POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

El Fin de la Historia: el desmoronamiento del kirchnerismo y la perspectiva ineludible de un gobierno de coalición

A la luz del incontestable fracaso que ha caracterizado al oficialismo kirchnerista a la hora de transformar a la Argentina en una nación previsible y civilizada a lo largo de los últimos nueve años, el conglomerado opositor exhibe una única salida: producir un hecho de proporciones, en la forma de un amplio acuerdo nacional. Apuntes sobre el panorama político actual. Fortalezas y debilidades de los principales candidatos del espectro que confronta políticamente con la Casa Rosada. El país, enfrentado a su posicionamiento y responsabilidades de cara a la crisis internacional.

17 de Julio de 2011

El kirchnerismo, entendido como un autoproclamado "movimiento" de amplio espectro que estaba llamado a producir la definitiva transformación política y social del país, ha fracasado miserablemente. El fuerte carácter personalista que le imprimiera su desaparecido líder -Néstor Carlos Kirchner- fue, precisamente, la fortaleza que transmigró en debilidad. Los continuadores del "modelo" jamás supieron traducir las buenas intenciones en hechos concretos, en tanto que -antes bien- se preocuparon por extender un método de construcción de poder ingeniado inicialmente en la provincia de Santa Cruz.

¿Qué motivos llevaron al resquebrajamiento? Son incontables las variables que participan de la ecuación, pero mucho del derrape puede rastrearse en las diferencias esenciales que desde siempre caracterizaron a "arquitectos", defensores y adherentes del modelo K. Desvanecido el apoyo ciudadano, aquellas diferencias ganaron terreno: la conceptualización previa de esa entidad que se diera en llamar "kirchnerismo" jamás consideró la imposibilidad de consensuar acuerdos de base reales entre el gremialismo peronista, las organizaciones sociales y de derechos humanos, indisolubles estos últimos de esa visión de extrema izquierda que tiene al conflicto permanente por único dogma aceptable.

Mientras la tristemente célebre "Alianza" UCR-Frepaso fue construída con el único objetivo de imponerse en las elecciones generales de 1999, el kirchnerismo echó mano -más tarde- de un armado similar, con la única meta de construir poder y hacer uso promiscuo del mismo. Con el tiempo, los ingenieros del sistema confundieron los medios con el fin, hipotecando el futuro político del "movimiento", reduciendo -tal vez sin notificarse- el ciclo de vida de esa ingeniería. En tal sentido, la evidente radicalización del movimiento oficialista se convertiría en una condición sine qua non para garantizar la propia supervivencia. Una vez perdido de vista el criterio movilizador de transformación que se planteara inicialmente, el objetivo del espectro pasaron a ser la permanencia a cualquier precio y la consolidación del núcleo duro de votantes, por vía de un uso exacerbado de la propaganda y la manipulación psicológica basada en la redundancia de los mensajes. Para complementar y reforzar la captación de adherentes, la comunicación oficial recurrió a la utilización de los fondos del Estado Nacional (ANSES, AFIP, fondos reservados del Poder Ejecutivo Nacional y la Secretaría de Inteligencia) para comprar periodistas. La construcción del denominado "multimedios oficialista" del rabbí Sergio Spolzski no es otra cosa que un subproducto de la inevitable radicalización del discurso de la Administración: su confección se hizo necesaria desde el momento en que el oficialismo abandonó su objetivo transformador, para canjearlo por la acumulación de poder. En tanto esa desviación inicial no se hubiera producido, muchas consecuencias desagradables del "modelo" jamás hubieran visto la luz. Finalmente, la agresividad del mensaje oficial -desconocidos hasta este momento por la ciudadanía argentina- terminó siendo configurada por el elemento que se impuso en el seno del "modelo": Hebe de Bonafini, Sergio Schoklender, Horacio Verbitsky, Carlos Kunkel, Luis D Elía, etc. En el proceso, la gestión fue dejada de lado por quienes se suponía debieron encararla: mientras cierto componente del gobierno federal se preocupó por la acumulación de poder, otro hizo lo propio, orientándose hacia el enriquecimiento personal y suculentos "negociados".

