ECONOMIA INTERNACIONAL: ESTADOS UNIDOS

El bisturí de la Fed: un recorte estratégico en un concierto de incertidumbre

En la tarde del 17 de septiembre de 2025, la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed)...

17 de Septiembre de 2025


En la tarde del 17 de septiembre de 2025, la Reserva Federal de los Estados Unidos (Fed) tomó una decisión que reverberó instantáneamente en los mercados globales: un recorte de 25 puntos base en su tasa de fondos federales, llevando el rango objetivo a entre el 4% y el 4,25%.

Reserva Federal, Jerome Powell
La medida, anunciada al cierre de la reunión del Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC), marca el primer ajuste a la baja en lo que va del año y representa un giro significativo en la política monetaria tras un período de estabilidad en tasas elevadas. Jerome Powell, presidente de la Fed, enfatizó en su conferencia de prensa posterior que esta acción no es un reflejo de pánico ante una recesión inminente, sino un movimiento proactivo para equilibrar el doble mandato de la institución: fomentar el máximo empleo y mantener la inflación cerca del 2% a largo plazo. Sin embargo, en un contexto de creciente incertidumbre geopolítica y doméstica —marcado por la reelección de Donald Trump y sus propuestas de aranceles generalizados—, este recorte abre un abanico de implicancias que van desde la reactivación del consumo hasta posibles presiones inflacionarias renovadas, configurando un panorama económico para el resto de la década con matices de optimismo cauteloso y riesgos latentes.

A efectos de comprender la magnitud de la medida, resulta esencial retroceder hacia el proscenio económico que la precedió. A lo largo de 2025, la economía estadounidense exhibía signos de moderación tras un rebote vigoroso post-cuarentas COVID. El crecimiento del PBI durante el primer semestre se desaceleró a un ritmo anualizado del 1,8%, por debajo de las expectativas de los analistas, que auguraban un 2,5%. En gran medida, el enfriamiento se atribuye a la persistencia de presiones inflacionarias heredadas de 2024, exacerbadas por disrupciones en las cadenas de valor y un mercado laboral que, aunque resiliente, comienza a evidenciar fisuras. La tasa de desempleo americana, que se mantenía por debajo del 4% durante gran parte del año, escaló al 4,3% en agosto, con ganancias de empleo que se redujeron a solo 142.000 puestos en ese mes, la cifra más baja desde principios de 2024. Indicadores como el índice de precios al consumidor (IPC) revelaron una inflación subyacente del 3,2% interanual, por encima del objetivo de la Fed, impulsada en parte por alzas en los precios de la energía y los servicios. En este escenario, la Reserva Federal había mantenido las tasas en el rango de 4,25% a 4,50% desde diciembre de 2024, una postura restrictiva diseñada para domar la inflación sin estrangular el crecimiento. Pero con las nubes de recesión acumulándose —y el fantasma de un' soft landing' desvaneciéndose—, el FOMC optó por este recorte moderado, un guiño a la flexibilidad en tiempos turbulentos.

La deliberación interna del FOMC no estuvo exenta de disenso, lo que añade una capa de complejidad a la interpretación de la medida. Según el comunicado oficial, once de los doce miembros votaron a favor del ajuste de 25 puntos base, mientras que el recién nombrado gobernador Stephen I. Miran se opuso, abogando por un corte más agresivo de 50 puntos base. Esta división refleja las tensiones ideológicas dentro de la Fed: por un lado, los halcones monetarios temen que recortes prematuros reaviven la inflación en un entorno donde las expectativas de precios se han anclado precariamente alrededor del 2,5%; por el otro, las palomas argumentan que ignorar la debilidad laboral podría precipitar una contracción innecesaria. Powell, en su testimonio, minimizó el disenso, describiéndolo como un 'debate saludable' que enriquece la toma de decisiones. Amén de ello, este recorte de un cuarto de punto porcentual —coincidente con la reducción del costo de los préstamos interbancarios a corto plazo— envía una señal clara: la Fed está dispuesta a pivotar hacia un estímulo gradual, pero con los ojos bien abiertos ante los datos entrantes. Asimismo, el banco central reiteró su compromiso con la reducción de su balance, continuando la venta de bonos del Tesoro y valores respaldados por hipotecas, una herramienta complementaria para drenar liquidez del sistema sin depender exclusivamente de las tasas.

