Estados Unidos: ¿en dónde reside el poder del Pueblo?
Las conmovedoras palabras con las que comienza la Constitución proclaman que esta es obra de “Nosotros, el Pueblo”. En la Declaración de Independencia, el pueblo estadounidense había anunciado al mundo que era soberano y libre.
Las conmovedoras palabras con las que comienza la Constitución proclaman que esta es obra de “Nosotros, el Pueblo”. En la Declaración de Independencia, el pueblo estadounidense había anunciado al mundo que era soberano y libre. En la Constitución, buscaron la defensa de su libertad al crear un gobierno único para una nación excepcional, un gobierno que derivaba sus justos poderes del consentimiento de su pueblo. Pero, en esta república americana, ¿cuál es el papel del pueblo?
Estados Unidos es excepcional debido a sus principios fundacionales de carácter universal. En el corazón de esos principios está la creencia de que las personas son libres por naturaleza y que poseen derechos inherentes. El uso que cada uno de nosotros hagamos de estos derechos será diferente, naturalmente, como también diferirán los resultados de nuestras elecciones. Pero la elección sigue siendo nuestra. Por tanto, la libertad está ligada de forma inseparable a la idea de vivir nuestras vidas de la manera que mejor nos convenga. Se trata del autogobierno en el más estricto sentido del término. Nosotros, el pueblo, no necesitamos cederlo servilmente a manos de ningún experto. Se puede confiar en nosotros para autogobernarnos.
Es por eso por lo que el gobierno debe seguir estando limitado: el pueblo le ha concedido únicamente unos poderes limitados, como se describe en la Constitución. Cuando el gobierno se atribuye más poder del que se la otorgado, hace que nuestras elecciones carezcan de sentido. En el peor de los casos, un gobierno ilimitado es tiránico; en el mejor, impone una anodina uniformidad que aplasta la verdadera diversidad y mina el espíritu independiente del pueblo.
Por eso, los Padres Fundadores creían que era una cuestión decisiva el evitar la creación de un gobierno que pudiera estar dominado por una única facción. Esa facción podría ser una minoría o incluso podría ser una mayoría. Pero no importa su tamaño pues, inevitablemente, buscaría fomentar sus propios intereses exclusivos a expensas de las libertades del pueblo. Una de las finalidades del sistema de control y equilibrio de poderes de la Constitución, una de las razones por las que divide y limita el poder, es frenar la ambición de los poderosos y (en palabras de la propia Constitución) garantizar que el gobierno fomenta realmente “el bienestar general”. A medida que el gobierno federal ha ido creciendo durante el siglo pasado, la función del gobierno se ha convertido cada vez más en 'tomar de Pablo para beneficiar a Pedro' y luego en 'pedir prestado a Pedro para saldar cuentas con Pablo'. Lo que los partidarios del gobierno omnipresente llaman el bienestar general es una mera y taimada distribución de favores a facciones particulares.
Se supone que el gobierno federal no ha de ser la institución más importante de Estados Unidos. Al garantizar el bienestar general, se supone que tiene que hacer sólo aquellas cosas que están estipuladas en la Constitución. Por ejemplo, debe proveer la defensa común y regular nuestras relaciones con las naciones extranjeras. Debe respetar nuestro derecho a disfrutar de los frutos de nuestro trabajo gravándonos ligeramente y defender la libertad de mercado garantizando el cumplimiento del Estado de Derecho. Y debe recordar que la familia y la religión son las instituciones donde aprendemos lo que es la virtud y que sin esa virtud, el gobierno no puede ser limitado ni libre.
Cuando todo el gobierno… sea transferido a Washington como centro de todo el poder, quedarán sin efecto los controles estipulados…y se volverá tan venal y opresivo como el gobierno del que nos separamos.
Thomas Jefferson, 1821.
Como afirmó John Adams: “Nuestra Constitución fue concebida únicamente para un pueblo moral y religioso. Es totalmente inadecuada para el gobierno de otro [tipo de pueblo]”. En Estados Unidos, el gobierno no requiere un simple consentimiento de los gobernados. En última instancia, descansa en la capacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo. La primera función (y el primer deber) del pueblo es asegurarse de que sigue siendo virtuoso y libre.
