POLITICA: POR MATIAS RUIZ, PARA EL OJO DIGITAL

El fogoneo del procesamiento de Mauricio Macri se cuenta entre los errores políticos más groseros del kirchnerismo. ¿O no?

Con todos sus desperfectos, el Jefe de Gobierno porteño solo puede cosechar enormes ventajas políticas a partir de la decisión del mediático y polémico magistrado Norberto Oyarbide.

21 de Julio de 2010
El lector desprevenido se apresurará a señalar erratas en la confección del encabezado que acompaña al presente escrito. Alguien podría declamar que no ha sido Néstor Carlos Kirchner quien determinó, en persona, el procesamiento de Macri, sino que la decisión recayó en el juzgado cuyos destinos dirige el magistrado Norberto Oyarbide. Una verdad a medias. Porque lo que realmente interesa -al menos en política- es aquello que la sociedad percibe, y no lo que tiene lugar en los papeles. Lentamente, un porcentaje mayoritario de la opinión pública comenzará a expresar su convencimiento respecto de que la medida tomada por el juez tiene directa relación con los intereses y el librito de Balcarce 50. La aparente maestría que -de acuerdo a sus colegas- ha exhibido Norberto Oyarbide, pendulando entre decisiones que comprometen al Gobierno Nacional con la mafia de los medicamentos, la liviandad con que analizara el enriquecimiento del esposo de la Presidente Cristina Fernández y la persecución judicial en perjuicio de la figura del alcalde porteño, pasa a erigirse en poco menos que una leyenda urbana. Ello se comprende en estos términos a partir de una sencilla razón: es imposible pretender emparejar el fiel de la balanza decidiendo, por un lado, en contra del matrimonio presidencial y sus socios y por otro, machacando contra la figura de un candidato opositor, como lo es Macri. Porque los niveles récord de desprecio ciudadano por el matrimonio gobernante hacen que la ciudadanía concentre inmediatamente toda su atención en todo episodio en el que sus dos protagonistas parezcan obtener algún rédito o favoritismo, filtrando el resto de las noticias. Si acaso el polémico magistrado ha pretendido quedar bien "con Dios y con el diablo", fallando en perjuicio de unos y de otros, huelga decir que tal estratagema le ha resultado por demás fallida. El procesamiento de Mauricio Macri ha venido repiqueteando en los medios de prensa desde hace meses, y el crudo anticipo de tal decisión resulta a todas luces inaceptable para una justicia que se precia de ser independiente. El juez se quedó sin "efecto sorpresa", ese que debe caracterizar siempre a los tribunales. Norberto Oyarbide viene siendo hostigado y presionado sin miramientos ni tapujos desde que eludiera su destitución, a partir de los tristemente célebres hechos que lo tuvieran como protagonista en los eventos del local palermitano Espartacus. No hay que ser demasiado inteligente para concluír que, para un puñado de políticos de uno y otro color, el magistrado se ha convertido en un activo deseable, por cuanto se ha vuelto presa fácil para las prácticas extorsivas. De tal suerte que el error garrafal del juez federal no se inicia con el procesamiento del Jefe de Gobierno: su más contundente equivocación consiste en no haber dado un paso al costado apenas sorteara aquellos intentos de destitución, años atrás. Porque, dejando de lado las cuestiones relativas a su vida privada, lo cierto es que un funcionario judicial jamás puede permitirse el lujo de encontrarse permanentemente en el spotlight. Un magistrado federal no es una estrella de televisión que declara ante un maremágnum de periodistas en la puerta del edificio donde reside. Ante todo, es su obligación el evitar volverse protagonista principal de las causas bajo su órbita. ¿O acaso se conocen situaciones en donde magistrados norteamericanos o europeos se enfrenten a codazo limpio para exhibir su cara en los noticieros de la tarde? ¿Cuánto más bajo puede caer la administración de justicia en la Argentina? Las consecuencias del procesamiento de Macri son todavía complejas de abarcar. Lo único que puede preverse es que el alcalde de la Ciudad Autónoma cosechará buenos frutos de la novedad. Porque, si acaso existe una regla de oro para la anticipación política en tiempos recientes, es que todo aquel que ingrese al punto de mira de Néstor Kirchner y sus recalcitrantes bufones está destinado al éxito más colorido. Francisco De Narváez puede relatar los pormenores de esta máxima dado que, gracias a la persecución judicial que debió sufrir de parte de un juez impresentable como lo era Faggionato Márquez, es que consolidó los votos necesarios para imponerse en las legislativas de 2009. El ministro Aníbal Fernández es uno de los comandantes en jefe de las usinas del aceitado espionaje gubernamental, pero desde el día uno se las ha arreglado para endosarle a Macri sus propios vicios. Algo que los psicoanalistas catalogan como "proyección". Oyarbide ha desempeñado el rol del distraído frente a la risible declaración jurada de Néstor Kirchner, y ahora recae con toda su energía sobre un atribulado Jefe de Gobierno porteño. Demasiadas pistas como para que la sociedad no comience a atar los cabos respectivos. Por cierto que, de aquí en más, dos ríspidas cuestiones comenzarán a rebotar en los escritorios de los analistas políticos más reputados y mejor informados de la Argentina, a saber, si acaso el juez Norberto Oyarbide no ha orquestado una hábil aunque no muy original operación de contrainteligencia judicial procesando a Macri (habiendo tomado nota del affaire de la persecución a De Narváez y, de paso, atando a Kirchner a un salvavidas de plomo) y, segunda: ¿de qué manera un aprovechamiento macrista de la consabida victimización no cambiará el escenario político del mismísimo peronismo "disidente", agrandando la figura del Jefe de Gobierno y posicionándole aún mejor de cara a la carrera presidencial? Mientras una noticia que asomaba lineal se torna ahora más compleja y comienza a enhebrar puntadas kafkianas, lo cierto es que el duhaldismo -al que Mauricio Macri pretendía acercarse próximamente para "pedir ayuda"- deberá tomar la debida nota del asunto y examinar a consciencia la dinámica que cobrarán los hechos en la ruta hacia 2011. Por otro lado -y echando mano ahora de un análisis de corte netamente hegeliano-, ¿sería posible que el propio Néstor Kirchner hubiera decidido impulsar la victimización del alcalde de la Ciudad para elevar artificialmente su popularidad y bloquear las expectativas del candidato presidencial de los disidentes, que se sabe buscarán llevar su cabeza a la Justicia una vez se hagan del poder en 2011? La política argentina no es apta para individuos limitados ni timoratos, pero tampoco es un terreno de juego en el que puedan sentirse demasiado cómodos aquellos aspirantes incapaces de hacer ajustes sobre los permanentes vaivenes que tiñen los acontecimientos. Aunque la afirmación no carece de crudeza, lo cierto es que los eventos políticos requieren de una permanente maquiavelización de los participantes. Verdaderamente, el juego en cuestión se trata, ahora más que nunca, del "arte de lo posible". Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política. e-Mail: contacto (arroba) elojodigital.com.
Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política