INTERNACIONALES: MATIAS E. RUIZ

La Venezuela de Maduro: de bolívares esquivos y esperanzas marchitas

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, creyó toparse con una oportunidad dorada...

17 de Diciembre de 2016

El presidente venezolano, Nicolás Maduro, creyó toparse con una oportunidad dorada para alejar -acaso por un breve lapso- el foco de los medios internacionales frente a la profunda crisis socioeconómica en la que el chavismo ha sumido al país. La gráfica más ilustrativa del desbarajuste en la nación caribeña remite a los, aproximadamente, 28 mil homicidios registrados durante 2015 (en conformidad con las cifras compartidas por el Observatorio Venezolano de Violencia). 

Casi al cierre de la pasada semana, el por ahora mandamás de Miraflores envió a su canciller, Delcy Rodríguez, al comentado convite entre dignatarios del MERCOSUR en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires -evento del que, así lo aclararon los firmantes, Venezuela no podía tomar parte a raíz de su suspensión del bloque. El encuentro fue empañado por el escándalo: la lenguaraz Rodríguez acusó falsamente a las fuerzas policiales argentinas de haberla golpeado al intentar ingresar allí donde no había sido invitada, y el propio Maduro puso en marcha el aparato de comunicación oficial de su régimen para agraviar a su par argentino, Mauricio Macri tras el 'atropello'. Diosdado Cabello, estandarte de las fuerzas armadas venezolanas en el tráfico de estupefacientes a escala transnacional y funcionario clave de la Administración Maduro, llegó al extremo de comprometer la seguridad del personal diplomático de la República Argentina en su país. Maniobra de extrema gravedad que, al menos hasta el momento, no ha motivado réplica alguna de parte de la Cancillería argentina, bajo el mustio comando de Susana Malcorra.

BolívaresEn rigor, observadores del ámbito de las relaciones internacionales apuntarán que el jefe de Estado de la República Bolivariana necesitaba con urgencia de una puesta en escena que sirviera para morigerar el delicado moméntum que hoy atraviesa. En resumidas cuentas, el esperpento de Delcy Rodríguez en la capital argentina estuvo llamado a fraguar una crisis diplomática con el objeto de que la mirada latinoamericana prestara poca atención a los violentos incidentes que asolaron tierra venezolana este viernes 16 de diciembre. El gatillo para los saqueos y tumultos previos al fin de semana fue la reciente medida oficial de retirar del mercado los billetes de cien bolívares (los de, por ahora, mayor denominación). Habida cuenta de que la atribulada ciudadanía venezolana no hacía tiempo para trocar esos billetes (con la obvia complicidad de Maduro y sus funcionarios), la impetuosidad se puso a la orden del día. El venezolano promedio -tenedor del papel sin valor- previó que no podría adquirir alimentos básicos para subsistir, previo a que la Administración diera de baja los impresos de cien.

Agotado el fugaz Efecto Delcy, los entendidos en la materia se vieron compelidos a repasar los prolegómenos de la nueva crisis, desde sus inicios. El próximo-pasado lunes 12 de diciembre, Nicolás Maduro había tomado la decisión de retirar los billetes de cien bolívares como contramedida para equilibrar el accionar de pretendidas mafias colombo-estadounidenses que -siempre de acuerdo a la nutrida imaginación del ex chauffeur de autobuses devenido en ungido de Hugo Chávez Frías- se hallaban planificando un original golpe, a saber, aspirar el físico de la devaluada moneda venezolana, con el propósito de arrimar al presidente unos metros más hacia un bien ganado precipicio. Como medida complementaria, el mandatario ordenó la clausura de las fronteras con la vecina Colombia -siempre haciendo uso de su prerrogativa de interrumpir la logística de los mafiosos por él denunciados.

BolívaresA menos de siete días de su sobreactuada y espasmódica decisión, Maduro asiste ahora a las consecuencias: el cierre de fronteras ha provocado la interrupción del flujo de mercaderías desde territorio colombiano hacia Venezuela (naturalmente, los venezolanos de zonas limítrofes no pueden contar con los alimentos que su propio país no puede proveerles, dada la escasez), y la extendida desesperación por deshacerse de los impopulares billetes condujo a los hechos de violencia ya mencionados. Alguna dosis de ingenio habrá que reconocerle a los esquivos golpistas: con muy poco, han sumido al presidente de Venezuela en un calvario cuyo final no se percibe cercano. Peor todavía: forzaron a Maduro a tomar decisiones que mortifican aún más a una población que lo detesta. Mal negocio, por donde se mire.

