POLITICA: POR MATIAS E. RUIZ, EDITOR

La vocación [no tan] suicida de Cristina Fernández

"Y lo que más quiero es que, dentro de 4 años -cuando deje el poder- pueda regresar a mi casa sin haber defraudado a mi patria y a mi familia" (Nicanor Duarte Frutos, político paraguayo)

06 de Marzo de 2011

El Gobierno Nacional se esfuerza por hacer girar el eje de la discusión en torno a la vocación re-reeleccionista de la Presidente Cristina Fernández. No hay error en calificar a su iniciativa como lindante con la re-reelección. Después de todo, la Señora ya ha venido deambulando por los pasillos del poder -y ejerciéndolo- desde 2003. Desde lo técnico, de lo que se trata es de un cambio de figurillas, tal como ha sucedido en numerosas provincias usurpadas por un caudillismo que alterna entre hermanos, hijos o el pariente que se tenga a mano.

 

Una discusión más profunda debería recorrer, hilo por hilo, el mismísimo tejido del que está confeccionada la política. Los re-re se dividen en dos grandes grupos: a) aquellos que aspiran a renovar su cargo porque el poder mismo los ha cautivado y enceguecido, y b) aquellas personas que comprenden que no tienen otro camino que intentar permanecer, quieran o no. El segundo grupo remite a un abanico de fundamentos. De un lado, están quienes se ven empujados por su entorno de colaboradores y que desconocen, simplemente, cómo decir que no. En el otro caso, hablamos de los candidatos a quienes les urge mantenerse, a modo de eludir una eterna persecución judicial. Sin sombra de dudas, nuestra Presidente de la Nación, Cristina Elisabet Fernández Wilhelm, ingresa en la segunda categoría, "inciso" segundo. Aunque tampoco carece de un entorno deleznable y los irreverentes bufones de ocasión. Su estructura paraelectoral y parapolítica también incorpora miembros de una juventud ansiosa por acaparar puestos y dinero, ahora que referentes de escalones superiores han caído en desgracia y se han visto alejados del favor de la Viudita.

 

Deshilvanado y explorado el paradigma, el lector sabrá ponerle nombre a cada uno de los protagonistas del entorno cristinista. El núcleo duro es el más ideologizado: Zannini, Kunkel, Garré, Verbitsky, Conti. En otro plano, los protagonistas pertenecen a la juventud de La Cámpora, que se creyó en un principio regenteada con mano firme por Máximo Kirchner [hijo presidencial], hoy inapelablemente devaluado en su credibilidad y aptitudes y lapidado por sus otrora seguidores. En medio del descontrol, los players del espacio oficialista deambulan a tontas y a locas y chocando sus cabezas contra los ríspidos muros de un laberinto sin salida. Ninguno de ellos ha reparado en las oportunas reflexiones de Néstor Carlos sobre las reelecciones. El difunto consideraba -no sin razón- que renovar un mandato presidencial es un juego peligroso, que solo debe ejecutarse si se cuenta con popularidad real y no construída artificiosamente. Por lógica, un aspirante que logre repetir caería víctima de un sinnúmero de presiones -muchas de ellas inmanejables- al cumplirse apenas un año de la nueva Administración. Insistía Néstor Kirchner en que los espacios peronistas, ante el menor desacuerdo, apurarían el paso a la hora de orquestar operaciones para incomodar al habitante que triunfara para quedarse otros cuatro años.

