POLITICA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Argentina: dos implosiones en simultáneo

El golpe militar del 4 de junio de 1943 había puesto fin a trece años de gobiernos fraudulentos.

24 de Agosto de 2018
El golpe militar del 4 de junio de 1943 había puesto fin a trece años de gobiernos fraudulentos. La Ley Saenz Peña se había propuesto, treinta y ún años antes, organizar comicios genuinamente democráticos: el voto sería secreto, obligatorio y parcialmente universal, conforme sólo estaban habilitados para ejercer sus derechos electorales los ciudadanos argentinos varones con dieciocho años cumplidos y una libreta de enrolamiento, documento de uso inicialmente militar. Don Roque reclamó: 'Sepa el pueblo votar'. Pero las fuerzas conservadoras no tuvieron un debut auspicioso. En unas olvidadas elecciones en marzo de 1912, se alza con la victoria en Santa Fe el binomio radical Menchaca-Caballero. Cuando se ponga en juego la Presidencia de la República en 1916, Hipólito Yrigoyen se alzará con un triunfo que iniciará un ciclo de catorce años de radicalismo, truncado abruptamente por el levantamiento filo-fascista del General Uriburu. El primer Gobierno de cuño liberal, aggiornado como neo-liberal, llegaría al poder por la vía democrática por primera vez en la historia nacional recién en 2015, cuando un ingeniero proveniente de la actividad automotriz aseste al peronismo su segunda derrota en elecciones generales presidenciales sin proscripciones desde su primer acceso al poder en 1946.

Mauricio Macri, PresidenciaLa idea de una identidad que cruza imperturbable las décadas parece llegar a su fin, tanto para justicialistas como liberales. El primer quiebre en el Movimiento Peronista queda instalado cuando Carlos Saúl Menem sorprende a propios y extraños al sellar una alianza con las fuerzas de derecha institucional representada por la Union del Centro Democrático o Ucedé, en 1989 y, más aún, cuando su base electoral ratifica el giro con el triunfo de 1995. Cuatro años más tarde, una alianza de radicales alvearistas y peronistas tentados por el discurso socialdemócrata pondrá fin a diez años de menemismo, animados por una simpatía inestable, con reminiscencias de la sentencia borgeana que conducirá a la catástrofe de 2001.

Durante el interregno duhaldista, la figura prominente será su ministro de Economia, un economista ajeno al justicialismo. Cuando asuma luego Néstor Carlos Kirchner, se producirá un hecho inédito en nuestra historia: el nuevo Presidente heredará a Roberto Lavagna, aunque de inmediato exhibirá veleidades de izquierdismo al uso nostro, referido en especial a la legitimación de la historia y los actores de los movimientos subversivos de los años setenta. El eficiente Ministro será eyectado, tras denunciar sobrecostos en la obra pública y levantar sospechas en el Presidente al respecto de que anhelaba iniciar una carrera política.

Krieguer Vasena, Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, funcionarios de dictaduras militares y de gobiernos democráticos en el caso del último, habían defendido algunos valores esenciales del programa liberal: prescindencia del Estado o reducción al mínimo tolerable de su ingerencia en el desarrollo de los mercados; apertura de la economía al comercio internacional con el consecuente abandono progresivo de todo vestigio de proteccionismo; libre ingreso y egreso de capitales; políticas sociales reducidas a la atención de situaciones extremas o excepcionales; fin del Estado empresario; equilibrio fiscal como objetivo pivote alrededor del cual debería girar el universo económico; emisión de moneda limitada al crecimiento del PBI, y convicción de que la pulcritud en política monetaria garantiza el triunfo sobre la inflación.

El Estado argentino en 2018 no parece estar en condiciones de someterse a los postulados históricos del justicialismo, en especial el rol empresario gubernamental, con su agresivo plan de nacionalizaciones y expropiaciones. A su vez, el liberalismo en el poder no dispone de plafond político para llegar adelante su catecismo esencial. Los rostros de ambas fuerzas han recibido un baño de ácido y, ahora, resultan irreconocibles. El actual Presidente no ha logrado reducir la plantilla de funcionarios públicos y las partidas destinadas a asistencia social constituyen porciones del presupuesto nunca antes equiparadas. La injerencia del Estado en el mercado de capitales es decisiva: la tasa de interés y el valor de la divisa son resultado directo de estrategias de la Administración central.

Peronistas y liberales se disponen a aceptar una insoportable paradoja: cada fuerza debe apropiarse de algunas banderas del contrincante,las más representativas y proponer una reformulación que disimule el saqueo y lo presente como una actualización programática.

El Justicialismo abandonará con forzada elegancia la vertiente que gobernara durante doce años, antes de la irrupción sorprendente del neo-liberalismo. Para sobrevivir, debe afirmar que el kircherismo no lo representa, en particular si tienen confirmación judicial definitiva la denuncias de corrupción que hoy se ventilan. Una defensa del mercado interno y la recuperación del consumo podrían rendirle algún fruto. Para lograr su objetivo, resultará esencial que el perfil de los candidatos soporte un archivo, al menos que sus antecedentes no planteen dudas sobre sus condiciones morales. El liberalismo exhibirá la inversión pública destinada a mejorar las condiciones de vida de los sectores más vulnerables, y demostrará que la reducción de la pobreza ha sido la preocupación central de su gobierno.

Desechada la confrontación de programas y abandonado el cotejo duro y preciso de propuestas, las partes pondrán en exhibición a los individuos. Ambos discursos no tienen otra salida que la ambigüedad forzosa, ya que el grado de descomposición de la clase política la arrastra a aceptar que el programa es una imposición de la realidad con escasas variantes de fondo y los liderazgos constituyen el único espacio del que pueden extraerse ventajas.

Cuando, en 2011, CFK ganó las presidenciales con el 54% de los votos, no tardó en advertir que su fórmula había triunfado en los barrios porteños de Belgrano y Palermo, como así también en casi todas las circunscripciones de la feraz Pampa Húmeda. El proyecto de subsidiar la energía según la capacidad contributiva del consumidor murió nonato: en el conurbano profundo y en exclusivos barrios residenciales regía una sola tarifa. La burguesía era impermeable a los coqueteos del Gobierno con las organizaciones que reivindicaban la lucha armada: vivir barato y viajar por el mundo cabalgando un dólar deprimido era todo lo que la desvelaba. Sociólogos trastornados se animaban a racionalizar la estrategia: 'Debemos sumar a la burguesía para incorporarla al Frente Nacional Y Popular,para agregar masa crítica en la marcha hacia la Revolución'. En 2017, la alianza liberal se negó -fiel a sus postulados esenciales- a gravar el turismo al exterior: el costo del gasto argentino en hoteles y servicios en el extrajero sumó U$S 8 mil -algo más que el  primer tramo del crédito solicitado, casi jadeando, al FMI.

Si, como todo parece indicarlo, el gobierno actual deseara impedir otro y catastrófico default, deberá gravar con nuevas retenciones las exportaciones agropecuarias: un plan B que suena demasiado a las denostadas políticas de la Administración anterior.

La identidad política será, muy pronto, una melacólica referencia del pasado.

La realidad, con su brutal elocuencia, nos dará la posibilidad de elegir perfiles. Por ahora, es todo lo que nos puede ofrecer.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.