INTERNACIONALES: LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL

La Alemania incierta

Empate técnico, tablas en la principal economía europea y riesgos de alteración del eje Moscú-Berlín-París.

21 de Julio de 2010
En Alemania, en realidad, más que una sofisticada reunificación, lo que ocurrió fue una especie de colonización inevitable. Más promovida y resignada que exitosa. Es decir, como consecuencia del accionar de Mijail Gorbatchev, aquel emergente quintacolumnista de la cabeza calva manchada, supo intensificarse el proceso de liquidación de aquella Unión Soviética. Un grotesco Imperio que marchaba, conjuntamente con el desvanecimiento del marxismo real, hacia el precipicio del fracaso. Por lo tanto, en medio de la fragilidad del tablero internacional que se derrumbaba, la Alemania Occidental, entonces la RFA, principal economía de una Europa vacilante, debió hacerse cargo, del desastroso final del comunismo cercano que pertenecía a su área de influencia. Y aquella construcción artificial, la Alemania Oriental, la RDA, se había convertido en el molesto primo pobre. El pariente que parecía, casi, un búlgaro malhabido, un rumano picaresco o un patético albanés. Tratábase del ocaso de la ilusión totalitaria que sobrevivía en sus cercanías. Por ejemplo, más allá del Muro groseramente cinematográfico que serviría, en semejante etapa de la emotiva historia cercana, para la condición de emblema. En realidad, aquel Muro había comenzado a desmoronarse, para ser provocativamente exactos, cuando aquel talentoso polaco profesional, Juan Pablo Wojtila, fue designado Papa. A los efectos de clavar una estaca, sustancialmente definitiva, en el esternón de un real comunismo convertido en una farsa sanguinaria; o peor, en un colapso económico. Un final de utopía de tango triste, que signaría la decepción de unas cuantas generaciones de revolucionarios. Y que no podría evitar la próxima fijación de su destino, infortunadamente disuelto en el retrete de la historia. La aún no suficientemente estudiada alianza entre Ronald Reagan y Juan Pablo Wojtila acabaría con aquel comunismo espantosamente ficcional. Aunque, sin embargo, persiste, apenas en el aspecto represivo. Por ejemplo en una China que se postula como la gran vedette adolescente del crecimiento capitalista. O en el Vietnam que fue heroico. O en algún otro presidio del Asia como Myanmar, en Corea del Norte o en las entretelas de cierta Cuba caricatural. Trátase, Cuba, de un estado cafishio. Es decir, de un estado fiolo que se sorprende, de pronto, dependiente de una Venezuela que reemplaza, en medio de la degradación de aquellas utopías, a los servicios puntuales de la Unión Soviética. Es decir, de una Unión Soviética sembrada de cadáveres que oportunamente sirvieron para deshacerse del peligro, considerado entonces peor, del nazismo. Aunque después se supondría, durante más de medio siglo, por su derecho de muertos, en condiciones de discutir el universo, mano a mano, con los Estados Unidos. Justamente en aquella sublimación del cinismo que se conoció como guerra fría. Perfil de la nueva Europa Mientras tanto, pudo asistirse al despliegue de la Europa que supo renovar sus perfiles estratégicos. A partir, sobre todo, de una alianza entre Francia y Alemania, fuertemente cimentada, en definitiva, sobre otro colchón de millones de cadáveres legendarios. Un entendimiento, en realidad, indispensable, de los dos últimos grandes estadistas que surgieron desde el agotamiento del continente políticamente desvencijado. Por supuesto, ellos fueron el alemán físicamente opulento, Helmut Kohl, y el genio esquivo del francés Francois Mitterand. En cierto modo, fueron dos gigantes estadistas secundados de olvidables charlatanes italianos, de intrascendentes belgas, holandeses prescindibles, del solidario portugués Mario Suares. Y por los agrandamientos de cierto andaluz que se destacaría, posteriormente, en la eficacia del lobbing. En Alemania, a propósito, fue precisamente con Kohl en el poder, un centroderechista del partido social cristiano, que se registró aquella emblemática ocupación de la Alemania comunista. Sin embargo, a pesar de tanta gloria por la conquista, sobriamente presentada como reunificación, las próximas elecciones las ganaría, como corresponde, la oposición. Es decir, el socialismo. Por lo tanto Schroeder entonces lo mandaría a Kohl hacia el