LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: POLITICA

Cambio de provincia

Una aprobación marginal, casi elitista, produjo la iniciativa editorial de destacar al cronista como corresponsal itinerante. Aunque anclado, si no en París, en Río Gallegos.

21 de Julio de 2010
Al menos aquí, en la Capital Moral de la República, pudo registrarse un cierto beneplácito. Aunque la presencia mantenga los atributos de una clandestinidad poco concebible. Y que podría intensificarse, por supuesto, con la oficialización del despacho. Por supuesto, las huestes del Rudy Ulloa tratarán nuevamente de localizarlo. En su precariedad conceptual, los vulgarcitistas elementales, que se saben en retroceso aunque hayan impuesto la candidatura de Alicita, en su retroceso atribuirán las fuentes, otra vez, al Cacho, o al periodista más célebre, Gatti, y acentuarán el control sobre los digitales de OPI. Acaso desconfiarán del rencor del postergado Chiquito. O del Rafa que se resiste al olvido, y que fue de los primeros en ser traicionados. O a los colaboradores radicales del Freddy. Incluso, en la serie de fuentes probables figura hasta el misterioso "Ladrón argentino". A propósito, puede reiterarse que Ladrón Argentino opera desde una impenetrable dirección de correo electrónico, de enunciación bastante significativa: ktraelaplatasinovaencana@hotmail.com Por lo tanto, participar, en Río Gallegos y desde la televisión, al lanzamiento de la candidatura senatorial de la señora Cristina fue, para comenzar, una experiencia memorable. Como si se asistiera a una brusca alteración de orígenes y lugares. Porque, sin ningún reparo de mera prolijidad institucional, la actual senadora nacional por Santa Cruz, Cristina Fernández de Kirchner, alias La Vampiresa, se presentaba, soberbiamente pancha, como candidata a senadora nacional por la provincia de Buenos Aires. Un cambio de provincia es como un cambio de piel, diría Carlos Fuentes. Sin embargo, con los arrebatos de tanta vulgaridad, aquí, entre tanta vanguardia cultural hacia el atraso, es como si se tratara de un simple cambio de club. Una mera transferencia de un delantero. Desde Deportivo Conarpesa al Racing Club. Lanzar una campaña, por una banca, en una provincia, mientras asimismo se representa a otra provincia, en la Argentina moralmente acostada de hoy no parece constituir ninguna inmoralidad políticamente básica. Pero sólo plantearlo puede dejar, a cualquiera, como un desubicado. Y quedar indecorosamente desconcertante, como si se decidiera a promover, por ejemplo en el peronismo, un seminario celebratorio sobre la lealtad. Aquí, en Gallegos, se padece a los Kirchner desde 1983. Desde cuando intensificaron su sistemático abordaje, el copamiento de los resortes del estado provincial. Un estado del que los Kirchner se sirvieron mucho más que los Duhalde en Buenos Aires. Hasta identificarlo con las desventuras personales. Hasta eliminar cualquier frontera razonable entre lo personalmente privado y lo institucional. Paulatinamente, brotarán despachos al respecto, ensayísticos y meramente informativos. Sin embargo, los naturales, los experimentados comprueban, sin siquiera capacidad para sorprenderse, que con los mismos códigos, aunque algo perfeccionados, de comportamiento político, que fueron oportunamente utilizados para deshacerse rápido de Purichelli o de Del Val, los Kirchner se lanzan a copar los resortes del estado nacional. "Esto no es Santa Cruz", sostenían en principio, ya azorados, casi desafiantes, los asediados bonaerenses, los perplejos porteños. Tenían razón, habrá que aceptarlo. Porque los Kirchner tropezaron, en el fondo, hasta hoy, con mayores dificultades para imponer su totalitaria hegemonía, en Santa Cruz, que en lo que queda de Nación. La receta Una receta aplicable exclusivamente por Néstor Kirchner. Consiste en la conjunción, bien agitada, del ejercicio abusivo del poder. Agréguese el manejo arbitrario de las claves básicas del estado. Y de inmediato, sin entibiar, la utilización groseramente tensionante del agravio, hacia el oponente eventual. Y a revolver, siempre, en baño María, con la potente retórica escudada en la