Pero el heredero de la lúgubre debacle chavista también ha mostrado mérito y ojo avizor: sus servicios de información venían detectando ya, desde hace semanas, un notorio faltante de efectivo del circuito financiero doméstico. ¿Hacia dónde iba? ¿Qué manos negras montaron semejante operativo, llamado -casi con certeza- a horadar la ya de por sí paupérrima base de credibilidad de Maduro? Lo cierto es que ni el tristemente célebre SEBIN ni oficiales de inteligencia cubanos (muchos de los cuales ya han comenzado a abandonar el país por centenares, tras el convenio firmado entre La Habana y Washington con miras al restablecimiento de relaciones consulares) acertaron a informar la porción más valiosa de la operatoria, esto es, la de la adjudicación. Ha sido el propio Nicolás Maduro quien optó por llevar a cabo el fill in the blanks correspondiente: acusó -cuándo no- a estadounidenses y colombianos, enemigos de vieja predilección. Sin adjudicación, no hay casus belli. Transferir culpas a Washington, D.C. y a Bogotá era una imperativo categórico.

Por obra y gracia de la providencia, este recuento de episodios tuvo lugar en el preciso momento en que el espionaje extranjero también había comenzado a monitorear el movimiento de contenedores con moneda venezolana, pero hacia latitudes no inteligibles: el Lejano Oriente. De tal suerte que expertos en siempre heterodoxas cuestiones de seguridad internacional se abocaron a distribuir fotografías desde las cuales certificarlo; muchas de ellas (El Ojo Digital accedió, en exclusiva, a algunas de esas instantáneas), exhiben el grotesco acopio del papel moneda cuya existencia el gobierno venezolano hoy se muestra imposibilitado de rastrear. Los bolívares de la penuria fueron fotografiados en cantidad, prolijamente dispuestos en depósitos de la localidad china de Shenzhen, y también en Hong Kong (Región Administrativa Especial, S.A.R.). La inteligencia de al menos tres naciones occidentales ha estimado que los responsables de la maniobra son oscuros intermediarios del mundo bancario con vínculos probados en la República Popular China, y que pusieron manos a la obra para evacuar esas existencias por vía de containers. Los motivos pertenecen ya al terreno de la especulación, pero subsiste la sospecha de que, en apariencia, los operadores buscaron aspirar -del modo en que fuera posible- el efectivo que el Estado venezolano no aportaba en dólares estadounidenses (dado que carece de ellos debido a la inexistencia de comercio exterior) a las firmas chinas establecidas en la nación caribeña. Mientras observadores más puntillosos sindican al gobierno en Pekín como el ideólogo obligado de la maniobra, de la escasez de bolívares emerge un novedoso contratiempo: Miraflores no cuenta con los recursos suficientes para ordenar la impresión de nuevo papel en denominación de 500 bolívares; para ello -será útil reiterarlo-, es necesario invertir dólares de Estados Unidos, que no tiene. Este solo factor garantiza la amplificación del estallido social de temporada; la conmoción ciudadana hará el resto.

En cualesquiera de los casos -y amén de la cuantificación de bolívares-, treinta millones de ciudadanos venezolanos han comenzado gradualmente a comprender que, al igual que sus pares en Corea del Norte o Cuba, forman parte de un poco envidiable club de experimentos societarios cuya carencia de derechos humanos básicos rara vez atrae el interés de reputados eruditos en el mundo de la academia y la comunidad internacional. Un tenue hilo conductor conecta a Caracas con Pyongyang y La Habana: las tres nomenklaturas han trabajado con esmero, no solo para empobrecer y alienar a sus gobernados hasta convertirlos en entidades subhumanas, sino que han puesto de suyo para atesorar los frutos de lo saqueado en terceros países.

 

Sobre Matias E. Ruiz

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Publicidad. Es Editor y Director de El Ojo Digital desde 2005.