesinos. Adicionalmente, entendían que era menester 'liberar a Rusia del peso de la URSS' y que semejante objetivo podía lograrse sin coacción ni represalias.
 
Sólo el costo de mantener a flote el satélite cubano le había significado a la tesorería moscovita más de 60 ml millones de rublos a lo largo de los años, sin contar el equipamiento militar; misma cifra que acusaba el déficit soviético durante el año en que fuera disuelta la URSS. Y, además de ello, Fidel Castro, sin importar lo oneroso que resultaba para Moscú, no cesaba en su conquista de países absolutamente improductivos, para colgarlos también, e insensiblemente, del presupuesto del Kremlin: Nicaragua, Angola y Etiopía, mientras intrigaba contra la perestroika y el glasnost, y celebraba la presencia militar soviética en Afganistán. Todo aquello era intolerable.
 
Mikhail Gorbachev se proponía transformar a Rusia en una nación realmente desarrollada, próspera y libre, pero sin propiedad privada de los medios de producción, regida por un sistema planificado, de acuerdo con el proyecto colectivista marxista.
 
Abandonaba -eso sí- el leninismo, en razón de su carácter represivo, olvidando que Karl Marx había propuesto implementar una 'dictadura del proletariado'. De alguna manera, Lenin, y luego su discípulo Stalin, se habían limitado a crear la metodología para implementar ese tipo de dictadura, preconizada por el filósofo alemán.
 
'¿Por qué fracasó Gorbachev?', pregunté a Yakovlev; lo que también lo incluía a él en el desastroso fin de la perestroika. El analista reflexionó durante unos instantes, mientras miraba hacia la ventana. Golpeó con su pipa la pata de palo que le había quedado como muestra de su condición de héroe de la Segunda Guerra Mundial y, finalmente, musitó -con un dejo melancólico-: 'Fracasó, porque el comunismo no se adapta a la naturaleza humana'.
 
Aquello era cierto. Por tal motivo, el comunismo había fracasado en todas las latitudes –germanos, latinos, cristianos de diversas denominaciones, musulmanes, asiáticos– y aún teniendo por delante a todo tipo de líderes: educados, agraristas, proletarios, locos y cuerdos, precavidos y aventureros. No había excepciones.
 
En cambio, la superioridad del modelo occidental, la democracia liberal, era evidente. ¿Por qué? Exactamente debido a lo contrario: porque era una expresión de la naturaleza humana. La democracia liberal había parido a Corea del Sur. El colectivismo y la planificación, a Corea del Norte.
 
La democracia liberal admitía la diversa variedad de las personas, lo que entrañaba hábitos, conductas y resultados diferentes, rasgos que provocaban una inevitable estratificación social. Aceptaba el mercado, y rechazaba el mundillo concebido por los planificadores. Lejos de rechazar y perseguir a los emprendedores, los aplaudía y encumbraba, porque la mejoría constante del entorno se debía a la competencia, aunque se sabía sin la menor duda, a partir de Joseph Schumpeter, que el mercado se alimentaba de los cadáveres de los más ineficientes.
 
A treinta años de su desaparición del concierto europeo, el colectivismo, entreverado con el narcotráfico, regresa por sus fueros y asoma su peluda oreja en algunas naciones de la América Latina.

Ya no se trata de crear el paraíso en la tierra, sino el infierno.

Mas ese colectivismo no prevalecerá; pues tampoco se adapta a la naturaleza humana.


 
Sobre Carlos Alberto Montaner

Es escritor y periodista. Sus trabajos son publicados en los periódicos más reconocidos de América Latina. Su blog, en: elblogdemontaner.com.