Las implicancias inmediatas en los mercados financieros fueron predecibles pero no por ello menos impactantes. Apenas minutos después del anuncio, el índice S&P 500 escaló un 1,2%, impulsado por sectores sensibles a las tasas como tecnología y consumo discrecional, mientras que el Dow Jones Industrial Average ganó un 0,8%. Los bonos del Tesoro a 10 años vieron su rendimiento caer 8 puntos base al 3,95%, reflejando una mayor demanda por activos refugio ante la expectativa de más recortes. En el mercado de divisas, el dólar estadounidense se depreció un 0,5% frente al euro y el yen, aliviando presiones sobre exportadores extranjeros pero también elevando preocupaciones sobre la competitividad de las manufacturas estadounidenses. Los futuros de tasas, por su parte, ahora descuentan tres recortes adicionales en 2025 —en noviembre, diciembre y marzo de 2026—, con una probabilidad del 85% para el próximo ajuste en octubre, según datos de CME FedWatch. Esta reacción alcista en acciones contrasta con la cautela en commodities: el petróleo Brent subió marginalmente un 0,3% a 78 dólares por barril, temiendo que un dólar más débil impulse la demanda global, pero el oro se mantuvo plano, ya que los inversores ponderan si este corte es suficiente para contrarrestar las turbulencias geopolíticas.

A nivel macroeconómico, las ramificaciones del recorte se extienden como ondas en un estanque, tocando cada rincón de la economía real. Para el empleo, esta medida actúa como un lubricante sutil: al abaratar el crédito, incentiva a las empresas a invertir en capital y mano de obra, potencialmente estabilizando las ganancias de puestos de trabajo en torno a los 150.000 mensuales necesarios para absorber el crecimiento de la fuerza laboral. Economistas de Goldman Sachs proyectan que, si se materializan dos recortes más este año, la tasa de desempleo podría estabilizarse en el 4,1% para fin de año, evitando una espiral descendente que recuerde la Gran Recesión. Sin embargo, el impacto no es inmediato; los préstamos corporativos tardan en ajustarse, y con el consumo privado —que representa el 70% del PIB— mostrando signos de fatiga, con el índice de confianza del consumidor de la Universidad de Michigan cayendo a 68,5 en septiembre, el verdadero test vendrá en los próximos trimestres. En cuanto al crecimiento, el modelo de la Fed sugiere un impulso de 0,2 puntos porcentuales al PIB en 2026, elevando las proyecciones de 1,9% a 2,1%, asumiendo que no haya shocks externos como una escalada en las guerras comerciales.

 
La inflación, ese eterno antagonista de la política monetaria, emerge como el talón de Aquiles de esta estrategia. Aunque el recorte busca prevenir una desaceleración abrupta que podría generar deflación, también riesgoa reavivar presiones alcistas en un momento en que los aranceles propuestos por Trump —hasta un 60% sobre importaciones chinas y 10% general— amenazan con elevar los costos al consumidor en un 1-2%, según estimaciones del Peterson Institute for International Economics. La Fed, en su comunicado, reconoció que la inflación "ha aumentado y permanece algo elevada", atribuyéndolo a factores transitorios como los precios de la vivienda y la energía, pero Powell advirtió que la incertidumbre económica se ha intensificado, con riesgos a la baja para el empleo superando los alcistas para los precios. Si los datos de octubre muestran un repunte en el IPC por encima del 3,5%, el FOMC podría pausar los recortes, optando por una "espera vigilante" que frene el momentum alcista en los mercados.

Este delicado equilibrio ilustra la evolución de la Fed desde los años 80, cuando Paul Volcker combatió la estanflación con tasas del 20%; hoy, en una era de globalización y finanzas desreguladas, los ajustes son quirúrgicos, pero igual de precisos.

Para el ciudadano promedio, las implicancias son tangibles y multifacéticas, transformando decisiones cotidianas en cálculos financieros. Los prestatarios de hipotecas fijas verán tasas promedio caer de 6,8% a alrededor de 6,2% en los próximos meses, liberando hasta 150 dólares mensuales en pagos para un préstamo de US$ 300 mil, según cálculos de Bankrate. Esto podría revitalizar el mercado inmobiliario estancado, donde la comercialización de viviendas existentes retrocedieron en un 5% interanual en agosto, impulsando una oleada de refinanciamientos que inyecte liquidez al consumo. Del mismo modo, los préstamos automotrices y tarjetas de crédito —cuyas tasas flotan con el prime rate— se abaratarán en 0,25-0,5 puntos, aliviando la carga de deudas que superan los 1,1 billones de dólares en tarjetas. Sin embargo, para los ahorradores, el panorama es menos rosado: los rendimientos de cuentas de ahorro de alto rendimiento, que alcanzaban el 5% en 2024, descenderán hacia el 4,5%, erosionando el poder adquisitivo de los jubilados y hogares de ingresos medios que dependen de estos instrumentos para combatir la inflación. En un país donde el 40% de los adultos no podrían cubrir un gasto inesperado de 400 dólares, este recorte democratiza el alivio crediticio pero penaliza la prudencia financiera, exacerbando desigualdades que la Fed ha prometido mitigar.

