POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

El último Perón y el diseño de un 'Proyecto Nacional'

Considerado en algunas vertientes justicialistas poco menos que un evangelio apócrifo, el testamento político del General sufre la condena de una indiferencia definitiva.

09 de Abril de 2016
El 1 de mayo de 1974, el presidente de la República Argentina -llegado al poder en octubre del año anterior- inaugura el 99º período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional. Restarían exactamente sesenta días para su muerte.

En el discurso, anticipa la presentación de un documento que pretenderá constituírse en un 'programa grande para el futuro' y que será conocido como Modelo Argentino, un 'Proyecto Nacional'perteneciente al país en su totalidad'.

El documento recién tomará estado público cuando, en 1976, se hiciera pública su primera edición -a la cual seguirán otras aunque ninguna pueda pretender el carácter de auténtica, original o fidedigna hasta tanto veinte años más tarde no se completaran estudios en torno de la 'carpeta Damasco'. La misma se refería al Coronel quien, en su carácter de Secretario de Gobierno, tuvo entonces a su cargo la dirección de los trabajos y recepción de aportes reunidos precisamente en una carpeta.

Perón, Mi Testamento Político, Proyecto NacionalEn el prólogo, se advierte al lector que el documento es una propuesta abierta a la discusión y receptiva de las contribuciones de la sociedad argentina para que, al cabo de las deliberaciones, se arribe a un 'proyecto nacional, vale decir, realizado por el país'. El trabajo enfrenta, así, una doble dificultad: debe mostrarse, por un lado, permeable a los aportes que pide recibir y, en consecuencia, el texto se obliga a reducir toda precisión y determinación minuciosa del programa que eventualmente pudiera clausurar el acceso a otras corrientes representativas de lo que se denomina, un tanto vacilantemente, 'las grandes líneas del pensamiento nacional'. Por otra parte, la laxitud y vaguedad no deben impedir que el documento aparezca como genuinamente inspirado en algunos lineamientos básicos de doctrina justicialista, a criterio de no diluir una mínima identidad nuclear.

La cuestión queda zanjada, adoptando un discurso que busca incesantemente el 'justo medio', una equidistancia precaria en razón de la indeterminación de los extremos de referencia. La solución metodológica no es sino una traslación del concepto de 'tercera posición' que Perón acuñara veinte años antes. El texto parece, de esta manera, asumir sin complejos de culpa, la imprecisión general en la toma de posición frente a cuestiones esenciales. 'Nuestro Modelo Argentino debe presentar el dinamismo de todo lo que se vincula con el devenir de un Pueblo. Por esa razón, los argentinos debemos juzgar al Modelo Argentino como una propuesta abierta a sucesivas correcciones, para estar en armonía con la fascinante vitalidad de la historia' (El Proyecto Nacional-Mi testamento Político; pag. 65).

Puede decirse que, para la interpretación del documento, deben valorarse tanto los enunciados asertivos donde se fija posición como las omisiones y aparentes descuidos en los que se ignoran asuntos que puedan dividir aguas, tanto hacia dentro del Movimiento como hacia los sectores invitados a participar.

Se advierte que, evaluada la relación costo-beneficio al tratar cada cuestión en particular, toda vez que el balance positivo es evidente, la opción se subraya. Así sucede con la cuestión confesional, al indicar en más de una oportunidad al cristianismo como fuente inspiradora de la redacción: 'El mundo nos ha ofrecido dos posibilidades extremas: el capitalismo y el comunismo. Interpreto que ambas carecen de los valores sustanciales que permiten concebirlas como únicas alternativas histórico-políticas; paralelamente, la concepción cristiana presenta otra posibilidad, pero sin una versión política suficiente para el ejercicio efectivo del gobierno' (El Proyecto... pag. 23). El trabajo trae una definición de Justicialismo: 'Es como el pueblo: nacional, social y cristiano (...) El Justicialismo es una filosofía de la vida, simple, práctica, popular, profundamente cristiana y profundamente humanista' (pag. 25). Al referirse al los límites éticos que debe respetar todo proyecto político, se aclara que '(...) es cristianamente inaceptable que este desarrollo se materialice a expensas de los más necesitados'. Cuando el texto se refiere a rol de la 'Iglesia', da por entendido que cita a la Católica y menciona los vasos comunicantes que la unen al Movimiento: 'En este sentido, no sólo los principios filosóficos guardan plena coherencia; la Iglesia y el Justicialismo instauran una misma ética, fundamento de una moral común  y una idéntica prédica por la paz y el amor entre los hombres' (Proyecto,135). A la hora de reunir tres adjetivos del Modelo, regresa la identidad confesional: 'Presento un Modelo Nacional, Social y Cristiano' (El Proyecto; pag. 136).

