POLITICA: DESDE "LA SOLANO LIMA", AGRUPACION MACRISTA

La Cámpora, según Laura Di Marco

A continuación, nos ocuparemos de auscultar los aspectos ideológicos de la investigación de Laura Di Marco. Se trata de un libro que despierta fundadas sospechas a partir de la supuesta prohibición que la misma agrupación aludida aconsejó a sus seguidores.

26 de Marzo de 2012

La reacción en las librerías fue inversamente proporcional a la torpe sugerencia. Cuando algo se quiere vender, la mejor publicidad es prohibirlo, o como en este caso, hacer de cuenta que está prohibido. La picardía en algunos nichos del mercado aconseja esos menesteres reñidos con la ética profesional. Sospechas al margen, la obra ha sido un éxito editorial, un suculento negocio. A la bolsa.

Quienes accedan al libro comprobarán que se trata de una obra para leer en el colectivo, o en el subte. O en el Sarmiento en horario pico. O en el baño. No se requiere demasiada concentración. Una prosa liviana aligera su lectura. Estilo periodístico. Entretiene. Aunque tampoco insta a la profundización de los temas expuestos. Nada de ciencia política. Por eso, alcanza y sobra una lectura literal. Seamos justos: una biografía de La La Cámpora - Laura Di MarcoCámpora de ninguna manera demanda un tratamiento científico. En esto Di Marco consigue uno de sus mejores logros retratando los perfiles anecdóticos de una galería de personajes que comienzan a ser conocidos por el gran público. En cuanto al contenido destacamos que la obra alcanza vuelo intelectual cuando recurre a las citas de Liliana De Riz, Beatriz Sarlo, Eduardo Fidanza, Marcos Novaro y Silvio Waisbord que aportan una mirada descriptiva con fundamentos académicos –abiertos al disenso, obviamente- para subrayar aspectos de la fenomenología política del presente y de los últimos tiempos.

El subtítulo de la obra “Historia secreta de los herederos de Néstor y Cristina Kirchner” connota el objetivo teleológico del kirchnerismo en su fase cristinista. Nos marca la cancha, transmite lo que la Presidenta desea: que La Cámpora custodie y prolongue su legado. Considerar a los camporitas herederos del kirchnerismo es afirmar lo que ellos quieren que se afirme y que se haga. La palabra “herederos” es la clave que le da un tono positivo al sujeto en cuestión. Entonces antes de abrir el libro ya encontramos una clara toma de posición elíptica de la autora. Y si el lector se detiene un instante en la contratapa leerá que “Héctor Cámpora asumió su brevísima y leal presidencia el 25 de mayo de 1973, exactamente treinta años antes que Néstor Kirchner”. El subrayado es nuestro. Una vez más observamos otra toma de posición de Laura Di Marco al calificar de “leal” a Cámpora, fórmula que se dio de patadas con la realidad de los años 70. ¿A quién fue leal Cámpora? ¿A Perón que lo echó? Precisamente el Tío ejerció una “brevísima” presidencia porque no fue leal a Perón. Por tanto, reiterar el lugar común de montos y progresistas respecto del odontólogo de San Andrés de Giles, un personaje menor en la historia del país y del peronismo, es confirmar un cliché neorrevisionista afín al relato oficial. El relato oficial confronta a Cámpora con Perón, para justificar el dislate generacional que significó desobedecer al Líder volcándose a la aventura guerrillera y golpista, o a la liquidación conceptual de la institucionalidad del tercer gobierno justicialista.

