POR EITAN HABER: EL FUTURO DE ISRAEL

Al final de todos los finales

Reflexiones de Eitan Haber, quien fuera Director General de la Oficina del Primer Ministro de Rabin, relacionado con las conferencias de paz entre árabes e israelíes y puntualmente frente al caso de la Cumbre de Annapolis, en Estados Unidos.

21 de Julio de 2010
Cuando regresen todos los primeros ministros de Israel de la cumbre de Annápolis, o de la posterior en Seattle, o más tarde de la Dallas; una vez que se calmen el clamor de las trompetas y los festivales de la paz; dentro de un año, cinco o diez, ésta será la situación: Israel volverá a su casa, muchas decenas de poblaciones detrás de la Línea Verde serán desmanteladas, casi 200 mil judíos residentes en Cisjordania y en las Alturas del Golán construirán o adquirirán sus nuevas residencias en lo una vez se denominó, y aparentemente se denominará de nuevo, "la pequeña Israel", dentro de los límites de 1967, más o menos. Y Jerusalén, con todo el dolor del corazón, será la capital de dos estados. Si ésto no ocurre durante el gobierno de Olmert, ocurrirá con Bibi Netanyahu como primer ministro, o con Ehud Barak, o Tzipi Livni, o con alguien a quien todavía no conocemos. Que no hayan malos entendidos. Personalmente, no quisiera que nada de eso ocurra. Como muchos israelíes, también yo, un simple ciudadano, quisiera que Israel fuese grande como lo es hoy en día, fuerte, poderoso y que sepa plantarse firmemente en sus posiciones. Lamento decir que no es esto lo que ocurrirá en los próximos años y generaciones. Lo que aquí escribo ya se sabía inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días; por eso, el entonces gobierno de Levy Eshkol hubiera devuelto inmediatamente los territorios si los árabes acordaban la paz. Dicho sea de paso, Menachem Beguin era ministro de aquel gobierno. Hoy en día, en charlas fuera de protocolo y de la prensa, destacados representantes de la derecha dicen que ellos entienden muy bien que eso es lo que ocurrirá. No hay otra alternativa. Fuera de Micronesia y las Islas Marshall, no hay quien acepte a "la gran Israel", y aquellos que saben lo que un mundo adverso le puede causar a Israel de 2008 en adelante, comprenden también que finalizaron las dubitaciones. Aparentemente, eso es lo que se tiene que hacer. Cuando ello ocurra e Israel regrese a casa, el shock será insoportable y podría quebrar a este difícil y amado país. Entonces se bajarán las carpetas de los archivos, los periodistas hurgarán en los protocolos, de los subsuelos sacarán los programas y los nombres con telaraña de Rogers y Baker, y de la Opción Jordana, y de las conversaciones secretas con Nasser y Sadat, Hussein y Hafez Al-Assad, con sus antecesores y sucesores. Pondrán todo, todo sobre la mesa y el pueblo de Israel preguntará con toda razón: ¿Dónde estuvimos?, ¿Qué hicimos y porque no coincidimos con este o aquel plan? ¿Cómo fue que apedreamos con palabras -y una vez a tiros- a personas que aparecieron y dijeron: acepten eso, eso es lo que podemos. ¿Cualquier otra alternativa es peor? Un vistazo en las carpetas de los subsuelos de la historia nos enseñará que hubiéramos podido negociar con un gobierno en Cisjordania, razonable y prudente, pero, eso sí, jordano, y quedarnos con Jerusalén casi toda judía, con una paz completa con los sirios -aparentemente sin la Meseta del Golán o con ella arrendada por generaciones- y más, mucho más. Entonces surgirán varios interrogantes. El más difícil será: ¿Si llegamos a esto luego de 40 o 45 años, ¿porqué motivos matamos, y fundamentalmente, por qué razones tuvimos que morir? ¿Cómo fue que derrochamos recursos de varias generaciones en capital humano y económico? Lo que se percibe hoy como "desastre nacional" para una parte importante de la población, será el ideal de la misma dentro de cinco, diez o veinte años. Esto es lo que entendieron Menachem Beguin, Shimón Peres, Itzjak Rabin, Ehud Barak, y probablemente Bibi Netanyhau y Ariel Sharón. El mismo Sharón -para muchos "el más grande de todos"-, que fue el creador y promotor del "milagro de los asentamientos en los territorios ocupados". Eso es lo que hoy entiende Ehud Olmert, y eso es lo que cualquiera entenderá cuando se siente en el sillón principal de la oficina del primer ministro. Por lo tanto, Annapolis, será sólo un escalón más; solo uno en ese rascacielos con un interminable número de escalones, donde en cada uno de ellos descansan cuerpos sagrados y puros, como rayos resplandecientes, que nos alumbran y exhortan a recapacitar y volver a la realidad. Fuente: Yediot Aharonot - 25.11.07
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