República Popular China: depredación marina y amenaza global
La República Popular China posee la flota pesquera más grande del globo, con miles de buques operando en aguas lejanas...
25 de Diciembre de 2025
La República Popular China posee la flota pesquera más grande del globo, con miles de buques operando en aguas lejanas (Distant Water Fleet o DWF, si ha de recurrirse al acrónimo empleado con frecuencia por entendidos en la materia).

La flota de referencia se caracteriza por prácticas de pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (IUU), involucrando incursiones reiteradas en Zonas Económicas Exclusivas (ZEEs) de terceras naciones, el apagado programado de sistemas de rastreo satelital (AIS) a efectos de evadir detección, transbordos en alta mar para el ocultamiento de capturas, y el empleo de masivos subsidios estatales que habilitan la materialización de operaciones de índole deficitaria, aunque expansivas.
De acuerdo a lo expuesto por distintos análisis, la República Popular monopoliza el 44% de la actividad pesquera visible global, con flotas que contribuyen al agotamiento de recursos ictícolas en regiones vulnerables, exacerbando el riesgoso costumbrismo de la sobreexplotación. Esta mecánica se apalanca en una expansión agresiva, impulsada a su vez por la demanda interna de proteínas marinas; en el ínterin, el gigante asiático agotan primero los recursos existentes en sus propias aguas, para luego ampliar su proyección hacia océanos ajenos, lo que tensiona conflictos geopolíticos y ambientales.
Los navíos chinos, a menudo equipados con tecnología de avanzada, operan en flotas masivas que depredan áreas ricas en especies tales como el calamar, utilizando métodos como la pesca con luminiscencia, a criterio de atraer cardúmenes enteros. Esn efecto, estas prácticas no solo violan tratados internacionales como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS), sino que también incurren en un flagrante abuso laboral -a titulo de ejemplo: trabajos forzados certificados en 29 buques, según surge de investigaciones recientes. Naturalmente que la opacidad es un factor crítico: numerosos buques proceden al apagado de sus AIS al producirse el ingreso en una ZEE ajena; acto seguido, esta interdicción muta en un ejercicio de pesca ilegal, y representando, por ejemplo, hasta el 12,2% de la captura global de calamar sin control.
China recurre a la práctica de referencia, fundamentalmente para garantizar su propia seguridad alimentaria: no es novedad que su población (que asciende hoy a más de 1.400 millones de habitantes) demanda crecientes cantidades de proteína de origen marino. Desde la década de 1980, instancia temporal en la que se decidió la creación de la flota de aguas lejanas en respuesta a la sobreexplotación de sus aguas costeras y la insuficiencia de suministros domésticos, Pekín ha impulsado esta modalidad incremental, con el fin de suplir su creciente déficit interno. La República Popular es el principal productor -y consumidor- de productos del mar en el planeta, y la pesca en zonas remotas representa una fuente vital en el objetivo de mantener la estabilidad social y económica. Esta realidad evidencia la complejidad del asunto bajo estudio: el régimen chino se rige por un imperativo que exige impedir o postergar episodios de escasez con potencial para construir escenarios de inestabilidad interna.
Los impresionantes subsidios gubernamentales -que se estiman en no menos de decenas de miles de millones de dólares anuales- habilitan la puesta en práctica de estas actividades y su viabilidad para el régimen central: ciertamente, Pekín ha de priorizar su autosuficiencia alimentaria, en perjuicio de la sustentabilidad global. Bajo el prisma de la potencia asiática, la pesca ilegal es instrumental en la concreción de objetivos económicos y estratégicos más amplios. Por un lado, la comúnmente denominada shadow fleet genera empleo para millones de personas en el rubro pesquero; por otro, contribuye a la sustentabilidad del propio crecimiento económico, al ejercer supremacía en el comercio global de pescados y mariscos -arista que fortalece la posición de China en el proscenio internacional del intercambio.
