POLITICA: POR MATIAS RUIZ, PARA EL OJO DIGITAL

Fastidio: si Kirchner clausurara el Congreso, lograría reducir su imagen negativa

¿Qué sucedería si el Poder Ejecutivo decidiera, de la noche a la mañana- clausurar el parlamento? Aún cuando tal iniciativa no se contabiliza entre los planes del matrimonio patagónico, puede concluírse rápidamente que la ciudadanía le brindaría su apoyo. Algunas reflexiones sobre la abierta incapacidad de la política por solucionar los problemas importantes del país.

21 de Julio de 2010
De tanto en tanto, esa entidad de carácter cíclico denominada República Argentina se las arregla para que su propia ciudadanía haga espacio para la pregunta: ¿qué beneficios hemos cosechado a partir de la existencia de los tres poderes? No en vano, algunos años atrás cobró forma esa propuesta antisistema que se diera en llamar "Que se vayan todos". Aún cuando luego las cosas retornaran "a la normalidad", las causas para el surgimiento de aquel fenómeno nunca han sido tratadas debidamente. Más bien, la dirigencia se las arregló para ocultarlas torpe pero convenientemente bajo la alfombra. Por estos días, pareciera ser que el hartazgo ciudadano frente a Néstor Kirchner y Cristina Fernández comenzara a desplazarse para ser focalizado sobre el otrora Honorable Congreso de la Nación. De tal suerte que, sin sombra de dudas, no son solo los patagónicos quienes mudaron su domicilio legal a una burbuja. Con su autoritarismo y sus atropellos, Néstor Carlos Kirchner ha cumplido con su promesa de "llevarse puestos a todos". Lo que sucede es que, dentro de la corporación política, nadie supo arribar a esta certera conclusión, ni mucho menos preverla. El esposo de la Presidente Cristina Fernández supo advertirlo entre íntimos, y blanqueó sus intenciones en más de un discurso político. La sentencia "Yo o el caos" -con el burro por delante- no necesariamente estaba destinada a aplicarse sobre las variables económicas. En su cabal desconocimiento del resultado de las pasadas elecciones legislativas, Kirchner echó mano de la última y mejor pulida estratagema: arrastrar consigo a la corporación política hacia el peor de los infiernos. Llevando la discusión de las comisiones del Congreso a los tribunales, lo que "el Jefe" hizo, en términos prácticos, fue involucrar a la ciudadanía en una discusión que poco o nada le interesa, esto es, el funcionamiento en detalle de las Cámaras y su interacción con los restantes poderes del Estado. Inevitablemente, esta maniobra del Ejecutivo hace replantearse a la opinión pública esa eterna pregunta: ¿en qué nos cambia la vida que existan un Congreso o un Poder Judicial? Todo para arribar, a la postre, a la pregunta que cualquier conciudadano se hace, aún cuando la corporación prefiera mirar para otro lado: ¿para qué sirve votar? Mientras la dirigencia se dirime en somnolientos y complicados análisis en relación a lo que ocurrirá de aquí en más en Diputados o en Senadores, los perpetradores del otrora "Que se vayan todos" vuelven a hacer su entrada triunfal en un escenario coloreado por la abulia y el desinterés generalizado sobre noticias que versan siempre sobre lo mismo. En el interín, el comunicador social o trabajador de los medios también se aísla de quienes consumen su contenido. El periodista cae preso de su pasión por comprender y comunicar aquello que al televidente, en definitiva, no le interesa. Los columnistas dominicales se trenzan en una sangrienta batalla por ver "quién tiene el dato", para luego dirigirse a un auditorio vacío. El hombre de la calle no tiene por qué saber al detalle cómo se votan, aprueban, promulgan y publican las leyes que emergen del Excelentísimo Congreso de la Nación Argentina. Por cierto, Doña Rosa no está en modo alguno obligada a saberse de memoria los procedimientos para el tratamiento de nuevas legislaciones, cuándo es viable para el Ejecutivo imponer su voluntad por la vía del Decreto de Necesidad y Urgencia, o si acaso es apropiado judicializar la política, discurriéndolo todo ante el magistrado de turno. Y desde luego que, en el proceso, existen magistrados que lo hacen todo con tal de aprovechar sus "quince minutos de fama". Lapso que hoy parece haberse acortado a solo cinco unidades. Por otro lado, quien esto escribe se ve obligado a aclarar que su posición es cercana al planteo que reza que el malfuncionamiento de las instituciones en la Argentina, la corrupción estatal y la omnipotencia de la que echan mano muchos referentes de la política se explican a partir de un trabajado pero contundente desinterés ciudadano. Porque allí subyace básicamente la principal y más remarcable diferencia entre nuestra sociedad y la de las naciones, por citar un caso, anglosajonas. Por defecto, el argentino todo lo tolera y lo permite. Es dable presuponer que el desinterés ciudadano es el mejor aliado de la política para continuar haciendo de las suyas. En el caso de los Estados Unidos de América o el Reino Unido, el legislador que es sorprendido invirtiendo miles de dólares o libras esterlinas en descargar