El panorama descripto sirve para ilustrar que cualquier análisis sobre movimientos políticos que se precie de ser objetivo deberá partir, siempre, del estudio a consciencia de la enumeración que aquellas entidades hacen de sus metas. La brecha que se produzca entre las metas planteadas y las que verdaderamente se comprueban en el terreno ayudará a determinar el ciclo de vida del movimiento en cuestión (sin importar si perduran más o menos en el tiempo). Existen numerosos ejemplos en la historia de las naciones que, aún cuando varían en su geografía y radio/campo de acción, son útiles para corroborar esta hipótesis como certera: el camboyano Pol Pot, el ex dictador panameño Manuel Noriega, los Ceaucescu en la Rumanía comunista, Fidel y Raúl Castro en Cuba. A menor escala, puede ponerse el foco sobre grupos de extracción revolucionaria o ecológico-política que -al final de su ciclo- echaron mano del atentado terrorista como propósito definitivo y único aceptable: las Brigate Rosse en Italia o el grupo alemán Baader-Meinhof (Rotee Armee Fraktion).

En lo que respecta al panorama político local, vale apuntar que el autodeclamado cristinismo arriba, finalmente, a una etapa de indeclinable desintegración, coincidente con el final de su ciclo de vida. Su referente para la segunda vuelta en la elección capitalina, Daniel Filmus, se acerca al 31 de julio con las bases de sustentación del Frente Para la Victoria visiblemente devaluadas. El discurso derechohumanista y las encuestas arregladas a piacere -ejes fundamentales en la promoción de los objetivos electorales del gobierno federal- no solo ya no son creíbles, sino que se exhiben en franco retroceso. Dentro del esquema confrontativo que plantearan las organizaciones de derechos civiles, la caída de la acusación contra la Señora Ernestina Herrera de Noble por apropiarse de sus hijos Felipe y Marcela ha provocado un daño irreparable puertas adentro. El escándalo que protagonizara Sergio Schoklender ha terminado por contaminar a Hebe Pastor de Bonafini y, por propiedad transitiva, a Estela Barnes de Carlotto (Abuelas de Plaza de Mayo). En vistas del notable perjuicio que estos eventos han producido sobre la ingeniería de la propaganda oficial, la Presidente Cristina Fernández ha comenzado a analizar, junto con su círculo íntimo de colaboradores, la posibilidad no solo de poner término al balotaje en la Ciudad Autónoma -ordenando a Filmus eludir su presentación-, sino que también estudia alternativas para suspender las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). El solo hecho de considerar tales escenarios constituye, per se, un reconocimiento de las propias falencias del "modelo" para aterrizar en las Elecciones Generales de octubre con expectativas favorables. En rigor, la primera mandataria hubiera mantenido intactas sus chances si, por ejemplo, hubiese ordenado reconvertir sus mensajes a otro de corte aglutinador. Pero la dialéctica alimentada por el planteo amigos o enemigos abortó esa posibilidad. Aún cuando la dinámica de la política observe criterios flexibles o de imprevisibilidad, lo cierto es que las leyes de la termodinámica son inapelables. La Casa Rosada deberá hacer frente a los comicios de Córdoba y Santa Fe en un estado de declarada debilidad, al tiempo que no verá otro camino para enfrentar las malas noticias desde una posición defensiva. Acostumbrado a dominar la agenda nacional y a hacer frente a las zozobras montado desde el terreno alto y el ataque o la descalificación, el oficialismo se encuentra ahora replegado y no tiene siquiera tiempo para pasar al frente. En medio del proceso de desmoronamiento, el frente interno está lejos de aquietarse; antes bien, las disidencias se multiplican y la diáspora partidaria se acrecienta, intentando "salvar la ropa" y acordando -todavía en "off"- con el peronismo opositor. A la postre, cierto reducto "duro" del kirchnerismo que percibe que la Presidente de la Nación juega a perder para consolidar, de esta manera, su excluyente salvoconducto, fogonea la puesta en marcha de un "plan B", en la forma de una agitación social programada en distritos del conurbano tales como Laferrere, Isidro Casanova y González Catán -entre otros-. En paralelo, la "gerencia media" de Balcarce 50 se preocupa por potenciar los descalabros artificialmente generados de la inflación, la escasez de combustibles, la eliminación de subsidios para familias provenientes de estratos sociales bajos, y la violencia urbana y suburbana. En medio de este panorama desalentador -a falta de un eufemismo más abarcativo-, solo quedan dudas en relación al acuerdo cerrado por Cristina Elisabet Fernández Wilhelm con la monarquía qatarí para la provisión de gas: la negociación jamás fue aprobada por el Congreso de la Nación, en tanto que contribuirá a endeudar al Estado Nacional en más de cuarenta mil millones de dólares de aquí a la próxima década.

