POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

La inmolación de los sodomitas: remake de la Tragedia de Guyana

La paliza "light" a José María Díaz Bancalari y el suicidio colectivo de la oposición, como parte del balance que arrojara el edulcorado speech de la Presidente sobre Malvinas. [Foto: Fabián Marelli, La Nación]

08 de Febrero de 2012

El Gobierno Nacional puede ir despidiéndose de la gigantesca movilización que programaba, puertas adentro de Olivos y la Rosada, para el próximo lunes 2 de abril. Podría decirse que el mal trago que protagonizara el recalcitrante nicolense José María Díaz Bancalari a manos de furibundos Matías E. Ruiz, Twitter oficialveteranos de Malvinas será el episodio que forzará cambios tácticos en el corazón de aquella iniciativa. ¿Sería, acaso, propio del sentido común propiciar un incremento en la provocación e intensidad del discurso oficialista, en momentos en que la ciudadanía exhibe atisbos de reacción? Cualquier proyecto futuro para llenar la Plaza de Mayo con tropa rentada por la Administración Fernández Wilhelm amenaza con estrellarse contra una realidad, cuando menos, inestable. El mes de marzo se constituirá en un momento particularmente aciago: los vacacionistas retornarán a sus hogares y se toparán con facturas de gas y electricidad que -con los respectivos subsidios ya evaporados- acusan incrementos de hasta el 500%. Por si ello fuera poco, aún resta cotejar los aumentos en rubros tales como telefonía celular y prepagas médicas. Pero la incipiente redacción de la escatología cristinista no termina allí: el zar de la economía nacional, Guillermo Moreno, acaba de poner fecha para propinarle el tiro de gracia a los estratos sociales más perjudicados por la inflación: autorizó subas de hasta el 18% en productos lácteos. Una cifra que el mercado siempre se ocupa de "reinterpretar"; es decir que, en la práctica, el encarecimiento de leche y derivados no se limitará estrictamente a ese techo. "Cuando el río suena, agua trae". Y si desde Balcarce 50, aún nadie se atreve a revelar el precio final que observará el boleto del colectivo, eso se debe a que la novedad seguramente no será halagadora. Este compilado de dolorosa referencia representa, precisamente, aquello que Cristina Elisabet Fernández Wilhelm pretendió arrojar bajo la alfombra, desde la superchería malvinera que desperdigó desde el atril. A su modo y con el estilo de siempre: iluminada por los spots en una mise-en-scène televisiva.

Presidente Cristina Fernández WilhelmMas el resultado no fue el esperado. La Presidente de la Nación ciertamente no desentonó con la mala fortuna que viene caracterizando al timing de sus presentaciones mediáticas. La gran noticia que exploraron los medios no oficiales no tuvo que ver con su imprudente arenga contra el Reino Unido ("Pido a Cameron que le dé una oportunidad a la paz, no a la guerra"), sino con el apaleo de Bancalari. Peor todavía: la reacción ciudadana transmutó, como nunca antes, en sarcasmo, rozando la más venenosa burla. Basta con repasar los comentarios en la totalidad de los medios en línea y las redes sociales de intercambio. Este panorama coincide con el llamativo silencio del ciberkirchnerismo computrónico que, desde hace poco, ha modificado su táctica de intervención en la forma de comentarios en los diarios por la acumulación masiva de denuncias contra espacios, por ejemplo, de Facebook no afines a la cacofónica perorata del "modelo".

En lo que respecta a José María Díaz Bancalari, certero es apreciar que salvó la vida por la delgadez de un cabello humano. Pues otro hubiera sido el final de la historia si hubiese aterrizado de bruces en el pavimento. Salvo tal vez el macrista Cristian Ritondo, nadie llora al nicolense. Acaso sea porque el damnificado es catalogado periódicamente, por veteranos peronistas, como un "traidor ejemplar, digno representante del kirchnerismo". No se diga esto en voz alta, pero al irreverente Ritondo se le escapó un detalle: condenar tan apresuradamente la agresión al legislador significa, de modo implícito pero categórico, tolerar todo aquello que Bancalari defiende, esto es, la explotación minera a cielo abierto, la corrupción eternizada por el Gobierno Nacional y sus desprolijos albaceas, la promoción de la Argentina como un estado fallido en sociedad con el narcotráfico internacional, la persecución contra el ciudadano promedio desde Hacienda, el ataque contra el campo argentino y sus industrias, la violación salvaje y reiterada del principio fundamental de la República como lo es la división de poderes; etc. Entre otras cuantiosas yerbas. Desbarrancó el amigo Ritondo, al tiempo que nadie se pregunta realmente qué tareas específicas ejecuta para su jefe político, Mauricio Macri, en la previa a cada elección. Exhibe un marcado Alzheimer Ritondo, ante una de las realidades más desagradables que el oficialismo le ha obsequiado al país: los ataques recurrentes contra el periodismo y la alimentación de una suerte de Gestapo nacional que todo lo oye, graba y apunta. Y ahí está Cristian Ritondo... condenando el "brutal" ataque contra Díaz Bancalari. En la profusión de este repudio reposa la confesión más atendible del político promedio en esta tierra olvidada del Señor: todos son lo mismo, sin importar el color del envoltorio. Pero la condena de los socios de Bancalari deja traslucir otro dato: la dirigencia tiene miedo; ella se observa paralizada ante el terror de imaginar que, a cada uno de sus dignatarios, podría ocurrirle lo mismo. En cualquier momento.

