SOCIEDAD - TEMAS DE LA HISTORIA: POR PABLO KARAKACHOFF

30 de enero de 1933. Adolf Hitler llega a canciller de Alemania

En enero de 1933, el movimiento nazi estaba cada vez más lejos de tomar el poder; las elecciones democráticas de noviembre de 1932 le habían dado un pobre 33,1% de votantes en relación con las elecciones de julio de ese año, en que el porcentaje de votos había sido de un 37,3%. Sobre 608 bancas en el Reichstag, los nazis en noviembre ocupaban 196. Con ese número de escaños, no tenían dentro del parlamento forma alguna de tornar la situación política en su favor, ni menos, hacerse con el poder.

21 de Julio de 2010
Pero el partido de Adolf Hitler, con 13,700,000 de votos, con un número de militantes calculado en más de 1,000,000 y un ejército privado de 400,000 S.A. y S.S. , era la fuerza política más poderosa de Alemania, y golpeaba a las puertas de la Cancillería tratando de hacerse con el control del estado. Hitler había aprendido que, para llevar a cabo su brutal cometido, era necesario tener el poder del estado y no luchar contra éste. Por lo tanto, había participado en todas las elecciones provinciales y nacionales con su partido. Su cautivante oratoria, su discurso nacionalista prometía la vuelta a lo que fue el antiguo imperio Alemán -previo a la derrota bélica de 1918-, mejores condiciones de vida para millones de desocupados, restaurar la gloria del ejército alemán -Wermacht-, desarticulado por las potencias triunfantes en la primera guerra, tenía buena acogida en un gran número de alemanes que sobrevivían a duras penas, dad la crisis económica del año 30 y de las sanciones de esa índole que había impuesto a Alemania las potencias vencedoras de la contienda de 1914. Con todo, el triunfo se le escapaba. Hacia 1933 parecía que los nazis habían llegado a su punto más alto y que ya comenzaba su descenso inevitable. Las deserciones en el partido eran diarias y en cantidad, la situación financiera del movimiento nazi era caótica y las deudas nacionales eran difíciles de contener. Por otro lado, la cuestión social y económica de Alemania estaba repuntando : lentamente se estaba saliendo de la funesta crisis del año 30. La crisis era como una ola gigantesca donde un buen surfista -el nazismo en este caso- se deslizaba con facilidad en su tabla. Sin olas, no había como avanzar y en la Alemania del 33 las olas no eran precisamente grandes. Hitler entendía que había que hacer algo y pronto. Y, tal como en el teatro griego antiguo, apareció el deus ex máchina en la figura de Franz von Papen. El ex canciller se reunió en secreto con Adolf Hitler, cerca de Colonia, el 4 de enero de 1933. Allí, este personaje -conservador y con fuerte ascendencia sobre el anciano presidente Paul von Hindenburg- le ofrece la posibilidad de ser Canciller del Reich con la condición de ser él mismo (Papen), su vicecanciller. Papen representaba a toda la derecha alemana, a los viejos junkers (nobles) que querían eliminar el Reichstag junto con los comunistas, los socialistas y a los judíos. En realidad, deseaban un gobierno de derecha fuerte sin parlamento, para volver a quedarse con el poder, aquel poder que la República de Weimar les retaceaba. Pensaban ingenuamente que con Hitler en la Cancillería podrían manejarlo a su antojo. "Lo iban a poner en caja", solía decir un viejo noble alemán. Von Papen tenía llegada directa al presidente Hindenburg y al coronel Oskar Hindenburg -hijo del presidente y asesor principal en cuestiones de estado-. Todo un engranaje político comenzó a moverse para tratar de convencer al Presidente, quien para ese entonces tenía 85 años, de la necesidad de nombrar a Adolf Hitler como su Canciller con poderes limitados. El viejo Mariscal Hindenburg no veía con admiración a Hitler. "El cabo austríaco", así lo llamaba, decía que solo para funcionario de oficina de correo nombraría a Hitler. El Canciller Kurt von Schleicher, militar, enfrentado con Papen, veía con buenos ojos la llegada de Hitler a la Cancillería, pero no aceptaba el nombramiento de Papen como vicecanciller. Quería para él ese puesto y desde allí poder controlar a Hitler. El ejército, pieza clave en esta maniobra política tenebrosa y llena de cinismo, no era ajeno a esta jugada donde se pretendía dar el poder de Alemania a un fanático brutal, sin tener en cuenta la opinión de la ciudadanía. También ellos, los viejos generales del Estado Mayor, creían con ingenuidad poder manejar a su antojo a Adolf Hitler. Este les había prometido que de llegar al poder, iba a restaurar las viejas glorias del ejército Alemán. Y muchos oficiales jóvenes le creyeron. El General Von Hammerstein, comandante en jefe del ejército, compartía la postura de Papen sobre el nombramiento de Hitler como Canciller; por otra parte, dio el visto bueno para que el general Von Blomberg -delegado en Suiza por la Conferencia de Desarme- fuera nombrado ministro de defensa en el nuevo gabinete. Lentamente, en los cruciales días de enero de 1933, se estaba decidiendo