Adicionalmente, en regiones en disputa -caso: cuadrantes del Mar del Sur de China-, las flotas fungen como una herramienta de guerra no cinética; vale decir, un reflejo de milicia marítima que complementa la proyección de la armada regular del país y la de la Armada del Ejército Popular de Liberación, operando como multiplicador de fuerzas (force multiplier) ante reclamos territoriales y ampliando la influencia geopolítica del régimen sin propiciar confrontaciones directas. Así las cosas, la posición oficial de la República Popular enfatiza que sus operaciones son legales y que no quebrantan el derecho internacional, al desplegar activos navales duales en áreas de alta mar donde las restricciones brillan por su ausencia; a título complementario, Pekín edulcorará el reclamo inicial con su necesidad aparente de contrarrestar la 'supremacía occidental' en los océanos, y promoviendo un desarrollo compartido con naciones del denominado Tercer Mundo (a las que ofrece créditos e infraestructura bajo condiciones -en opinión de expertos- draconianas).
Otro motivo invocado por Pekín es la proyección de poder blando y duro en el concierto internacional, utilizando el formato de pesca distante a efectos de fomentar alianzas en el Africa, en la América Latina y aún en Asia, a menudo a través de acuerdos de libre acceso que beneficiarán a regímenes locales, aunque ganando tracción la erosión de recursos y poniendo en jaque la sustentabilidad de distintos ecosistemas. Se produce, en consecuencia, el choque entre dos visiones antagonistas: los críticos del régimen chino advierten que la maniobra encubre prácticas predatorias; en la impostura de Pekín, se asiste a una réplica legítima frente a la demanda interna y a la competencia global, priorizándose la propia soberanía alimentaria y el imperativo geopolítico de proyectar a la República Popular como superpotencia marítima. La narrativa oficial, a la postre, justifica la opacidad y la proliferación de las incursiones, presentándolas como necesarias para la concreción del 'sueño chino', emparentado con la prosperidad.
En la Zona Económica Exclusiva de la Argentina, por ejemplo, centenares de buques chinos se congregan anualmente en los extramuros del Atlántico Sur, con un propósito operativo ineludible: la captura masiva de ejemplares de calamar illex (calamar argentino, en la visión de entendidos del orden local). Durante el año en curso, se informó de hasta medio millar de embarcaciones extranjeras, el 65% de ellas, de origen chino -el resto, españoles-, operando en y por fuera de la ZEE, con patrones de apagado de AIS para materializar la incursión ilícita. La Armada Argentina ha interceptado flotas de hasta trescientos buques, bloqueando accesos y haciendo fuego de advertencia contra infractores.
Análisis del consorcio de analistas Oceana revelaron que cientos de buques sencillamente 'desaparecen' de los radares al cruzar las ZEEs, depredando recursos y, en última instancia, representando una seria amenaza para la industria pesquera local. En 2023, esta pesca no regulada capturó el 12,2% del calamar mundial, sin supervisión adecuada. En el Perú, la flota china ha invadido repetidamente la ZEE del Pacífico, con flotas masivas de más de quinientos buques durante 2024, dedicadas a la pesca de calamar del tipo Humboldt y otras especies. Autoridades peruanas han impuesto multas irrisorias a navíos como el Ning Tai 11, con historial de IUUs y abusos laborales. Terminales portuarias peruanas franquean el acceso a embarcaciones chinas ligadas a pesca ilegal y trabajo forzado, violando la ZEE y afectando a pescadores artesanales que dependen de la captura de calamar. Así, pues, airados reclamos emitidos por sectores locales alertan sobre incursiones ilegales, episodios de grave contaminación, y captura de especies en peligro de extinción -como tiburones-, exacerbando la competencia desleal en el proceso.
La Guardia Costera de los Estados Unidos ha colaborado con la Armada del Perú a criterio de contrarrestar el accionar de flotas de origen chino, resignificándose el riesgo de IUUs en el cuadrante Pacífico Sur. En naciones del Asia, particularmente en el Mar del Sur de China, los buques chinos violan con inusitada frecuencia la ZEE de las Filipinas y del Vietnam, recurriendo a flotas o 'milicias marítimas' disfrazadas de pesqueras. Durante el transcurso de 2023, fuerzas navales filipinas detectaron el ingreso de 48 buques chinos custodiados por buques de guerra en su ZEE, en flagrante violación de derechos marítimos. Las colisiones intencionales, como la registrada en 2024 entre un navío chino y uno filipino, solo contribuyen a escalar las tensiones. En el Vietnam, swarms (enjambres) de buques chinos invaden con notable periodicidad la ZEE de esta nación, agotando stocks con prácticas IUU que no cesan en su frecuencia desde 2020. Filipinas ha protestado por flotas de 220 buques anclados en arrecifes disputados, reclamando violaciones a UNCLOS. Las actuaciones de referencia no obedecen estrictamente a una finalidad pesquera, sino que interviene el factor estratégico: la República Popular recurre a la denominada 'línea de nueve trazos' para reclamar derechos sobre aguas territoriales de sus vecinos.
