INTERNACIONALES: POR ALBERTO MAZOR, ARGENTINA.CO.IL

La desilusión de una victoria

"Los judíos nos caracterizamos por tener demasiada historia en el alma y muy poca geografía en la mente" (Isaiah Berlin).

21 de Julio de 2010
La historia de la creación del Estado de Israel en 1948 es larga y convulsa. La idea se formuló en el Congreso Sionista celebrado en Basilea en 1897. El inspirador de aquella asamblea fue Teodoro Herzl quien llegó a la conclusión que existía un sentimiento estructural antijudío en el mundo occidental y que sólo podía superarse con la creación de un Estado hebreo. Años más tarde diría que en Basilea fundó el Estado judío, y que quizás dentro de cinco o cincuenta años, todos lo entenderían. Fue en dicha ciudad suiza donde empezó la a moverse la maquinaria política para crear una patria propia. Pero aún faltaba convencer a la comunidad internacional. El primer paso importante en ese aspecto lo dio el ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur Balfour, que en 1917 declaró que el gobierno británico favorecía el establecimiento en Palestina de un hogar nacional judío y haría todo lo posible para alcanzar ese objetivo, quedando muy claro que no se haría nada que pudiera perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías en Palestina. Fue un paso gigante para la creación del futuro Estado de Israel. El reconocimiento del derecho a existir como Estado, formulado por Inglaterra, la gran potencia europea del momento, se tradujo en una emigración masiva de judíos de toda Europa hacia Palestina. Al terminar la Gran Guerra, la Sociedad de Naciones otorgó a Gran Bretaña el mandato sobre Palestina que había formado durante siglos parte del Imperio Otomano. Paradójicamente, fueron los mismos británicos los que impidieron en la medida de sus posibilidades la emigración de judíos a Palestina. Pero cuando llegaron las persecuciónes masivas y el Holocausto nazi, se creó en la conciencia internacional la necesidad de acelerar la creación del Estado que vio la luz en 1948. Ben Gurión fue el primer jefe de Gobierno. Pero él no pensaba tanto en un Estado como en un hogar nacional. "El viejo" saboreaba la palabra kibutz, comunas agrarias, igualitarias, utópicas, la colonización masiva del Neguev. Ben Gurion era la reencarnación de esos profetas bíblicos que tenían con los milenios la misma familiaridad que nosotros - comunes mortales - tenemos con las semanas. Muchos árabes se convirtieron en ciudadanos israelíes. La gran mayoría huyó o se quedó con la intención de resistir al arrebato pactado o forzoso de sus tierras. Se sucedieron varias guerras entre israelíes y árabes. Siempre triunfaba Israel. La victoria más espectacular se produjo en junio de 1967 cuando Tzáhal derrotó sin contemplaciones a todos los ejércitos árabes que se le enfrentaron. La guerra tuvo una justificación convincente: El presidente egipcio Nasser, panarabista, envió a su ejército a la península del Sinaí, bloqueó el paso del tráfico de barcos israelíes por el Golfo de Ákaba y expulsó a las fuerzas de paz de la ONU que custodiaban esas tierras desmilitarizadas. Dicha guerra asombró al mundo en general y al mundo judío en especial. Israel, con Moshé Dayán como titular de Defensa e Itzjak Rabín al frente del ejército, conquistó en sólo seis días toda la península del Sinaí, los Altos del Golán de Siria, Cisjordania, que contenía las bíblicas Judea y Samaria, y reunificó la ciudad de Jerusalén. Algunas corrientes judaicas hablaban en lenguaje de "redención". Hoy, a cuarenta años de aquella guerra, se puede afirmar con seguridad, que fue una victoria demasiado cara de la que se han derivado todos los conflictos posteriores : * Organizaciones con orientación mesiánica se apoderaron de territorios de lo que ellos denominaban el Gran Israel sin dar a sus ocupantes los derechos políticos imprescindibles. * Se conquistaron las tierras sin otorgar una salida política a los habitantes palestinos que se han quintuplicado desde entonces. * Israel no ha vivido un solo día en verdadera paz. El país está en constante estado de alerta y sigue sin encontrar una salida política que le permita tener una existencia normal. * A pesar de todos los intentos para alcanzar la paz, a través de acuerdos y también utilizando la fuerza, casi nada se ha conseguido. * El odio y la incomprensión entre los dos pueblos no han hecho sino crecer. * A cuarenta años de la fulgurante victoria, los israelíes están mas lejos que nunca de haber superado