POLITICA ARGENTINA: SERGIO JULIO NERGUIZIAN

Argentina: tartamudez ideológica y tartamudez neurológica, en la decadencia terminal del discurso político

Perón; Frondizi; Alfonsín. Tres oradores bien diferenciables por forma y contenido, aunque integrantes...

28 de May de 2023

 

Perón; Frondizi; Alfonsín. Tres oradores bien diferenciables por forma y contenido, aunque integrantes de una secuencia de comunicadores orales populares que no han dejado descendencia.

Sergio Massa y Wado de Pedro
Vivieron una época de conductores de fortísima personalidad que en todo el planeta tuvieron su alba y su ocaso en el mismo período histórico: De Gaulle, Tito, Kennedy, Vargas, Torrijos, Belaúnde Terry, Stalin, Adenauer, Haya de la Torre, Mitterand, Castro, Nasser -citados, todos ellos, en apresurado inventario. La distancia que los aleja de Biden y Putin, de Alberto Fernández y Lula, de López Obrador y Boric, de Rishi Sunak y Macron es, literalmente, astronómica.
 
En los argentinos recordados como oradores memorables, hallamos características diferenciantes y bien marcadas. Al referirnos a las mismas, podremos sospechar legítimamente que, a la declinación de la oratoria como arte, corresponde el hecho concreto del vaciamiento de contenido valioso del mensaje. El empleo del adjetivo 'valioso' es empleado aquí para significar que la transferencia de ideas por parte del orador corresponde a un acontecimiento crucial y disruptivo en el contexto de tiempo y espacio en que tiene lugar.
 
En el discurso de Juan Domingo Perón, el eje central gira en torno a las derivas del ascenso de un tercer actor, el proletariado industrial, al escenario que ocupaban los herederos de la oligarquía ilustrada de los '80 y las clases medias arribadas de la mano de Yrigoyen. Las alocuciones presentaban, con frecuencia, las insalvables contradicciones generadas por el carácter policlasista del Movimiento y las propias limitaciones ideológicas del programa que impedían una alteración sustancial de la estructura socioeconómica. Sin embargo, el acontecimiento bisagra del 17 de octubre de 1945 generó energías suficientes para atravesar todo el primer peronismo, y volvió con su retorno al país en una versión remozada del  enérgico '¡Trabajadores, únanse!' con que cerró más de una vez sus discursos ante multitudes. La realidad aportaba abundante material para nutrir de contenido la presentación verbal: esta base material, asociada a la facilidad para emplear el tono ajustado al auditorio, confomaban un fenómeno notable.
 
En 1958, prohibida la participación del peronismo por la Junta Militar, emerge la figura de Arturo Frondizi, en un intento por realizar la síntesis que complaciera al justicialismo y a la burguesía industrial -al menos por un período pactado como breve, que debería concluir con el levantamiento de la proscripción. El eje del discurso gira en torno al desarrollo de las fuerzas productivas del país: es un esfuerzo desesperado por calmar la impaciencia del peronismo, al tiempo que cree fundar su propio sistema de ideas-fuerza en el resultado exitoso de la economía, a partir de la autosuficiancia energética. Concluye Frondizi sus mensajes con una llamamiento a la esperanza, reducida mezquinamente a la frase: 'Los veinte milones de argentinos ganaremos la batalla del petróleo'. El rasgo meritorio del orador radica en la confianza sólida en sus convicciones, abrazadas al denso material que el tiempo histórico le provee generosamente.
 
Ya en 1983, Raúl Alfonsín se muestra al país como el orador técnicamente mejor dotado de la era contemporánea: sus improvisaciones públicas podían volcarse a la imprenta, sin requerir una corrección gramatical ni sintáctica: no se evidencian vacilaciones ni tropiezos expresivos, y las pausas responden siempre a la función de crear 'ambiente' y jamás a un vacío de conceptos. Aquí también, la realidad inmediata aporta el background esencial que habrá de nutrir el mensaje: el país vuelve al régimen democrático, tras una ordalía de sangre de casi una década, la que va desde la ruptura de la guerrilla urbana peronista con el fundador del Justicialismo hasta las secuelas de la aventura demencial de Malvinas. Se hace rutina que los discursos de Alfonsín concluyan con el recitado de un fragmento del Preámbulo de la Constitución Nacional: la cita final resume la asunción del orador como el líder que marcha al frente de la columna de ciudadanos que sale, al fin, de la larga noche de la dictadura.
 
