MUNDO: MATIAS E. RUIZ

Cónclave de Alaska: Trump, Putin y el Hielo; audaz ensayo por la paz en Ucrania

Las negociaciones de paz en torno a la cuestión ucraniana -lideradas por Donald Trump y Vladimir Putin...

19 de Agosto de 2025

 

Las negociaciones de paz en torno a la cuestión ucraniana -lideradas por Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska- remiten a un capítulo intrigante y ciertamente controvertido en la diplomacia internacional de la actualidad.

Donald Trump y Vladimir Putin
En un contexto marcado por la prolongada guerra en Ucrania, que se ha cobrado ya centenares de miles de vidas de ambos contendientes y ha puesto en jaque al orden geopolítico global desde febrero de 2022, el denominado Cónclave de Alaska -celebrado el pasado 15 de agosto en la antigua capital del territorio, Anchorage- surgió como un audaz intento de Trump con miras a presentarse como un mediador decisivo.

El mandatario estadounidense, quien ha enfatizado en reiteradas oportunidades su pretendida capacidad para resolver conflictos mediante la realización de acuerdos directos y pragmáticos, invitó a Putin a este encuentro inusual en suelo estadounidense, argumentando que la elección de Alaska no solo facilitaba logísticamente el viaje para el líder ruso -en función de la obvia proximidad geográfica con Rusia-, sino que también simbolizaba un puente entre Oriente y Occidente.

El encuentro de referencia, que se prolongó por algo más de tres horas y se llevó a cabo en la base Elmendorf-Richardson, no incluyó a representantes ucranianos, lo que generó inmediatas críticas por parte de Kiev y sus aliados en la UE, quienes vieron en ello una exclusión deliberada con potencial para socavar la soberanía de quien lleva hoy la peor parte en los desarrollos bélicos.
 
En rigor, el trasfondo de las negociaciones se remonta a la campaña presidencial de Trump en 2024, durante la cual prometió poner fin al conflicto europeo en tiempo récord, mediando un enfoque realista que involucraría concesiones territoriales y garantías de seguridad. Una vez en el cargo, el magnate estadounidense aceleró su empeño diplomático, comenzando con una fallida reunión con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en la Casa Blanca a principios de agosto de 2025, donde discutieron posibles marcos para un alto el fuego. Sin embargo, Trump dejó claro que cualquier acuerdo requeriría el involucramiento directo de Putin, a quien pondera como un negociador astuto pero predecible. La elección de Alaska -cuadrante estratégico que fuera comerciado por Rusia a los Estados Unidos en 1867- fungió como escenario neutral y a la vez simbólico, lejos de los centros de poder en Washington o Moscú. Adicionalmente, la selección de la base Elmendorf permitió a Trump exhibir sutilmente el poderío americano, con sobrevuelos de aviones de combate y demostraciones de equipo militar durante el arribo de Putin, gesto que algunos analistas interpretaron como una demostración de fuerza para fortalecer la posición negociadora de EE.UU. El mandatario ruso arribó en compañía de su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, y de un equipo reducido, mientras que Donald Trump se vio flanqueado por asesores clave como el secretario de Estado y enviados entrenados en temas de seguridad europea.
 
El eje de las conversaciones giró en torno a la posibilidad de acuerdo de paz integral que trascendiera el mero alto el fuego perentorio. Trump propuso un marco que incluía la cesión de territorios ocupados por Rusia en el este de Ucrania, a cambio de garantías de seguridad ofrecidas a Kiev -similares a las de la OTAN, pero sin certificarse la membresía formal en la alianza, frontera infranqueable para los intereses del Kremlin. Según se filtró a fuentes internacionales, Putin insistió en el control total de las regiones de Donetsk y Lugansk (en los hechos, un fait accompli), así como en la desmilitarización de áreas fronterizas y el reconocimiento de la crítica Península de Crimea como porción irrenunciable de la soberanía rusa, demandas que ha mantenido desde el inicio del conflicto. En un intento por mediar, el estadounidense sugirió involucrar a Europa y a los Estados Unidos como garantes de la seguridad ucraniana, mediante un tratado multilateral que involucrara compromisos de no agresión y asistencia militar limitada. Sin embargo, para Vladimir Putin, esa alternativa se aleja de su interés, en razón de que Moscú no aceptará que Ucrania sea utilizada nuevamente en el futuro como proxy para ataques contra Rusia; por otro lado, las sanciones -cuyo levantamiento Putin exige- se mantendrían vigentes hasta tanto no se evidencien progresos en el terreno.
 