En lo que respecta al escenario que deberá afrontar la República Argentina desde octubre 23 en adelante, el presente político-social del país dista de poder compararse a otras situaciones de crisis del pasado reciente, como ser, diciembre de 2001. El legado del oficialismo ha configurado un horizonte de inflación reprimida y en crecimiento, la debacle de los sectores industriales y relacionados con la actividad agropecuaria, el vaciamiento programado de organismos públicos como ANSES (que deberá hacer frente a decenas de miles de juicios), la abrupta paralización de la matriz energética nacional -que condenará a la Argentina, por falta de previsión y programa, a importar combustibles durante los próximos años-, un comercio exterior paralizado adrede, y una ingeniería torpemente montada desde lo financiero que comprometerá la totalidad de los recursos del Banco Central para hacer frente a los empréstitos internacionales y deudas que -aunque la Casa Rosada ha preferido obviar- continúan allí.

La fría contabilización de esta multiplicidad de variables no es caprichosa, en virtud de que fuerza a la oposición política que competirá con el oficialismo en las cercanas Presidenciales a negociar y convenir, como mínimo, un amplio acuerdo electoral desde mucho antes del 23 de octubre. Por supuesto, no ya en la forma de una neoalianza que exhiba fines electoralistas, dado que ello solo repetiría errores del pasado y, como hemos dicho, siempre observa un criterio cortoplacista. Peronismo opositor, Unión Cívica Radical, PRO, Socialismo y Coalición Cívica/ARI deberán provocar un hecho político de proporciones convocando, igualmente, a los grandes sectores productivos del país y a protagonistas del ámbito social con verdadera representación (Fuerzas Armadas, Justicia, Organizaciones No Gubernamentales e Iglesia). Las perspectivas que hacen al presente actual de la Argentina convergen en una sentencia tan categórica como incontestable, a saber, que las más atendibles problemáticas del país jamás podrán ser resueltas por referentes surgidos de un único espectro político. Por otra parte, la dirigencia que asuma en las postrimerías de 2011 deberá sentarse a la mesa de negociación con las potencias económicas del globo para, por principio, reestructurar la deuda externa nacional, y esta faena jamás podrá conducirse desde la debilidad, es decir, con un solo partido político regenteando los destinos de la nación.

Existe, asimismo, otra razón de peso para poner en marcha este mecanismo de consenso, fronteras adentro. Por estas horas, la economía de la eurozona se encuentra al borde del abismo: Grecia ha sido la primera víctima, mas no la última; España -está previsto- caerá en cesación de pagos y su sector bancario carece de la fortaleza para amortiguar el impacto. Inconvenientes igualmente serios golpearán las puertas de otras naciones del Viejo Continente y, como se sabe, Alemania no se encuentra en condiciones de sostener todo el peso de la crisis sobre sus espaldas. Si bien en Estados Unidos la Administración Obama acusará algún golpe, se prevé que superará este crudo escenario de mejor manera que las naciones allende el Atlántico. En Europa, continúa operando un firme cerco informativo, pero brokers bien informados ya se atreven a reportar que la fuga de capitales comienza a cobrar un vigor preocupante. Ese dinero fluye ahora hacia algunas de las denominadas "economías emergentes" y futuras potencias, como la República Federativa del Brasil, la República Popular China o la India. El delicado panorama internacional también impone condiciones a la Argentina: nuestro país acusará recibo de la crisis mundial, pero su futura dirigencia no deberá permitir que sucumba a aquella, que se sumará al desmadre que heredará localmente. La conclusión se presenta sin necesidad de mayor esfuerzo: si los más importantes espacios políticos del país proponen una agenda consensuada, eludiendo la siempre inútil confrontación, cualesquiera sean sus obligaciones meses más tarde, podrán capear mejor el temporal. De otro modo, si el espectro opositor no echa mano de esta solución, expondrán a la ciudadanía a renovados y mayores sufrimientos y a un reciclado ciclo de descomposición, que involucrará la misma pérdida de soberanía que hoy pende -cual espada de Damocles- sobre muchas naciones europeas. Sin sombra de dudas, la nación no se encuentra en condiciones de repetir (ni siquiera una vez más) los conocidos ciclos de cuatro u ocho años que rematan en el tradicional "borrón y cuenta nueva". No se trataría de un Final de la Historia en un sentido catastrofista, pero sí cercano a los postulados de Fukuyama. En tanto se creen las condiciones para construir e impulsar esta suerte de gran acuerdo nacional, los ciudadanos -sin excepción- deberemos apoyarlo, pero no limitarnos simplemente a exigir su cumplimiento, sino reclamar que los logros cosechados en este marco puedan ser celebrados por todos y cada uno de los polos políticos participantes y hacedores del Proyecto.