Toda otra cuestión, especialmente en referencia a la estructura política que se promueve, representa un esfuerzo notable para posicionarse en el punto medio, al precio de una vaguedad inevitable. De tal suerte que se afirma: 'La Comunidad Organizada no es, por lo tanto, una comunidad mecanizada, donde la conciencia individual se diluye en una estructura que no puede más que sentir como ajena. Pero tampoco estoy predicando un desencadenamiento del individualismo como modo de vida en el que la competencia feroz transforme al hombre en un lobo para sus semejantes. La solución ideal debe eludir ambos peligros: un colectivismo asfixiante y un individualismo deshumanizado'. (pag. 69).

El documento pareciera empecinarse en un discurso que impide su análisis como objeto científico, es decir su interpretación sistemática. El empleo de los adjetivos se convierte en un obstáculo insalvable para dicha tarea. El siguiente párrafo menciona las exigencias de la 'filosofía justicialista': 'Requiere del hombre de nuestra tierra que debe integrar la esencia de cualquier hombre de bien: autenticidad, creatividad y responsabilidad. Pero sólo una existencia impregnada de espiritualidad en plena posesión de su conciencia moral puede asumir estos principios, que son el fundamento único de las más alta libertad humana, sin la cual el hombre pierde su condición de tal' (pag. 73).

En términos de la relación con el fenómeno cultural, se propugna rechazar la devoción que sacraliza todo lo europeo o espera su bendición para fijar su propios méritos. Pero, una vez más, se exige discreción: 'La prudencia debe guiar a nuestra cultura en este caso; se trata de guardar una inteligente distancia respecto de los dos extremos peligrosos en lo que se refiere a la conexión con la cultura europea: caer en un europeísmo libresco o en un chauvinismo ingenuo que elimina "por decreto” todo lo que venga de Europa en el terreno cultural(pag. 80). No deja de sorprender que la advertencia se refiera sólo a Europa cuando, hacia la época de redacción del trabajo, la fuente de influencia cultural pasaba entre nosotros mucho más por los Estados Unidos de América que por cualquier otro centro mundial de poder.

La idea de poner fin a los latifundios y determinar una unidad económica mínima no tuvo materialización durante el primer peronismo, y sí fue asunto en el que insistía la vertiente de izquierda del peronismo hacia la época de redacción. El Modelo vuelve a soslayar toda definición clara o terminante, como lo hace en cuestiones vitales que puedan dividir opiniones: 'Entendemos que la tenencia de la tierra implica la responsabilidad de no atentar contra la finalidad social que debe satisfacer la explotación agraria. Dicha finalidad social sólo se cubrirá cuando la tierra sea explotada en su totalidad y en relación con su aptitud real y potencial (...)'. El párrafo se cierra con una diferenciación que confirma la imposibilidad de una exégesis prolija del texto: '(...) tomando el lucro como estímulo y no como un fin en sí mismo'.(pag. 107). El estudio parece tomar distancia de la discusión acerca de la viabilidad de una reforma agraria, pero es una conclusión que se obtiene -como sucede a lo largo del documento- siguiendo un lenguaje elìptico: 'La experiencia indica que muchas discusiones, particularmente en lo que concierne a la subdivisión de las tierras, se han orientado o han sido fuertemente condicionadas por razones meramente ideológicas más que de beneficio para la sociedad en su conjunto (...) La tierra no es básicamente un bien de renta sino un bien de trabajo. El trabajo todo lo dignifica (pag. 107).