Es por eso por lo que el sistema estadounidense está basado en los derechos del individuo, pero no en el individualismo. Cuando Thomas Jefferson escribió en sus Notes on the State of Virginia (Notas sobre Virginia) que “son las maneras y el espíritu del pueblo lo que conserva el vigor de una república”, plasmó una verdad vital de la libertad americana. Los Fundadores depositaron grandes esperanzas en la Constitución, pero sabían que ninguna restricción escrita sobre un papel podría conservar la libertad. Ese deber recaía finalmente en el pueblo americano. El papel de la Constitución era restringir y controlar y, como escribió Washington, “izar una bandera a la que puedan acudir los sabios y los honrados”. Las palabras de la Declaración, las vidas de los Fundadores y el diseño de la Constitución pueden ser inspiradores pero, por sí solos, no pueden mantener la república americana.
Sólo el pueblo estadounidense, impregnado de los principios que inspiraron a los Fundadores y motivaron la Declaración, puede hacerlo. Y las virtudes de Estados Unidos no aparecen de la nada. No son el resultado de unas personas que viven aisladamente. Son virtudes sociales. Se nutren de las familias, se sustentan en las congregaciones religiosas y se fomentan en las interacciones diarias de trabajo, aficiones y vida personal. Mucho antes de la Declaración, los observadores extranjeros se sorprendían del número y brío de las instituciones sociales de Estados Unidos, así como por la democracia diaria con que se vivía en los matrimonios, los trabajos y la sociedad de nuestra patria.
Mucho más que en cualquier otra nación del mundo, los estadounidenses se reconocían mutuamente como iguales en el aspecto social y por tanto en el político. Es por eso por lo que es tan importante la tradicional virtud americana de la autosuficiencia y por qué la expansión del gobierno es tan peligrosa: Autosuficiencia significa que tenemos la obligación de tratar de no abusar financieramente de nuestros iguales. El gobierno omnipresente no ve a los ciudadanos como personas que se proveen a sí mismos y que ayudan a sus congéneres; los ve como sujetos a los que debe gravar y en los que debe gastar dinero.
El deseo de los Fundadores no era que viviéramos nuestras vidas como individuos aislados. Ni era aislar al gobierno de la religión y la sociedad civil. Al contrario, era aislar la religión y la sociedad civil del gobierno, para prevenir que el gobierno pudiera debilitarlas y corromperlas. Los Fundadores creían que, si los orígenes de la virtud cívica permanecían libres y fuertes, el pueblo estadounidense seguiría siendo capaz del autogobierno. No hay nada mágico en el pueblo americano que pueda salvarlo si no se salva a sí mismo. Es por eso por lo que Ronald Reagan dijo, en su famoso discurso del Imperio del Mal de la Unión Soviética, que “La libertad nunca está a más de una generación de la extinción”. Como estadounidenses, siempre tenemos la obligación de traspasar la herencia de la libertad, en perfecto estado, a la siguiente generación. Ese es el segundo deber del pueblo.
Hoy en día, todo el mundo dice que está a favor de la sociedad civil. Pero no todo el mundo entiende lo que esta significa. Cuando la izquierda habla de sociedad civil, a menudo está implícita su visión de la sociedad civil como un agente del gobierno, pagado por el gobierno para hacer el trabajo que el gobierno aún no ha asumido. En el mundo de la diplomacia, la sociedad civil es una palabra en clave para denominar a las organizaciones autodenominadas de izquierda que afirman hablar en nombre de los pueblos del mundo y reivindican una autoridad moral mayor que la de los gobiernos elegidos democráticamente. Ante el resto del mundo, Estados Unidos debe defender la legitimidad de las democracias soberanas, que son los únicos gobiernos que permiten que prospere la sociedad civil.