Por su parte, la oratoria de Carlos Saúl Menem es de una rusticidad que exime de crítica. Con frecuencia, sirvió para el comentario jocoso, merced a torpezas lingüísticas y sintaxis caóticas. Claro que esta cualidad no representó obstáculo alguno para ejercer la Primera Magistratura durante una década: el juicio sobre el arte exhibido no implica discutir la eficacia que en un momento dado pueda representar en tanto herramienta útilmente empleada para la obtención, acumulación y administración de Poder. Desde los días de su presidencia hasta hoy, sólo registramos una decadencia irreversible en el corto plazo del arte de la oratoria. Ni Néstor Carlos Kirchner, Mauricio Macri ni Cristina Fernández han recuperado la prodigiosa habilidad que señalamos en los primeros ejemplos.

 
El discurso del 25
 
El 25 de Mayo pasado, la Vicepresidente ha clausurado el ciclo del discurso como instrumento para la transferencia del pensamiento político y la convocatoria de voluntades. En primer lugar, el empleo de la oportunidad para concentarse en la refutación de los argumentos de sus críticos significa una autorreducción de su protagonismo, al limitarlo al plano defensivo. Muy curiosamente, no era éste el rasgo clave de sus alocuciones precedentes. En segudo lugar, ocupar una parte del mensaje para citar a un candidato outsider en franco crecimiento es, en el mejor de los casos, una táctica temeraria que parte del dudoso supuesto de que su encumbramiento erosiona al frente opositor. Y, finalmente, la diatriba -fatigosamente reiterativa- contra los organismos de crédito internacionales no hace sino esmerilar las chances del superministro por ella engendrado, quien a estas horas inicia su incierto periplo destinado a conmover la misericordia de cuanto incauto se cruce en su camino. En un aparte, señalamos como ineficaz en términos técnicos el intercambio coloquial con la multitud, la que aspiraba a escuchar de la oradora su voluntad de participar en la próxima disputa electoral o, al menos, a satisfacer la curiosidad sedante de conocer el nombre del ungido.
 
Uno de los bendecidos puede ser el Ministro del Interior, cuya leve tartamudez ha dado lugar a comentarios de toda laya. Incluso, quienes lo promueven para la próxima contienda electoral, aluden a que la causa radicaría en un situación de estrés sufrida durante un hecho de violencia cuando contaba con ocho meses de edad. En realidad, la base de la tartamudez sea muy probablemente genética, como lo señalan investigadores de esta dificultad expresiva: 'Las tartamudez está asociada con anomalías estructurales en el cuerpo calloso,un haz de fibras que conecta los dos hemisferios del cerebro  y garantiza que puedan comunicarse y el tálamo,una estación de retransmisión que clasifica la información sensorial a otras partes del cerebro' (Ho Ming Chow, investigador de trastornos del habla de la Universidad de Delaware). Al margen de la cuestión, queda claro que los tartamudos saben bien qué desean decir, mientras que la deficiencia es meramente instrumental. Ahora, bien; la tartamudez ideológica, entendida como incapacidad de articular un discurso en torno al cual hacer girar el mensaje, puede estribar tanto en la pobreza del debate político como en las limitaciones del orador en cuanto al manejo del arte mismo. 
 
En la sintomatología de la tartamudez, citamos a Iris Rodríguez, médica del Servicio de Otorrinolaringología del Hospital Italiano, y miembro fundador de la Sociedad Argentina de la Voz:
 
1. Repetición de sonidos, sílabas o palabras. Esta caracterización se corresponde muy bien con la calidad de los discursos con que los políticos postulantes suelen martirizarnos.
2. Bloqueo o imposibilidad de emitir lo que se quiere decir. En paralelo con las alocuciones ensayadas hoy en día, emerge una sutil diferenciación: los candidatos padecen la imposibilidad de decir, por la sencilla y aterradora razón de que no tienen qué decir. La inflación, la pobreza y la inseguridad no merecen más que lugares trillados hasta la náusea o en algunos casos, raptos de exaltación neurótica que infunden pánico.
3. Prolongación excesiva de las palabras. También aquí, la simetría deviene en apabullante: el breve séquito de palabras empleadas vuelven una y otra al oído del oyente, hasta que la noria a la que permanecen sujetas termina por licuar su significado inicial y, sin culpa, se la deja hundir en ciénaga del lugar anodino e insustancial.
 
El discurso político sufre muerte cerebral.
 
Volverá a manifestarse como si estuviera vivo. Es decir, como si tuviera algo para decir.


 
Sobre Sergio Julio Nerguizian

De profesión Abogado, Sergio Julio Nerguizian oficia de colaborador en El Ojo Digital (Argentina) y otros medios del país. En su rol de columnista en la sección Política, explora la historia de las ideologías en la Argentina y el eventual fracaso de éstas. Sus columnas pueden accederse en éste link.