el futuro de Alemania por parte de un grupo reservado de hombres con una miopía política tal, que no imaginaban el monstruo que estaban engendrando. La toma del poder El 28 de enero de 1933, Kurt Von Scleicher, Canciller de Alemania, -ya sin respaldo del presidente Hindenburg- presentaba su renuncia. Las intrigas creadas por Von Papen hicieron del otrora hombre fuerte del Reich un político en franco aislamiento y sin una estrategia para intentar salir airoso de los embates de sus enemigos. Inmediatamente, Hindenburg le encarga a Von Papen la posibilidad de formación de un nuevo gabinete. Para lograr la aceptación definitiva de Hitler como Canciller por parte de Hindenburg, se quiso mostrar al futuro dictador formando parte de un "frente nacional de derecha", integrado por el Partido Nacional del Pueblo Alemán, cuyo dirigente Alfred Hugenberg sería futuro Ministro de Agricultura y Economía, y Franz Seldte, dirigente nacionalista del Stahlehlm, una organización paramilitar de veteranos nacionalistas que contaba con más de trescientos mil miembros de uniforme. Seldte sería dentro de pocas horas el flamante Ministro de Trabajo en el nuevo gabinete de Hitler. Quedaba solo decidir el nombre del Ministro de Interior de Prusia. Hitler quería en ese puesto a Herman Goering, su mano derecha en su ascensión al poder. De acuerdo a la constitución de Alemania, el Ministerio del Interior del Estado de Prusia tenía bajo su cargo toda la policía de la República. El Ministro Prusiano era más poderoso que el Ministro del Interior de Alemania. Faltando pocas horas para la jura del nuevo gabinete, Papen termina cediendo y accede a la petición de Hitler, el cual ya con un pié en la línea de llegada advierte que si no se le concedía el Ministerio del Interior Prusiano para los nazis, rompería el acuerdo político y se retiraría. Por fin, el lunes 30 de Enero de 1933 a las 11.30 de la mañana, el Presidente Hindenburg toma juramento a los miembros del nuevo gabinete, presidido por el flamante Canciller Adolf Hitler. El pueblo alemán tomó con indiferencia dicho nombramiento; desde la creación de la República de Weimar, se habían sucedido 15 gabinetes con sus ministros. La ciudadanía, hastiada de política y desmoralizada por la crisis económica que todavía perduraba, no llegó a enterarse de las conspiraciones en las que se enredaba una clase política deleznable. En el noticiero cinematográfico semanal, el nombramiento de Adolf Hitler salió en sexto lugar, muy por detrás de una carrera de caballos y de un concurso de saltos de esquí. Las formidables organizaciones obreras de Alemania no se movilizaron; a los pocos meses dejarían de existir. Los socialdemócratas fueron tomados con la guardia baja y no atinaron a una resistencia, ni a un plan para salvar a la democracia. Ellos desaparecerían de la vida política del Reich. Pronto, Hitler puso fin a la farsa de que pretendía convertirse en Canciller parlamentario respaldado por el Reichstag. El 1 de febrero, se disolvió el Parlamento, convocándose a elecciones para marzo. El 4 de ese mes, y por decreto, se restringió en forma parcial la libertad de prensa y de reunión. A fines de febrero, el dudoso incendio del Reichstag le permitió a Hitler dar un paso gigante en la suspensión en forma indefinida de un gran número de derechos civiles y confirió al gabinete mucha más autoridad. La policía, bajo las órdenes de Goering, se dedicó a perseguir y acosar comunistas, dando libertad de acción a las bandas nazis que tomaron las calles por asalto. Las mismas bandas nazis, bajo la protección de la S.A., hacían de policía. Y fueron los esbirros nazis los que tuvieron que garantizar la seguridad para las elecciones de marzo. Las últimas que vería la República. Los opositores a los nazis fueron golpeados, las urnas violentadas, los candidatos secuestrados; creóse un sistema de terror para evitar que la oposición participara del acto eleccionario. Así y todo, en aquellos comicios donde la libertad estaba ausente, los nazis no pasaron del 43,9 % de los votos. El 23 de marzo, el nuevo Reichstag sesionó con banderas nazis colgadas en las paredes y tropas de la S.S. en las gradas, el partido comunista fue proscripto, sus dirigentes encarcelados, los socialdemócratas ya no pudieron pedir la palabra en el recinto, eran insultados y golpeados al salir. Era el fin de la democracia y era el camino hacia el abismo para millones de personas. Un hombrecillo de aspecto insignificante, un frustrado pintor de acuarelas, un alma lunática perdida en la Viena de la posguerra. Eso era Hitler. Y no habría sido más que un agitador de segunda si no hubiera sido por un grupo de individuos que, sin darse cuenta, y arrastrados por su estupidez, ya sea por su vanidad o por su oportunismo, desataron el comienzo del régimen político más sanguinario y destructivo que ha conocido la humanidad. Hitler no tomó el poder, le fue dado el poder. Es para recordar con temor y jamás olvidar.
Por Pablo Karakachoff para El Ojo Digital Sociedad