SOCIEDAD: POR SEVERO I. TURRO, PARA EL OJO DIGITAL

Juan Carlos Blumberg. Las reglas, las instituciones y el capital social

La pérdida de un hijo constituye el mayor dolor del alma que puede soportar el ser humano. Pese a ello, a partir de esta situación límite, Karl Jaspers dixit, el Ingeniero Juan Carlos Blumberg, sacando fuerzas de lo más recóndito de su ser, inició una cruzada personal.

21 de Julio de 2010
El ingeniero puso blanco sobre negro -ante la sociedad y el poder político- el terrible drama de la (in)seguridad. Ante lo cual, por demás evidente, el país todo se tuvo, finalmente, que mirar ante el temido espejo. Que devolvía (y devuelve) la imagen de la suma de todos los miedos : la terrible probabilidad de que cada ciudadano deba enfrentar algo semejante, se incrementa exponencialmente cada jornada. Consecuencia ineluctable de la ignorancia, incapacidad, desidia y tara ideológica, que exhiben de manera cuasipornográfica, los funcionarios presuntamente encargados de la protección de nuestras vidas y bienes. En su momento, Blumberg se convirtió en un tsunami para el adormecido Congreso Nacional. El funcionariato ya no pudo ocultar más el sol con las manos : la inseguridad personal, que no respeta razas, religiones, elección sexual, pobres o ricos. Que afecta a todos por igual. Excepto a los politiqueros de turno, que gozan de custodias especiales, a expensas de los impuestos estrafalarios que pagamos, obvio, los mismos de siempre. Si deseamos obtener una más cristalina imagen de la gravedad terminal del problema, se requiere agrandar la lente. Expresado sin cortapisas, la anomia se ha apoderado, paulatina, pero inexorablemente, de la sociedad nacional. Anomia, vocablo que la Real Academia define como "ausencia de ley". Y en la segunda acepción, como "conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación". Esto último -la degradación- nos lleva a la noción de decadencia. La decadencia argentina no es central o estrictamente económica. Antes bien, se puede explicar a partir de la anomia : la ignominia de haber abandonado, irresponsablemente, patrones de conducta, que sirvieron para transformar en un desierto al granero del mundo. El haber dejado en la estacada los valores que cimentaron la Nación. Que fueron paulatinamente remplazados por el "todo vale". Por el "todo pasa", filosofía central de Don Julio (que brinda sustento bíblico al afano demencial de la AFA). Por "el vivo vive del tonto y el tonto de su trabajo?. Por aquello de que "no hay que avivar a los giles". Por el generalizado aforismo : "Somos los más piolas del planeta". Sin omitir el tremendo hecho de que hemos tirado a la basura el más que elemental concepto de que nuestros derechos individuales terminan cuando comienzan los derechos de nuestros semejantes. La peregrina concepción de "¿Quién fue el tonto de capirote que puso un cartel Velocidad Máxima 100, si yo conduzco una máquina que ronronea a 180?. Que origina cuarenta muertos por día y un sinnúmero de heridos graves que se ocultan bajo el manto del "secreto estadístico". ¡Hasta la avenida Corrientes se ha convertido en extraño epítome de la estrepitosa caída! Otrora, los símbolos del erotismo eran representados por artistas de la belleza y calidad de Blanquita Amaro, Amelita Vargas, Nélida Roca, Susana Brunetti, Zulma Faiad y Nélida Lobato. Más acá en el tiempo, brillaron la Giménez y la Casan. Hoy, la "sex simbol" de la calle que ?nunca muere? (moría) es Florencia de la Vega. Un vulgar ?travesaño?. Una lady, pero con manija. Parafraseando a William Shakespeare, algo huele espantoso en la Reina del Plata. Redondeando, para entender el meollo de la decadencia, es primordial abandonar la hipocresía que nos penetra hasta la médula. Valga otro ejemplo de actualidad. Las encuestas indican que el desnudo de una vedette, en un popular programa de televisión, fue calificada por el OCHENTA POR CIENTO (!) de la gente entrevistada, como procaz, morbosa, inaceptable. Poco menos que se clamó que ajusticiaran al conductor y a la agraciada dama. Pero hete ahí que el "sumo sacerdote" rating "voló" a 42 puntos, en el preciso instante en que un excelso par de soberbias "delanteras" aparecieron en primerísimo plano de la pantalla. ¿En qué quedamos entonces? Parece