Las empresas, desde startups en Silicon Valley hasta manufactureras en el Rust Belt, perciben este corte como un salvavidas oportuno. El costo de capital se reduce, facilitando emisiones de bonos corporativos —el spread entre yields corporativos y del Tesoro se estrechó 10 puntos base post-anuncio— y fomentando inversiones en IA y energías renovables, sectores que Trump ha vowed proteger con subsidios. No obstante, la incertidumbre política añade un asterisco: con la Casa Blanca presionando por recortes más agresivos para financiar recortes fiscales, la independencia de la Fed —pilar desde su creación en 1913— enfrenta pruebas. Powell rechazó especulaciones sobre interferencia, pero analistas de Reuters advierten que nominaciones trumpianas al board podrían inclinar la balanza hacia políticas más laxas, potencialmente sobrecalentando la economía y sembrando semillas de una burbuja asset. En este sentido, el recorte de septiembre no es solo monetario, sino un acto de afirmación institucional en medio de vientos políticos cruzados.

A escala global, las ondas de este ajuste estadounidense se propagan con velocidad de luz, reconfigurando equilibrios comerciales y monetarios. Un dólar debilitado alivia la carga de deudas en dólares para economías emergentes como México y Brasil, donde el 60% de la deuda externa está denominada en verde, permitiendo mayor espacio fiscal para estímulos locales.

No obstante, para exportadores europeos y asiáticos, un billete más barato erosiona márgenes, potencialmente desacelerando el crecimiento del PIB global en 0,1 puntos según el FMI. En la República Popular China, enfrentando aranceles inminentes, el recorte podría forzar un debilitamiento adicional del yuan para mantener competitividad, avivando temores de una guerra de divisas. Países del Golfo, atados al petróleo, ven un respiro en la demanda estadounidense, pero la Fed's pivot también influye en bancos centrales aliados: el BCE podría acelerar sus propios recortes, sincronizando un ciclo de easing que mitigue riesgos de fragmentación en la eurozona. En América Latina, donde la Fed's sombra es omnipresente, monedas como el peso argentino se apreciaron un 1% post-anuncio, aliviando importaciones pero presionando exportaciones commodities. Así, este modesto ajuste en Washington se convierte en catalizador de políticas globales, recordando cómo la dominancia del dólar amplifica el alcance de la Fed más allá de sus fronteras.

Mirando hacia el horizonte, las proyecciones del FOMC —actualizadas en el Summary of Economic Projections— pintan un cuadro de gradual normalización. La mediana de los funcionarios anticipa dos recortes más en 2025, llevando las tasas a 3,75-4% para fin de año, y cuatro en 2026, convergiendo hacia un neutral estimado en 3%. El desempleo se proyecta en 4,2% para 2026, con inflación core PCE en 2,3%, un ligero repunte atribuible a aranceles. No obstante, los puntos de dispersión revelan divergencias: cuatro participantes ven tasas por debajo del 3,5% en 2026, apostando por un aterrizaje suave, mientras que tres anticipan subidas si la inflación se desancla. Powell subrayó que estos son escenarios, no profecías, y que datos como el próximo informe de empleo del 3 de octubre guiarán el próximo FOMC en noviembre. En un mundo de IA disruptiva, transiciones energéticas y tensiones geopolíticas —desde Ucrania hasta Taiwán—, la Fed navega con instrumentos calibrados, pero el margen de error se estrecha.

En el epílogo, el recorte de tasas de septiembre 2025 no evidencia meramente un ajuste técnico, sino que remite al accionar de un bisturí afilado en la anatomía de una economía en transición. Sus implicancias —desde el alivio para prestatarios hasta los ecos globales— prometen un estímulo medido con potencial para allanar el camino hacia un crecimiento sustentable, aunque acechan riesgos de inflación importada y erosión institucional. Mientras los mercados celebran y los hogares calculan, la Fed reafirma su rol de guardián, recordándonos que en la economía, como en la vida, el timing es todo.