De ese modo, antes de ingresar en el continente textual de la obra y deteniéndonos en el subtítulo y en la contratapa, hallamos un par de elementos definitorios que marcan la afinidad ideológica de la autora. Y para que no queden dudas, en la dedicatoria le agradece a su padre dos regalos: la colección completa del Juicio a las Juntas y Montoneros, la soberbia armada, de Pablo Giussani, periodista que pasó por la redacción del diario montonero Noticias y que durante el alfonsinismo se convirtió en una de sus principales plumas. Giussani se dedicó a demostrar –con relativo éxito- que el peronismo en cualquiera de sus variantes no es otra cosa que una especie de maldición fascista que ha tenido la democracia argentina. Descalificación conforme a la progresía antiperonista con la que Di Marco muestra incontrastables coincidencias y el grueso del kirchnerismo, también. Aunque éste último pase inadvertido bajo la mascarada retórica de la propaganda populista. Di Marco no anda con vueltas en cuanto a su alineamiento ideológico y esto es un mérito porque de antemano disponemos de datos que surgen de su propia iniciativa.

Repasemos un puñado de perlitas que pintan la sustancia ideológica del libro. En la página 27 leemos uno de sus errores garrafales. Di Marco relata pormenores del llamado grupo Calafate que luego sus integrantes confluirían en el kirchnerismo y que en el 99 representaron el ala progresista del duhaldismo. “Del mitin patagónico –señala- también forma parte Miguel Bonasso, que asiste como periodista, pero también como protagonista de los setenta. Bonasso acaba de terminar El presidente que no fue, una biografía crítica sobre Héctor J. Cámpora, de quien fue su jefe de prensa”. El subrayado es nuestro. Considerar “crítica” a la biografía de Bonasso es una falta de respeto a la inteligencia. Si algo consigue Bonasso es rescatar la figura de Cámpora, desempolvarla, y reinstalarla para que de ella se sirvan quienes osen darle una nueva vuelta de tuerca al antiperonismo (es decir, aniquilar la imagen histórica del último Perón, tratándolo de reaccionario, fundador de la Triple A y traidor a los jóvenes de la Patria Socialista). Bonasso hace la apología de Cámpora. Y lo ha logrado con creces aún cuando suele colocarle al Tío algunas etiquetas demoliberales.

Di Marco fundamenta el camporismo de La Cámpora con Bonasso. Y hace una lectura idéntica al neorrevisionismo kirchnerista que se destaca por la flojedad en los papeles y en la falsificación de los hechos recurriendo a una historiografía eminentemente parcializada, que inventa una épica del pasado y lo convierte en una herramienta ideológica en el presente para demostrar cierta continuidad “nacional y popular”, apenas existente en la imaginación de los escribas e ideólogos de turno.

La pretendida lealtad de Cámpora es narrada así: “Perón toma la decisión de que Cámpora sea su candidato a presidente porque, a raíz de la proscripción impuesta por el gobierno de Lanusse, él no podía presentarse a la competencia presidencial. El armado apunta a que, una vez en el poder, Cámpora elimine la proscripción para que Perón pueda retornar al país, y, luego de renunciar, llame nuevamente a elecciones” (p. 30). Más adelante dice refiriéndose al Tío: “El delegado del general permanece cuarenta y nueve días al frente del país, cumpliendo a rajatabla la estrategia ideada por el General” (sic). Y añade este comentario de un interlocutor indefinido: “Podría no haber cumplido la promesa de entregarle el poder a Perón. Podría haber sido un Cobos”, especulan a modo de homenaje los muchachos” (p. 51).

Esa es la versión del relato oficial. Nada de ello sucedió. Después del tiroteo de Ezeiza (20 de junio de 1973) y con el desmadre de la situación gubernamental debido al encumbramiento de jóvenes sin experiencia de gestión, ligados a los Montoneros y encargados sólo de vitorear el consignismo de la Patria Socialista y de ocupar espacios estatales a punta de pistola, las acciones de Cámpora se fueron a pique. Perón, cansado y enfermo que deseaba dedicarse a ser un hombre de consulta y un promotor internacional de la Tercera Posición Justicialista, tuvo que retomar las riendas de una administración desquiciada en 49 días. Vicente Solano Lima renunció y obligó a Cámpora a hacer lo mismo. El día de la asunción de Lastiri en la Casa Rosada no asistieron ni Perón ni Solano Lima, quien luego sería designado asesor personal del Líder y Secretario General de la Presidencia. Mientras que el “leal” Camporita marchaba a la embajada en México sin pena ni gloria. Antes de morir, el General le dio de baja sin agradecerle siquiera los servicios prestados.