Desde luego, es válido considerar -marginalmente, si se quiere- que semejante iniciativa constituirá un desafío monumental, en vistas de las grandes diferencias que tiñen a los grandes espacios políticos del país. Sin embargo, los ejemplos exitosos que otras naciones del globo han legado en este sentido no son escasos. Como primer paso, cada espectro dirigencial deberá partir del renunciamiento y del reconocimiento implícito y explícito de las propias debilidades. Por caso, el peronismo opositor o "disidente" deberá hacer frente a una fenomenal autocrítica, por cuanto ha sido durante su permanencia en el poder que han tenido lugar los episodios más ruidosos e intolerables de corrupción. Sus referentes -por caso, el lomense Eduardo Alberto Duhalde- deberán reposicionarse contra reloj y despejar el calificativo que la propia sociedad le ha adherido, en el sentido de ser "más de lo mismo". El gremialismo justicialista deberá hacer uso de la más importante cuota de renunciamiento: está visto que su rol no es el de gobernar ni administrar. Finalmente, el peronismo -en toda su dimensión- se verá obligado a efectuar una sincera autodepuración; de lo contrario, octubre de 2011 y los meses que le continúen podrían significar su desaparición como jugador político clave. Este partido se encuentra actualmente más alejado que nunca de los postulados de Juan Perón: hoy, se ha esbozado en un enemigo declarado de la juventud y de la tecnología que son, precisamente, las piedras basales del futuro. El mejor aporte que podría efectuar el justicialismo será servir como garantía de institucionalidad y gobernabilidad, pero nunca servida a base de condicionamientos o de mecanismos extorsivos en mano. Sí, de un modo que opere en pro de los intereses nacionales.

Tampoco quedará ya espacio para denigrar a Ricardo Alfonsín y sus acólitos con aquella vieja etiqueta de la inexperiencia y las supuestas torpezas ante cada ocasión que los yrigoyenistas han ocupado el rosado edificio de Balcarce 50. En rigor, esta nueva etapa difícilmente ofrezca demasiado margen para entorpecer la gestión de un mandatario radical, dado que los responsables de tales operatorias serán sindicados -esta vez- como corresponsables de cualquier posible fracaso institucional que tuviera lugar. Como complemento, no es menos cierto que el espacio radical aún observa muchas asperezas para limar, puertas adentro. Aspecto ineludible si acaso pretende reflotar no solo su identidad partidaria sino el papel que está llamado a cumplir como guardián del sistema democrático.

Por su parte, a Elisa Carrió y la confluencia que ha sabido construír entre ARI y la Coalición Cívica le incumbe un esfuerzo de mejoramiento no menor: es menester de la legisladora chaqueña abandonar los egoísmos con que en numerosas oportunidades ha dotado a su fuerte personalidad, al tiempo que precisa transformar la cualidad denunciante de su espacio en algo más que golpes de efecto mediáticos. Carró también se juega mucho de su futuro político: al día de la fecha, no ha encontrado los caminos para convencer de forma perspicaz al electorado y, por alguna razón que le compete examinar, aquel siempre le ha dado la espalda.

El presente de Mauricio Macri -Jefe de Gobierno porteño cercano a su consagración reeleccionista- acusa caracteres ciertamente particulares. Aunque la tentación no es menor, está llamado a no dilapidar su buen moméntum político y su azucarado romance con los ciudadanos de Buenos Aires para posicionarse antes de tiempo como un mesías frente al "más de lo mismo". En su rol de líder de PRO, le corresponde poner su bien lograda estructura territorial a disposición de cualquier iniciativa amplia que converja en un plan integral que ponga el foco en la reconstrucción nacional. Durante los próximos meses se verá de qué modo recoge las sugerencias en este sentido y -sobra decir- deberá ser fuerte para no ceder frente a las presiones de cantos de sirena de proyección personalista con que suelen adularlo sus propios asesores y amigos.

Se ha dicho que la Argentina se encuentra ante su última oportunidad para decidir qué tipo de rol desempeñará frente a sus propios ciudadanos y de cara al resto del mundo, y ello es rigurosamente cierto. Mientras la dirigencia mira hacia su propio ombligo, resulta incontestable que las próximas Elecciones Generales serán particularmente significativas. Sin renegar de su condición de nación agroexportadora, deberá, igualmente, reposicionarse ante un mundo cambiante en donde imperan las tecnologías del conocimiento. En esta instancia, puede afirmarse sin temor a error que el país hoy se caracteriza por una realidad protocapitalista, con un ostensible retraso de décadas frente a las naciones líderes del globo. Los próximos comicios determinarán definitivamente si el país comprará su boleto hacia el futuro o si, por el contrario, se conformará con su andamiaje actual, anclado al pasado.

Por Matías E. Ruiz, Editor