Finalmente, la élite de la oligofrenia opositora sacó a relucir sus más exhuberantes desperfectos (o virtudes, si se prefiere), prestándose a la fantasía paranoide del discurso presidencial. El PRO dio el presente de la mano del bonachón Federico Pinedo. Si Mauricio huyó de vacaciones al exterior, poco importa: el espacio político que pretende proyectar a nivel nacional le ha dado luz verde al indisimulado genocidio que el Gobierno Nacional ejecuta en perjuicio de la totalidad de los sectores sociales argentinos. Lo propio han hecho el radicalismo, el socialismo del insípido galeno Hermes Binner, el otrora tinellizado Francisco De Narváez, el Gobernador Daniel Scioli (sin palabras)... y aquel partido de nombre desconocido al que adhiere -por el momento- Patricia Bullrich. Se trató, en rigor, de un escenario construído con la misma argamasa de mediocridad que se viera en el Congreso de la Nación en 2001, cuando una horda de dementes pulcramente vestidos aplaudió a rabiar la deshonrosa entrada del país en el default. Solo que ahora, diez años después, ha cambiado el objeto del festín. Hoy, es Malvinas.

A finales de la década del setenta, el "reverendo" James W. Jones indujo al suicidio colectivo por ingesta asistida de cianuro a poco más de novecientos de sus seguidores en el denominado "Templo del Pueblo", localizado en Jamestown, Guyana. Lo que se ha visto este pasado martes 7 de febrero no difiere mucho de aquel evento, por cuanto se trató de una inmolación, con reverberantes dosis de enajenación mental. Aunque los avatares del caso argentino no tuvieron como protagonista al veneno. O, al menos, a ningún brebaje de composición orgánica o industrial.

Viene al caso sumergirse en las principales características que hacen al perfil psicológico del líder cualquier culto. Rasgos compartidos por el citado Jim Jones, David Koresh (los davidianos de Waco, Texas) y Marshall Applewhite (Heaven's Gate, o Puerta del Cielo):

* Su ego y sentido de la propia importancia superan toda frontera. Eluden toda responsabilidad e imputabilidad frente a la sociedad o su comunidad. Se perciben a sí mismos como los únicos ejecutantes válidos de la obra de Dios [aunque el concepto de deidad no necesariamente es la figura clave en el pensamiento fundamentalista].
* Su sentido maniqueo de la rectitud y su mentalidad  los fuerza a hacer la guerra contra los "agentes del demonio" o los "externos". Los seguidores son adoctrinados por la vía del delirio persecutorio y un sentido profundo de la paranoia a la hora de enfrentar al ambiente. Ellos, a la postre, solo obedecerán al único líder que les sugiera la organización. Disponen, pues, de una causa justa para defender, que tiende a aliviar su propio sentido de la culpa y fracaso, lo cual constituye la droga que asegura la contínua obediencia al líder/objetivo desde la postura de un fanatismo que ninguna lógica está en condiciones de desmantelar. Como en el caso del adicto a la heroína que necesita de sus narcóticos para la supervivencia diaria, los seguidores del culto incorporan psicológicamente la causa del líder como la propia, y esta debe ser retenida a cualquier precio, incluso la muerte. La religión o una ideología pueden presentarse como mucho más adictivas que cualquier droga o substancia.
* Los líderes de un culto se preocupan de mantener atiborradas las mentes de sus seguidores, de tal suerte que les resulte imposible retornar a esquemas de pensamiento previos, aún cuando sean de carácter más simple e intuitivos. De hecho, las formas previas de racionalización son consideradas "malignas".

Cualquier parecido con la realidad nacional actual es pura coincidencia.


Por Matías E. Ruiz, Editor
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