necesidad de una renovación, mientras puede generarse un extorsivo temor de todo aquel que se resista a ser doblegado. O que intente, menos que desenmascararlo, oponerle, aunque más no sea, alguna objeción. En todo caso inexorablemente será tomada como un palito en la rueda. Dotados para la injuria "Aunque con mayor experiencia y mejor producción, esta Cristina, en el fondo, es la misma que hizo lo imposible para denigrarlo, por precisas instrucciones de su marido, al Gobernador Del Val, en 1988". Así nos habla un fuerte colaborador del gobierno provincial, que por supuesto lo desprecia. Es un funcionario, hoy, de segundo orden. Carne de sueldo. Aunque habrá que advertir que, tanto en Gallegos como en Buenos Aires, cualquier profesional debe estar siempre prevenido. Ocurre que abundan, como en los estertores de cualquier totalitarismo vocacional, los doble agentes, seres voluntariosos que se postulan para hacer méritos. En realidad son meros soplones que suelen acercarse a los críticos, supuestamente con el propósito de suministrar información, y en realidad brindan ciertas obviedades que pueden legítimamente conocerse. Aunque el objetivo de los soplones consiste apenas en averiguar las fuentes reales de la información que se maneja. Y contárselo, por ejemplo, al Rudy Ulloa, al Pavo Sancho, a Zannini o al propio Kirchner. De todos modos, el cronista prefiere ocultar el nombre del funcionario. Porque aquí, en Tierra Santa, una provincia de mayoritarios empleados públicos, es dificultoso sobrevivir sin alguna relación, más o menos directa, con el Estado. Para pasarlo en limpio, según el funcionario, persiste una línea directriz que unifican los criterios de desmoronamiento hacia el gobernador Del Val con los vituperios hacia Duhalde. El parangón se sostiene, apenas, por la consolidación del desprestigio del otro, que por lo general dista de ser, para la sociedad, un señor honorable. Más que quitarles el apoyo, la receta consiste en demoler implacablemente los pilares de sustentación del agraviado. Con el mismo método que Los Kirchner le despojaron al gobernador Del Val hasta el penúltimo atisbo de poder, en el Teatro de La Plata, supieron esmerilar la moral de Duhalde. Con la ostentación de tantas presencias rentadas. Con la exhibición éticamente mugrienta de traiciones amontonadas en mesas de saldos. Con el alquiler miserablemente puntual de intendentes que buscaban pretextos pragmáticos para justificarse. Con gobernadores exhibidos, para la televisión, como cabezas felices de cazadores furtivos. "A Del Val lo derribaron los Kirchner a través del juicio político falso. Fueron unos cuantos autodenominados renovadores que se escudaban, como hoy, con el cuento de la nueva política. Se confabularon en la legislatura santacruceña y dejaron en minoría al gobernador. Le imputaron hechos falsos, tonterías que hoy serían menos que travesuras. Sobre todo si las comparamos con las barbaridades delictivas que cometieron los Kirchner, en la provincia, entre 1991 y el 2003. Especialistas insuperables para "hacer leña del árbol caído". Peritos calificados en el recurso de la diatriba. Incomparablemente dotados para la diseminación de la injuria y la descalificación. Para huir hacia adelante sin emitir explicaciones sobre sus catástrofes. Y utilizar la música del discurso que más cautiva a los incautos que esperan. Aquel que enuncia la edificación de un nuevo país con una nueva política. Por lo tanto, la imponencia majestuosa del Teatro Argentino contenía un auditorio típicamente ministerial. Atenciones exclusivamente mercenarias que producían el horror de los aplausos rentados. Sobre todo entre los gobernadores que se esforzaban, misericordiosamente, por exhibir la carucha, munidos de un funesto fervor presupuestario. Mueblecitos Sin embargo, lo que más irritó a los santacruceños por opción, y hasta a los pocos nacidos y criados aquí, de ningún modo fue la horrible conceptuación de Padrino que le prodigaba a Duhalde. Convertido en la reencarnación política de Del Val, Duhalde merece ser su nueva víctima porque cometió la gran falta estratégica de catapultarlo hacia la presidencia. Lo