LA COLUMNA DE JORGE ASIS EN EL OJO DIGITAL: UNA ARGENTINA QUE SE ALIMENTA CON PEDAZOS DE SU PROPIO CUERPO

La autofagia

Como en "El peronismo de Perejiles", aquí se impone la necesidad de tratar, en el lenguaje escrito, algunas ideas lanzadas con la precipitación de la oralidad. Por ejemplo en la noche de ayer, en la emisión de La Cornisa, que conduce Luis Majul, junto a su valorado conjunto de panelistas, Silvina Walger, Alfredo Leuco, Mariana Carbajal, Carlos Polimeni y Gabriel Dreyfus...

21 de Julio de 2010
El chiquitaje En Macunaima, celebre novela del brasileño Mario de Andrade, se describe la parábola miserable de un "héroe sin carácter". Termina alimentándose con los pedazos de carne que corta de su propio cuerpo. La Argentina padece, en cierto modo, una parábola semejante. Es autófaga, es decir, se fagocita a sí misma por la incompetencia letal de quienes deberían alimentarla. Porque hoy, la precariedad del canibalismo político atenúa la alarmante mediocridad de la carencia de ideas. Se asiste entonces al desperdicio de los ejercicios intelectuales de autoflagelación colectiva. Sometidos por la incapacidad de intentar alguna propuesta superadora de tanto chiquitaje. Para intentar, al menos, una posible elevación, habría que asumir, en principio, la totalidad de la propia historia. Con sus altibajos, jactancias y retrocesos. Quien se atreva ostensiblemente a diseñar un proyecto colectivo, que arranque del letargo autojustificatorio a este territorio amorfo situado debajo de Brasil, y que alguna vez pretendió ser una nación, debe asumir la historia argentina desde el fusilamiento de Dorrego hasta aquí. Y de ningún modo caer en el selectivismo irresponsablemente atrasador de Vulgarcito. Un acusador que abusa de la necesidad de creer transitoriamente en alguien, que se presenta con la mueca de justificación permanente, con el desdén degradatorio de todo lo que lo precedió, con la sistemática producción de condenas que ni siquiera le sirven para simular su incapacidad. O su -por qué no- taponada venalidad. Apenas le alcanzan las máscaras para construirse una identidad trucha de progresista que adhiere a una política nueva sin convicción, y a los efectos de degradar el ayer, e insólitamente acompañado de una formidable colección de dirigentes sin dirigidos, y absolutamente comprometidos con aquello que intenta degradar. Los Tweety Carrario de la política Son los Tweety Carrario, del peronismo o de cualquier parte. Aquellos empleados, profesionales de la política que no resuelve, y que sin ningún reparo pasaron del paraguas protector de Cafiero al de Menem, de Menem a Duhalde, acaso con estaciones en Cavallo, y que ahora se calzan la casaca de Kirchner para colaborar en la masacre de sus antecesores. Es decir, para masacrarse, en la Argentina autófaga, a sí mismos. Trátase de los chupados del automovilismo político. Seres que corren chupados de un caudillo, que cuando se les agota, lo dejan abandonado al costado del camino y no tienen inconvenientes en correr a chuparse de otro, mientras aspiran, casi inútilmente, a construir su propia referencia y que sean otros quienes los sigan. Sabrán, tal vez, que el Tweety Carrario es un efectivo hombre de punta. Un 9 que hizo goles con una casaca distinta por campeonato. Los convirtió, por ejemplo, desde Unión de Santa Fe hasta en Racing, y desde Boca hasta Chacarita, desde Olimpo de Bahía Blanca hasta Lanús para recalar, finalmente, a los 34 años, en Argentinos Juniors. Y hasta para atreverse, ayer nomás, el gran Carrario, a hacerle un gol a un Boca que, si no resurge, amenaza con convertirse en la sepultura política de Mauricio Macri. La gran diferencia es que Carrario aún hace goles. En tanto los innumerables Carrario de la política se caracterizan, apenas, por un fervor oficialista biodegradable, contagiosamente persistente, aunque ni siquiera se responsabilizan, en la Argentina autófaga, por los altibajos de sus trayectorias. Un Museo y una Pauta A determinados izquierdistas del periodismo nostálgico, que se agrupan tal vez en el periodismo ministerial, Vulgarcito supo conformarlos con el caramelo de madera de un Museo, y con el ridículo enceguecedor de un banquito humillante. A otros, empresarios, aventureros repentinamente poderosos, pudo doblegarlos con el vigor de una pauta publicitaria. La cuestión que Kirchner logró, con Museos y Pautas, que hablar de política hoy, en la Argentina autófaga, consista en hablar de él. A pesar, incluso, de la fantástica irrelevancia de su personalidad. Con su sistema de ideas inexistente, apenas consultado con un maoísta arrepentido que cometió infantiles desastres con la justicia de Santa Cruz, y con una Vampiresa que es, más que una carta de triunfo, la expresión de una hueca vulnerabilidad. Alarma entonces que determinados grandes medios de expresión tradicional, tanto impresos como audiovisuales, se dediquen a competir, en la Argentina autófaga, pero masacrándose por sus asuntos exclusivos de negocios que nada tienen que ver con el ejercicio del periodismo. Ni con una sola idea, siquiera aproximada, del concepto de verdad. Por lo tanto, los mercaderes de la información, que se desgastan para quedarse con canales de cables, aceptan, sin mayores reparos, y con una docilidad proverbial, un sistema comunicacional basado en un monólogo político que carece del encanto de los de Enrique Pinti. Porque ¿cómo se construye la información en la Argentina autófaga? La comunicación oficial es de un primitivismo estremecedor. Se limita a la monotonía de discursos emitidos por Vulgarcito en actos intrascendentes