Amenazar periodistas, menos grave que reconocer la existencia de la 'grieta'
Cuando uno hace una investigación en una democracia tan imperfecta como lo fue la década kirchnerista...
16 de Septiembre de 2016
Cuando uno hace una investigación en una democracia tan imperfecta como lo fue la década kirchnerista, se prepara a padecer los efectos colaterales; de otro modo, se dedicaría a cubrir el salón del crisantemo. Mis investigaciones son el fruto de veinte años en escenarios políticos y criminales complejos por el mundo, por lo cual el estar expuesta a efectos colaterales no me espanta. A lo que uno no está preparado, es que cuando ocurre el autoproclamado 'Cambio', los autores del escarnio sean congratulados por las nuevas autoridades -elegidas para marcar un antes y un después en la calidad institucional.
A las 48 horas de la muerte de Alberto Nisman, por esas cosas de la vida, me acercaron las declaraciones de sus custodios de la Policía Federal Argentina, las cuales al ser difundidas irrumpieron en la escenificación de las últimas horas del ex fiscal de la UFI AMIA por parte de las autoridades del momento. A partir de allí, los comisarios políticos más sórdidos del gobierno de Cristina Fernández se entregaron a la labor del escarnio. Esa chusma estaba compuesta de personas enquistadas en los estamentos más estratégicos del Estado, la prensa, la Justicia y los servicios de Inteligencia.
Uno de ellos fue Juan José Salinas, editor de la agencia de noticias Télam, un personaje que encarna lo más sórdido de la argentinidad. Ex Personal Civil de Inteligencia (PCI) durante la última dictadura, de acuerdo un listado publicado por Revista 23 -lo cual nos fue confirmado por una fuente de máxima confianza. Salinas ejerce de jefe -nada más, ni nada menos- que de la sección Derechos Humanos de Teelam. Hasta donde pudimos averiguar, lo sigue haciendo.
Peronista, antisemita, fácilmente comprable, el individuo redactó toda una serie de artículos, en los cuales se me presentaba como 'miembro de choque de un grupo sionista', espía belga, española también (jamás se pusieron de acuerdo) y naturalmente de la CIA, agencia que no podía faltar.
En aquel momento, la Embajada de Bélgica debió expresar su preocupación ante la materialidad y la crudeza de las amenazas provenientes de ese sector claramente identificado con el gobierno de la Señora y otros viejos vínculos mafiosos. La parte difamatoria es la de menos, ya que el Buchón Salinas, como se lo conoce, figura en un mapa de relacionamiento con destacados miembros de la mafia bonaerense que no solo estudié, sino sobre la cual fui invitada a dar conferencias en numerosas universidades en Buenos Aires y París. Esas amenazas son muy concretas; no las hago públicas sólo debido a razones de seguridad.
Salinas fue parte de la vieja SIDE, aquella que quedó en buenos términos con Oscar Parrilli hasta el último momento. Esa SIDE que, de Inteligencia, nunca nada tuvo. Las notas del Buchón Salinas comenzaron a circular en la blogósfera kirchnerista, en programas televisivos de notorios propagandistas como el 'Gato' Silvestre, o la de otro agente de la propaganda de la ex dictadura uruguaya, convertido por la billetera a los derechos humanos, Víctor Hugo Morales.
La técnica, consistente hacer subir en los hits más reincidentes dentro de los motores de búsqueda publicaciones de tinte difamatorio, se conoce en México como 'ataque de Orcos'. Algo que necesita de la concertación de varios medios.
Allí donde aparecía mi nombre en los motores de búsqueda, las conferencias que di ante varias instancias por el mundo, informes, notas, aparecen desde entonces relegados después de los panfletos redactados en cocoliche por un puñado de viejos comisarios ex montoneros y represores a su vez, vendidos indiscriminadamente a todo lo que desfiguró su país y de los cuales el único recuerdo que se guarda es el intenso olor a orina y cocaína.
En abril de 2016, meses después de asumidas las nuevas autoridades, el Cambio generaba muchas dudas. El PRO se había arropado en una casi coalición de Cambio, al tiempo que invocaba el final de la grieta, como si el antagonismo entre democracia y despotismo fuese sólo una cuestión anecdótica de gustos. No obstante, pedí ser recibida por Jorge Sigal, Secretario de Medios Públicos de la Nación. Le transmití mi preocupación de saber que en Télam, habiendo jugado un papel tan decisorio en el hostigamiento tanto contra Damián Patcher como contra mi persona, no sean los protagonistas sometidos a una instancia disciplinaria. Lo mínimo era indagar quién, dentro de Télam, usurpó la identidad de periodista para amenazar, hostigar, difamar a auténticos periodistas, incómodos para el poder.