la causa de su trauma existencial: preservar la esencia judía del Estado junto a la bomba demográfica de los palestinos. * Los palestinos siguen acosados por la miseria, la desolación y el rencor por haber despreciado o malgastado varios intentos de solución, o por adoptar salidas negativas como la violencia o el terrorismo. Turbado por su empresa colonizadora en Judea y Samaria, Israel no puede eludir su responsabilidad en este fracaso. Es así que palestinos e israelíes no tienen mucha predisposición para afrontar el actual problema hiriente de los refugiados que se agita tras la insurrección de Gaza. La sangre corre nuevamente y la situación se degrada aún más en la región. Nuevos grupos extremistas islámicos entran en escena y los cada vez más efectivos cohetes Kassam, lanzados por los terroristas de Hamás, llueven sobre la ciudad fronteriza de Sderot y sus alrededores, mientras la opinión pública israelí, bastante martirizada y precavida, se interroga sobre las problemáticas salidas de este episodio de violencia y sobre la mejor manera de contrarrestar la inestabilidad crónica y la fragilidad estratégica que reinan en Oriente Medio desde la invasión de Irak en el 2003. Un año después de la última guerra del Líbano, los intereses de Siria, Irán e Israel arden en un nuevo incendio incontrolado. La situación es más explosiva que otras veces porque Israel ha perdido parte de su poder de disuasión y se aferra a la ilusoria estrategia de poder aislar Gaza, pero no dispone de una respuesta concreta para las amargas lecciones que le administró la guerra del Líbano en el verano del 2006. El actual Gobierno israelí, malherido por el Informe Winograd, sospecha que Hamás pretende imitar la táctica de Hesbollah, cuyos misiles llegaron a impactar en Haifa, pero no sabe cómo replicar al reto sin empeorar la situación y repetir el error, ya que la intervención terrestre en el Líbano, mal preparada y peor ejecutada, sólo sirvió para fortalecer al adversario. Durante una visita a Sderot, en un vano intento de tranquilizar a sus amenazados habitantes, el impopular primer ministro, Ehud Olmert, reconoció que carecía de soluciones fáciles para el dilema persistente entre el empleo de la fuerza militar terrestre para recuperar Gaza, sin garantías de éxito duradero, o los bombardeos y en su caso los asesinatos selectivos. Mientras tanto, en Palestina, ante la constante lucha por el poder entre Hamás y Al Fatah, entre el islamismo radical de aquél, cuya superioridad operativa en Gaza es manifiesta, y el tibio laicismo nacionalista de este, más fuerte en Cisjordania, la cohabitación entre estas dos fuerzas palestinas es imposible. Por eso decaen todas las conjeturas sobre el Gobierno de unidad nacional auspiciado y financiado por Arabia Saudita. Los israelíes, que en los años ochenta contribuyeron al nacimiento de Hamás, para debilitar a la OLP, dirigida entonces por Arafat, ahora no saben si apoyar a Al Fatah, con el riesgo de colgarle el estigma de la colaboración, o mantener la neutralidad y la represión militar, pese a que un ataque masivo que afecte a los civiles, otorgaría justificativos a los extremistas y tendría el efecto de unificar al mundo árabe-islámico contra Israel. Por si todo eso fuera poco, el Gobierno israelí aún no da la orden de desmantelar los asentamientos ilegales que se han construido en territorios que el derecho internacional les niega. Los palestinos, por su parte, han organizado Intifadas, han practicado el terrorismo, continúan matándose entre ellos y están más divididos que nunca. La radicalización islámica aumenta día a día. Hoy, a cuarenta años de la Guerra de los Seis Días, sólo hay una salida posible para alcanzar la paz. La misma que David Ben Gurión - entonces ya fuera del quehacer político - propuso sólo tres días después de aquella victoria, cuando todos los israelíes aún no conseguían salir de su asombro y euforia: Israel deberá abandonar los territorios conquistados y compartir con los palestinos la ciudad de Jerusalén. Los palestinos habrán de abandonar la violencia, el terror y la idea de recuperar las tierras que perdieron en 1948; además deberán asegurar a los israelíes que estos podrán vivir en paz dentro de sus fronteras. Así de simple; todo lo demás es letra pequeña, insignificante, miserias humanas, intolerancias, muerte y dolor. Lo que importa es un futuro en el que la convivencia entre los dos pueblos sea normal. Pero separados y distintos.
Por Alberto Mazor, Argentina.co.il