material pornográfico a su teléfono celular, es despedido sin demasiadas vueltas y sentenciado por los medios. En el Japón, nación donde el honor es un mecanismo regulador de la actividad del funcionario público, sobran casos en donde representantes del pueblo que son sorprendidos en actos de corruptela se quitan la vida, dado que no pueden tolerar la vergüenza. En la Argentina, un diputado se aferra a esa misma pasividad ciudadana para considerarse a sí mismo al margen de la ley. Si es detenido por hacer caso omiso a una luz roja, el primer recurso del que echa mano es insultar al agente de policía y recordarle que, en su condición de legislador, puede hacerlo despedir en un santiamén. La iniciativa para "dar el ejemplo" es groseramente descartada. En el mejor de los casos, son nuestros líderes quienes pretenden inculcarnos el "manual de comportamiento para el buen ciudadano". Un par de buenos ejemplos a este respecto están sindicados por Ricardo Echegaray -titular de AFIP- y Santiago Montoya -ex responsable de ARBA-, que se han preocupado oportunamente por oprimir al ciudadano para que cumpla con sus obligaciones impositivas, mientras las distintas versiones del Estado jamás retornan ese dinero en servicios, seguridad, educación, obras públicas o limpieza de las calles. Por su parte, Echegaray hace gala de los nuevos convenios que la AFIP ha firmado con autoridades de determinados paraísos fiscales para revelar las cuentas que ciudadanos argentinos poseen en sus instituciones bancarias. ¿Y los políticos? ¿Qué ocurriría si, entre gallos y medianoche, a alguien se le antojara hacer públicos los números de cuenta y las cantidades que un sinnúmero de dirigentes locales atesoran en el exterior? Es lógico presuponer que este "aventurero", o bien sería llevado a tribunales por "injuriar y calumniar", o bien terminaría engrosando alguna lista de desaparecidos. Si fuera menor de edad, sus progenitores tendrían que acercarse a Missing Children... Desde 1983, la política se ha transformado en una virulenta pugna de corte canibalista para obtener mayor poder y más dinero. Viene a la mente el caso -por citar solo uno- de una sobrina del kirchnerista Carlos Kunkel quien -con rango de directora- ostenta un puesto en la Jefatura de Gabinete de Ministros conducida por Aníbal Fernández, con un sueldo de $14 mil mensuales... por concurrir solo un par de horas diarias. Hechos que se reproducen en cientos de formas diferentes mientras, del otro lado, existen millones de compatriotas que tienen hasta tres trabajos y que, a pesar de todo, su salario no les permite llegar a fin de mes. Detrás del telón, las malas costumbres de la política terminan replicando ese "sálvese quien pueda" en los círculos gremialistas y del empresariado. Los primeros luchan para adquirir cuotas de poder que luego les permitan negociar mejor su intercambio de favores con la Administración de turno. Los segundos entienden que solo pueden acceder a licitaciones a cambio del pago del canon de rigor. Aún cuando los ciudadanos "de bien" intentemos arengar a los no creyentes para que comiencen a creer, nos quedamos sin respuestas frente a aquellos que, pragmáticos, nos contestan con nuevas preguntas: ¿para qué votamos cada cuatro años? ¿Qué hemos logrado cambiar, sufragando ininterrumpidamente desde 1983? ¿Se encuentra hoy la nación mejor que hace 27 años? El interlocutor mantiene fija su mirada en el inquisidor, quien opta por enmudecer y cambiar de tema para no ocupar el rol del "idiota" en la conversación. Néstor Carlos Kirchner podrá ser referido como "El Loco" por sus aliados y rivales. Pero pareciera ser que el alienado, tal como reza la frase, ha invertido los roles y ha tomado control sobre el "loquero". Lo que los timoratos y taciturnos referentes opositores jamás alcanzaron a analizar con detenimiento -pues carecen de los recursos más elementales- es que el esposo de la Presidente es un experto en desviar rápidamente la atención de la ciudadanía para concentrarlas, a voluntad, en otros temas. Es, realmente y tal como lo destaca el irreverente Luis Majul, el "gran titiritero". Aún cuando se vuelve incontestable el hecho de que no menos del 80% de la opinión pública quisiera ver al matrimonio presidencial y muchos de sus ministros tras las rejas en un futuro no muy lejano, también es cierto que, si los patagónicos decidieran blanquear su fantasía de apagar las luces del Congreso, estos contarían -súbitamente- con el aplauso desinteresado pero garantizado de millones de personas hastiadas de un planeta político depredador que solo sabe reconvertirse a sí mismo para seguir pillando y saqueando los recursos del país. Vayan dos frases para ilustrar este escenario: 1) "La política es demasiado importante para que la lleven adelante los políticos". 2) "El peor enemigo de la Democracia -en su versión argentina- es la Democracia misma". Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política. E-mail: contacto (arroba) elojodigital.com. Twitter @matiaseruiz.
Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Política