ser que existe una "pequeña" inconsistencia en la opinión pública. Por un lado, más de ocho millones de televidentes, haciéndose los "ratones". Por el otro, el 80% de los entrevistados (que vieron la representación), se autoproclama herido en su sensibilidad. Aquello de "haz lo que el cura dice, pero no lo que el cura hace" parece haber calado muy hondo en la sociedad vernácula. La decadencia argentina puede visualizarse muy bien a través de la progresiva destrucción de todas las instituciones. Douglass North, Premio Nobel de Economía, remarca, con gran precisión, que las instituciones sientan las reglas formales e informales de comportamiento de los agentes, establecen los derechos de propiedad y sus límites, facilitan y garantizan los contratos privados y públicos, ofrecen información sobre precios y plazos y generan la atmósfera que es conducente, o no, al desarrollo. Los agentes económicos se guían, además, por normas y nociones informales que surgen de la cultura y de la religión. Son las reglas del juego de una sociedad las que estructuran incentivos en el intercambio humano, y, por el hecho de proporcionar una estructura a la vida diaria, reducen la incertidumbre. En síntesis, las instituciones definen y limitan el conjunto de elecciones de los individuos e incluyen todo tipo de limitaciones que los humanos crean, sean estas formales (normas) e informales (costumbres, tradiciones y códigos de conducta). El concepto de reglas de juego es clave para empezar a despejar la incógnita de las causas del retroceso argentino. Desde hace varias décadas, la ruptura de las normas se ha convertido en marca registrada nacional. Pero, indubitablemente, el último quinquenio ha sido pródigo en la materia. Hemos sistemáticamente quebrantado el contrato social básico : la Constitución Nacional. Huelga destacar, que la cuestión preocupa, muy estrictamente, al Colegio Público de Abogados, a los editorialistas del matutino porteño "La Nación", a los lectores de U24 y a unos pocos ciudadanos más. El resto, la gran mayoría, bien gracias. Así estamos. Unilateralmente, hemos roto todos los contratos, tanto públicos como privados. Hemos estafado a los futuros jubilados, al igual que a los titulares de los bonos ajustados por inflación, adulterando groseramente los índices de precios elaborados por el INDEK. Hemos atropellado al Poder Judicial y convertido al Parlamento en mudo, con el único rol de escribanía del omnímodo Poder Ejecutivo. La prensa se ha corrompido de tal manera, que los medios masivos de comunicación, más que informar, deforman la realidad de una manera escandalosa. En un todo de acuerdo con el arbitrario gusto del Gran Califa de Río Gallegos, Don Juan Manuel de K, conocido por sus muy sufridos súbditos, como el Restaurador de los Setenta. Donde los arquetipos del fenómeno son "La Corneta Oxidada", el "Pravda 12" y el "Granma 10". Por su parte, la corrupción y la sensación generalizada de impunidad, ha llevado a que casi la totalidad de los argentinos nos hayamos convertido en agnósticos, respecto de nuestras instituciones primordiales. Va de suyo, que ninguna nación puede lograr un crecimiento sostenible en el tiempo, bajo esas condiciones. Lo antes expuesto nos lleva a la idea de capital social, definido como un conjunto de factores intangibles (valores, normas, actitudes, confianza, redes y semejantes), que se encuentran dentro de una comunidad y que facilitan la coordinación y la cooperación. Los valores del capital social se remontan a los principios de libertad en el mercado, con equilibrio social y del estado social de derecho. Donde los objetivos nodales son la solidaridad, la subsidiaridad y la justicia, propuestos en 1946 por Alfred Müller-Armack, como modelo para la reconstrucción de su país, devastado por la guerra y que fue la clave del llamado "Milagro Alemán" de la postguerra. Que, finalmente, terminó impulsando el resurgimiento de las economías de Europa y contribuyendo en parte, además, al éxito económico de varios países asiáticos. Para Francis Fukuyama, el capital social, definido como normas y valores compartidos que promueven la confianza y la cooperación social, constituye una forma utilitaria de ponderar la relevancia del factor cultural en el proceso