POLITICA: PABLO PORTALUPPI

La vida por nada

Año 1970. El gobierno del dictador Juan Carlos Onganía agoniza, a raíz de los levantamientos sociales de Rosario y Córdoba...

26 de Noviembre de 2014
Año 1970. El gobierno del dictador Juan Carlos Onganía agoniza, a raíz de los levantamientos sociales de Rosario y Córdoba, que pasaron a la historia como 'Rosariazo' y 'Cordobazo' respectivamente, y debido también a los homicidios de los sindicalistas Augusto Vandor y José Alonso. Otro hecho crítico conmueve a la sociedad: es secuestrado el ex presidente de facto Pedro Aramburu, líder de la Revolución Libertadora que derrocara a Juan Domingo Perón en 1955. Días después, una ignota organización, autopromocionada como 'Montoneros', emite un comunicado adjudicándose el secuestro del ex dictador y su posterior asesinato. El país se estremece en sus cimientos. Onganía no resiste el trágico hecho, y es depuesto por sus camaradas, asumiendo interinamente Levingston la primera magistratura de la Argentina. La guerrilla hace su aparición formal y pública, algo hasta allí inédito en el país. Y ya era demasiado tarde.

Vuelve, pues, a ganar importancia la veterana expresión del ensayista estadounidense George Santayana: 'Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo'. Sentencia que los argentinos bien podrían tener presente, conforme la memoria no es el punto fuerte en este país. Por fortuna, 2014 no registra episodios de violencia política tales como secuestros u homicidios de dirigentes políticos, militares, o sindicalistas. No existe una guerrilla de objetivación insurreccional. Pero subsiste otra clase de peligros que comprometen la gobernabilidad.

Desde su exilio en territorio español, Perón apañó y promovió el accionar guerrillero, a cuyos elementos denominaba 'formaciones especiales'. Hasta cierto punto, acarició el alma de aquellas, su pretendida 'juventud maravillosa'. Aunque sólo respaldó a Montoneros, conforme se autoproclamaban peronistas. Al declamar su raigambre trotskista, la otra organización terrorista, ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), no encontró en Perón apoyo alguno -si bien este grupo armado tampoco lo buscó. Pese al incalificable asesinato de Aramburu, Montoneros gozaba de un relativo apoyo social, fundamentado en una perspectiva romanticista frente al uso de la violencia, bien propio de la época. A esta visión contribuyó notablemente la Revolución Cubana de 1959, uno de cuyos protagonistas fue el ciudadano argentino Ernesto Guevara De la Serna (el 'Che'); su propósito: exportar la revolución de La Habana a Latinoamérica, en especial a su propio país. Pero Guevara sería ultimado en la selva boliviana por fuerzas especiales del ejército local, con apoyo de los Estados Unidos de América. Pese a ello, la Argentina permitió que numerosos seguidores del 'Che' se multiplicaran, trasladándose éstos a la isla para regresar como elementos entrenados en subversión y guerrilla urbana. Utilizaron el territorio argentino como experimento para su revolución.

La consigna de la época era 'La vida por Perón-literalmente, aunque años más tarde, la desilusión frente a su otrora líder se convirtió en protagonista. Hoy, imaginar un eslogan siquiera aproximado al de 'La vida por Cristina' se presentaría un tanto temerario; aunque existen no pocos modos de inmolarse. Los jóvenes cuarentones de 'La Cámpora' ofrecen su vida por un puesto en el Estado, especialmente si el codiciado cargo viene acompañado de cuantiosos recursos qué administrar. Resulta, entonces, patético asistir a las maneras en que funcionarios del Gobierno -con posible vida propia después de 2015- salen alegremente a apostar su reputación por causas perdidas, en tanto se acrecientan las sospechas que versan que la líder participó de maniobras de lavado de activos por intermedio de Lázaro Báez. Haya o no transitado la vía del ilícito, lo cierto es que la Presidente de seguro no tuvo entre sus prioridades la de favorecer a sus seguidores y funcionarios menos cercanos -esos mismos que la defienden a capa y espada. Si bien el cristinismo apuesta a permanecer en el poder aún después de haber dejado del gobierno, cabría preguntarse si éste también sería, acaso, el deseo de Cristina Kirchner, cuya fortuna le alcanza para ella, para sus hijos y para otras cuántas generaciones. La pregunta es qué harán, después de 2015, los obsecuentes y el conglomerado camporista.