 

En los pasillos del rosado edificio de Balcarce 50 se superponen un cúmulo de intereses, originados en individuos que necesitan imperiosamente permanecer pues saben que los magistrados irán por sus cabezas apenas el oficialismo se tope con la amargura de la derrota en las Presidenciales de octubre. Estos personajes comulgan mayormente con la ideología de la intelligentsia regente. Pero saben que los procesos que se les abrirá en el futuro cercano se justificarán a partir de los modos talibanes sobre los que se han montado para escrachar y perseguir a opositores, industriales, clérigos, hombres del Campo y periodistas. Porque, en medio de sus jugarretas a doble o nada, y la necesidad de quedar bien con la Señora y su difunto esposo, han llegado a ridículos paroxismos, incoherencias y al quiebre programado del orden institucional. Su agenda es programar la agenda -valga la redundancia-. Su modus operandi consiste siempre en atacar, para jamás encontrarse a la defensiva. El problema es que tal estrategia conduce a la saturación, y la saturación conduce a errores [porque el sistema se autoexige la fabricación diaria e incesante de enemigos, y esto no siempre es posible]. Vale la comparación con el ejemplo del enfermo terminal de cáncer que es sometido al triple de las dosis de radiación que le fuera prescripta. ¿Qué sobrevendrá primero? ¿La cura del paciente o su deceso?

 

La fase de estigmatización de los rivales políticos se divide, a su vez, en dos categorías: a) el maltrato de aquellos que es necesario alimentar para que se transformen en el enemigo definitivo a vencer [pero con quienes se ha sellado un pacto por debajo de la mesa]; b) los verdaderos enemigos del Estado -al mejor estilo fascista- son ninguneados en los medios y en los discursos oficiales: no vaya a ser que crezcan gracias a los insultos y escraches. En el terreno de la contaminación, el oficialismo aspira a intervenir en las internas de los partidos de oposición, eligiendo a sus "favoritos". En la interna del Peronismo Federal, se ha confirmado que la orden desde Balcarce 50 será votar a favor del chubutense Mario Das Neves.

 

Muchos dirán que Mauricio Macri es el rival elegido para combatir en octubre, por falsa oposición ideológica -comparte negocios con el kirchnerismo cristinista-. Como dato de color, en determinados circuitos existen quienes se atreven a corroborar que el Jefe de Gobierno porteño -si mañana se convirtiera en Presidente de la Nación- jamás arremeterá judicialmente contra el oficialismo en retirada. Solo Elisa Carrió se ha ocupado de ventilar este complejo entramado o pacto de connivencia y moderada agresión.

 

Referirán otros que es Eduardo Duhalde el enemigo real del Gobierno Nacional, habida cuenta de las intenciones no declaradas del lomense por remitir a la cárcel a importantes referentes de Balcarce 50 que se ven acosados por importantes causas de corrupción. En esa lista, figuran gremialistas de renombre, ministros y secretarios del oficialismo -en actividad o ya retirados- y hasta piqueteros y falsos "luchadores sociales", íconos de la Administración.

 

Sin embargo, la maquinaria de propaganda falla cuando sus arquitectos y regentes comienzan a operar en medio de turbulencia y motivados por el enojo. El desmadre se vuelve evidente cuando desaparece el verticalismo y cuando se percibe la ausencia de una figura aglutinante que conduzca los esfuerzos de comunicación. Es lo que sucede por estos días: Usted podrá sintonizar en un canal de tevé a Diana Conti pugnando por la eternización de Cristina Fernández, mientras que en otra señal, un Ministro de la Nación sale a contestar que reformar la Constitución para tal fin es ridículo. O cuando, en medio del escándalo del narcoavión, Florencio Randazzo sostenía que la droga se había cargado en Cabo Verde, al tiempo que Aníbal Fernández descreía de lo certero de aquella versión ante todos los medios. Los capítulos de este libro no dejan de inundar sus páginas con errores garrafales: el pseudointelectualismo oficioso de Carta Abierta promovió una censura contra el escritor peruano Vargas Llosa, por ser de la "derecha más extrema". En simultáneo, comenzó una persecución contra el columnista dominical Joaquín Morales Solá por una extraña foto tomada hace décadas en la provincia del Tucumán. Su colega en La Nación, Carlos Pagni, ya había sido operado y escrachado en su oportunidad. Lo lógico -e igualmente estúpido- sería que la Casa Rosada complete la faena ahora emprendiéndola contra Eduardo van der Kooy, la pluma más cotizada de Diario Clarín. Si tuviera lugar una victoria imposible del oficialismo en octubre, los periodistas mencionados deberán marchar al exilio en Miami.