Este particular modelo predatorio consigna riesgos multifacéticos para la seguridad de las naciones afectadas, donde por cierto destaca la amenaza en perjuicio de la seguridad alimentaria. En el epílogo, la pesca en exceso perpetrada por China agota los stocks globales, reduciendo la disponibilidad de proteínas marinas esenciales para poblaciones dependientes, especialmente en países en vías de desarrollo con poblaciones de magnitud. En el Africa Occidental y en el Pacífico, erosiona la seguridad alimentaria, al destruir ecosistemas ictícolas y al desplazar a pescadores locales, provocando pérdidas económicas calculables en miles de millones de dólares estadounidenses.
En el Mar del Sur de China, impacta negativamente sobre firmas dedicadas a la pesca a pequeña escala, exacerbando episodios de escasez y conflictos de índole polimórfica. En el concierto internacional, las actividades desplegadas por Pekín contribuyen a la depredación de entre el 70% y el 95% de los stocks desde la década del cincuenta, amenazando colectivamente a la cadena alimentaria marina.
En síntesis; desde una perspectiva apalancada en la seguridad nacional, estas opacas flotas actúan como extensiones del poder estatal chino, erosionando soberanía marítima y nutriendo un potencial de tensiones con chances de escalar a confrontaciones armadas (el ejemplo filipino es el más ilustrativo). La IUU socava leyes internacionales, fomentando inestabilidad geopolítica y afectando economías dependientes de la pesca, donde la competencia desleal pone en jaque a empleos y volúmenes exportables. Finalmente, el agotamiento de especies clave impacta gravemente en la biodiversidad, alterando ecosistemas de evolución natural.
La depredación ictícola china no remite meramente a una problemática ambiental, sino una amenaza estratégica que se encuadra en un ineludible desafío.
Con información de Oceana; The Outlaw Ocean Project; Atalayar.com; IrregularWarfare; New Security Beat; y otros.

La flota de referencia se caracteriza por prácticas de pesca ilegal, no declarada y no reglamentada (IUU), involucrando incursiones reiteradas en Zonas Económicas Exclusivas (ZEEs) de terceras naciones, el apagado programado de sistemas de rastreo satelital (AIS) a efectos de evadir detección, transbordos en alta mar para el ocultamiento de capturas, y el empleo de masivos subsidios estatales que habilitan la materialización de operaciones de índole deficitaria, aunque expansivas.
De acuerdo a lo expuesto por distintos análisis, la República Popular monopoliza el 44% de la actividad pesquera visible global, con flotas que contribuyen al agotamiento de recursos ictícolas en regiones vulnerables, exacerbando el riesgoso costumbrismo de la sobreexplotación. Esta mecánica se apalanca en una expansión agresiva, impulsada a su vez por la demanda interna de proteínas marinas; en el ínterin, el gigante asiático agotan primero los recursos existentes en sus propias aguas, para luego ampliar su proyección hacia océanos ajenos, lo que tensiona conflictos geopolíticos y ambientales.
Los navíos chinos, a menudo equipados con tecnología de avanzada, operan en flotas masivas que depredan áreas ricas en especies tales como el calamar, utilizando métodos como la pesca con luminiscencia, a criterio de atraer cardúmenes enteros. Esn efecto, estas prácticas no solo violan tratados internacionales como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS), sino que también incurren en un flagrante abuso laboral -a titulo de ejemplo: trabajos forzados certificados en 29 buques, según surge de investigaciones recientes. Naturalmente que la opacidad es un factor crítico: numerosos buques proceden al apagado de sus AIS al producirse el ingreso en una ZEE ajena; acto seguido, esta interdicción muta en un ejercicio de pesca ilegal, y representando, por ejemplo, hasta el 12,2% de la captura global de calamar sin control.
