Argentina: Mauricio Macri versus la pesada carga impositiva
Es un hecho indiscutible que la presión tributaria en la Argentina es, insoslayablemente, excesiva.
02 de Enero de 2017
Es un hecho indiscutible que la presión tributaria en la Argentina es, insoslayablemente, excesiva. A través de 85 impuestos que gravan la actividad económica, fueron creándose exacciones legales que impiden el desarrollo normal del país. ¿Es responsabilidad del actual gobierno? De ninguna manera. Sin embargo -y a fuer de ser sinceros-, resulta casi imposible eliminar o atenuar el efecto de esa carga fiscal.
En la actualidad, existen 25 millones de planes de diferentes características, y una cantidad de pobres jamás justificados como tales -si hemos de tener en consideración los años de bonanza de un modelo que recaudó como pocos y, en el mejor de los casos, distribuyó miseria. Los únicos ganadores han sido numerosos funcionarios públicos y/o sus testaferros, desde el 2003 al 2015.
En la actualidad, existen 25 millones de planes de diferentes características, y una cantidad de pobres jamás justificados como tales -si hemos de tener en consideración los años de bonanza de un modelo que recaudó como pocos y, en el mejor de los casos, distribuyó miseria. Los únicos ganadores han sido numerosos funcionarios públicos y/o sus testaferros, desde el 2003 al 2015.
A todas luces, el asistencialismo sine die y mal implementado no está en condiciones de resolver los problemas, sino que contribuye a multiplicarlos. Macri lo sabe, pero no es un prestidigitador. El aumento de tarifas -que exhiben una carga impositiva del 50%- se llevó a cabo con el objetivo de poner término a los subsidios a las empresas, pero sosteniendo e incluso aumentando la denominada 'ayuda social'. El malestar de la población se exteriorizó en razón de que 'para aquel que no paga o paga poco, cualquier monto le resulta excesivo'. Mal acostumbrado o malenseñado, el individuo se acomoda al sacrificio menor. Por regla general, lo gratuito tiene demanda infinita.
Un sector de la oposición (y -habrá que decirlo- del periodismo) continúa agitando la bandera de 'los que menos tienen', sin advertir que pretender prorrogar la asistencia solo terminará empujando al índice de pobreza hasta merodear el 40% hacia 2019. No se trata ya de la 'política económica del oficialismo', sino del crecimiento desmesurado de planes que fomentan el desinterés por el trabajo y que, en forma paralela, pauperizan la capacidad de los recursos humanos alcanzados por aquellos beneficios. Aún cuando se crearan millones de puestos de trabajo de calidad, casi el 80% de los que reciben planes no podrían acceder a ellos -por cuanto su nivel profesional es de un nivel extremadamente bajo.
Tal ha sido el objetivo del modelo que nos gobernó hasta el 2015: generar empleo público o privado (cooperativas y PyMEs subsidiadas por el propio gobierno) de bajísima calidad o, sencillamente, improductivos de principio a fin. Esa inenarrable carga terminó -como ya es sabido- trasladándose proporcionalmente a aquellos que aportan y pagan cada vez más tributos.
Muy probablemente, si arribasen inversiones, las firmas privadas involucradas no tendrán otra vía que importar trabajadores especializados, porque el mercado nacional carece abiertamente de ellos.
Aquellos que han encarnado el decálogo 'peronista' se han quedado irremediablemente atados a un discurso y a un modus operandi cuyo líder implementó en un mundo que ya no existía en el 2003 y olvidaron, acaso por ignorancia o conveniencia, la máxima que Perón repetía cuando retornó al país en los años setenta: 'Cada argentino debe producir, por lo menos, lo que consume'. Esa variante de Perón fue denostada por no pocos kirchneristas que, así se ha certificado, habían complotado contra aquel gobierno democrático -generando inestabilidad, configurando una sangrienta lucha armada y multiplicando muertes desde la clandestinidad. Tanto Néstor Carlos Kirchner como Cristina Fernández se subieron a caballo de la 'franquicia' peronista, llegando a crear héroes con pies de barrio (panteón en donde destaca Héctor J. Cámpora, a quien el propio Juan Perón aborrecía en público). Conforme será imposible negarlo, este dato es parte de la historia. Solo es necesario leerla, lejos de repetirla en formato 'aggiornado' para el propio provecho.
Mauricio Macri no ha venido a servirse del Estado. Las acciones de su Administración -según se percibe- tienden a enderezar el comando de un navío escorado, que se hallaba a la deriva. Por estas horas, es natural asistir a la pregunta facilista -pergeñada por los hacedores del caos y autores intelectuales del vaciamiento- respecto de si acaso la población se siente 'mejor' o 'peor' que el pasado año. Semejante planteo no podría ser más absurdo, por cuanto equivale a consultar con un consumidor de estupefacientes en tratamiento y atribulado por un agudo síndrome de abstinencia si se sentía mejor antes o después. Dado que el paciente, con toda probabilidad, crea que 'antes' se sentía mucho mejor, aunque no estaba en condiciones de advertir que su adicción lo conducía por el sendero de la catástrofe.
Otras voces 'iluminadas' suelen apuntar que la caída del consumo se relaciona directa y proporcionalmente con el aumento de tarifas. Si así fuese, resulta claro – entonces- que la mayoría de la población percibía un salario eminentemente pobre, a raíz de que su rendimiento dependía del no pago de servicios esenciales y onerosos, inclusive para nuestros vecinos en la región. Los salarios y jubilaciones elevados ni siquiera llegaron a adquirir el status de relato; eran una fantasía.
Infortunadamente, parte de la oposición busca hoy imponer debates vinculados a problemáticas generadas por las políticas públicas implementadas por el gobierno del que ellos formaron parte, proponiendo soluciones inviables con el único objetivo de entorpecer el accionar del oficialismo.
Asimismo, con periodicidad se escucha el airado reclamo de economistas quienes, en simultáneo, exigen reducir la presión impositiva y mantener (e incluso incrementar) el nivel de asistencialismo a través de nuevos impuestos distorsivos -destinados éstos a sectores de la economía a los que suelen acusar de no invertir. Lo cual no sería otra cosa que un ruidoso dislate -para no recurrir a más crudos eufemismos.
Acaso haya llegado el momento de que el Gobierno Nacional proceda a abandonar la Ley de Coparticipación vigente, implementando un Proyecto de federalismo fiscal sustentable, delegando primero en las comunas el cobro de la mayoría los impuestos en primer término y, en segundo orden, delegando el cobro de otros en los gobiernos provinciales, con el objetivo de que cada región genere su presupuesto de ingresos y egresos sin depender de las transferencias de fondos desde la Nación. A su vez, el gobierno federal recaudará unos pocos impuestos para generar un Estado federal pequeño pero eficiente, tal como supiera plasmarlo Juan Bautista Alberdi en la Constitución Nacional de 1853.
* Osvaldo José Capasso -autor invitado- es Abogado (Universidad de Buenos Aires) | Su correo electrónico: osvaljo01@hotmail.com