POLITICA: POR JORGE ASIS

Enemigo del espejo

Mientras corre detrás de las circunstancias, Kirchner desperdicia la coyuntura más ventajosa.

21 de Julio de 2010
Por Osiris Alonso D?Amomio De Consultora Oximoron, especial para JorgeAsísDigital. Prisionero virtual de los arrebatados cuadros que genera, Kirchner atraviesa uno de los momentos más reprobables de su crispada administración. La elección municipal, a efectuarse en la adversidad de la metrópoli, se le transformó en el riesgo de un pantano, del que depende. Sólo a partir de la compulsa del 3 de junio, puede digitar la viabilidad de sus próximas determinaciones. Representa un boceto de estadista. Se encuentra sumergido en un compendio de confrontaciones innecesarias que fragmentan la sociedad. Confrontaciones que dejaron, para colmo, de resultarle redituables. Le queda el mérito, nada menor, de haber quebrado el mito del crecimiento por consenso. Demostró, con amplitud, que se crece a partir de la instalación del conflicto inexorable. Que se construye poder, en Argentina, a partir de la confrontación que hoy lo convierte, precisamente, en víctima. El conflicto es ÉL. Mantiene aún la propiedad de la tensión de la política que anima. Sin embargo debe desgastarse para recuperar, en adelante, el control perdido de la iniciativa. En el desbarranco, Kirchner debe encarar, con suerte relativa, la tenaz persecución de las circunstancias. Porque corre, metafóricamente, detrás de las circunstancias. Ellas se le descontrolan. Las circunstancias se le escapan. Lo desbordan. Lo superan. Relámpagos del horizonte Ante el conjunto de crispaciones brotan, maliciosamente, en los arrabales de su gobierno, los relámpagos. Iluminan, los relámpagos del horizonte, las ceremonias cotidianas de la multiplicada corrupción. Dejó de tratarse, infortunadamente, de las fundamentadas chicanas del Portal. Crece, entre los altibajos de la opinión pública, la impresión del objetivo prioritario. La consolidación del SRA. El Sistema Recaudatorio de Acumulación. Se encuentra asediado, aparte, por los relámpagos de la temeraria inflación. El fantasma que impregna, mientras arrastra, la contundencia de su economía de almacén. La inflación se convierte en otra de las circunstancias que debe perseguir. Sin atisbos, aún, de alcanzarla. Si no para resolverla, para atenuarla, con las falsedades de los logaritmos oficiales que contrastan con cualquier visita al supermercado. De tanto correr, detrás de las circunstancias, se percibe que Kirchner comienza a cansarse. Mientras la sociedad demuestra, paulatinamente, que se cansa de los vaivenes del conyugalismo. Aunque las encuestas no registren, aún, el síndrome del cansancio. Kirchner fastidia, de pronto, hasta a los conformistas que resignadamente lo apoyan. Sin mayor convicción ni pasión, por absoluta conveniencia. Con el cinismo, algo despreciable, de la indiferencia. Propia, por ejemplo, del empresario que sabe que gana, con Kirchner, más dinero del que ganó nunca. Aunque mantiene, en su perversidad, firmes deseos de verlo caer. Ni siquiera le persiste el consuelo anímico que solía representar aquel refugio de Río Gallegos, que funcionaba como reservorio para el fortalecimiento moral. Entre los relámpagos de Río Gallegos, la ciudad colapsada, Kirchner debe asumir que tiene el regreso prohibido. Aquel amparo semanal de Río Gallegos, de ningún modo puede ser suplantado por la magnificencia del Calafate. Tampoco pueden devolverle migajas de quietud, las municiones de los gendarmes. Pertrechados, los gendarmes, para la guerra, aunque sea apenas para cuidar su casa. Efecto boomerang La sumatoria de maltratos, por los conflictos generados, produce el previsible efecto bumerang. De pronto, debe percibir que el conflicto insoluble se oculta entre las contradicciones de su personalidad. Kirchner emerge, en la patología, como el enemigo de sí mismo. El invencible enemigo del espejo. Una suerte que enfrente, aún, no tenga a nadie. Alguien que se le ubique, por ejemplo, con fuerzas suficientes como para inquietarlo. Porque se encuentra golpeado, sin iniciativas y en la plenitud de la marea baja. El máximo atributo consiste en la inexistencia de una confrontación real que lo perturbe. Más que el habitante del espejo. Se asiste, por si no bastara, al desmoronamiento de los proyectos ilusorios que oportunamente le sirvieron. Al menos, para el entretenimiento unánime de la comunidad acostumbrada a las imposturas. Un proyecto sustancial alude, por ejemplo, a su escandalosa falta de caballerosidad. Carencia que suele incitarlo, hasta hoy, a la demencia nepótica de entregar a su esposa, hacia la ceremonia indeseable del fracaso. A la ingobernabilidad que la aguarda, por su culpa. La selección de la señora Cristina venía tranquilamente acompañada del pretexto imaginativo de otro regreso. Aparte de la ficción purificadora. De la atmósfera de liquidación de los nominados, los sindicados como corruptos, indeseables. Que dirige, irreparablemente, el hombre del espejo. Cae, en Buenos Aires, la zanahoria tentadora de la rotación. El anzuelo que le permite aún delirar, a la opacidad de sus huestes, con otros doce años más de kirchnerismo. Cuatro años suicidarios para la señora Cristina. Y luego otros ocho años plausibles de Néstor. Hasta que se decida finalmente Máximo, y se produzca el añorado recambio generacional. Una plácida construcción estática, que prefiere ignorar las sorpresas que suele deparar la realidad dinámica. Después de todo, crece la certidumbre de asumir, como le corresponde, la próxima responsabilidad. Protagonizar el inicio de su propia decadencia. E ir Él, por otro periplo de cuatro años. Que le permita la clausura del círculo signado, en total, por probables ocho años que debieran ser más que suficientes. Desde el 2003 hasta el 2011 aún puede ser una eternidad, pletórica de mayores baladronadas, de divisionismos retardatarios, precariamente elementales. De banalidades que magnifican el asombroso desperdicio que signó, de manera letal, a su gobierno. Porque lo más grave es que Kirchner, el enemigo del espejo, desaprovecha la oportunidad histórica de proyectar al país que mantiene a su merced. Desperdicia, a través de colosales limitaciones, el marco de una coyuntura económica, incomparablemente ventajosa, posiblemente irrepetible. Osiris Alonso D?Amomio de Consultora Oximoron Continuará Manténgase conectado.
Por Jorge Asís, JorgeAsisDigital.com