SOCIEDAD - ESPECTACULOS: POR MATIAS RUIZ, PARA EL OJO DIGITAL SOCIEDAD-ESPECTACULOS

The Amazing Race y los insufribles Matías Franchini y Tamara Reichelt. La autocrítica nacional que jamás llega. La explotación marketinera de la furia de la audiencia

La versión latinoamericana de The Amazing Race -no puede negarse- viene acaparando un interesante rating televisivo, pero los aspectos mercadológicos del programa quedan, al último minuto, de lado. El foco de atención se ha centrado en la intolerable pareja de competidores argentinos que permanece, y que ya se ha convertido en la más odiada de todo un continente.

21 de Julio de 2010
No pocos televidentes venían siguiendo las alternativas de la emisión internacional/anglosajona de The Amazing Race en The Discovery Channel, hasta que a la producción se le ocurrió echar mano de la idea de montar una versión símil "latinoamericana". El objetivo ulterior de cualquier análisis de medios hubiera rodeado -en otras circunstancias- a la lamentable costumbre que las señales internacionales tienen de "latinoamericanizar" programas y transmisiones, resultado que siempre resulta patético. El foco de atención también hubiera podido centrarse en lo bajo que ha caído el conductor del montaje latino de The Amazing Race (el guatemalteco-americano Harris Whitbeck, ex CNN), pero el escenario ha terminado por ser monopolizado por la insoportable y a todas luces detestable pareja de participantes argentinos, Matías Franchini y la misionera Tamara Reichelt. Para los que no tienen abundante idea de The Amazing Race, baste decir que el mencionado programa se esboza en una suerte de improvisado reality en el que un número determinado de parejas se traslada de país en país, a los efectos de hacerse de pistas y sortear pruebas que les permitan ganar distintas etapas. Para otro apartado quedarán las consideraciones que etiquetan a la carrera de "circo romano", en donde un puñado de individuos batallan a muerte y en medio de un esquema donde todo vale, para hacerse de un suculento premio en metálico. El contenido del presente artículo no persigue, en modo alguno, el objetivo de que el lector se siente frente a su tevé para seguir los capítulos del programa. No obstante, existen ciertas consideraciones sociológicas, derivadas de su sintonización, que no deberían despreciarse. Los sucedáneos de The Amazing Race resultan -aunque se opine en contrario- adictivos: el televidente siempre termina tomando partido por alguna de las parejas competidoras y, de igual manera, reserva un espacio para votar por aquella a la que gustaría eliminar. A la postre, quien sigue las alternativas del programa siempre vuelve a sintonizar su aparato una semana después: no falta quien quiera saber qué ocurrirá luego. Al cabo de unas cuantas emisiones, la tragedia cobra forma al mejor estilo Adorno-Horkheimeriano: la agonía de la derrota sufrida por alguno de los participantes se traslada a lo más profundo de la mente del consumidor de la señal. Este último acusa mal recibo de las alternativas, especialmente cuando alguno de los contendientes más despreciados se sale con la suya. Es en este resquicio en donde hace su triste aparición el dueto argentino, compuesto por el "administrador de empresas" Matías Daniel Franchini y su señora esposa, oriunda de la provincia de Misiones, Tamara Alejandra Reichelt. Los protagonistas de esta historia gris se han esforzado por tornarse en el más agudo dolor de cabeza no solo de las otras parejas competidoras, sino que han hecho todo lo necesario para llegar al podio del desprecio de la teleaudiencia. El dúo dinámico de marras se ha hecho de un club de infinitos "anti-fans" que invierten considerable tiempo en postear cuánto los detestan en los foros de la web oficial de The Amazing Race. Matías y Tamara se han granjeado la peor reputación entre los concursantes, a base de una demostración récord de soberbia -superando cualquier marca argentina anterior en cualquier otro programa-, juego sucio, ácidos insultos en perjuicio de contrarios y burlas de toda forma y color. El festival de exportación de mediocridad y bajezas -que los argentinos han sabido elaborar con no poca astucia- se completa con malas palabras y un cuestionable pero incisivo maltrato de parte del muchacho hacia su joven esposa de 29 años de edad. Factor que engrandece el desprecio generalizado de propios y ajenos, pues la cuestión tiene impacto directo sobre las buenas costumbres de que hacen gala otras sociedades latinoamericanas, en donde la mujer suele ser tratada correctamente. Este último detalle no ha pasado desapercibido para un nutrido grupo de foristas que visitan la web oficial the The Discovery Channel-Amazing Race, en forma periódica: ellos se han ocupado de preguntarse, en un tópico en particular, si acaso todas las parejas en la sociedad argentina se parecen a los impresentables bajo análisis. Con triste resignación, más de un argentino ha respondido que es así. Y razón no les falta. Para colmo, allí está el dato de que la