INTERNACIONALES: LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL

Prensa y geopolítica

De diez, dice Kirchner, obtuvo veinte. La semana neoyorquina produjo, para la interpretación del Presidente Kirchner, grandes logros diplomáticos. Aparte del encuentro largamente esperado con Putin, el logro más notorio consistió en la reunión exclusiva que Kirchner mantuvo con el presidente interino de Bolivia.

21 de Julio de 2010
Pudo saltarse de alegría, además, con la suplicante entrevista con el señor Zapatero. Inclusive, lo que son los complejos culturales, la prensa argentina le dispensó, a la reunión de Kirchner con Zapatero, casi la misma importancia que la prensa española le otorgó al saludo de Zapatero con Clinton. Trátase de una ecuación geopolítica de prensa y poder. A nadie entonces debe llamarle la atención que los medios españoles no le otorgaran la menor importancia a la cumple Kirchner/Zapatero. Del mismo modo, tampoco puede llamar la atención que ningún medio norteamericano destacara el saludo de Zapatero a Clinton. Ni citara, siquiera, la desesperación de Zapatero por obtener, al menos, cinco minutos con Bush. Para las ambiciones módicas de Kirchner, Zapatero es la referencia del Norte desarrollado. Para Bush, en cambio, Zapatero directamente no existe. Sobre todo desde que jactanciosamente lo dejó colgado en Bagdad. Es inútil entonces que Zapatero intente el recurso solidario de la misericordia, y sea el primero en tratar de ayudar a los Estados Unidos. Sobre todo cuando los americanos redescubrieron, gracias al desastre de Katrine, la pobreza. O mejor, la pavorosa desigualdad que nunca, en el fondo, se había ido. Y que vuelven a estar más regidos por la literatura de Steinbeck (el de Viñas de ira) que por los salones blancos de Tom Wolfe. Es poco utilitario, también, que Zapatero pretenda anotarse en el rol de gran estadista. Y lanzarse al vacío del ridículo con el planteo ilusorio de la Alianza de civilizaciones. Como si Zapatero intentara corregir, para colmo, aquel sofisma exitosamente impuesto por Huntington. El que alude a la guerra de las civilizaciones, un concepto hurtado, por si no bastara, al intelectual más respetado del Pentágono, Bernard Lewis. De continuar con el análisis de la prensa y el poder mundial, tampoco puede sorprender que no se encuentre la menor repercusión, en la prensa francesa, de la disparada de Suez de la Argentina. Como si Kirchner no entendiera aquella imagen de las "piedras en el zapato", que utilizara Jacques Chirac. Aunque Dominique de Villepin compuso, cuando era canciller, una excelente relación con la senadora Cristina. Y, sobre todo, con Rafael Bielsa, por su condición de doblemente colega. Tanto como ministros de relaciones exteriores y como, ambos, malos poetas. De todos modos, en ningún tramo de la agenda de Villepin, ni por asomo, el Quoi de Orsay pensó en registrar alguna audiencia con ningún representante de Argentina. Menos aún, por supuesto, el conflicto interesó en la prensa de Barcelona. Aunque en Argentina sea tema de tapa de los grandes misericordiosos diarios de la superada prensa tradicional. Ni La Vanguardia ni el Periódico consignan, en Barcelona, siquiera, sobre la posibilidad que Agbar saliera a calmar el catastrófico desmanejo de las Aguas Argentinas. Indudablemente, los puntos más altos, de la presencia argentina, se consiguieron en el teatro de Queens. Con las garrapiñadas de Timerman y las milanesas teatrales. Incluso, aquí Timerman logró recuperarse del faltazo de Stiglitz, cuya responsabilidad le atribuían. Trátase del economista puntualmente alquilado por el gobierno, para que les proporcionara un cierto lustre internacional. A propósito, Stiglitz cobra por lo suyo y no deben pedirle más. Salvo que los estrategas divaguen como para suponer que el Nobel pueda responsabilizarse hasta por el aval de un Plan Económico. Como si no hubieran comprendido aún que el economista no come vidrio. Y no se hubieran dado cuenta, aún, que Stiglitz es una especie sofisticada de Pontaquarto, aunque de los organismos internacionales de crédito. De todos modos, para continuar con la relación entre la prensa y el alcance geopolítico del poder, el gobierno argentino supo finalmente encontrar su lugar en el mundo. La penetración del prestigio continental quedó marcado en la última entrega de CBP. Trátase del órgano informático del Congreso Bolivariano de los Pueblos. En su newsletter número 79, se transcriben los tres discursos más importantes de la contestación revolucionaria al sistema degradado de las Naciones Unidas. Primero, claro, el de Chávez. Trátase del líder natural del bolivarianismo y máxima referencia del sistema de alianzas de nuestro país. Aparece doblemente, primero en castellano y luego en portugués. No olvidar que trata de expandirse la penetración de Chávez entre el pobrerío del Brasil que amenaza con tragarse a Lula. Segundo discurso, el de Felipe Pérez Roque. Trátase del canciller cubano que habló por ausencia de Fidel Castro. Del Castro que Chávez supo directamente desplazar de los arrebatos espectaculares, precisamente de los grandes shows con parrafadas internacionales. Y tercero, el pronunciamiento liminar de Néstor Kirchner. Que sólo puede, una lástima, apenas constar en actas, sobre todo después del notable monólogo del locutor venezolano. “Chiche”, “Lilita”, “Chacho” La señora Flavia L. quiere saber por qué, en JorgeAsísDigital, a