El trabajo propone la convergencia de las fuerzas políticas hacia una idea de democracia que adjetiva como 'social'. Al abordar el concepto de democracia social, se la describe con caracteres que corresponderían sin mayor esfuerzo interpretativo a un concepto medianamente establecido de democracia: 'Es la expresión de una nación que tiene una estructura de poder que le permite tomar decisiones por sí misma en cuestiones fundamentales,referidas a sus objetivos,a los procedimientos a llevar a cabo y a la distribución de responsabilidades que quiera establecer en su seno (...) Se nutre de una ética social que supera a la ética   individualista,al mismo tiempo que preserva la dignidad del valor humano' (pag. 85). Puede inferirse que la democracia 'social' pretende que el sistema de representación de la voluntad popular no quede acotada o no se agote en el rol de los partidos políticos en el siguiente párrafo: 'Es orgánica, porque se realiza en comunidad organizada, y porque en tal comunidad participan todos los grupos políticos y sociales en el proceso nacional, integrados con todas las fuerzas representativas de los distintos sectores del quehacer argentino'. (pag. 85).

La concepción de un Proyecto parece insinuar que 'la sociedad' puede diseñar un modelo de gestión de gobierno que supere las diferencias estrictamente ideológicas: la voluntad de las fuerzas representativas podría significar una energía suficiente como para alcanzar una serie de coincidencias articuladas en torno a un programa elemental. Así, cuando el Modelo debe tomar posicion frente a la cuestión gravitante de la propiedad privada, lo hace a través de un texto que supone enlaza las opiniones dominantes de partidos y grupos de interés: 'De tal forma, queda caracterizada la propiedad privada, como una concentración que realiza la sociedad, a través de la ley y en función del bien común, porque la sociedad estima que la propiedad privada permite organizar la producción de bienes y servicios con mayor sentido social y eficiencia que la propiedad común' (pag. 86).

Es evidente que la pretensión de un Proyecto que aglutine adhesiones con suficiente intensidad como para neutralizar la discrepancia en asuntos centrales constituye, en sí, un objetivo de imposible cumplimiento en el ámbito democrático: la derivaciones de las tensiones entre el capital y el trabajo, clásicas de la sociedad capitalista, entendida tanto como costo de la libertad y virtud del sistema, parecen obstáculos insalvables.

Probablemente, Perón sospechara que el Proyecto era, en la práctica, inviable pero, al presentarlo, conseguía el rédito político de mostrarse, contra el prejuicio dominante en algunos sectores, como 'prenda de unidad'. El Justicialismo no era ya un régimen estructurado verticalmente y con vocación hegemónica -como correspondería a un programa revolucionario-, sino una propuesta amplia y abierta que se había autolimitado al reformismo como horizonte máximo. La señal que el General deseaba emitir tendría por destinatarios principales, entre otros, a los sectores 'apresurados' reunidos en la Tendencia del peronismo de filiación socialista y en su organización armada (Montoneros). Pero, como se apuntara previamente, la muerte se interpuso para desbaratar la estrategia.

Al abordar el área del ámbito económico, el Modelo vuelve a enfrentar las mismas dificultades que venimos colectando. Una vez optado por el sistema de la sociedad de mercado, la nota diferenciativa sólo podría venir de la asignación al Estado de un rol preponderante como sujeto regulador de la actividad económica global. Aunque, a su vez, la dimensión de la función debía presentarse aligerada de tal manera que no representara un desaliento a la inversión privada. Nuevamente, se apela a vocablos de difícil delimitación significativa como recurso restante para zanjar el dilema: 'En tal sentido, el objetivo fundamental es servir a la sociedad como un todo, y al hombre no sólo como sujeto natural sometido a necesidades materiales de subsistencia, sino también como persona moral,intelectual y espiritual'. La posición que sostiene que todo beneficio personal redunda siempre en beneficio social, comúnmente denominada 'teoría del derrame', parece ser descartada en el siguiente párrafo, mediante un rodeo a los que el lector a esta altura ya se ha resignado: 'En rigor, nuestra concepción tampoco supone que la búsqueda del beneficio personal invariablemente redunda en el bien de toda la sociedad. Por el contrario, la actividad económica debe dirigirse a fines sociales y no individualistas, respondiendo a los requerimientos del hombre integrado en una comunidad y no a las apetencias personales' (pag. 95).