 

Poco tiempo después, los desbarajustes comunicacionales son seguidos de torpezas en el terreno. Tal como sucedió con la insistencia del camporismo por ajusticiar a Gerónimo "Momo" Venegas, amigo entrañable de Duhalde. Mientras un sector reducido del gobierno declamaba que esa operación solo lograría concentrar la atención de los medios en el hombre de Lomas de Zamora, los jóvenes de La Cámpora presionaron para imponer su criterio. Hasta ese día, casi podía decirse que Venegas era una figura desconocida casi para la mayor parte de la opinión pública. Ahora, demasiados ciudadanos se han notificado de su identidad y -principalmente- de su rol en la campaña duhaldista. El tropiezo terminó con una lectura social y periodística difícil de refutar: se trató de una operación contra Eduardo Duhalde, candidato opositor. Lo extraño es que el inexperto camporismo pretende ahora hacer desfilar al gastronómico Luis Barrionuevo por los tribunales, esposado. Tal como sucediera con el hombre de UATRE. ¿De quién parte tanta vocación suicida? Pues, de un entorno desesperado y carente de ideas. De mentes agotadas que han dilapidado todo recurso disponible y que vuelven a aferrarse a herramientas probadamente inservibles, como la difusión de resultados elaborados por encuestadores pagos [hoy son todos ellos]. Las porciones de la realidad más inconvenientes son ignoradas, tal como se hace con los aspirantes de oposición. Los índices que reflejarían el crecimiento de la violencia y el INDEC han sido retocados hasta el hartazgo. El esfuerzo de propaganda subvierte la realidad de la inflación y los homicidios, tal como se elude hablar sobre la derrota sufrida en junio de 2009 ante un desconocidísimo e insípido Francisco De Narváez.

 

Surge, a la postre, la pregunta obligada: si el cristinismo no cuenta con el voto de clases medias/altas, el voto del Campo y casi ni computa en los grandes centros urbanos, ¿cómo podría mejorar los resultados de las Legislativas, cuando perdió miserablemente? ¿Gracias a qué milagro pretende el entorno de la Presidente promocionar que una victoria de su candidata -aún no confirmada como tal- es posible?

 

En el proceso, los armadores del mensaje oficial pierden de vista que ni siquiera ellos pueden fundamentar, en la práctica, las razones por las cuales la ciudadanía debería otorgarles un voto de confianza. A fin de cuentas, los escasos argumentos que se exhiben parten de la falsificación ya conocida de las estadísticas oficiales y de los estudios de opinión que ellos mismos se han ocupado de desparramar. No se acepta discusión, consenso ni intercambio. No se permite disentir sobre lo que se ha hecho mal o lo que pudiera haber quedado incompleto: en el autoritarismo del discurso, se desvanecen las preguntas. ¿Vivo mejor ahora que en la "maldita" y "moralmente cuestionable" década del noventa? ¿Puedo ahorrar una parte del sueldo cada final de mes? ¿Encuentro más económicos los precios del supermercado, de una semana a la otra? ¿Me siento más seguro que hace diez años? ¿En qué me ha beneficiado particularmente la tan promocionada política de Derechos Humanos del Gobierno Nacional? Sin importar los beneficios que cualquier individuo, empresa o gobierno pretendan describir, nunca debe uno dejar de hacer preguntas. Por sobre todo, jamás debe tener temor a hacerlas.

 

Cristina Fernández permanece bien consciente en relación a sus propias limitaciones y las que ensombrecen el intelecto de su círculo de íntimos y cercanos.

 

A la hora de definir su candidatura, también tiene presente otra realidad: su entorno puede observar una vocación re-reeleccionista suicida, pero ella no tiene necesariamente que prestar oído a esas recomendaciones.

 

 

Por Matías E. Ruiz, Editor

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Por Matías E. Ruiz, Editor