competencia obsequiará a la pareja ganadora un total de US$250.000 al finalizar su ciclo. Lo cual le viene al dedillo al tándem argentino para sacar a relucir la mejor materia prima de exportación de nuestro país: la miseria humana. Característica que hace ver al resto de los participantes como pobres niños que aún no han salido del vientre materno. Porque -que lo sepa Latinoamérica-, los argentinos somos siempre los primeros a la hora de demostrar nuestro lado más oscuro: si existe dinero de por medio, nada más importa. Al demonio con el juego limpio, la caballerosidad, el respeto y las buenas costumbres. Ni siquiera contaban con este factor los productores de The Discovery Channel. Con el programa cerca de su finalización, se han topado con una auténtica mina de oro: los argentinos rememoran con peligrosa cercanía a aquel esperpento que oportunamente supo representar la morena Omarosa Manigault-Stallworth en el programa The Apprentice -"El Aprendiz"- del reinventado self-made man, Donald Trump. Omarosa vino a confluir en una construcción oportunista de la explotación marketinera de la furia y el odio. Trump, en las emisiones de El Aprendiz, resolvió mantener a la deleznable participante hasta último momento, tomando la debida nota de que la audiencia la quería fuera con cada vez mayor intensidad. El desprecio que generaba Omarosa Manigault llegó a generar picos impresionantes de televidentes, en un mercado de cientos de millones de dólares como lo es el norteamericano. Una vez fuera de competencia, los ratings televisivos disminuyeron abruptamente: ya no había nada más para ver. O, más bien, nadie más para odiar. Tamara Reichelt y Matías Franchini se configuran en una suerte de Omarosa en representación geminiana, para fortuna de las humeantes calculadoras de la producción de The Amazing Race. Con un agravante que no debe ser pasado por alto: cualquier persona de determinada nacionalidad -aunque elija negarlo- se constituye en embajador virtual de ese país. Para los mencionados, no hubiese sido tan complicado trocar los insultos -por momentos racistas- destinados a sus competidores, por formas más elegantes. Aún más: puede señalarse, sin temor a error, que ellos han logrado sacar a la luz lo peor de todos los demás. En emisiones recientes, incluso han tenido lugar pactos rubricados "por izquierda" para arrojarlos fuera de la ecuación. Aguijoneando los furibundos deseos de la teleaudiencia, los argentinos siguen en carrera, pero no gracias a sus habilidades, sino merced a errores imperdonables en las reglas. Esas que les permiten sobrevivir incansablemente. Vaya el ejemplo de uno de los capítulos finales en los que, tras llegar últimos, se les brindó una nueva oportunidad y eludieron la eliminación. O también, la ocasión del programa rodado en Costa Rica, en donde llegaron en última posición a una de las etapas, pero con sospechoso derecho a partir en igualdad de condiciones frente a los demás concursantes. Por cierto, algo huele muy mal en las reglas de The Amazing Race. Pero, en virtud de superar ratings y sumar a los más ávidos sponsors, todo vale para los productores. Después de todo, Omarosa Manigault-Stallworth no se reencarna en nuevos seres humanos todos los días... y menos en el medio de un reality show en donde lo peor de las personas hace su aparición, semana tras semana. Detrás del cénit de ese cuestionable podio de maldad que ocupa con esmero la pareja de argentinos, han quedado el perfecto español, la admirable educación y el fair play de los concursantes venezolanos, la rapidez y mentalidad ganadora del dúo de amigos del alma brasileños que rebosan musculatura (pero escasean de seso) y la simpatía, sana competitividad y el sano optimismo demostrados por las chilenas Francisca y Fernanda. No faltan aquellos seguidores de la emisión que, prematuramente, tiemblan ante la posibilidad de que Matías y Tamara terminen haciéndose del cuarto de millón de dólares: no habría nada más injusto ni cruel. Los televidentes argentinos deberán poner "manos a la obra" y preguntarse por qué -mientras Latinoamérica toda los detesta, tanto a ellos como a sus coterráneos de la tevé-, siguen considerándose lo "mejor del subcontinente" cuando en realidad ni siquiera son (somos) dignos de subirnos al más harapiento y desvencijado vagón de cola. Infortunadamente, la tan ansiada autocrítica se sigue haciendo esperar. Pudiera ser que, llegado el caso, algo se ilumine en nuestro subconsciente colectivo nacional y terminemos pidiendo disculpas a nuestros similares de la América Latina. Aunque tal vez, para ese entonces, sea ya demasiado tarde. Suele ser útil aferrarse a pequeños universos televisivos para proyectar las sensaciones que allí aparecen, en nuestros ambientes cotidianos. También sucede, en contadas oportunidades, que la ficción no difiere demasiado de la realidad. Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Sociedad-Espectáculos. E-mail: elojodigital.com (arroba) gmail.com.
Por Matías Ruiz, para El Ojo Digital Sociedad-Espectáculos