China recurre a la práctica de referencia, fundamentalmente para garantizar su propia seguridad alimentaria: no es novedad que su población (que asciende hoy a más de 1.400 millones de habitantes) demanda crecientes cantidades de proteína de origen marino. Desde la década de 1980, instancia temporal en la que se decidió la creación de la flota de aguas lejanas en respuesta a la sobreexplotación de sus aguas costeras y la insuficiencia de suministros domésticos, Pekín ha impulsado esta modalidad incremental, con el fin de suplir su creciente déficit interno. La República Popular es el principal productor -y consumidor- de productos del mar en el planeta, y la pesca en zonas remotas representa una fuente vital en el objetivo de mantener la estabilidad social y económica. Esta realidad evidencia la complejidad del asunto bajo estudio: el régimen chino se rige por un imperativo que exige impedir o postergar episodios de escasez con potencial para construir escenarios de inestabilidad interna.
Los impresionantes subsidios gubernamentales -que se estiman en no menos de decenas de miles de millones de dólares anuales- habilitan la puesta en práctica de estas actividades y su viabilidad para el régimen central: ciertamente, Pekín ha de priorizar su autosuficiencia alimentaria, en perjuicio de la sustentabilidad global. Bajo el prisma de la potencia asiática, la pesca ilegal es instrumental en la concreción de objetivos económicos y estratégicos más amplios. Por un lado, la comúnmente denominada shadow fleet genera empleo para millones de personas en el rubro pesquero; por otro, contribuye a la sustentabilidad del propio crecimiento económico, al ejercer supremacía en el comercio global de pescados y mariscos -arista que fortalece la posición de China en el proscenio internacional del intercambio.
Adicionalmente, en regiones en disputa -caso: cuadrantes del Mar del Sur de China-, las flotas fungen como una herramienta de guerra no cinética; vale decir, un reflejo de milicia marítima que complementa la proyección de la armada regular del país y la de la Armada del Ejército Popular de Liberación, operando como multiplicador de fuerzas (force multiplier) ante reclamos territoriales y ampliando la influencia geopolítica del régimen sin propiciar confrontaciones directas. Así las cosas, la posición oficial de la República Popular enfatiza que sus operaciones son legales y que no quebrantan el derecho internacional, al desplegar activos navales duales en áreas de alta mar donde las restricciones brillan por su ausencia; a título complementario, Pekín edulcorará el reclamo inicial con su necesidad aparente de contrarrestar la 'supremacía occidental' en los océanos, y promoviendo un desarrollo compartido con naciones del denominado Tercer Mundo (a las que ofrece créditos e infraestructura bajo condiciones -en opinión de expertos- draconianas).
Otro motivo invocado por Pekín es la proyección de poder blando y duro en el concierto internacional, utilizando el formato de pesca distante a efectos de fomentar alianzas en el Africa, en la América Latina y aún en Asia, a menudo a través de acuerdos de libre acceso que beneficiarán a regímenes locales, aunque ganando tracción la erosión de recursos y poniendo en jaque la sustentabilidad de distintos ecosistemas. Se produce, en consecuencia, el choque entre dos visiones antagonistas: los críticos del régimen chino advierten que la maniobra encubre prácticas predatorias; en la impostura de Pekín, se asiste a una réplica legítima frente a la demanda interna y a la competencia global, priorizándose la propia soberanía alimentaria y el imperativo geopolítico de proyectar a la República Popular como superpotencia marítima. La narrativa oficial, a la postre, justifica la opacidad y la proliferación de las incursiones, presentándolas como necesarias para la concreción del 'sueño chino', emparentado con la prosperidad.
En la Zona Económica Exclusiva de la Argentina, por ejemplo, centenares de buques chinos se congregan anualmente en los extramuros del Atlántico Sur, con un propósito operativo ineludible: la captura masiva de ejemplares de calamar illex (calamar argentino, en la visión de entendidos del orden local). Durante el año en curso, se informó de hasta medio millar de embarcaciones extranjeras, el 65% de ellas, de origen chino -el resto, españoles-, operando en y por fuera de la ZEE, con patrones de apagado de AIS para materializar la incursión ilícita. La Armada Argentina ha interceptado flotas de hasta trescientos buques, bloqueando accesos y haciendo fuego de advertencia contra infractores.