El Estado, convertido en principal regulador de la actividad económica, es asunto remarcado especialmente. En primer lugar, porque el papel asignado al Estado es la piedra angular de la opción denominada 'tercera vía': si se reniega del liberalismo en su versión fundamentalista, transfigurado en 'capitalismo salvaje' y, al mismo tiempo, se afirma sin retaceos que toda forma de comunismo a través de la propiedad colectiva de los medios de producción y distribución es enemiga de los derechos humanos; el rol estatal de 'fiel de la balanza' para controlar la tensión capital-trabajo se impone como obligada alternativa. En el concepto de 'sector privado de la industria' quedan incluídos ambos actores sociales: 'No deben quedar dudas de que cuando hablo de sector privado industrial; me refiero tanto a empresarios como a trabajadores, nucleados unos y otros en sus organizaciones naturales'.

El Proyecto invita a ambos a colaborar en el delineamiento de la políticas públicas para el sector, con lo que logra asignar a la clase trabajadora una ingerencia que será útil cuando se aluda, siempre con sutiles elipsis, a la participación obrera en las ganancias de las empresas. El texto se obliga -aquí y a lo largo de todo el documento- a transitar un camino de cornisa, para asegurar que el justicialismo no ampara ni promueve estrategias confiscatorias frente al capital y, al mismo tiempo, que la clase obrera en tanto 'columna vertebral' del Movimiento, podrá exhibir la jerarquía otorgada ejerciendo en la práctica una tarea fiscalizadora de la actividad empresaria y reclamar una porción de la renta generada: 'En síntesis,es menester dejar sentado que los sectores público y privado han de concertar firmemente su acción en los planes de desarrollo industrial que conjuntamente determinen. Cada uno de ellos actuará a través de sus organizaciones, y ambos deben reconocer ampliamente que de los factores de producción, el trabajo, necesita participar en forma auténtica de los beneficios que tan esencialmente concurre a gestar' (pag. 112). En el texto fechado en diciembre de 1973, Plan Trienal 1974-1977, se propicia una acción conjunta de ambos actores, en la convicción de que dicha práctica colabora positivamente en la atenuación de la conflictividad social: 'Las organizaciones sociales, en particular las de trabajadores y empresarios, deben contar con la información necesaria para elaborar juicios sobre la marcha del Plan y proponer mediadas correctivas que crean necesarias'.

El modelo de organización capitalista que caracteriza el Proyecto, incursiona en algunas ingenuidades de suficiente magnitud como para inferir que las mismas son deliberadas. En efecto, no se ignora que el motor de las sociedades de mercado radica en el egoísmo y la codicia de los individuos que actúan en ella. Pero ambas actitudes no son susceptibles de calificación moral en teoría económica: sencillamente, explican el componente psicológico del proceso de acumulación capitalista. Sin embargo, en el documento se utiliza un lenguaje eticista con incursiones en materia confesional que parecen justificarse sólo como discurso publicitario (es decir, destinado a ser consumido por el público) y emitir una señal agregada a la Iglesia Católica al respecto de que su credo operará como fiscal superior de los objetivos del Proyecto. 'El egoísmo y la Sociedad Competitiva. En el transcurso del tiempo, hemos venido progresando de manera gigantesca en el orden material y científico, pero veinte siglos de cristianismo parecen no haber logrado, suficientemente hasta ahora, la superación del egoísmo como factor motriz del desarrollo de los pueblos. La sociedad competitiva es su consecuencia(pag. 37). El mundo debe salir de una etapa egoísta y pensar más en las necesidades y esperanzas de la comunidad. Lo que importa hoy es persistir en ese principio de justicia, para recuperar el sentido de la vida y para devolver al hombre su valor absoluto' (ídem anterior).