que fastidió, hasta el hartazgo, fue la celebración, casi melancólica, de la pobreza iniciática. Cuando Cristina hizo referencia, por ejemplo, acaso con influencias argumentales de los teleteatros de Alberto Migré, a que debió partir de La Plata, hacia Santa Cruz, con lo puesto. Es decir, desde la actualidad de mujer triunfadora, la señora Cristina aceptaba que había llegado a Río Gallegos, casi treinta años atrás, sin "mueblecitos", con "una mano atrás y otra adelante". Como tantos advenedizos, de Buenos Aires o de Córdoba, que escogieron, como si se tratara de un maltratado refugio, los sacrificios de esta provincia saqueada, que ni siquiera mereció, con tantas posibilidades, un proyecto de desarrollo, al menos a mediano plazo. "Epa", reaccionó alguien. Porque, en lugar de pedir "un médico por favor", habría que haber pedido "un fiscal por favor". La observación era de la esposa del funcionario citado. Sin embargo no podían ser tan ingenuos como para esperar, entre tanta obscena ostentación de poder, por ejemplo, que un sólo fiscal de la nación tuviera ganas de ponerse a actuar. Y aparte ¿para qué? "Se acabaron los Stornelli. Ya nadie se atreve a pedir fundamentaciones". O aunque sea a preguntar, simplemente, con el noble propósito de aprender: Cuenten, muchachos, ¿cómo la hicieron? Para que sepan los mortales, sólo resta homenajearlos. A finales del 76, los Kirchner no tenían siquiera "mueblecitos". Pero, en el 80, ya tenían como treinta casas. Habrá que aceptar, por lo menos, que a los valerosos revolucionarios, con la dictadura militar, no les fue del todo mal. Mientras las Madres daban vueltas en la Plaza de Mayo, los Kirchner se adueñaban de departamentos y casas. Línea Córdoba Y de últimas, si apareciera algún Fiscal con ganas de investigar seriamente, por ejemplo cómo llegaron a juntar tres millones de dólares en el 2003, la causa respectiva, tan alucinante como eventual, iría a parar, inexorablemente, a cualquiera de los tantos Santiago Lozada. Como el Lozada que sobreseyó a Kirchner en la caliente cuestión de los desaparecidos de Santa Cruz. Entiéndase, los fondos desaparecidos de Santa Cruz. Es una admirable conjunción de jueces perfectamente disciplinados. Integrantes meritorios, como Santiago Lozada, Juez de Instrucción, del equipo armado por el señor Zannini, alias el Ñoño, el conductor indiscutido de la Línea Córdoba. Pero no sea ansioso, don Asís, pruebe entonces su propia medicina. Ni se me ponga precavido, como jefe, en el manejo de la tijera. Al cronista lo destacó aquí y entonces aguántesela, el cronista banca los riesgos y está aquí para contarle. Vaya apenas, para empezar, una enumeración somera de la Línea Maginot de Santa Cruz. Es la Línea Córdoba. Varizat, Silvia Esteban, el Negro Chávez, Copetti. ¡Ay, cuánto nos vamos a divertir con Copetti! Más que con el Secretario de Hacienda, un tal, creo, Pompillo, que es el que más sabe del recorrido de los desaparecidos. Y nunca se olvide de registrarlo al doctor Mariani, por favor. Y para terminar, suenen trompetas, extiendan la alfombra roja, Luisa Ana Lutri, alias, vaya a saberse por qué, la Gorda Lutri. El ciudadano Esto recién empieza, don Asís, así que esmérese con el envío de los viáticos. Porque las noches de Belfast no están nada mal. Aparte, en el invierno de Gallegos, aún puede disfrutarse de un formidable ciclo de cine cultural, en blanco y negro. El sábado, por ejemplo. Mientras en el aeropuerto, ante el estupor de ochocientos pasajeros varados, el único avión que salió fue el que trasportaba a las compañeritas de Florencia Kirchner, que iban a festejar el cumpleaños, en Olivos, el cronista prefirió ver algunos cuadros de Minichelli, un gran pintor que tuvo la desdicha involuntaria de ser el suegro de De Vido. Y por la noche, acompañado de una asistente social, el cronista se fue a ver El Ciudadano. Con Orson Welles, en el soberbio rol de Citizen Kane. Y con Joseph Cotten. Uno, al fin y al cabo, es del tiempo en que se reconocía a las películas por quienes trabajaban como actores, y no por quienes las dirigían. Entonces fascinante es evocar, desde Santa Cruz a Joseph Cotten.
Jorge Asís Digital