Hacia fines de los años setenta, la funesta experiencia guerrillera llegó a término de la peor manera. A la violencia por aquélla ejercida, le fue antepuesta otro tipo de violencia, desordenada y sin criterio. Primero desde la constitución de la Triple A, en pleno gobierno constitucional peronista, y luego con la creación de un Estado clandestino por parte de las Fuerzas Armadas. La sociedad argentina de finales de los sesenta se exhibía distraída por los formidables cambios culturales de la década, tras el mayo francés y el aterrizaje del hombre en la luna; no previó la violenta experiencia que se abatiría luego el país.

La dirigencia de aquel entonces malgastaba sus horas en discutir si Perón debía o no regresar a la Argentina, y si acaso los militares retornarían alguna vez a sus cuarteles. Al estrépito social que generó el homicidio de Aramburu, le siguió un acostumbramiento a la violencia. La sociedad civil media creía ver en aquella ola de muertes una puja entre facciones, mas no vió crecer a su lado algo mucho peor y más grande que eso. Se celebró con remarcable algarabía la victoria de Héctor Cámpora en marzo de 1973, y el definitivo regreso al poder de Juan Domingo Perón en septiembre de ese mismo año. Casi en simultáneo con la fiesta tras la vuelta del viejo líder, los episodios violentos contrastaban fuertemente con el optimismo frente al retorno de la democracia, y más aún, con el resurgimiento del peronismo.

¿Cuál es el peligro en la actualidad? Previo a los setenta, los focos guerrilleros importaron recursos y metodologías desde Cuba, y hallaron en la Argentina terreno fértil para desarrollarse, mientras la sociedad miraba para otro lado. Existe en nuestro país una trascendente corriente jurídica que se preocupa por comprender al delincuente, malgastando tiempo en subrayar el pretendido carácter injusto de la sociedad y del sistema procesal penal. El Poder Ejecutivo y su brazo de facto, el Poder Legislativo, han terminado haciendo frente al Poder Judicial. Sectores sociales se ven invadidos por un desmedido optimismo de cara al cambio de gobierno post 2015. Los candidatos sólo discuten poder y alianzas -mientras la serpiente ya depositó su huevo.

En 1964, en una pequeña ciudad del norte de Salta lindante con Bolivia, se asentó el primer foco guerrillero de la Argentina. Es Orán la localidad salteña de referencia -geografía que vio asentarse, a lo largo de los últimos años, a miles de ciudadanos colombianos. Portadores del negocios del tráfico de drogas (vía ofrecimientos de dinero rápido y otras estratagemas), lo que hicieron fue importar usos y costumbres vistos en la nación cafetera en la década del ochenta. La guerrilla perseguía inicialmente causas políticas pero, a la postre, vio en las operaciones de los narcotraficantes su oportunidad. Traficantes y guerrilleros por igual comportan una capacidad insuperable para seducir e infiltrar a los segmentos más carenciados de la población.

Hacia fines de los sesenta, nadie vio venir a la guerrilla. Lo propio ha sucedido con la infiltración del narcotráfico en los últimos veinte años. Tras el homicidio de Aramburu, inauguróse la etapa más sombría de la Argentina. La guerrilla ya había desarrollado una extendida simbiosis con la dirigencia política. El narcotráfico aún no ha copiado ese modelo. ¿O sí?

 
Sobre Pablo Portaluppi

Es Analista en Medios de Comunicación Social y Licenciado en Periodismo. Columnista político en El Ojo Digital, reside en la ciudad de Mar del Plata (Provincia de Buenos Aires, Argentina). Su correo electrónico: pabloportaluppi01@gmail.com. Todos los artículos del autor, agrupados en éste link.