Hasta la fecha, nada fue hecho. Esa es la triste realidad -y no es casual. El no haber sido instrumental tampoco a la recuperación política que se le quiso dar al Caso Nisman y el haber investigado también sobre aquella parte que une, mucho más que separa, al macrismo y al kirchnerismo en el rubro de los negocios, es lo que permite que un ex represor, comisario político de lo que fue uno de los regímenes más autoritarios de América Latina, sólo después de Venezuela, se mantenga por encima del código deontológico del periodismo en la agencia nacional de noticias de la República Argentina.
A las 48 horas de la muerte de Alberto Nisman, por esas cosas de la vida, me acercaron las declaraciones de sus custodios de la Policía Federal Argentina, las cuales al ser difundidas irrumpieron en la escenificación de las últimas horas del ex fiscal de la UFI AMIA por parte de las autoridades del momento. A partir de allí, los comisarios políticos más sórdidos del gobierno de Cristina Fernández se entregaron a la labor del escarnio. Esa chusma estaba compuesta de personas enquistadas en los estamentos más estratégicos del Estado, la prensa, la Justicia y los servicios de Inteligencia.
Uno de ellos fue Juan José Salinas, editor de la agencia de noticias Télam, un personaje que encarna lo más sórdido de la argentinidad. Ex Personal Civil de Inteligencia (PCI) durante la última dictadura, de acuerdo un listado publicado por Revista 23 -lo cual nos fue confirmado por una fuente de máxima confianza. Salinas ejerce de jefe -nada más, ni nada menos- que de la sección Derechos Humanos de Teelam. Hasta donde pudimos averiguar, lo sigue haciendo.
Peronista, antisemita, fácilmente comprable, el individuo redactó toda una serie de artículos, en los cuales se me presentaba como 'miembro de choque de un grupo sionista', espía belga, española también (jamás se pusieron de acuerdo) y naturalmente de la CIA, agencia que no podía faltar.
En aquel momento, la Embajada de Bélgica debió expresar su preocupación ante la materialidad y la crudeza de las amenazas provenientes de ese sector claramente identificado con el gobierno de la Señora y otros viejos vínculos mafiosos. La parte difamatoria es la de menos, ya que el Buchón Salinas, como se lo conoce, figura en un mapa de relacionamiento con destacados miembros de la mafia bonaerense que no solo estudié, sino sobre la cual fui invitada a dar conferencias en numerosas universidades en Buenos Aires y París. Esas amenazas son muy concretas; no las hago públicas sólo debido a razones de seguridad.
Salinas fue parte de la vieja SIDE, aquella que quedó en buenos términos con Oscar Parrilli hasta el último momento. Esa SIDE que, de Inteligencia, nunca nada tuvo. Las notas del Buchón Salinas comenzaron a circular en la blogósfera kirchnerista, en programas televisivos de notorios propagandistas como el 'Gato' Silvestre, o la de otro agente de la propaganda de la ex dictadura uruguaya, convertido por la billetera a los derechos humanos, Víctor Hugo Morales.
La técnica, consistente hacer subir en los hits más reincidentes dentro de los motores de búsqueda publicaciones de tinte difamatorio, se conoce en México como 'ataque de Orcos'. Algo que necesita de la concertación de varios medios.
Allí donde aparecía mi nombre en los motores de búsqueda, las conferencias que di ante varias instancias por el mundo, informes, notas, aparecen desde entonces relegados después de los panfletos redactados en cocoliche por un puñado de viejos comisarios ex montoneros y represores a su vez, vendidos indiscriminadamente a todo lo que desfiguró su país y de los cuales el único recuerdo que se guarda es el intenso olor a orina y cocaína.
En abril de 2016, meses después de asumidas las nuevas autoridades, el Cambio generaba muchas dudas. El PRO se había arropado en una casi coalición de Cambio, al tiempo que invocaba el final de la grieta, como si el antagonismo entre democracia y despotismo fuese sólo una cuestión anecdótica de gustos. No obstante, pedí ser recibida por Jorge Sigal, Secretario de Medios Públicos de la Nación. Le transmití mi preocupación de saber que en Télam, habiendo jugado un papel tan decisorio en el hostigamiento tanto contra Damián Patcher como contra mi persona, no sean los protagonistas sometidos a una instancia disciplinaria. Lo mínimo era indagar quién, dentro de Télam, usurpó la identidad de periodista para amenazar, hostigar, difamar a auténticos periodistas, incómodos para el poder.
Hasta la fecha, nada fue hecho. Esa es la triste realidad -y no es casual. El no haber sido instrumental tampoco a la recuperación política que se le quiso dar al Caso Nisman y el haber investigado también sobre aquella parte que une, mucho más que separa, al macrismo y al kirchnerismo en el rubro de los negocios, es lo que permite que un ex represor, comisario político de lo que fue uno de los regímenes más autoritarios de América Latina, sólo después de Venezuela, se mantenga por encima del código deontológico del periodismo en la agencia nacional de noticias de la República Argentina.
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