Pero los desmanes ideológicos de Di Marco no se agotan en el papel que le cupo a Cámpora. Va más allá en su tarea por darle a la agrupación kirchnerista homónima una épica. De eso se trata después de todo el relato oficial. De manifestar una épica sobre un pasado que no existió y que es un invento elaborado por ideólogos oportunistas. ¿O alguien en su sano juicio cree que Néstor Kirchner dio la vida por la causa de la Patria? Sin embargo, los jóvenes K se aferran a ese mito como a la Biblia gracias a la perseverante propaganda (con fondos públicos, saqueando al Estado) y a la construcción del relato. La Cámpora estaba sedienta de épica, de una partida de nacimiento heroica. Necesitaba que relataran su origen, que tuviera un ADN militante para despojarse de su papel de agencia de colocaciones. La agrupación requería con urgencia instalarse en la cancha grande con una identidad más seria, porque la prensa crítica y varios periodistas lúcidos la estaban demoliendo, le llenaban la cara de dedos sacándole los trapitos al sol. Jorge Asís, Jorge Lanata, Pepe Eliaschev, Nelson Castro, Edgar Mainhard, Carlos Pagni, Joaquín Morales Solá, entre otros. Hasta que apareció Laura Di Marco y el problema en parte comienza a resolverse. Los pibes caurentones ocupan poder porque saben lo que es el poder, vienen de la calle, de los barrios, de la universidad, de sectores combativos que estuvieron en la resistencia al modelo neoliberal que eclosionó en 2001…

¿Es falso que Wado De Pedro, Alex Kicillof, Mariano Recalde, el Cuervo Larroque, José Ottavis, provengan de la militancia política?
Ninguno de ellos –excepto Ottavis, de paladar negro duhaldista- tuvo relevancia participativa. Tampoco ninguno de ellos tiró piedras en la Plaza de Mayo (p. 95). Lo que es falso es el relato de la épica que busca enaltecer a este verdadero rejunte forjado al calor del Estado y de la picardía de Néstor Kirchner que, así como se apropió de los organismos de derechos humanos, hizo lo mismo con un sector de la juventud y logró –en épocas de vacas gordas y de tremenda corrupción- articular una nueva fuerza estatal a su imagen y semejanza con incidencia determinante en la interna del Partido Justicialista.

El libro destaca que La Cámpora es un producto del Estado, pero le da lo que la agrupación necesita, le da épica, y consigue relatar con ingenio que la organización de la juventud kirhnerista es una conquista de Néstor y de Cristina que supieron leer la hecatombe del 2001 y tender un puente entre generaciones. La Cámpora emerge de las cenizas de la 125 en 2008 y ahí es cuando Néstor rompe el chanchito y abre la billetera para los pibes. Claro que es un armado exitoso, pero las circunstancias se prestaron a la convergencia y a la formación de una bolsa de gatos –de cada pago un paisano- en nombre de la pluralidad y la diversidad (el famoso movimientismo). ¿Los opuestos se concilian? ¿A cada valor no le corresponde un disvalor? Suena absurdo creer que un marxista y un neoliberal son el mismo proyecto. Coincidirán con el kirchnerismo porque ya no son ni marxistas ni neoliberales, son populistas, usufructuarios de los recursos estatales con una perversa finalidad partidista. Además, el manejo de cuantiosos fondos aligera cualquier experimento político, por más alocado que parezca.

La autora revela detalles de la interna kirchnerista con el protagonismo exclusivo de La Cámpora. Néstor Kirchner habría marcado como liberales y enemigos del "proyecto" a Daniel Scioli, Sergio Massa y Juan Urtubey. Asimismo Di Marco se encarga de subrayar con información puntillosa que los camporitas recelan de Amado Boudou. Máximo Kirchner es el líder silencioso al que todos se reportan y amaga con lanzarse a la arena nacional. En este caso, no surgen novedades de lo que ya han difundido hasta el hartazgo los medios críticos. Los principales referentes de la agrupación pasan por el tamiz de la autora que destaca aciertos y errores de cada uno de ellos. Queda demostrado en el libro que el kirchnerismo y La Cámpora comenzaron a nacer en la majestuosa posada Los Álamos de El Calafate, tuvieron prolegómenos en Las Cañitas y se consolidan día a día desde oficinas portentosas de Puerto Madero, todo un símbolo de un bando de gerentes de la política que han tomado por asalto los resortes del Estado y que amenazan con quedarse hasta que la economía estalle o algún imponderable los derrote.