Amén de la intensidad de las conversaciones, el cónclave concluyó sin verificarse acercamientos palpables. Más allá de eso, la conferencia de prensa conjunta exhibió a ambos líderes satisfechos con el primer paso, enfatizando ambos que se había decidido priorizar un acuerdo de paz completo en lugar de un cese al fuego perentorio y de complejo cumplimiento -frágil y susceptible a violaciones, según se ha observado en distintos casos a lo largo de la historia reciente.

Horas después de la cumbre, las fuerzas armadas rusas desplegaron uno de sus mayores ataques aéreos contra Ucrania en lo que va del mes, señal que distintos analistas interpretaron como prueba de que el mandatario ruso no muestra predisposición a ceder terreno sin concesiones automáticas.
 
Las reacciones internacionales a la cumbre se subsumen en un caleidoscopio de expresiones mixtas y polarizadas. El presidente Zelenski expresó cautela desde Kiev, reconociendo el esfuerzo de Donald Trump pero insistiendo en que cualquier acuerdo habrá de respetar la integridad territorial de Ucrania -aspiración que no parece probable en lo concreto. En los Estados Unidos, figuras republicanas como el senador Marco Rubio calificaron el encuentro como un paso adelante, aunque admitieron que un acuerdo está 'lejos', mientras que referentes del Partido Demócratas denunciaron una 'capitulación' ante el Kremlin. En simultáneo, medios afines a los intereses rusos, como RussiaToday, presentaron la cumbre como una victoria diplomática para Vladimir Putin, destacando su firmeza en demandas territoriales, mientras que canales occidentales como el New York Times advirtieron que Trump priorizó un pacto rápido sobre un cese al fuego inmediato, lo que podría prolongar los padecimientos para la población ucraniana. Es que el impacto humanitario no pueden soslayarse: con millones de personas desplazadas y una infraestructura devastada, el sufrimiento solo podría exrenderse. Voces críticas de la postura de Trump argumentan que su enfoque transaccional considera a la guerra como un 'negocio inmobiliario geopolítico'. Por otro lado, quienes repaldan a la nueva Casa Blanca atisban el despliegue de un pragmatismo necesario, a criterio de impedir la normalización de un estado bélico perpetuo, o bien una escalada que transicione de armas convencionales al empleo de dispositivos nucleares tácticos.
 
Una perspectiva geopolítica más amplia consignaría que el inicio formal de las negociaciones describen el delicado equilibrio de poder en Eurasia. Bajo Putin, la Federación Rusa se ha propuesto consolidar en la mesa las ganancias territoriales consolidadas, a efectos de justificar el costo humano y económico de la guerra frente a su propia opinión pública. En la óptica de Donald Trump, un eventual éxito en el proceso de paz ucraniano redactaría las páginas de un emblemático logro para su segunda Administración, conforme lograría construir sinergia entre este desarrollo y su eslogan 'America First': en efecto, la opinión pública en los EE.UU. evidencia un comprobable hartazgo con el involucramiento de sus fuerzas armadas en interdictos ajenos al interés nacional. En un extraño espejo de los años sesenta, el rechazo contra el intervencionismo hoy moldea el comportamiento y la dinámica del proceso decisional en el Beltway

Los desafíos se acopian, más allá del vaporoso optimismo: un fracaso a la hora de consolidar un acuerdo sustentable para el caos ucraniano vendría a resignificar la futilidad y las limitaciones de la diplomacia bilateral en conflictos de orden multifactorial: en rigor, Ucrania no solo es una dispuesta entre Washington y Moscú; en la redacción del desenlace, habrán de involucrarse la Unión Europea y aún potencias emergentes como la República Popular China, que ha revelado su respaldo -aunque indirecto- al Kremlin, ampliando sus adquisiciones de energía para apuntalar un salto a los mecanismos de sanciones.

La interdicción de Pekín no sería un asunto menor: observadores suspicaces en el microcosmos de la realpolitik internacional sugieren hoy que el gigante asiático y aún el Kremlin han acelerado su participación accionaria en la reconstrucción del poderío militar iraní -lo cual podría interpretarse como un libreto marginal para, de tener lugar un segundo round de la Guerra de los Doce Días, propinarle otro doloroso golpe a los intereses estadounidenses. En este caso, en el Estado de Israel y, por obra del rebote, en todo Oriente Medio.
 
 
Con información de: Reuters, CBS News, Nebraska Examiner, PBS, ABC News, The Conversation, Al Jazeera, The New York Times, Time, Axios, The Nation, The Guardian, BBC, The Washington Post.