de desarrollo, partiendo de la premisa de que no todas las culturas son proclives a fomentar el crecimiento económico. Las culturas en las que prevalece un alto activo de capital social, devienen en sociedades desarrolladas. Mientras que en América Latina, donde la reserva o stock de capital social es de los más bajos del mundo, prevalece una cultura del subdesarrollo y del realismo mágico, que actúa como pesado lastre para la superación de la región, frente al reto de la revolución tecnológica y la globalización. Fukuyama describe el déficit de capital social en América Latina en términos de la desconfianza, la pobreza de valores, la corrupción, la escasa solidaridad y la inmoral distribución de la riqueza. Para el continuador de Hayek, el capital social involucra la necesidad de incluir y revalorizar en el proceso de desarrollo, valores como la confianza interpersonal, la asociatividad, la conciencia cívica, la ética y los valores autóctonos predominantes en una sociedad. El enfoque de Fukuyama concibe el capital social como valores propios de ciertas naciones o regiones geográficas, en donde estos valores permiten que prevalezca un clima de confianza, el cual explica buena parte del progreso de las mismas. Contrario sensu, la Argentina hace largo rato que dejó ser un país "europeo desarrollado". Hoy, pese a que lo negamos ardorosa y sistemáticamente, somos "plenamente" latinoamericanos. "Sudacas", como nos designan, peyorativamente, los españoles. Calificación que nos molesta en grado sumo. Pero, para qué omitirlo, es la visión que tienen de nosotros los ciudadanos de los países de alto desarrollo relativo. El negarnos a ver y analizar nuestra cruel y cruda realidad, nos ha llevado a no poder encontrar la solución para frenar la decadencia y comenzar a caminar en sentido inverso. Negamos lo que salta a la vista. Es la síntesis perfecta de aquel viejo adagio gardeliano que reza : "si hay miseria, que no se note". Caminantes que pasean sus mascotas, dejando una estela de heces como recuerdo. Automovilistas que niegan el paso, hasta a señoras embarazadas o con niños en brazos. Colectiveros que nos hacen sentir cada minuto la ley del más fuerte. Grupos quejosos, con o sin causa, da lo mismo, que convierten el reclamo en episodios cotidianos de violencia. Sin omitir el trato irrespetuoso con el prójimo, como norma habitual de conducta en los espacios públicos. Y, por si faltaba la frutilla del postre, por estas horas, un grupúsculo de adolescentes, que todavía no han aprendido a "soplarse los mocos", alumnos de un otrora prestigioso colegio, se arrogan la capacidad intelectual de desconocer una resolución firmada por el mismísimo Rector de la Universidad de Buenos Aires. ¡Apoyados por sus propios padres! No nos engañemos : hemos reemplazado el capital social, por la cultura del piquete. Y encima, enarbolamos proclamas insólitas : la Argentina merece ser un país rico. Parece una joda para Tinelli. No sabemos si el Ingeniero Juan Carlos Blumberg presentará finalmente una candidatura. Pero ojalá lo haga, porque representa lo distinto que merece apoyarse, deberá hacer un cierto replanteo de su esquema de razonamiento. La (in)seguridad, cae de suyo, es un problema extremadamente serio y acuciante. Pero -elemental destacarlo- no "navega" en solitario. Es producto de la decadencia. De la destrucción de las instituciones. De la desaparición del capital social básico. De la corrupción que atraviesa a todo el espectro social de la Nación. Blumberg, hombre honesto, tiene ante sí un desafío mayúsculo. No solamente tendrá que dar el ejemplo. Mucho más arduo será convencer a los compatriotas de que por el camino que vamos, el destino final será la desaparición de la República Argentina. Tal cual vaticinó el gran Tato Bores, en el célebre sketch del científico alemán. Experto teutón, que en un indeterminado futuro, venía a indagar en estos lares, acerca de la naturaleza y las causas de la evaporación virtual de un país. ¡Extraña paradoja! En 1925, académicos notables vaticinaban que la Argentina, hacia finales del Siglo XX, iba a ser uno de los motores de la civilización occidental. ¡Vaya si se equivocaron "fulero" los catedráticos de Harvard!
Por Severo I. Turro, para El Ojo Digital Sociedad