Análisis del consorcio de analistas Oceana revelaron que cientos de buques sencillamente 'desaparecen' de los radares al cruzar las ZEEs, depredando recursos y, en última instancia, representando una seria amenaza para la industria pesquera local. En 2023, esta pesca no regulada capturó el 12,2% del calamar mundial, sin supervisión adecuada. En el Perú, la flota china ha invadido repetidamente la ZEE del Pacífico, con flotas masivas de más de quinientos buques durante 2024, dedicadas a la pesca de calamar del tipo Humboldt y otras especies. Autoridades peruanas han impuesto multas irrisorias a navíos como el Ning Tai 11, con historial de IUUs y abusos laborales. Terminales portuarias peruanas franquean el acceso a embarcaciones chinas ligadas a pesca ilegal y trabajo forzado, violando la ZEE y afectando a pescadores artesanales que dependen de la captura de calamar. Así, pues, airados reclamos emitidos por sectores locales alertan sobre incursiones ilegales, episodios de grave contaminación, y captura de especies en peligro de extinción -como tiburones-, exacerbando la competencia desleal en el proceso.
La Guardia Costera de los Estados Unidos ha colaborado con la Armada del Perú a criterio de contrarrestar el accionar de flotas de origen chino, resignificándose el riesgo de IUUs en el cuadrante Pacífico Sur. En naciones del Asia, particularmente en el Mar del Sur de China, los buques chinos violan con inusitada frecuencia la ZEE de las Filipinas y del Vietnam, recurriendo a flotas o 'milicias marítimas' disfrazadas de pesqueras. Durante el transcurso de 2023, fuerzas navales filipinas detectaron el ingreso de 48 buques chinos custodiados por buques de guerra en su ZEE, en flagrante violación de derechos marítimos. Las colisiones intencionales, como la registrada en 2024 entre un navío chino y uno filipino, solo contribuyen a escalar las tensiones. En el Vietnam, swarms (enjambres) de buques chinos invaden con notable periodicidad la ZEE de esta nación, agotando stocks con prácticas IUU que no cesan en su frecuencia desde 2020. Filipinas ha protestado por flotas de 220 buques anclados en arrecifes disputados, reclamando violaciones a UNCLOS. Las actuaciones de referencia no obedecen estrictamente a una finalidad pesquera, sino que interviene el factor estratégico: la República Popular recurre a la denominada 'línea de nueve trazos' para reclamar derechos sobre aguas territoriales de sus vecinos.
Este particular modelo predatorio consigna riesgos multifacéticos para la seguridad de las naciones afectadas, donde por cierto destaca la amenaza en perjuicio de la seguridad alimentaria. En el epílogo, la pesca en exceso perpetrada por China agota los stocks globales, reduciendo la disponibilidad de proteínas marinas esenciales para poblaciones dependientes, especialmente en países en vías de desarrollo con poblaciones de magnitud. En el Africa Occidental y en el Pacífico, erosiona la seguridad alimentaria, al destruir ecosistemas ictícolas y al desplazar a pescadores locales, provocando pérdidas económicas calculables en miles de millones de dólares estadounidenses.
En el Mar del Sur de China, impacta negativamente sobre firmas dedicadas a la pesca a pequeña escala, exacerbando episodios de escasez y conflictos de índole polimórfica. En el concierto internacional, las actividades desplegadas por Pekín contribuyen a la depredación de entre el 70% y el 95% de los stocks desde la década del cincuenta, amenazando colectivamente a la cadena alimentaria marina.
En síntesis; desde una perspectiva apalancada en la seguridad nacional, estas opacas flotas actúan como extensiones del poder estatal chino, erosionando soberanía marítima y nutriendo un potencial de tensiones con chances de escalar a confrontaciones armadas (el ejemplo filipino es el más ilustrativo). La IUU socava leyes internacionales, fomentando inestabilidad geopolítica y afectando economías dependientes de la pesca, donde la competencia desleal pone en jaque a empleos y volúmenes exportables. Finalmente, el agotamiento de especies clave impacta gravemente en la biodiversidad, alterando ecosistemas de evolución natural.
La depredación ictícola china no remite meramente a una problemática ambiental, sino una amenaza estratégica que se encuadra en un ineludible desafío.
Con información de Oceana; The Outlaw Ocean Project; Atalayar.com; IrregularWarfare; New Security Beat; y otros.