El lector podrá practicar otras líneas interpretativas, penetrar quizá más en la información que en el relato oficial que atraviesa la obra y que nosotros pusimos bajo la lupa. Nos interesa resaltar los aspectos aquí evaluados. Ya que nos llama la atención que la cúpula camporista haya prohibido la difusión de este libro que les permite disponer de ahora en más de una biografía militante. Di Marco en el prólogo es clara y contundente al explicar los motivos que la llevaron a realizar la investigación. Su tarea ha consistido en liquidar de cuajo el lugar común “repetido pero equivocado, que afirmaba que los jóvenes de La Cámpora habían llegado a ocupar cargos importantes desde la nada” (p. 13).

También en el prólogo, Di Marco destaca como nota sobresaliente de La Cámpora el vacío de información que la caracteriza, lo que les ha servido a los jóvenes divulgar las más descabelladas versiones acerca de los inicios de esta organización de militantes rentados. “El misterio –apunta la periodista- se ahonda porque sus máximos líderes jamás dieron una entrevista, abierta y sin condiciones, a medios ajenos al holding mediático del oficialismo. Una garantía de que nadie les hará preguntas incómodas y, sobre todo, de que la verdadera información jamás saldrá a la luz. El secretismo y la desconfianza son sus marcas culturales”. Y agrega: “Como me desafió una vez Juan Cabandié, cuando lo quise entrevistar para La Nación: <¿Vos irías a poner la cabeza en la boca del diablo?>” (p. 12). Más adelante, Di Marco insiste en remarcar que “el secretismo es una marca cultural de esta juventud” (p. 116) y que Máximo heredó de su padre el hermetismo y el sigilo: “Decididos a evitar filtraciones, que de todos modos se producen, los jefes camporistas se vuelven cada vez más paranoicos. El secretismo en la agrupación de Máximo va en aumento a medida que acumulan cuotas de poder” (p. 156).

Sin embargo, Di Marco, en el final de la investigación, manifiesta este sugestivo agradecimiento “a aquellos militantes de La Cámpora, varios de ellos funcionarios públicos, que aceptaron hablar conmigo, sin prejuicios –o sin tantos prejuicios como para impedir un encuentro- porque su valiosa mirada desde adentro de la agrupación me ayudó a construir un escenario más equilibrado y, por ende, más rico. Doble reconocimiento, además, porque la charla les impidió un riesgo, que igual tomaron, en nombre de poder contar una historia que se acerque a la verdad” (p. 379).

Entonces, después de llenarnos de “secretismo” nos preguntamos: si los camporitas hablaron con Di Marco y le proporcionaron material suficiente para la biografía, quiere decir que metieron la cabeza adentro de la boca del diablo (parangonando los dichos de Cabandié). ¿O lo hicieron adrede? ¿Salieron a prohibir la lectura del libro para promocionarlo? La autora es precisa. Debía romper el lugar común “repetido pero equivocado” de que los camporitas carecían de pergaminos militantes. Imperdonable en el contexto recreado por el relato oficial en el que Néstor Kirchner es comparado con el General San Martín y el Che Guevara. Con Di Marco los camporitas ya tienen su relato parcial dentro del todopoderoso relato oficial. Tarea cumplida. No se puede decir lo mismo del objetivo. Porque los métodos de falsificación histórica han sido decodificados por una profusa literatura crítica. Además no comemos vidrio. Ellos lo saben.

Remitido por "La Solano Lima" -agrupación PRO- a El Ojo Digital Política