cultivo de los geranios del retiro. Y como corresponde a la vulgaridad de la política moderna, Schroeder lo enviaría, a Kohl, con el pretexto usual de la justicia independiente, a cubrirse de escarnio por inexorables latrocinios financieros. El eje Desgastado por siete años de activo ejercicio de la mediocridad, Schroeder se atrevió a plantear, finalmente, un anticipo electoral, como consecuencia de una derrota regionalista, en Renania. Es decir, cometió el mismo error táctico de Jacques Chirac, cuando perdió también el control del gobierno por un infantilismo semejante. Sin embargo, como consecuencia de la crisis política que se incentiva enormemente durante su mandato, aquel Schroeder, que se encontraba con el prestigio debajo de la alfombra, consigue renacer en los últimos treinta días de campaña. Su incapacidad para la gestión contrasta con la habilidad para protagonizar la campaña política. Crece entonces como consecuencia, sobre todo, de los excesos anunciativos de su rival, la señora Ángela Merkel. Y alcanza un impensable empate técnico, un resultado electoral de tablas que mantiene a la principal economía de Europa en el portal de la incertidumbre y abre el juego para el atrevimiento de las quimeras menos originales. Como por ejemplo, el gobierno de coalición de los contendientes. La dama, Ángela Merkel, que suele presentarse como campeona del rigor del ultraliberalismo inconvincente. Aunque nació en Hamburgo, es una Ossie. Así, despectivamente, ossie, llaman los persistentes alemanes federales a los provenientes del ex país ocupado, o sea la Alemania Oriental. Cuesta, por lo tanto, aceptar que precisamente la "ossie" Merkel, formada sospechosamente en la Alemania otrora comunista, pueda arremeter contra las ventajitas del estado de bienestar. Y caiga en la torpe sinceridad de anunciar, en campaña, impuestos hasta para la respiración. Uno de los superiores novelistas contemporáneos, Günter Grass, demasiado inteligente como para no detestar sigilosamente el oportunismo de Schroeder, suele brindar una explicación que decide, en gran parte, el apoyo de las izquierdas antiamericanas. Es decir, por la presencia de Schroeder fue que Alemania no se complicó en la guerra de Irak. Como posiblemente se hubiera enchastrado el país de estar conducido por la Merkel. Téngase en cuenta que el proamericanismo de la Merkel podría alterar el tablero que sostiene una cierta política europea, inspirada en el eje tácito Moscú-Berlín-París. De resultar entonces electa la Merkel, acaso, Tony Blair podría no sentirse tan continentalmente solo en su alineamiento con los Estados Unidos. Sobre todo a partir de que, gracias a Bin Laden, irrumpe la improvisación de Zapatero. La incertidumbre En definitiva, con el empate, quienes pueden alegrase son, apenas, los turcos. Porque jamás Turquía podría acceder a la Unión Europea con Merkel como jefa del gobierno alemán. Por lo tanto, se vienen semanas de expectativas que podrán seguir desde JorgeAsísDigital. Sobre todo a partir de los movimientos próximos que realicen tres figuras relevantes del segundo nivel de la política alemana. En principio, Oskar Lafontaine. Trátase de un izquierdista de verdad, que se atrevió a escindirse del socialismo después de haber sido ministro de economía de Schroeder. Sólo con gotas de reliverán (por tanto asco que le tiene) podría apoyarlo. Y difícilmente vaya a aportar sus fichas para Merkel. Después, Fischer. Trátase del superficial con aspecto de distraído, de vestir cómodamente suelto y deslizarse en zapatillas. Un político adicto al jogging que suele suponerse revolucionario por pertenecer a las insignificancias reivindicatorias del Partido Verde. Ya oportunamente Fischer decidió una elección con sus vegetales inofensivos, pero se llevó nada menos que la cancillería. Volvería, por supuesto, a apoyarlo al amigo socialista. Y tercero, el más desconocido, Guido Westerwelle, del partido Liberal. Trátase de un derechista de verdad, un mimoso que jamás apoyaría a Schroeder y con su nueve por ciento es la penúltima esperanza que le queda a la Merkel. Sin embargo Guido es tan encantador como imprevisible. Un asumido homosexual atléticamente yuppie, que no vacila en asistir a las grandes paradas acompañado de su novio. Un hombre que lo ama, acaso con la pasión irracionalmente superior de los alemanes.
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