la señora Carrió no se la llama, como en todas partes, "Lilita". Del mismo modo se pregunta por qué, a la señora Hilda de Duhalde, no se la llama, aquí, "Chiche". Podría, la señora Flavia, encontrar más ejemplos. Tampoco al ex vicepresidente Álvarez nunca, aquí, se lo llama "Chacho". Y tantos otros. En principio, la utilización del apodo marca una cierta situación de confianza con el personaje que, en realidad, no se tiene. Entonces suena forzadamente ridículo llamar, a la señora Carrió, "Lilita". Trátase de un significante que atenúa la fortaleza de la señora, que signa una suerte de reduccionismo basado en un cariño, por lo menos, inexistente. Peor, en cambio, es en el caso de la señora Hilda González de Duhalde. Llamarla “Chiche”, peor que subestimarla, es empequeñecerla. Disminuirla al extremo de un "chiche". Es decir, de algo utilizable, apenas, para jugar. Que remite a las tiernas vulgaridades de la infancia. Si los contendientes en el peronismo conyugal, por ejemplo, son las señoras Cristina e Hilda, asistimos a una justa electoral de pares. Si el combate es entre las señoras Cristina y "Chiche", triunfa, de lejos, Cristina. Sobre todo en el principal combate semántico. El significante Cristina lleva implícito un significado, que deriva de Cristo. Y de cristiana, que es el antecedente técnico de Cristina. Por lo tanto, Cristina se traduce en una dosis energética superior al del significante "Chiche". Que tiene, “Chiche”, un significado inofensivo de dama simpática, aunque se trate de una idea muy próxima a la de debilidad. Se equivocan, incluso, los populistas idiomáticos que suponen que el "efecto cercanía" produce una inmediata adhesión. Por tratarse, en determinados círculos, de la ficción de una igual. Se equivocan doblemente, porque una representación política implica, también, la necesidad de una cierta respetuosa distancia. La idea que en general se tiene de sí mismo es demasiado pobre como para aspirar a ser gobernados por un igual. Conforme, Flavia. Triple frontera y cascos blancos Dos construcciones artificiales del menemismo resultaron francamente exitosas. Primero, el voluntarismo de la Comisión de los Cascos Blancos. Fue inventado por el amigo Raúl Burzaco, aunque con el propósito estratégico inconfesable, pero presumible, de hacer méritos para obtener el Premio Nobel de la Paz. Para Carlos Menem, claro. Y segundo, el verso del peligro de la Triple Frontera, que fue oportunamente gestado para bolsiquear en diferentes ventanillas, y para tratar de encontrarle solidez a las investigaciones sobre los atentados que inmovilizaban entonces las inteligencias. En cuanto al Nobel, no se pasó ni cerca. Sin embargo se consolidó una entidad, Cascos Blancos, lo suficientemente burocrática como para acomodar a diversos cuadros políticos desocupados, en su condición de directivos o de asesores. Nadie, jamás, en la Cancillería, los tomó en serio. Sólo, en su momento, el embajador Laperche, al que habían designado como titular los radicales porque no sabían qué hacer con él. La Comisión de Cascos Blancos sirvió, en el fondo, para que viaticaran funcionarios de distintas administraciones. Y para que se incluyera la cuestión de los Cascos Blancos en los foros internacionales. A los efectos de reclamar adhesiones que, de todos modos, por insistencia se lograban, con un marco de condescendencia y como intercambio por otros apoyos igualmente inútiles. Lo que anduvo mejor, indudablemente, fue el verso de la Triple Frontera, cuya autoría es largamente festejada en ciertas sobremesas distendidas, por señores honorables de probada penetración geopolítica. Aparte, el escenario daba. Proporcionaba árabes de apellido irreparablemente homónimos de patéticos terroristas. La cuestión que hoy, por lo menos en Ciudad del Este, la antigua y posiblemente futura Puerto Stroessner se llenó de caudalosos espías que necesariamente deben enviar sus dossiers confidenciales a sus distintos mandantes. De manera que, en adelante, no habrá otra alternativa que tomar la cuestión de la Triple Frontera en serio, al menos por una mera problemática de derecho laboral. Cascos Blancos, en cambio, es un digno aguantadero de ñoquis memorables. En semejante comisión supo hacer largamente la plancha Octavio Frigerio, con Menem. Y también el destacadísimo diplomático de la nobleza francesa, el embajador Laperche, esposado con una egipcia de fortuna incalculable. Sin embargo Laperche cometió la imperdonable torpeza de tomar en serio sus atribuciones, y se lanzó a organizar una veintena de misiones humanitarias. En cambio, la nueva política de Kirchner depositó a un embajador, Gabriel Fucks, un baluarte del valdesismo revolucionario. Y ahora, como segundo, fue designado en Cascos Blancos el dirigente progresista Oscar Laborde, aquel que hiciera una desastrosa gestión como intendente de Avellaneda. Téngase en cuenta que fue tan mala que hasta permitió el histórico regreso de Cacho, el caudillo legendario. Difícilmente, en Cascos Blancos, Laborde pueda exhibir su formidable vocación comprobada para la impericia. Porque ahí, en Cascos Blancos, en realidad no tiene absolutamente nada que hacer. Y menos, aún, como segundo. Aunque Fucks, acaso con influencias del noble Laperche, cometa el desvarío de fotografiarse junto a cuatro especialistas enviados para aplacar las catástrofes de New Orleans.
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