Dentro de nuestro país, los estadounidenses no deberían dejarse engañar por el argumento de que la sociedad civil necesita estar dirigida por el estado para poder hacer buenas obras. Eso no es más que otro subterfugio que debilita la sociedad civil, esconde detrás a la mano del gobierno omnipresente y finalmente nos empobrece a todos, tanto espiritual como financieramente. Este subterfugio descansa en el profundo desdén con el que la izquierda ha contemplado a la sociedad civil desde los años 60, cuando llegó a la conclusión de que el trabajo del gobierno era liberarnos de nuestras opresivas vidas privadas.
Las iglesias, organizaciones de beneficiencia o instituciones como la Fundación Heritage son parte de la sociedad civil y todas pueden realizar buenas obras. Pero nuestros clubes deportivos, nuestros grupos de scouts y nuestra granja forman igualmente parte de la sociedad civil. Aunque sólo porque una institución sea social eso no significa que sea asunto de todos. Al contrario: El poder de la sociedad civil parte del hecho de que gran parte del mismo es personal, sin intención de remediar ningún problema más amplio. El gobierno debe forjarse en el respeto a las virtudes que esta sociedad civil fomenta o al final destruirá la sociedad civil. La lección de la historia de Europa es que a medida que sus gobiernos se han expandido, sus organizaciones caritativas, iglesias e instituciones sociales se han marchitado.
La base de los ideales y principios [de Estados Unidos] es el compromiso con la libertad conjunta e individual, que en sí misma, está enraizada en el profundo entendimiento de que la libertad sólo prospera cuando las bendiciones de Dios se buscan con avidez y se aceptan con humildad.
Ronald Reagan, 8 de marzo de 1983.
Estados Unidos es una isla de estabilidad en un mundo de turbulencias. A día de hoy tenemos la misma Constitución que hemos tenido desde hace doscientos años. Nuestra preocupación por proteger a Estados Unidos de sus enemigos externos y por fomentar el liderazgo americano en el mundo, no debe nunca ser la causa de que olvidemos que nuestro poder de liderazgo surge de una combinación única de un gobierno poderoso pero limitado y de una sociedad dinámica y autosuficiente. Cuando vemos que en el extranjero otros comparten esa visión y luchan contra la tiranía, deberíamos concederles nuestra amistad. Cuando vemos que una tiranía cae, deberíamos aplaudir con cautela, sabiendo que la democracia se crea de abajo arriba, no de arriba abajo. Nuestro papel en el mundo proviene de lo que nos hace excepcionales: defender y promover los principios universales sobre los que el pueblo americano fundó este gobierno.
Es por eso que el verdadero papel del pueblo es asegurarse de que tanto él mismo como su gobierno se mantienen fieles a esos principios. Este es en parte trabajo de la prensa libre y en parte de las urnas. Pero no podremos expresarnos y votar para respaldar los valores fundacionales de Estados Unidos si olvidamos cuáles son esos principios.
En su gran discurso de despedida del Despacho Oval del 11 de enero de 1989, Ronald Reagan apeló a la nación para que se fomentase el “patriotismo informado”. Reagan creía que, tras el final de la Guerra Fría, el espíritu del patriotismo estaba en alza, pero pensaba que no era lo suficientemente bueno. Para Reagan, el patriotismo tenía que estar “bien arraigado” en la cultura popular y reconocer siempre que “Estados Unidos es la libertad…y que la libertad es especial y excepcional”. La libertad americana comenzó con la memoria americana y si esta no se conservaba, advertía Reagan, el resultado final sería el desgaste del espíritu americano.
La portada de este ensayo alude a un encargo de Reagan: “Todo gran cambio en Estados Unidos”, comentó, “empieza en la mesa de la cena… Y, niños, si sus padres no les han estado enseñando lo que significa ser estadounidenses, que lo sepan y lo acaten. Eso sí que sería hacer una cosa muy americana”. Y Reagan tenía razón: Debemos comprender nuestra Constitución si hemos de defender lo que hemos logrado con ella y debemos conocer nuestra historia si hemos de valorar la libertad ordenada que nos legaron los Fundadores. Debemos ser libres para gobernarnos a nosotros mismos, conservar nuestra libertad para la próxima generación y defender la libertad en nuestro país y en el extranjero. Nosotros el pueblo creamos esta república y nosotros, el pueblo, debemos conservarla.
La versión en inglés de este artículo está en Heritage.org.
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