El texto es una muestra de habilidades en el empleo de recursos verbales tendientes en general a convertir a la ambigüedad en un discurso riguroso. En definitiva, el autor conoce el problema y las dificultades insalvables que presenta, pero la preexistencia de una historia como antecedente material tornan verosímil la convicción, sin perjuicio de la precariedad del montaje. Cuando el documento se redacta -de febrero a abril de 1974-, hacía ya 28 años que el peronismo, al triunfar en las elecciones de 1946, establecía un régimen que conservadores, socialistas y sectores del radicalismo consideraron filofascista. El Justicialismo organizó un sistema de administración del poder que no encaja con las categorías propias de los paises centrales europeos: el precio de la diferenciación parece explicar la hibridez sustancial del modelo. Por esto mismo, en el Proyecto se afirma: 'En la época liberal, la intervención estatal ha sido naturalmente escasa, porque ello respondía a su propia filosofía. Cuando el Justicialismo empezó a a servir al país, nuestra concepción exigió un incremento de la intervención estatal. Junto a esto, pusimos el peso que otorgaba la ley a la autoridad del Poder Ejecutivo. Este procedimiento fue criticado como "autoritarista". Fue necesario adoptar dicha actitud, porque teníamos que forzarnos en la obtención de un justo medio que nos alejara de extremos indeseables' (pag. 64).

Constituído Perón en vida en el último intérprete -en términos jerárquicos- para evaluar críticamente un documento o un acontecimiento y medir su cercanía o lejanía de los paradigmas que sostenían el discurso homogenizador, la hipótesis del previsible cataclismo que generaría su muerte pudo impulsarlo a legar un testamento político. El dirigente de la izquierda peronista de los sesentas, John William Cooke, en una misiva enviada al General, ya le había planteado crudamente la cuestión, profetizando lo que sucedería: 'Cuando Perón ya no esté, ¿qué significará ser peronista? Cada uno dará una respuesta propia, y esas respuestas no nos unirán, sino que nos separarán'.

Los apologistas del Modelo realizan una evaluación en la que la carencia de rigor científico se explica como una decisión funcional a los objetivos que se pretende alcanzar. El ensayista y docente peronista Francisco J. Pestanha hace extensiva su visión: 'Comparto también la idea de que el Modelo fue concebido por Perón no como "corpus de contenidos", sino fundamentalmente como método, es decir, como técnica, como procedimiento pero a la vez con hábito y práctica, cuyo objetivo principal consistía en enunciar, dentro de lo posible, las aspiraciones, los deseos y las necesidades futuras de los argentinos sobre la base de propia experiencia histórica común'.

Tras la muerte de Perón, poco se hizo por dar a conocer el Modelo. El coordinador del documento, Coronel Damasco, hombre conocido por su proverbial desconfianza hacia el entorno político en general, preservó la misteriosa carpeta ante propios y ajenos. Se ha conjeturado que Damasco creía que resultaba necesario que se dirimiera el duelo entre la facción que respondía al que fuera hombre de confianza del General y el brazo armado de una vertiente del Justicialismo, como condición previa a la difusión de una propuesta que convocaba a la conciliación con los sectores de la burguesía nacional en particular. La acumulación de tensión entre la organización parapolicial/paramilitar 'Triple A' (Alianza Anticomunista Argentina) y Montoneros hizo eclosión el 24 de marzo de 1976, con el golpe militar del terceto Videla-Massera-Agosti.

Precisamente: el Modelo, al referirse al rol de la fuerzas armadas en la Argentina imaginada, hace un avance que hoy mismo produce escozor en casi todos los ámbitos del pensamiento político actual.

Las fuerzas armadas de la Nación deben asumir una participación activa en la consolidación de los postulados del Modelo, según se desprende del segmento: 'Dicha intervención se concretará mediante actividades de apoyo a la comunidad y a través de acciones de tipo educativo que se dirigirán, especialmente, sobre el personal de tropa que anualmente pasa por sus filas y que se extenderán al personal de cuadros, quien tendrá a su cargo difundir y predicar la Doctrina Nacional. Doctrina que sintetizándola podríamos definir como las máximas  aspiraciones argentinas, vertidas en el Proyecto Nacional' (pag. 137).

A cuarenta años de su primera publicación, el Modelo se muestra hoy como una instancia melancólica, emblemática, de un tiempo signado por la fatalidad y la frustración del sueño de una 'Argentina Potencia'
 

Referencias
 
El Proyecto Nacional – Mi testamento Político
Juan Domingo Perón. El Cid Editor; Fundación para la Democracia en Argentina. Abril de 1983; 150 páginas.

 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.