donde se anuncian obras en alguna parte, en la sala de conciertos progres del Salón Blanco, en alguna provincia de gobernador amigo que ofrezca réditos de plebiscitación, o en el conurbano más mercenario de intendentes que se le prenden como garrapatas a la billetera. En tales magnos acontecimientos, el César de cera se dedica a despotricar contra algún adversario fantasmal y perfectamente suplantable por otro de los tantos. Puede ser el caballito de batalla del FMI (al que se le paga mejor que a nadie), o contra el desliz locuaz de un cura, o clásicamente contra los noventa, mientras que, por reiterados, los operativos pierden en contundencia y ganan en aburrimientos. Y ya no solamente no se le puede repreguntar al mandatario. Ni siquiera se le puede preguntar. Y si no se le puede preguntar es simplemente porque el hombre se encuentra incapacitado para intentar la emisión de siquiera una respuesta, acerca de infinidad de temas de los que carece ya hasta de pretextos argumentales. Porque no se trata solamente de los fondos desaparecidos de Santa Cruz. Ni siquiera de la proliferación de la marroquinería política. Vulgarcito no tiene respuestas para una cantidad de reclamaciones puntuales que oportunamente se tratarán desde JorgeAsísDigital. Los colaboracionistas del kirchnerismo Cuando, posiblemente no muy pronto, se den cuenta que el César de cera está desnudo, que no es de izquierda un pepino, sino un simulador elemental, ¿qué harán los innumerables colaboracionistas de Artemiópolis? Del mismo modo que los Tweety Carrario de la política recurrieron a las garrochas para saltar atléticamente hacia el vulgarcitismo, tratarán de despegarse. Aunque con el riesgo grotesco de saltar con las garrochas, hacia el vacío. Y no se trata de ninguna profecía: es elemental análisis político. Y una constatación anticipada. Algunos periodistas, como por ejemplo Alfredo Leuco, comienzan inteligentemente a tomar distancias. La dignidad les impide bancarse el apriete cotidiano, como aún se lo bancan tantos otros que tienen columna vertebral de goma, y que no vacilan en abalanzarse sobre la goma que se presente, con tal de disponer de la pautita que les permita promover la especulativa inmensidad de los glaciares, o las ufanaciones institucionales. Y es irrelevante, a esta altura, que se excusen por anticipado, con el cuento que tienen que amparar la alimentación de decenas de familias. No es justificación para presentar un disneylandia cotidiano del que les va a costar zafar. ¿No es cierto, Danielito? Naranjo en flor Mientras el éxito del justicialismo constituya el fracaso de la nación será irrelevante que prosiga con sus triunfos electorales. La Argentina autófaga se dirige hacia una contienda legislativa en el momento de mayor insignificancia política de la historia del parlamento. Téngase en cuenta que perfectamente, los sábados, podría alquilarse el Congreso para casamientos dignos de figurar en las charlas de quincho de los lunes. O para armar una solemne bailanta. Nada de poder desfila siquiera por ahí. Cientos de empleados pasan de vez en cuando a jugar a que son políticos que persisten, se deprimen por sus pasados superiores o simplemente enroscan naderías. La nueva política, con Kirchner, se convirtió en una cuestión salarial. Y como en el tango "Naranjo en flor", al final se quedó sin pensamiento. En el interior del justicialismo nadie discute una sola idea. Y los antiguos trasgresores se refugian detrás de un conductor que los domina con las encuestas y les paga el sueldo. Vulgarcito es un débil que, sobre todo por carencia y faltas de arrojo, se convirtió en el máximo pesado del barrio. Sin embargo su gobierno es más débil aún que él. Corre detrás de los problemas que lo superan, y cuando los alcanza, en vez de resolverlos, prefiere suplantarlos con la creación de un nuevo problema para perseguir. Lo importante es que los otros crean que es él, el César de cera, quien maneja la agenda. Y para quitar del centro de la escena las valijas de Madrid (que destapan el protagonismo de la marroquinería política) se agiganta un conflicto irresponsable con la Shell. O con el Vaticano. O con el Brasil que lo sobrepasa, y no resuelve ninguno de los conflictos para sorprenderse, de pronto, con que puede tener problemas de gas. O que la problemática de Malvinas se le viene encima y por lo tanto hay que agigantar entonces el cuento de los fondos reservados. Un tema ideal, que sirve para demostrar que la maldita década del noventa fue una porquería, porque eran todos una manga de ladrones que cobraban cincuenta mil dólares mensuales, aunque el recurso se le convierte en un nuevo bumerang porque su gobierno está copado de Tweetys Carrario, algunos gravitantes en los noventa, y que ahora juegan para él. Por lo tanto habrá que encontrar pronto una nueva catástrofe que saque del escenario a los fondos reservados. Porque, para colmo, desde JorgeAsísDigital le instalan que es una pelea de fondo entre los fondos reservados de Menem y los fondos desaparecidos de Kirchner, de los que no tiene nada que responder. Entonces debe someterse necesariamente a la prensa de material plástico a la infausta faena del silencio. A proseguir con la cobertura de los anuncios aburridos, mientras el César encuentra blancos imaginarios que pueden ser útiles para ocultar, con el estruendo de su rostro tenso, que nada tiene para decir. Y que nada tiene para hacer que no sea abrir el monedero, a los efectos de fingir que la fantasía ocurrente de Artemiópolis puede convertirse, en la Argentina autófaga, en una opaca realidad.
Jorge Asís Digital